Los hermanos de Kaspar Hauser

Patricio Pron (desde Alemania)

HUGUES LEROUX MENCIONA en sus Notas sobre Noruega (1895) la historia de unos cazadores que hacia 1350 capturaron en Jostedalen a una niña que sólo podía decir la poco razonable frase: "madre, pequeña perdiz blanca". Un tiempo después, tras aprender el idioma, pudo dar cuenta de su historia: sus padres habían muerto debido a la Peste Negra pero su madre se las había arreglado para guarecerla en una cama de plumas y proveerla de alimentos. Cuando éstos se terminaron se refugió en el bosque, donde sobrevivió apartada de los hombres y perdió la capacidad de hablar hasta su captura. Después de la captura su readaptación fue simple y acabó por casarse. Según LeRoux, algunas familias de la región se tenían todavía a fines del siglo XIX por sus descendientes y mostraban como comprobante de esa filiación una piel cuyos anchos poros recordaban los de un ave.

No fue extraño leer historias de este tipo hasta bien entrado el siglo XVIII, puesto que satisfacían a un público lector interesado por las anomalías. Entre las más impresionantes de ese período se cuentan las historias de tres niños supuestamente criados por lobos en Hessen a partir de 1341, uno por vacas hacia el final del siglo XVI y uno por corderos en Irlanda, hallado en 1672. En 1644 el filósofo inglés Kenelm Digby otorgó por primera vez un nuevo papel al niño salvaje al dar cuenta del caso de un joven de la región de Lüttich llamado Hans que durante la Guerra de los Treinta Años habría huido al bosque donde se habría rápidamente asilvestrado. Al regresar a la civilización poseía un agudo sentido del olfato, lo que le permitió a Digby reflexionar acerca de las diferencias en el desarrollo de los sentidos en el ámbito artificial y en el natural. A partir de Digby, y con la irrupción de la Ilustración en el ámbito intelectual europeo, el niño salvaje dejó de ser una anomalía para constituirse en un objeto de estudio que permitía conjeturar el estadio del hombre antes de que la civilización surgiese. Georges-Louis Buffon y Jean-Jacques Rousseau vieron en estos casos rastros de una nobleza propia del salvajismo. Pero su consagración llegó con la edición de 1758 del influyente Systema Naturae en el que el sueco Karl Linné incluyó en su clasificación sistemática de todas las criaturas del mundo al "homo ferus" —al que definió como "cuadrúpedo", "mudo" e "hirsuto"— como subespecie del homo sapiens.

Más de doscientos cincuenta años después, un abarcador trabajo de PJ Blumenthal aparecido este año en Alemania recrea la historia de los niños salvajes, de su conversión en un objeto de estudio y de su presencia en nuestros días. Los hermanos de Kaspar Hauser. A la búsqueda del hombre salvaje recoge más de cien casos de niños salvajes o brutalizados por el encierro, lo que lo convierte en el compendio más abarcador en su tipo jamás realizado. Gacelas, tigres, lobos, osos, leopardos, lobos, chimpancés, ovejas, cerdos, monos babuinos e incluso avestruces se cuentan entre los animales que desfilan por sus páginas. Uno de los grandes méritos del libro es, además de su abarcadora documentación, una a menudo fina sensibilidad para aproximarse a sus personajes, seres mudos que asisten perplejos a una doble violencia: la que los arrancó de entre los hombres para arrojarlos al salvajismo y la que los trajo de regreso a una civilización que nunca parecieron comprender.

MOWGLI Y COMPAÍA. En cada uno de los casos de asilvestramiento subyace, según Blumenthal, la pregunta acerca de la separación entre hombre y animal, de la que da cuenta el informe de una expedición púnica que en el siglo V a.C. habría alcanzado el territorio de la actual Sierra Leona, donde avistó a unos naturales a los que un nativo llamó "gorillai". Al intentar capturarlos éstos opusieron una resistencia tan dura que los expedicionarios debieron darles muerte, llevando su piel como testimonio a Cartago, donde pudo ser observada en el templo de Moloch hasta la destrucción de la ciudad.

Esta separación interesó naturalmente a los teóricos de la evolución, que durante décadas discutieron acerca del "homo ferus". Sin embargo, más allá de la aparición en Kronstadt de un niño salvaje en 1781 y de otro en la húngara Zips en 1793, se trataba de los mismos casos conocidos desde hacía siglos. Fue gracias a la aparición de un niño salvaje en el departamento francés de Aveyron en 1799 y la de Kaspar Hauser en Nuremberg en 1828 que el interés por los niños salvajes se renovó. En ciertos aspectos, la rareza de ambos casos justificaba dicho interés. En el caso de Victor de Aveyron debido a los sorprendentes progresos realizados pese a que médicos tan prestigiosos como Phillipe Pinel lo habían dado por un caso perdido. En el de Kaspar Hauser, a causa de su curiosa aparición (en una calle de Nuremberg con una misteriosa nota en la mano) y al persistente rumor, acerca del que todavía se discute, de que se trataba del heredero de la casa real de Baden.

Un folleto publicado en Londres en 1852 bajo el título de Un informe sobre lobos que criaron niños en sus madrigueras reforzó el interés por el tema. Pero no fue sino la aparición del texto de un antiguo funcionario colonial británico llamado Grey Ross que relataba el supuesto secuestro de niños por parte de lobos en las cercanías de la india Sultanpur alrededor de 1860, lo que desencadenó una nueva ola de testimonios. En su mayoría eran memorias de funcionarios coloniales retirados. El Libro de la selva de Rudyard Kipling es el producto de ese tiempo y su personaje Mowgli, él mismo un niño salvaje, ha pasado a la historia de la literatura como el ejemplo de una natural inocencia.

NATURALEZA Y CULTURA. Pese a lo que en primera instancia pudiera afirmarse, la desaparición de las zonas no urbanizadas no ha hecho que la aparición de niños salvajes resulte menos habitual de lo que era en el pasado. Blumenthal menciona catorce casos sucedidos entre 1976 y 2002, entre ellos los de un niño criado por perros en Chile, dos niños salvajes rusos y cinco niños criados por monos en África. El de un niño crecido entre chimpancés en Nigeria y el de otro en Transilvania son los casos más recientes.

Según la psicóloga italiana Anna Ludovico (cuyo La mona vestida. Los niños salvajes: 47 casos era hasta la aparición del libro de Blumenthal uno de los más completos estudios sobre el tema) lo que diferencia al hombre del animal "no es la biología sino la cultura", por lo que los hombres salvajes serían "una suerte de puente entre humano e inhumano, una ultima ratio entre ‘naturaleza’ y ‘cultura’".

En busca de comprobar si era la cultura y no la biología lo que diferenciaba al hombre del animal, el psicólogo Winthrop Niles Kellog decidió educar a un joven chimpancé llamado Gua prestado por la universidad de Yale conjuntamente con Donald, su hijo de diez meses de edad. En casi todos los campos fue Gua quien aprendió más rápidamente, llegando incluso a enseñarle al otro a trepar y a expresar hambre mediante una especie de ladrido. El niño se habituó a lamer los restos de comida del piso y comenzó a rechazar el calzado. Con diecinueve meses sólo sabía seis palabras, cuando lo habitual para esa edad son cincuenta, aunque poseía un amplio repertorio de gruñidos, gritos y ladridos que había aprendido del chimpancé. Eso decidió a Kellog a cancelar el proyecto. Más tarde, el joven Donald Kellog aprendió a hablar e incluso se graduó de médico en la Harvard Medical School, aunque se desconoce si el chimpancé no hubiese obtenido mejores notas. Gua nunca escribió un informe para una academia.

Muy pocos de los niños salvajes de los que Blumenthal da cuenta pudieron contar su historia por sí mismos. Una niña bengalí que había sido criada por lobos en 1920 no pasó, después de años de aprendizaje, de un par de docenas de palabras, como la mayor parte de sus compañeros de infortunio. El caso mencionado al comienzo de este artículo constituye la única excepción a esta curiosa regla. Si algo posee de meritorio el intento de Blumenthal es, precisamente, brindarle voz a quienes nunca la tuvieron. Su libro es una historia paralela de la Humanidad que denuncia tácitamente como ficciones demasiado cómodas la evolución y el desarrollo cultural puesto que su mensaje parece radicar en que las ramas de las que alguna vez nuestros antepasados descendieron para echar a rodar esto que llamamos la especie humana se encuentran más cerca de lo que suponemos, al alcance de la mano.

KASPAR HAUSERS GESCHWISTER. AUF DER SUCHE NACH DEM WILDEN MENSCHEN de PJ Blumenthal. Wien/Frankfurt am Main: 2003.

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