por José Arenas
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Cayetano Santos Godino tenía apenas siete años cuando se convirtió en una leyenda viviente en el Río de la Plata. Con su niñez recién amanecida se volvió uno de los más temidos secuestradores y asesinos seriales del Barrio de Once de Buenos Aires, claro que su delito inaugural, que lo tiene a él y a otro niño como protagonistas, aún no deschavaba del todo la maldad con la que será conocido el mentado purrete.
De eso trata el libro El Petiso Orejudo, de María Moreno. Son los albores del siglo XX, alguien rapta y mata niños sin otra causa aparente más que el pasatiempo. De sus crímenes se hacen eco los diarios y los cronistas. Las madres temen que sus hijos jueguen en las veredas baldías, los pequeños salen escoltados, los vecinos están atentos, no se sabe qué monstruo está detrás de esas atrocidades. Los pasquines policiales relatan la brutalidad de los casos con una narrativa bien lograda, dando cuenta de la técnica que tenía por entonces el género crónica. Alrededor de once serán las víctimas sin sumar vandalismos varios, pero será luego del asesinato del niño Gesualdo Giordano cuando se conozca quién es el peligroso homicida detrás de las maldades anteriores: otro niño, Cayetano Santos Godino, un hijo de inmigrantes como la mayoría, un turro de esquina a quien han visto numerosas veces pasar por allí con rostro imperturbable. Sin embargo, su apodo mucho más que su nombre pasará a la historia con temida perplejidad y reminiscencia de criatura anómala: El Petiso Orejudo.
Punk neobarroco. De María Moreno suele decirse que la única novela dentro de su extensa obra es El affair Skeffington, y quizá esto se base en que ésta es la única obra donde la ficción es el eje fundamental de la narrativa, aunque incluya su buena parte de información y formación en historia del modernismo feminista. También se ha hablado de Blackout como su obra cumbre, una novela autobiográfica, pero, por tratarse de un libro fiel a la autora, los límites entre los géneros se desdibujan al punto de encontrar en esa crónica del alcoholismo, un extraordinario monstruo formado por retratos, autobiografía y micro ensayos literarios. Sin embargo había quedado entre sus libros una novela de no ficción, una crónica, o bien un texto de periodismo narrativo al estilo de Rodolfo Walsh, atravesado —cómo no— por la estética barroca que la caracteriza y que la emparenta con el cruel barro recargado de los hermanos Lamborghini. Así aparece El Petiso Orejudo, una obra tan oscura como cautivante que conoció un par de versiones y una edición anterior a la que recién se dio a conocer a través del sello Tusquets.
La primera versión del texto, según cuenta Moreno, fue una especie de desaforada escritura donde ella, posesa, accedió a una información escueta y el resto fue un espejo del cuento “El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini. Pero el manuscrito fue rechazado y perdido. Ya en 1995 una periodista madura accedió a informes policiales, a recortes periodísticos, a una información basta que le permitiera escribir la novela definitiva sin perder el toque “punk neobarroso” que la caracteriza.
Las voces del monstruo. La narrativa del libro El Petiso Orejudo de María Moreno se divide en dos registros. Uno es el de la novela que narra los crímenes del niño Cayetano desde su último asesinato. En el momento en que el niño Gesualdo Giordano sale a la calle a jugar con sus amigos empieza un revuelo barrial en busca del pequeñito. Desde allí, la vida y las atrocidades de Godino se contarán con una voz clara de relato no ficcional en la que no faltan los terrores y miserias del hampa, propios de los comienzos del siglo XX en el Río de la Plata.
Aún en la empresa de narrar la historia, el estilo de María Moreno está presente con su modo cargado y valioso, una forma sui generis del barroco arrabalero. En su escritura aparecen, por necesarios, el diamante y el cieno, parafraseando a Darío.
A partir de esta escena de choque, la narración ingresa en el mundo subjetivo del Petiso Orejudo y a través del foco de sus ojos lo vemos perdido en medio de una infancia catastrófica donde solo tiene a la maldad como entretenimiento, y un ambiente de locura gótica y monstruosa dignas de escritores como Henry James o Edgar Allan Poe. Aquí se ve un personaje que pudo haber sido ficcional y que, sin embargo, fue temiblemente histórico. Así lo hace sentir la voz que emplea la autora para narrar una de las caras de esta historia de horror en clave de periodismo.
El otro registro que lleva las riendas en la novela explora una parte lírica en su mayoría, incluyendo fragmentos de artículos policiales y periodísticos. El fragmento lírico corresponde a lo que la autora, en el prólogo a esta edición reciente, llama una “opereta trash” y está a cargo del “Coro El Paladar del Pueblo” que a modo de una tragedia griega pone verso a cada cambio de capítulo, ensangrentando de poesía la obra de un modo más libre. Allí se citan personajes de la época como el cronista uruguayo Last Reason, o bien se sitúan los murmullos sobre los crímenes de Godino en ambientes de intelectuales callejeros como “El puchero misterioso” —aquella trastienda en la que solían reunirse los Tuñón, Nalé Roxlo, Carlos de la Púa, Córdoba Iturburu, etc. Esa opereta tiene un macabro estribillo que anticipa, cada vez con diferente sentido, las fechorías del Petiso Orejudo, o llora las tristezas que sus asesinatos ocasionan, o grita el miedo popular en la frase “¡El aire huele a sangre de angelito!”
Sin embargo estos versos parecen escapársele a Moreno, ya que la firma de esta serie de textos para la creación de la “opereta” le pertenece a “un poeta macabro de la más tropical y exquisita imaginación”, como si fueran dos narradores distintos del mismo hecho pero en diversas formas del discurso. Esta firma, cuenta Moreno, fue leída en uno de tantos papeles encontrados en archivos judiciales en torno al caso de Godino, así fue que la adoptó para esa voz lúgubre que canta de a ratos.
Dura, macabra y exquisita. En este libro que María Moreno escribió hace cuarenta años bajo los influjos de las musas y que, luego, veinte años después volvió a escribir con la consciencia de una periodista rigurosa, se puede encontrar a la más extraña de las Moreno. No es la Cristina Forero de su primera novela, tampoco es la María Moreno de sus crónicas y retratos de periodistas injustamente olvidados en la maraña del tiempo. El Petiso Orejudo presenta una cara casi oculta de esta enorme escritora, una que va tras las pesquisas de un asesino al modo policial y social, y al mismo tiempo, una creadora dueña de una escritura que no pretende ocultar sus afinidades e influencias, como las del Rubén Darío cronista. Por rara pero no ajena, puede que esta sea una de sus joyas. Dura y macabra a la vez que exquisita, como ese poeta que menta para liberar la voz popular y lúgubre que va tras los pasos del niño Godino.
EL PETISO OREJUDO, de María Moreno. Tusquets, 2021. Buenos Aires, 301 págs.