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Pol Pot y los gritos de un silencio eterno

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Pol Pot

Novela de Nancy Huston

Nancy Huston intenta comprender por qué Pol Pot asesinó en Camboya a un millón de compatriotas. El origen del mal estaría en la hipocresía de los años 60.

La furia homicida de Pol Pot todavía perturba. Cuando tomó el poder en Camboya en 1975 borró todo vestigio de cultura, quemó los libros, mató a médicos, maestros, a cualquiera que se resistiera a volver a la vida simple del campesino idealizado. Todos debían renunciar a tener conciencia, a amar, a la reflexión, a la vida privada. En migraciones forzadas y luego en campos de exterminio, los jemeres rojos de Pol Pot asesinaron a un millón de compatriotas.

Decir que fue algo “inexplicable”, o que “es Asia” y por lo tanto incomprensible, es uno de los caminos fáciles que ciertos occidentales han tomado para lidiar con ese crimen, a casi 50 años de ocurrido. Quedó en el anaquel de los fenómenos inclasificables. Sobre todo para quienes pertenecieron a la izquierda maoísta o estalinista, esa de café parisino de los años 60 donde Pol Pot abrevó en su juventud como pasajero oportunista. Es que ni siquiera José Stalin en su paranoia pudo imaginar algo semejante; quizá solo Joseph Conrad se anticipó con la novela El corazón de las tinieblas a través del personaje Kurtz. Es un horror que interpela y —eso es lo incómodo— tiende a responsabilizarnos. A todos. De eso trata este libro.

La novela de Nancy Huston, Labios de piedra, explora la biografía de Pol Pot desde su infancia hasta su consolidación en el poder, pero lo hace con la propia autora ingresando en el relato y contando su propia biografía en paralelo. Huston fue una joven de bajos recursos abusada intelectualmente por su padre, una estudiante que debió aceptar trabajos donde el avance sexual de sus compañeros era una constante —tanto verbal como en manoseos—, que tuvo su etapa de radicalización de izquierda en París, hasta que se dedicó como escritora a la lucha feminista. El lector se preguntará qué tiene que ver eso con Pol Pot. Responder a esa pregunta es el desafío que asume la autora.

Construir la máscara

En el origen están los años 60, su hipocresía de izquierda y de derecha, sus mentiras, la doble moral, el mundo en blanco y negro que parecía explicarlo todo. Pero Huston se remite a varios años antes, cuando el niño Saloth Sar —el futuro Pol Pot— de carácter aparentemente frágil, no cumple con las expectativas de sus mayores. Un niño que añoraba los cuentos de su padre al anochecer, esos donde ocurrían cosas terribles, como la presencia de hombres que le abrían el vientre a sus mujeres embarazadas con un cuchillo para arrancarles el feto. Que es abusado a los diez años en el colegio católico Mater Dei de Phnom Penh por un joven cura francés, rubio, hermoso, que le resulta irresistible y que lo viola mientras lo inicia en el catecismo. Antes había sido abusado por las concubinas del harén de la casa real jemer, en juegos aparentemente inocentes.

Como todo camboyano con vínculos aristocráticos, debía tener su educación budista; ingresa a un monasterio. Allí lo envuelven las rutinas, los hombres calvos de ojos vacíos, los rezos monótonos día tras día, un lugar donde el yo debía diluirse en el nosotros; luego la limosna, la mendicidad y el control total de las emociones. Nada de reír, llorar, abrazar. Elementos que luego trasladará a sus huestes de jemeres rojos para disciplinarlos, menos el “no matarás”. “Durante toda la vida dirás que has pasado allí (en el monasterio) muchos años y no solamente uno” relata Huston. Otra mentira para construir el mito Pol Pot.

Es un pésimo estudiante, nadie empatiza con él y la familia no sabe qué hacer —pocos confían en el muchacho porque su fragilidad no convence, como tampoco su humor casi de lunático. Todo es parte de una máscara bien construida. Le consiguen vía la Casa Real una beca en París para aprender radiotelefonía a los 23 años, porque no lo consideran capaz de otra cosa. Pero poco a poco crece una idea en su más íntimo ser: devolver a Camboya la grandeza perdida, aquella que todavía deslumbra en Angkor Vat (o recuperar para sí el respeto que sus amigos y familiares le niegan; el factor resentimiento siempre está presente). Se halla cómodo entre los maoístas camboyanos de París, y también con las parisinas que lo encuentran bello, exótico, inescrutable (siempre pagan ellas). Se afilia al Partido Comunista Francés y se apropia de todas las herramientas dialécticas para explicar el mundo, y actuar sobre él.

Mientras, sobre todo a partir de la segunda mitad del libro, la autora Nancy Huston aparece en el relato. Elige un alter ego, Dorrit, para distanciarse (una elección acertada). Pero es Huston. Entonces se describe a sí misma con dureza, como un típico producto de esos años 60 radicalizados e hipócritas. A medida que sale de la pobreza y se inserta en círculos intelectuales de izquierda, se convierte en una hippie chic, una izquierdista de clase acomodada que grita y se indigna por los niños que mueren de hambre en Camboya mientras lleva dietas para bajar de peso y sufre anorexia. Los hay en cada familia.

El origen del mal

Cuando la guerra de Vietnam alcanzaba su auge a comienzos de los años 70, Vietnam del Norte comenzó a utilizar a la fronteriza Camboya para sostener su lucha en Vietnam del Sur. Estados Unidos no tardó en bombardear esos trillos de abastecimiento. Camboya, ya devastada por la corrupción y la incapacidad de sus gobernantes, tenía a Pol Pot instalado en la selva con una incipiente guerrilla. Vietnam del Norte se metió más en Camboya y Estados Unidos terminó lanzando allí casi tres millones de toneladas de bombas, igual cantidad que en Europa en toda la Segunda Guerra Mundial. Se estima que murieron, por las bombas y la hambruna, un millón de camboyanos. Los que sobrevivieron, más hambrientos y desesperados que nunca, buscaron a Pol Pot. En abril de 1975 los jemeres rojos entraron triunfantes en Phnom Penh.

Kissinger, uno de los artífices de esos bombardeos, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973. Los suecos que lo premiaron no entendieron, quizá por esa niebla de la Guerra Fría que no dejaba ver nada claro -sólo a través de prejuicios- o porque el mundo miraba apasionado a la estrella de la época, a Vietnam, y tarde, muy tarde se acordaron de Pol Pot. Y dijeron, oh.

Después la gente se pregunta dónde está el origen del mal. La respuesta se halla en esta novela valiente, y muy bien escrita.

LABIOS DE PIEDRA, de Nancy Huston. Galaxia Gutenberg, 2020. Barcelona, 190 págs. Traducción de Antonio Soler.

Nancy Huston
Nancy Huston (foto Guy Oberson)

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