EL ENGAÑO DE SELB, de Bernhard Schlink. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004. Distribuye Gussi. 326 págs.
EL JUEZ alemán Bernhard Schlink (n. 1944) obtuvo un reconocimiento internacional con la novela El lector (1995) y los relatos de Amores en fuga (2000), razones suficientes para que se desempolven y traduzcan sus obras previas. Se trata de dos novelas policiales, La justicia de Selb, escrita en 1987 en colaboración con Walter Popp, y ésta, El engaño de Selb, publicada en solitario en 1992. El protagonista de ambas es un investigador privado no tan entrador ni zafado como el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, ni con un ojo social crítico como el Marlowe de Chandler, pero sentimental y perdedor como suelen ser los detectives de la ficción.
Esta vez Gerhard Selb busca a Leonore Salger, una traductora desaparecida, que tanto puede ser una paciente psiquiátrica, una niñera o una presunta terrorista. El olfato y el oficio del detective van descubriendo que en el caso que tiene entre manos nadie es quien pretende ser, y que detrás se oculta una trama de intereses internacionales, atentados a instalaciones militares norteamericanas, y armas químicas escondidas desde la guerra.
A medida que la historia se amplía y diversifica, abriendo y cerrando pistas falsas, se vuelve más pesada y se atora en su propio mecanismo. Personajes secundarios como los de algunos policías y agentes quedan desdibujados, así como la propia historia privada de Selb, un hombre de casi setenta años, con una novia fija, el hijo de ésta y un gato, que rellenan una biografía monótona en términos narrativos. El coqueteo con la joven traductora señala un posible trayecto que la novela no sigue. Los oscuros manejos de las autoridades ocultando información y la supuesta tutela estadounidense indican otro camino que tampoco se profundiza. El hecho de que Selb tenga un pasado como fiscal del nazismo tampoco lleva a Schlink a explorar lo que elaboraría después con cierta magia en El lector: la crisis de una Alemania dividida por dentro y la dificultad de confrontar el pasado. Y ese es el mayor problema o en todo caso el atractivo no aprovechado de esta narración en primera persona, no emplearse a fondo ni en las digresiones ni en la focalización de un asunto central. Lo único que cohesiona con cierto peso el relato es el repertorio de engaños en el que caen todos los personajes. También cae el lector hasta la mitad del libro; después ya nota que los frentes promisorios que abrió Schlink se van a cerrar con poco suspenso, y una voz narrativa correcta pero que no brilla.
M.E.