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Poéticas de Milán: Orfeo, el mito y los neonazis

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Eduardo Milán

Columnista

El ángel de la historia es un enamorado referencial, lo quiere todo y lo quiere todo vivo, de nuevo, sin contraviento ni contratiempo.

Hay que concebir un Orfeo de la Historia. Un combinado del Orfeo mítico que sostenga el gesto de volver la cabeza y entrar en la desaparición de lo que ama por su propia mirada. Y crea el mito de la poesía —el canto— como desaparición, en mi modo de ver. (La otra versión es el canto cuyo sustrato es el vacío, el canto sin subsuelo, un canto sin tierra firme. El pie del subterráneo tiene sus alas con Hermes). Un combinado con El ángel de la historia que describe magistralmente Walter Benjamin en el fragmento IX de Sobre el concepto de historia: “Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros es una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas (…). Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. La duda del ángel de Benjamin es lo que entiendo como presente: la experiencia ahí, sin posibilidad de escape, lo que además es el único tiempo con que se cuenta. La poesía de ángel histórico riñe en la tradición con la poesía de mirada vaciante de Orfeo. El ángel de la historia vacila, Orfeo vacía. No hay mito con vacilación. Hay historia que vacila. En ese balseo —hoy de patera mediterránea cargada de migrantes— se escribe la poesía, en un presente de balseo. Orfeo no tiene un gran amor referencial, el objeto de su deseo es un pretexto que el significante exhibe como carnada. El ángel de la historia es un enamorado referencial, lo quiere todo y lo quiere todo vivo, de nuevo, sin contraviento ni contratiempo. El huracán es el mito, el huracán pura física es el murciélago en ciernes que siglos después preparará a la especie humana para un resurgimiento neo-nazi con nostalgia de grandeza, un resurgimiento sin cabeza, descerebrado, casi sin cráneo. Un ángel es el fin (“todo ángel es terrible” dice Rilke, yo leo la unidad-ángel en esa elegía). Pero la contradicción angélica es la que posibilita la escritura poética, un ángel sin sentido y un ángel con sentido. Lo demás es necesidad, o, como dice Wallace Stevens, “El ángel necesario”, el tercer ángel. Si es que el impulso sin freno, descraneado, que revienta lo que no tiene nos deja llegar a ese tiempo allí.

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