Osvaldo Aguirre (desde Buenos Aires)
EL BAR SE LLAMA La Nueva Andaluza y está en el barrio de La Paternal, en Buenos Aires. Desprovisto de carteles, pasa casi inadvertido desde la calle. Ofrece almuerzos económicos, los mozos son corteses y a la vez circunspectos, y su salón amplio mantiene el aspecto de "los de antes", sin la contaminación de los reciclajes modernos: a simple vista no hay nada que lo distinga de tantos otros bodegones. Sin embargo, para el dibujante José Muñoz es un lugar único, inolvidable, y por eso lo visita en su paso por la ciudad. "Se llamaba La Andaluza", aclara. "Era de mi familia. Acá llegaban hordas del tango: Dante, Martel, la orquesta de De Ángelis. Todos chupaban gratis, porque de alguna manera había que atraerlos". Son recuerdos que se vuelven más intensos con la distancia, después de vivir más de treinta años en el extranjero. Un tiempo en el que se ha consagrado como uno de los grandes artistas de la historieta moderna.
La serie Alack Sinner, por la cual obtuvo el premio internacional Yellow Kid (que se entrega en Italia) significó su reconocimiento y el inicio de una singular sociedad con el guionista Carlos Sampayo, que continuó a través de nuevas obras y se mantiene vigente con el proyecto de narrar en historieta la vida de Carlos Gardel. "Es una colaboración intensa, mutua, de coautoría a niveles que casi nadie entiende. Porque de pronto te encontrás con gente que dice `pero el autor es el escritor, y el dibujante es el ilustrador`", apunta Muñoz. Pero "la ilustración como referencia gráfica de una emoción ya resuelta, decidida en otra parte, no me interesa: yo quiero tomar la situación en mis manos, sentirla". Un principio de composición.
AÑOS DE FORMACIÓN. Nacido en 1942, José Muñoz comenzó a dibujar desde chico. Recortaba siluetas en las revistas de historietas y con ellas fabricaba soldaditos, cowboys y legionarios, que a veces se encontraban con los figuritas que su hermana María extraía, por su parte, de las revistas de modas. La familia llegó a disfrutar de un buen pasar económico, gracias a las zapaterías y luego los bares que instalaron en la localidad de Pilar, en el Gran Buenos Aires, y en la Capital Federal. Pero la ruina económica del padre puso un abrupto final a la infancia. "Mi viejo, don José Muñoz, fue un empedernido jugador de ajedrez, un amateur aventajado, hasta el punto de la obsesión. Así se reventó psíquicamente, porque en aquellos tiempos, años 50, laburaba de día en la zapatería y en el bar después. Entonces quedó encerrado en los barbitúricos. Tomaba Actemin a la noche para no estar cansado y jugar al ajedrez (y jugaba con el campeón argentino Julio Bolbochán), y tomaba Luminal a la mañana, para irse a dormir. Se volvió loco por diez años, fue un desastre atroz".
Ese pasado resuena como tema secundario en El Libro (2004), una de sus últimas historietas, con textos de Sampayo. "Mi viejo se llama Huergo en la historieta y tiene un socio, Sansegundo. En vez de una zapatería le pusimos una librería escolar. En el fondo del local don Huergo guarda una colección espantosa de literatura alemana. Mi viejo llegó a tener tres mil libros, muchos de ajedrez, grandes enciclopedias como la Espasa Calpe y también novelas, tratados de psicoanálisis que yo me leía de pibe. Me acuerdo de Las siete maravillas del mundo, una enciclopedia española de 20 tomos. Huergo comienza a quedar atrapado en el juego ajedrecístico por interés, apuesta guita. Mi viejo orilló eso, pero no se metió hasta ese punto. Entonces el personaje se come su parte del negocio y Sansegundo, que lo odia amablemente, porque Huergo es culto y él un inculto resentido, le compra los libros".
La referencia autobiográfica es puntual. "Mi viejo, en su desgracia posterior, estuvo laburando como empleado en una zapatería de un tío en plaza Flores. El socio de ese tío se llamaba Sansegundo, era una especie de rubio canchero, como Goyeneche en los años 50. Mi viejo lo agredía intelectualmente y Sansegundo se vengaba prácticamente, dado que era el patrón. Cuando mi viejo cayó en la desgracia Sansegundo le compró la biblioteca por 20 mil pesos y le dijo: `¿Sabés lo que voy a hacer con tu biblioteca? La voy a poner como decorado en mi oficina, porque nunca voy a leer nada. Fijate dónde estás vos y dónde estoy yo`. Eso, entero, está en la historieta." El eje de El Libro es el tráfico de capitales y de criminales de guerra nazis hacia la Argentina.
Desde chico, Muñoz hizo cursos de dibujo, escultura y pintura con un artista radicado en La Paternal, Humberto Serantonio, "que no quería que yo me rebajara a hacer historietas". Por eso, "tuve que pasar a la clandestinidad". En secreto, a partir de los diez años, asistía a los cursos de la Escuela Panamericana de Arte, donde tomó como maestro a Alberto Breccia. Pronto tuvo que abandonar, por los problemas económicos de su familia. No obstante, Muñoz siguió en contacto con Breccia. "Iba a verlo a su casa en Haedo y él me daba consejos. Cuando le manifesté mi necesidad de laburar, en lo posible dentro de lo que estaba aprendiendo, él y Pablo Pereyra me mandaron a hablar con (Francisco) Solano López. Así, desde los 14, 15 años me gané los mangos haciendo historietas."
Solano López era por entonces uno de los principales dibujantes de Hora Cero y Frontera, las revistas de Héctor Germán Oesterheld, y había formado un equipo con jóvenes ayudantes. Entre sus primeras labores, Muñoz realizó fondos en El Eternauta (1957-1960), sobre una invasión extraterrestre localizada en Buenos Aires. A los 18 años, empezó a dibujar sus propias historietas para esas mismas publicaciones, y le tocó continuar la serie bélica Ernie Pike. El encuentro con Hugo Pratt significó otro momento significativo en su formación: a su pedido, realizó Precinto 56 (1963-1965) para la revista Misterix, con guiones de Ray Collins (seudónimo del comisario Eugenio Zappietro). Fue su primera serie propia y también el inicio de sus exploraciones en el género negro. La historieta, ambientada en Nueva York, tenía como protagonista a Zero Galván.
La falta de publicaciones en Argentina hizo que volviera como ayudante a "la amabilísima fábrica de historietas" de Solano López, entonces proveedora de agencias europeas. En 1972 Muñoz viajó a Inglaterra para probar suerte por su cuenta. Así fue que su camino se cruzó con el de Carlos Sampayo. "Nos conocimos en 1974 en la costa catalana por intermedio de un amigo común, Oscar Zárate, un dibujante argentino que vive en Londres. Sampayo se estaba divorciando y yo venía de un quilombo similar. A los quince minutos estábamos hablando de lo que íbamos a hacer, ya se pergeñaban historias, se hablaba de Hammett, de Chandler, de la Argentina, de los problemas policiales de las sociedades latinoamericanas. Ahí nos metimos enseguida en la cocina del asunto. Ese verano un amigo nos hospedó en una casa en la isla de Mallorca. Estuvimos tres meses y armamos el primer Alack Sinner, las primeras veinte páginas, que terminamos en noviembre del 74. Conseguimos que la gente de la revista Linus lo viera. Inmediatamente lo compraron, y nos sacaron de las deudas.".
DENTRO Y FUERA DEL GÉNERO. La historia inicial, "El caso Webster", se publicó en enero de 1975. Alack Sinner es un ex policía neoyorquino convertido en detective privado. Su primera misión consiste en investigar las extrañas intimidaciones que sufre el director de una agencia de publicidad, donde poco a poco se revela un trasfondo psicológico siniestro. Sinner tiene muy malas relaciones con su ex jefe, el capitán Demetrius, pero conserva la amistad de otro policía, Nick Martínez, que aparece en ese capítulo y se convierte en los siguientes en uno de los personajes secundarios de mayor proyección en la serie. "Desde ese momento", dice Muñoz, "con todo el hambre que teníamos, hambre en todos los sentidos de la palabra, hicimos 20 páginas por mes hasta fines de ese año. Y ya tuvimos una buena base para solventar nuestros gastos y trabajar tranquilos. Y en lo policial, con las cosas raras que por ahí decía Sinner, empezamos a sentirnos cómodos."
En sus comienzos Alack Sinner "tenía algo de Zero Galván, un poco de Philip Marlowe en el carácter y el ambiente de las novelas de Hammett". Sus "cosas raras" ("No creo en la ley", dice, por ejemplo) mostraban la impronta de autores "malditos" del género negro, como Jim Thompson. "Las primeras historias estaban bien, pero tanto el dibujo como la verba de Alack eran como duritas, todavía sin demasiada humanidad", dice Muñoz. El despegue del "Alack de fórmula" hacia una elaboración personal se produce con "Viet-Blues", el tercer capítulo. "Empiezan a aparecer historias de amor contrastadas, el jazz, la noche, la droga, la patética solidaridad humana que uno insiste en presentar como posible salida para la humanidad. Todo eso lo fue transformando desde adentro."
"Viet-Blues" reúne a una notable constelación de personajes, tan definidos y atractivos como el protagonista. "Es que no eran figuritas, parecían personas", dice Muñoz. "Se habían vuelto reales sobre la mesa por la pulsión del trabajo, el deseo desesperado de expresarse. En ese momento conseguimos mezclar nuestra soledad extranjera y todos los delirios con la Argentina que se estaba oscureciendo y con nuestras semitragedias personales. El trabajo nos sostuvo, nos dio de comer y nos salvó. Ahí pusimos un montón de energías, alegres y desesperadas." Otro capítulo, "Conversando con Joe", sirvió para rearticular cronológicamente la saga (y por eso se lo ubica primero en las reediciones). Mientras suena "Cheryl Blues", de Charlie Parker, el detective le cuenta a Joe, dueño del bar donde suele detenerse a tomar una copa, por qué abandonó la policía: su oposición a una cruzada represiva hizo surgir en él la conciencia, cada vez más crítica, respecto de las relaciones sociales y del sentido de la ley. "Soy un escéptico. No tengo esperanza. Sólo creo en la amistad", dice.
Bs. AS.-N. Y.-BS. AS. La versión de Nueva York que dibujaba Muñoz era tan real como los personajes. Pero no porque persiguiera propósitos documentales sino porque allí reencontraba, de incógnito, a Buenos Aires. La ciudad en que había vivido y la que conocía a través del cine y la literatura se asociaban en su memoria. "La elección de Nueva York", dijo a la revista italiana Fumo di China, "se correspondía por un lado con la infancia en Buenos Aires, en esa mezcla asombrosa de razas y de culturas, y por otro con el placer de trabajar en las dimensiones típicas del imaginario occidental. En mis historias, Nueva York se convirtió cada vez más en una Buenos Aires disfrazada."
La redefinición de la historia alcanzaba también al dibujo -que dejaba de lado la línea clásica para avanzar hacia descripciones de tipo expresionista- y hacía foco en el protagonista. "Sentíamos que la figura del investigador privado, del ex policía que pasa a ser detective, estaba muy ligada al modelo clásico, al modelo estándar de la mitología norteamericana del género", observa Muñoz. A medida que la fórmula se diluía asomaba un individuo cada vez más complejo. Si bien nunca se decide a cerrar su oficina, Alack comienza a indagar más en sí mismo y en el mundo circundante que en las típicas misiones que se encargan a un detective. El personaje enfrenta conflictos familiares y amorosos que en cierto sentido parecen cifrados en su nombre (Alack significa "ay de mí" en sajón y Sinner "pecador", en inglés). En el noveno capítulo, "Ciudad sombría", se convierte en taxista, trabajo que cumple ocasionalmente, y conoce a Enfer, la mujer de la que se enamora y con la que tiene una hija, Cheryl.
"Algunos nos han criticado", explica Muñoz, "diciendo `ustedes empezaron a meter cosas de tipo íntimo, personal, en Alack y ahí un poco se les destruyó el juguete`. Pero el juguete nunca fue un juguete y nunca se rompió. Entiendo ese tipo de crítica, y estoy de acuerdo en que sucedió lo que sucedió: nosotros pusimos ahí adentro toda nuestra persona o grandes partes de nuestras personas. Y en Alack y Cheryl empezaron a aparecer mis problemas con mi hija, de padre divorciado."
El crítico español Javier Coma consideró que la producción de Muñoz y Sampayo constituía, después de Spirit de Will Eisner, "la segunda gran culminación del género negro en los comics". Al margen de su oficio, Alack Sinner resulta fruto de un ámbito signado por el crimen, en el sentido más completo de esta palabra, que en este caso incluye la corrupción política, la brutalidad policial y fenómenos como la discriminación racial y la intolerancia. Pero las transformaciones del personaje hicieron también eclosión en una crisis. "En 1977, agobiados por lo que parecía estar transformándose en un regodeo, Muñoz y yo suspendimos Alack Sinner. Debíamos reencontrarnos con él y para ello tuvimos que hacer que él se encontrara con su mundo significativo." Pero en el medio habría otras historias.
EL TERCER OÍDO. "Entre 1975 y 1980", sigue Muñoz, "Sampayo y yo vivimos en Breccia, una ciudad mediana a 80 kilómetros de Milán. Él estaba en un barrio, yo en otro, pasábamos todos los días hablando, él venía a casa, yo iba a la suya. Esos cinco años fueron de entremezclarnos, nos sentábamos a contarnos nuestras peripecias, que en ese momento eran peripecias diminutas, las cosas del día anterior. Hablando y escuchando con un tercer oído para escuchar qué nos caía como excusa narrativa: era lo que habíamos visto, lo que habíamos leído, lo que habíamos pensado."
Así, "en una de estas situaciones con gente real de Breccia conocimos a una piba, Elisa. Era enfermera y trabajaba en distintas casas, ayudando a viejitos. Nos contaba historias de esos viejitos, historias de generosidad y de extrema lucidez con respecto a los problemas que tenía que enfrentar, acerca de moribundos, de las peleas por apoderarse de los trastos que dejaban. Esa chica nos impresionaba mucho por las cosas que decía y hablando de ella, del estilo de sinceridad tierna y despiadada que tenía, surgió el personaje Sophie". En la historieta el modelo se transformó en una joven polaca, e hizo su aparición en el capítulo "Chispas" de Alack Sinner de un modo insólito: mientras explica que necesita ayuda para encontrar a su hermano se desnuda ante el detective, "lo pone en dificultades, para ver cómo reacciona". Alack contempla la escena sin que se le mueva un pelo, pero su apostura no logra engañarla: "usted sufre como cualquiera", dice ella.
En 1977, guionista y dibujante retomaron el personaje y lo convirtieron en protagonista de su propia serie. Sophie tiene 23 años, le gustan la desnudez, el fuego, la espontaneidad y la música medieval. Sus señas personales son "el lenguaje superlativo" y "la costumbre de ir desnuda debajo de la ropa". Consigue escapar de prisión, donde es llevada por insultar a la policía, y huye de los Estados Unidos. El registro de la violencia de la sociedad norteamericana se acentúa, sobre todo por los constantes episodios de xenofobia y racismo que aparecen como trasfondo. Pero el tono no es de denuncia.
El bar de Joe, la siguiente serie de Muñoz y Sampayo, también se desprendió de Alack Sinner. Se trata de historias unitarias cuya acción, en algún punto, pasa por el mencionado bar, donde ahora Alack aparece como un simple parroquiano. Los autores vuelven a demostrar su maestría en el género negro, por ejemplo en el episodio "Ese simpático señor Wilcox", sobre un asesino a sueldo que llega a Nueva York por "motivos de trabajo". Enseguida gana la confianza y se hace amigo del hombre al que debe matar. Poco antes de despedirse lo mata, sin que se termine de explicar cuál es el motivo del crimen. Ese detalle es secundario; lo principal es el modo en que la historieta retrata y relaciona dos personajes complejos, en un ambiente crispado.
EL CUADRO COMO VENTANA. "Encuentros y reencuentros" (1981) significó el inicio de la segunda etapa de Alack Sinner. La serie cambió el formato del episodio autoconclusivo por la novela por entregas. Después de un viaje decepcionante en busca de su padre, encargado de un motel de segunda categoría, Alack se ve confrontado a los dilemas de su propia paternidad, con Cheryl. La "humanización" del protagonista pone al mismo tiempo en escena a un elenco de personajes secundarios que en lo esencial aparecía en los primeros capítulos: Enfer, Nick Martínez, el policía Rademaker (a quien Alack debe matar en defensa de su vida), el boxeador Manolo Aguirre, el nicaragüense Jorge Ramírez, John Smith... e incluso los propios autores.
En "La vida no es una historieta, baby", uno de los primeros episodios de la serie, dibujante y guionista se hospedan en casa de Alack y lo secundan en una investigación donde convergen periodistas y políticos corruptos, una organización de ultraderecha "pro defensa de los valores de Occidente" y agentes de los servicios secretos que enuncian de modo cínico el discurso oficial norteamericano ("el destino de nuestro país es dirigir"). El personaje los alecciona, ya que "la vida no es una historieta". El movimiento de los personajes es incesante. En sus ramificaciones, la historieta se despliega como una vida.
El dibujo de Muñoz se presenta como un escenario de acciones múltiples. Las pequeñas incidencias de la calle, las voces de la radio y la televisión, las conversaciones de paso y las portadas de los diarios aparecen no como decorados sino como detalles en sí mismo significativos "Eso fue surgiendo a partir del calor del trabajo, de las ideas gráficas de Carlos, de las ideas mías que Carlos escribía, y del placer infinito de ver la mesa del café animarse de seres que recorren las palabras que estamos diciendo", dice al respecto. Y de un antecedente en el campo del humor. "Me acuerdo de un pensamiento de Oski sobre un trabajo suyo: `a mí lo que me gusta es lo que pasa en el fondo del dibujo, aquel tipo que corre allá, diez planos más atrás, con una espada y acaba de doblar la esquina, ¿a dónde va?, ¿de dónde viene?`. Como la vida es amplia e interminable, cuando vos la encerrás en un cuadrito hacés una selección. Y a veces esa mañana, esa tarde, leíste o viste algo o te atravesó una idea por una fracción de segundo, un recuerdo. O vas por las calles de cualquier ciudad y en ese viaje entre la gente sentís pedazos de diálogos, sentís a veces cosas tremendas, discusiones, historias. Hemos concebido al cuadro, en la historieta, como una ventana detrás de la cual hay un paisaje inmenso: no lo vas a dibujar, pero si pudieras asomarte podrías ver a dónde va ese tipo que corre con la espada."
En lugar de un relato lineal, como observó Javier Coma, hay un ir y venir en torno a un mundo propio. La atracción hacia el pasado "revierte en el viaje a los orígenes". Un viaje que también fue realizado por Muñoz y Sampayo, y que tomó forma en otro gran momento de su obra, la serie Sudor Sudaca. La experiencia del exilio, que compartieron Muñoz y Sampayo desde principios de los años 70, fue el principal detonante de sus seis capítulos autoconclusivos. En 1980, mientras las circunstancias políticas volvían imposible el regreso a la Argentina, hacer la historieta fue también un modo de recuperar un espacio de pertenencia, un riquísimo paisaje cultural donde se fusionaron la literatura popular, el radioteatro, el lenguaje coloquial, personajes y valores del barrio, y el tango. "Sudaca", la denominación despectiva del inmigrante latinoamericano, condensó en la historieta los dramas y los equívocos de la nostalgia y el desarraigo.
La serie no fue bien recibida en Europa. En el mismo prólogo, Muñoz distinguió tres razones en ese rechazo: el "evidente aspecto autoterapéutico, exorcizador y catártico" de la historieta; el desconocimiento de la historia y la cultura sudamericanas, más allá de ciertos estereotipos; y la radical extrañeza de la historieta ante las convenciones del mercado.
TAN LEJOS, TAN CERCA. Heredero de los creadores de la edad de oro de la historieta argentina, Muñoz ejerce a la vez una influencia visible en muchos de los nuevos dibujantes, porque ha renovado ese legado al procesarlo en una obra propia. Si bien reside en París desde 2001, "Argentina es mi país, y la nostalgia y el amor que por ella siento me los he ganado con trabajo y sudor", dijo en el prólogo a la recopilación de Sudor Sudaca.
La última visita a Buenos Aires removió esos sentimientos desde lo más íntimo. "He sido abuelo y huérfano el mismo día", cuenta. "Mi vieja se fue en un patatús, tenía 87 años. Y una hora después mi hija empieza a dar a luz a mi nieto. Lágrimas y sonrisas; sigo estremecido. Es una historieta que no consigo comprender pero sé que pasó, sé que la voy a terminar entendiendo".