Poéticas de Milán

La poesía como tema ya no preocupa a nadie: está tan “aceptada” como el capitalismo polifacético

Todo parece una cuestión de no equivocarse de máscara o de escena, cuando se decide salir

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Eduardo Milan
Eduardo Milán
(Leonardo Mainé/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Si hay una verso que vuelve y vuelve a todo aquél como yo es “… ¿y para qué poetas en tiempos de penuria?” de Friedrich Hölderlin, el poeta romántico alemán. Hölderlin enloqueció, cruzado por el tiempo que le tocó en vida. Si ese fragmento de “Pan y vino”, una de sus Grandes Elegías escrita en 1800 puede ser pronunciada en ese momento, uno, tal vez, u otro, enloquece. El ruido de la Revolución Francesa era un aullido demasiado cercano. Un tímpano como el de Hölderlin, el tímpano izquierdo, pegado al acontecimiento no estalla: comunica con la mente, la hace resonar en sus paredes. La “penuria” a la que alude puede ser la suya. Pero puede ser “penuria” del mundo, un presente que se desmorona ante el pasado que a Hölderlin lo sostiene fijo: su adorada Grecia. Hölderlin no era un neoclásico: era un romántico completo. El amor, la referencia a un tiempo que no está y, sobre todo, el saber vivir con eso, es típico del temperamento romántico, saber vivir con la amalgama, la superposición de estratos temporales, pasando de una galería a otra con apenas una muda de ropa. Lo hizo Dadá: el personal salió Dadá por una puerta y entró surrealista por la otra. Algunos desertaron. Pero eso sucede.

La penuria no es el tema: la penuria, su persistencia de carácter absoluto, siempre está como la música para John Cage: “somos nosotros que nos alejamos”. El tema es el vínculo entre poesía y penuria, un vínculo al que parece que la poesía se obliga cuando los tiempos no son los que se quiere. Esto sigue y sigue siempre —aunque el adverbio, igual que su antitético nunca es de manejo temerario. El animal poesía mete el hocico donde no debería. Y donde lo hizo por última vez a plenitud fue cuando el movimiento romántico, durante toda la primera mitad del siglo XIX. Hoy la poesía como tema no preocupa a nadie. Está tan “aceptada” como el capitalismo polifacético. Todo parece una cuestión de no equivocarse de máscara o, mejor, de escena donde salir con la máscara elegida. La gran mayoría de los poetas se sienten por primera vez en mucho tiempo pisando territorio firme.

Eso para los que no viven en zona sísmica. Y esa era, en tiempos de Hölderlin, la zona propiamente poética.

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