Pequeña historia inverosímil

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SOLEDAD PLATERO

ESTE ES uno de tantos libros que llegan al mundo con una ventaja comparativa: la promesa de develar algo de la vida privada de una persona famosa. Lejos de las biografías aleccionantes o de las "vidas de santos" que fueran de consumo masivo en otros tiempos, las vidas noveladas de personas célebres (o de personas desconocidas que estuvieron cerca de personas célebres) no parecen diseñadas con fines moralizantes sino más bien con la intención de satisfacer la curiosidad cholula de lectores que no confesarían ser espectadores de programas como los que conduce Jorge Rial en la televisión argentina.

Al mismo tiempo aprovechan la coartada de sacar a luz los aspectos olvidados de la vida de los famosos, haciendo así un modesto pero indiscutible aporte a la "pequeña historia", esa hermanita chica de la Historia que, desde hace décadas, viene tocando el cielo de las estrellas en los estudios académicos.

Martha F. es una novela que finge ser escrita por Martha Freud, la esposa del padre del psicoanálisis, pero su autora es Nicolle Rosen, una ensayista y psicoanalista francesa que vive en París y que publicó, antes de ésta, otras dos novelas, aún no traducidas al castellano.

Mediante el recurso de intercalar cartas y reflexiones tipo "monólogo interior" la autora repasa la vida de esa mujer que tuvo el dudoso privilegio de acompañar al Dr. Freud durante más de cincuenta años de matrimonio. Fueron años especialmente intensos. Las cartas que Martha envía -desde el exilio en Londres- a una corresponsal que vive en Estados Unidos están fechadas entre setiembre de 1946 y setiembre de 1947. Europa está saliendo de la segunda guerra, y las memorias de la protagonista están llenas de referencias a las circunstancias políticas que sacudieron al continente durante la primera mitad del siglo XX. La vida de los judíos en los imperios alemán y austrohúngaro, la primera guerra mundial, el fin del reinado de los Habsburgo, las crisis financieras y sociales que sacudían a Occidente, las mujeres que rodeaban a Freud, las "amistades apasionadas" con otros hombres, la enfermedad final, el nazismo, el exilio y la muerte son los temas que verdaderamente resultan de interés en esta novela que, a decir verdad, no entrega a una Martha Freud muy creíble.

EL CAMINO DEL GENIO. La verdadera Martha Freud fue la madre de los seis hijos del Dr. Freud, y dedicó por entero su vida a hacer más fácil, más llano el camino del genio con el que se había casado. En esa cruzada debió soportar no pocas humillaciones y renuncias. Abandonó sus rituales religiosos, educó a sus hijos en la más rigurosa laicidad, accedió a distanciarse de su hermano y a tolerar la amistad íntima de Minna, su hermana menor, con Sigmund. Fue una esposa perfecta, tolerante, casi siempre sana, invisible y sensata. Al menos eso es lo que se sabe de ella.

Sin embargo, la novela de Rosen nos quiere acercar a una Martha lúcida, consciente del sacrificio que fue su vida, llena de recuerdos penosos y de reflexiones amargas, que se arrepiente, hacia el final de sus días, de no haber confrontado a su marido, de no haber sido dueña de su destino, de no haber puesto más energía en sí misma y en su felicidad.

La intención de la autora no es mala, pero el resultado es inverosímil. La Martha F. de Nicolle Rosen tiene los recuerdos de Martha Freud, pero su pensamiento es el de una mujer del siglo XXI, educada e independiente. Es inconcebible que la verdadera Martha hubiera hecho alguna vez declaraciones de insatisfacción como las que Rosen le atribuye, en pos, tal vez, de cierta justicia póstuma.

La notación del nombre, por otra parte, tan siglo XIX (Martha F.), remite al estilo que conservan hasta hoy las viñetas psicoanalíticas, y fortalece la idea de "psicoanálisis epistolar" que parece alentar detrás del formato elegido para narrar la historia. Es como si Rosen se hubiese propuesto una broma: castigar al doctor con un trago de su propia medicina.

LAS AFINIDADES INTELECTUALES. Sin embargo, la autora no se permite demasiadas libertades. Su mayor osadía consiste en hacerle decir a Martha cosas que todo el mundo sabe o piensa -que Freud era autoritario, que no toleraba discrepancias, que prefería rodearse de mujeres, que no prestó atención a lo que estaba ocurriendo con el nazismo, que fue mezquino con su familia de origen cuando finalmente debió escapar de Alemania- pero la pone a salvo de los "malos pensamientos". A pesar de su imposible lucidez, Martha F. no es capaz de decir que su marido la engañaba con Minna, o que su "amistad apasionada" con Wilhelm Fliess, con Ferenczi o con Jung podía ser algo más que una afinidad intelectual. Es decir: Martha hace constantes observaciones sobre esos temas, muchas más de las que razonablemente podría hacer una mujer de su tiempo y cuya vida consiste en atender, como un ama de llaves perfecta, las necesidades de una casa burguesa. Pero insiste en creer en la fidelidad de Freud, y en no hincar el diente a las posibles inclinaciones homosexuales o incestuosas que sus propias reflexiones sugieren.

Lo cierto es que, posiblemente, si Rosen no hubiera mechado sus propias opiniones y sus conocimientos psicoanalíticos en el dibujo de su personaje, este hubiera quedado reducido a lo que fue: una mujer sin luz propia, apenas iluminada por el reflejo de su imponente marido.

Hay que decir también que la autora muestra poca destreza narrativa a la hora de armar el relato. Casi todo el tiempo está echando mano a ese recurso que, en los teleteatros, se manifiesta poniendo a un personaje al teléfono a repetir, en voz alta, para que el espectador se entere, todo lo que le dice su interlocutor invisible. En este caso, la protagonista reconstruye continuamente conversaciones personales o epistolares que ha tenido con su corresponsal americana, solo para que el lector esté al tanto de alguna cosa. Un detalle más que conspira contra la verosimilitud de la historia.

La novela se deja leer, porque todos queremos meter la nariz en la vida íntima de los genios, pero no agrega nada a lo que ya se sabe de Freud y de su vida matrimonial, y no llega a ser conmovedora porque el personaje no es nunca creíble, no parece vivo, no logra convencernos de su existencia.

Los que no conozcan o no quieran leer biografías de Freud o de sus parientes, encontrarán en Martha F. unos cuantos datos interesantes. Conviene, de todos modos, no perder de vista que se trata de un personaje ficticio, precisamente ahí donde se juega su mayor riqueza: en la capacidad de verse a sí mismo.

MARTHA F., de Nicolle Rosen, Circe, Barcelona, 2006. Distribuye Océano. 262 págs.

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