LA MALA POLÍTICA
Dos libros abordan la crisis del lenguaje que usamos en política, situación que pone en peligro a la democracia, dicen Thompson y Lladó.
El lenguaje de la política en Uruguay se está muriendo, se está quedando sin palabras claras. Sean políticos, periodistas o la opinión pública, a la hora de expresarse parecen haber perdido la capacidad de vincular los problemas reales a la otra capacidad, la de imaginar las soluciones. Y no es que los partidos carezcan de elaborados programas de gobierno, que la gente no se interese por lo público, o que el periodismo no ponga su mejor empeño. Cuando hablamos, todos ingresamos en el territorio anestesiado de las frases ingeniosas pero vacías, de los eufemismos, de las palabras ambiguas, del abuso de los tópicos (¿qué quiere decir inclusión financiera, por ejemplo, o sensación térmica, referida a la inseguridad?).
Dos libros recientes abordan el tema. Sin palabras, ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? de Mark Thompson, y La mirada lúcida, El periodismo más allá de la opinión y la información, de Albert Lladó. El primero, escrito por el presidente del diario The New York Times, analiza las razones del empobrecimiento del lenguaje público sobre todo en el mundo anglosajón, y cómo eso se ha convertido en un peligro para la democracia. El segundo, de autor catalán, se enfoca en el mundo periodístico y la forma cómo, en situaciones de crisis del lenguaje, éste debería apelar a ciertos postulados básicos para llegar a la verdad y reiniciar la discusión.
MAQUILADORA DIGITAL.
Para Thompson los primeros culpables fueron Thatcher y Reagan. La Dama de Hierro hizo historia diciendo las mayores barbaridades y quedando impávida, protegida con una máscara que la haría famosa. Reagan, orador de capacidad hipnótica, logró simplificar el lenguaje de la política hasta esterilizarlo. “Era un constructor de misiles y escudos antimisiles, que además no jugaba para empatar sino para ganar. Aun así, encuentra un lenguaje que, en cambio, insinúa la posibilidad de una reconciliación”. O sea, ni una cosa ni la otra: la nada. Los dos iniciaron una era donde la política rica en soluciones comenzaba a desaparecer. Con la profesionalización del marketing político, la llegada de Internet y la revolución en los medios de comunicación, esta tendencia se aceleraría e intensificaría, dice el autor.
Thompson fue directivo de la BBC. Consolidó hace 30 años los noticieros de televisión tal como los conocemos, con esas presentaciones de noticias limpias, austeras, equilibradas. Intuía que estaba comenzando una era complicada y que todos los seres humanos necesitarían, ante el desmadre, recuperar la antigua noción de sabiduría práctica, es decir, la prudencia. Actitud que les permitiría discriminar entre el lenguaje público válido y el dudoso, entre ese que se acerca a la verdad, y el otro, falso, engañoso o vacío de contenido.
La intuición no le falló: lo sucedido en estas tres décadas ha sido tremendo. Han pasado bajo el puente Berlusconi, Sarah Palin, Donald Trump, la censura que impone lo políticamente correcto, el Brexit —donde la irracionalidad ganó atacando todos los argumentos racionales—, Bolsonaro, la histeria de las redes sociales y la “implacable segadora que es el algoritmo de Facebook” (Thompson lo califica de “maquiladora digital”), hasta llegar a la actualidad, donde los informes periodísticos pueden llegar a equiparar la opinión de un científico con la de una madre que, sin base científica alguna, decide no vacunar a sus hijos. El autor reflexiona: “si el conocimiento no cuenta para nada, y todo es opinable, todos somos expertos y nadie puede convencernos de lo contrario”.
Sin palabras se ocupa sobre todo de la retórica, de la mala, la que se nutre de estas palabras vacías. Recupera entonces un ensayo que Orwell escribió en 1946 titulado “La política y el idioma inglés”. El escritor británico, autor de la famosa novela 1984 que impuso el término “Gran Hermano”, temía que el avance estalinista terminara destruyendo la lengua en Occidente. Dijo que el lenguaje político se estaba volviendo rancio, pretencioso, confuso y vago, hecho que provocaba una suerte de anestesia en la cabeza de los ciudadanos, porque éstos no entendían lo que sus líderes decían, ni lograban sacar en limpio información que les permitiera discutir, sobre bases reales, con otros ciudadanos. Muy parecido a la realidad actual.
“Orwell sostiene, como yo, que el lenguaje político puede ser un agente del cambio”, mientras que los factores negativos potencian fuerzas exógenas, provocando “un mayor deterioro del lenguaje”, dice Thompson. En una parte del ensayo Orwell da varios consejos prácticos sobre cómo escribir bien —algo que nuestro querido Homero Alsina Thevenet observará, desde alguna parte, con una sonrisa. Pide evitar los tópicos (por ejemplo, el ya mencionado inclusión financiera), el uso innecesario de palabras largas (intermitentemente), los barroquismos (ej., algo verborrágico abroquelante), el uso excesivo de la voz pasiva (“el gato es acariciado por mí” en lugar del más adecuado “yo acaricio al gato”), palabras extranjeras (boutade, cunnilingus) o términos técnicos pretenciosos (polimorfismo, clivaje). Consejos para periodistas, políticos, para toda la ciudadanía, porque los responsables de la decadencia o la salud de la lengua —y de la democracia— somos todos.
PROPAGANDA Y MENTIRA.
Albert Lladó en La mirada lúcida rescata un viejo texto periodístico del notable franco-argelino Albert Camus, de 1939. Ante la amenaza del avance nazi sobre Francia (que luego se concretó), Camus se queja del estado calamitoso de la prensa francesa, de su incapacidad para mostrar la realidad y sumirse en insultos y debates inconducentes, con un lenguaje atemorizado y una sensación general de vértigo. El artículo, que pedía evitar la autocompasión y elevar la mirada, fue censurado por las autoridades.
Lladó entiende que ese texto anticipa la realidad actual. Por eso le propone al periodismo asumir lo que él llama “la mirada lúcida”, esa que permite ir detrás de los tópicos, los eslóganes, y entender qué es lo que se está ocultando. Señala que toda narrativa que viene del poder “se escribe sobre un palimpsesto”, un relato que oculta de forma parcial o total un relato anterior. “El texto primitivo, del que a veces solo quedan marcas del raspado, es la huella que el periodista intuye y persigue”. Eso incluye a las peligrosas fake news, que parecen haberse naturalizado. Martín Caparrós, en un reciente artículo (El País, 16/5/2019) titulado "Argentina, el fracaso como salida", relata el caso de un operador político, Juan Grabois, favorito del papa Bergoglio, crítico de Cristina Kirchner y ahora su máximo defensor. Salió de forma agresiva a criticar las exenciones impositivas que Macri le habría dado a una empresa de e-commerce. Convocado a un programa periodístico en televisión, se le advirtió a Grabois que dichas exenciones habían sido adjudicadas antes de Macri, durante el kirchnerismo. El operador se defendió diciendo que él no tenía que decir la verdad: “yo soy un militante y le doy a la información el sesgo que quiero”, aclarando luego vía Twitter que si no actuaba así, “no te escuchan…”.
SIN PALABRAS, ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?, de Mark Thompson. Debate, 2017. Bogotá, 460 págs. Trad. de Gabriel Dols Gallardo. En Uruguay solo disponible en ebook.
LA MIRADA LÚCIDA, El periodismo más allá de la opinión y la información, de Albert Lladó. Cuadernos Anagrama, 2019. Barcelona, 90 págs. Distribuye Gussi.