"Lo esencial es la intriga"

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Ana Larravide

(desde Buenos Aires)

DOS DÍAS después de esta entrevista en Ituizangó, su barrio, Eduardo Sacheri voló a Madrid. La película de Juan José Campanella, El secreto de sus ojos, basada en la primera novela de Sacheri, La pregunta de sus ojos, recibió allí el premio Goya. Fue un anuncio. La película obtendría luego el premio Oscar a la mejor película extranjera. Su segunda novela, Aráoz y la verdad, adaptada por Gabriela Izcovich, se estrenará en abril en el teatro La Plaza, con Luis Brandoni y Diego Peretti como protagonistas.

biografía homeopática

-Tus cuentos se ubican en estaciones de tren, en canchas de fútbol. Hablan del destino, de lo que parece inevitable.

-Me atraen siempre: el destino, la libertad, la muerte, el amor, la justicia, la solidaridad, el egoísmo. Dichos así en hilera suenan rimbombantes. Para sacarles solemnidad los juego en tramas pequeñas y sencillas, como se juegan en la vida cotidiana. Son los mismos temas con que se entretenían los griegos hace mil quinientos años.

-¿Por qué quisiste ser profesor de Historia?

-Seguí como carrera la única materia que me había gustado en el secundario. Pero no me entusiasmaba dar clase (recordaba la bola que yo les había dado a mis profesores). Al final de la época de Menem el tema trabajo se había puesto muy difícil para un montón de gente, incluyéndome. Me había casado. Estaba trabajando en un supermercadito, en un barrio complicado, con niveles de violencia. Y ahí me dije: "¿Cómo llegué hasta acá? ¿Qué decisiones me han traído hasta esta Pascua?" Mientras me lo preguntaba empecé a escribir historias mentirosas, ficción. Y tomé miles de horas en el secundario... en escuelas donde el diablo perdió el poncho, horas que no quiere nadie, en zonas bravas.

Fue todo un descubrimiento para mí entrar a un aula y ver que tenía cosas para decir y modos para compartir.

-Y que era posible sostener la atención de un público.

-Un público exigente. La docencia además me afirmó en algo: estoy convencido de que la mirada que se echa sobre nosotros nos construye: es clave cómo mirás a cada alumno, es absolutamente central. Una mirada adusta, rígida, solemne, exigente, condiciona en un sinnúmero de sentidos. A la inversa, una mirada benevolente, pródiga, optimista, te abre camino.

-Gente que sabe del asunto dice que toda ficción es biografía y toda biografía, ficción.

-Seguro. Pero mi dosis biográfica es homeopática. En un mar de inventos diluyo unos cuantos litros de biografía.

-En tus dos novelas hay mujeres intangibles, ideales.

-La mujer que da sentido a mis tramas no está. Algo debe atraerla. Aparece como objeto de amor, de búsqueda, que facilita la condición narrativa.

-Líquido biográfico. ¿Tuviste hermanas?

-Hermana, madre, tía, abuela, primas. Me crié entre mujeres. Mi papá murió cuando yo tenía diez años. Eso tiene que ver con estos padres maravillosos de mis cuentos. Murió de cáncer. Era un fumador. Fue un golpe muy fuerte para los que quedamos, para mis hermanos y para mí; para mi vieja. Cuando él murió ella tenía cuarenta y ocho años. Seis más de los que tengo ahora. Pero mi vieja se ancló en su recuerdo.

-¿Tu padre te contaba cuentos?

-¿Mi viejo? Mi viejo me contaba el mundo. Me encantaba escucharlo explicándome el funcionamiento de las cosas… los trenes, los aviones, el sistema político argentino.

-¿A un niño de diez años?

-En mi casa se conversaba mucho.

-Tenés buen oído para los diálogos. Como Manuel Puig en Cae la noche tropical, ¡esas dos viejas que hablan en tono de entrecasa… y pasa todo lo de la vida, en esa charla!

-El diálogo, como forma literaria, te pone límites. En el sentido de que baja el nivel de abstracción del discurso. Puig tenía un oído privilegiado, atento al rigor de la reproducción. También Osvaldo Soriano. Sus personajes se construyen a partir de lo que dicen. No los describe, pero escuchándolos los conocés desde sus palabras.

La redención

-Aráoz y la verdad sucede en un pueblo que se llama O`Connors, en una estación de nafta.

-Comencé Aráoz después de publicar La pregunta de sus ojos. Tenía esa sensación (que me agarra siempre) de catástrofe, de posible reiteración. Por ejemplo, los padres de mis cuentos solían ser amorosos, compañeros, héroes. Por eso, al padre de Aráoz lo convertí en todo lo contrario.

-Despectivo, desvalorizador.

-Además, fui a dar a mi tema predilecto, la redención.

-¿Redención de qué? ¿De qué culpa?

-Ah... ¡más que de una culpa, de un pasado! Siento que es una redención doméstica y de volver a empezar. Dicho así parece que fuera poquito, ¡pero, para la mayoría de las vidas, es tan difícil volver a empezar! El pasado no lo vas a cambiar, pero es posible reinterpretarlo. Eso es la clave para mí: se puede cambiar. Ni más ni menos.

-En La pregunta de sus ojos, Morales, el viudo, se hace cargo de una condena. Aprueba la pena dictada por un juez. ¿La pena trae reparación?

-La de Morales es una pena muy costosa. Se implica él mismo para que se cumpla. Le genera angustia ir perdiendo retazos de un pasado en el que pretende anclarse, que aquel desayuno con el perfil de su mujer iluminado por el sol se le vaya cada vez más lejos, al vivir. Cree que no hay un futuro feliz para él. Sólo ese pasado. Hay un montón de gente que vive así. Gente que uno tiene alrededor.

-Benjamín no es como él.

-Se redime. No elige la perseverancia en el dolor y en la muerte.

-¿A las mujeres amadas no hay que hablarles, no sea cosa que desaparezcan?

-¡No, no! ¡A las mujeres amadas hay que hablarles! Las minas son tracción a verso, dijo el poeta.

-Morales (Pablo Rago) dice una única frase en que sonríe: "¡Todavía no sé cómo me animé a hablarle a semejante belleza!". En cambio, Benjamín Chaparro -el personaje de Ricardo Darín- ¿qué temía? ¿Por qué no le hablaba a Irene de lo que sentía?

-Como en la música, hay un momento para cada cosa. Si lo dejás pasar, chau. Las cosas dichas a destiempo pueden ser destructoras -piensa Chaparro- y puede perder lo poquito que tiene: eso de irse a tomar un café con ella. Por suerte para él, Benjamín cambia. Resuelve: "No me callo más".

-Y se manda una novela.

-Y, mientras se la da a leer a Irene, ella le pregunta "¿Qué te pasa, Benjamín?". Pregunta una cosa con palabras y otra con la mirada.

-La famosa puerta que siempre quedaba abierta, en la escena final se cierra.

-Acordamos con Campanella que no hubiera besos. Que esa historia de amor quedara en la intimidad. A puerta cerrada. Me gusta la discreción. Escribo como a mí me gusta leer. Me encanta que me pongan la cabeza en marcha. Y suponer.

-¿Por eso preferís tramas de suspenso?

-Para mí tiene que ser así: que haya una intriga, algo por resolver. Es uno de los roles de la literatura: "¡Te voy a contar algo!, ¿sabés qué?". Eso es lo artístico, eso es lo placentero: algo que está fuera de nosotros dos: un suspenso, una intriga. Siempre se necesita una intriga. Aunque la historia sea de amor.

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