por María Eugenia Villalonga
.
Acequia, la novela con la que el mexicano Amaury Colmenares ganó el premio Las Yubartas, concedido por un grupo de editoriales independientes de América Latina —entre ellas, la uruguaya Estuario— junto a la feria del libro de Nueva York, es un caleidoscopio de relatos inexplicables, personajes entrañables, mitos apócrifos y referencias literarias unidos entre sí con el que el autor construye la imagen de su ciudad amada, Cuernavaca.
Y en un laberinto de calles y de rutas que devuelve a los viajeros al mismo hotel abandonado volviéndolos locos, de grietas donde perderse en un tiempo dislocado, de edificios tapizados de espejos desde donde ver, como en un Aleph, toda la ciudad, logra el milagro de reformular el realismo mágico, a contrapelo de las tendencias actuales.
—¿Cómo fue el proceso de escritura de Acequia?
—Tardé diez años en escribirla, aunque desde muy temprano, en el proceso creativo, descubrí cuál era el tono y la sensación que quería provocar, pero no tenía muy clara la parte formal. Una vez que descubrí eso, ya fue concretarlo. Y creo que la novela es como estos juegos infantiles que son una hoja en blanco con puntos numerados y el niño tiene que unirlos. Tú unes los párrafos con tu imaginación y al final el dibujo que obtienes tiene tu propio trazo y creo que eso es lo que quería. Lo que me interesaba, además, era que cada fragmento aportara conceptualmente algo más al resto.
—¿Cuánto del realismo mágico hay en esta novela?
—Es una novela marcada totalmente por ese género, en el sentido de lo que decía Carpentier, que es estar en una realidad que incluye las cuestiones mágicas como parte de ella. Y yo así vivo la vida. No solo es una pretensión artística, es una reconstrucción de un modo de vivir.
—La novela también dialoga con el barroco caribeño. ¿Qué le ofrece a tu escritura esa tradición?
—La literatura latinoamericana es muy experimental, muy explorativa y en esa tradición me inserto. Nuestro barroco es producto de meterse a la selva y luego tratar de recrearla, mientras que el barroco en Europa es otra cosa. Ahora pienso que hay una generación menos barroca, mucho más intelectual, que coquetea con el ensayo, con la crónica, como ejercicios más reflexivos. Pero, de todas maneras, todavía existe ese barroquismo.
—Un personaje es una editora de libros apócrifos, Lucía Pensamiento Borges. ¿Homenajeas así a Borges?
—Es un homenaje contradictorio. Por un lado, Borges es un autor que tiene una obra que te puede llevar a pensar y a imaginar mucho. Pero por otro lado también es solo un nombre que vende mucho en una librería. Entonces el juego de Lucía es ese. Ella nunca ha leído un libro de él y le da igual quién es.
—Muchas de las formas del infinito aparecen en esta novela laberíntica, donde la puesta en abismo, el trompe l’oeil, los espejos enfrentados son parte de su estructura. ¿Qué significa para vos esta figura del infinito?
—Yo creo que lo que Borges hace es tomar paradojas o posibilidades lógicas o imposibilidades lógicas y ponerlas en acción y mostrarlas, en vez de simplemente reflexionar sobre ellas y eso me parece que es muy valioso de su literatura. Y en el caso de Acequia, lo que yo quería era pensar en dos o tres asuntos muy abstractos y procurar ponerlos en acción de distintas formas. Entonces, cada trama de la novela recrea o explora estos temas, el tiempo, los sueños, el amor, la necesidad de realizar un proyecto. Y quería que la novela misma fuera una puesta en acción de los temas sobre los que reflexiona.
—Otro de los homenajes que aparece es al humor mexicano, en la figura de Cantinflas y Chespirito, maestros del sinsentido y de los juegos de lenguaje. ¿El humor mejora la literatura?
—El humor es una manera de ver las cosas y es como un filtro. Creo que para que algo sea completo tiene que incluir la mayor cantidad posible de aspectos. Y ahora veo una falta de humor y es necesario incorporarlo. Como hay que incorporar la dimensión religiosa, la dimensión científica, la dimensión estadística. Todas esas dimensiones en torno a las cosas hay que tomarlas en cuenta para hacer arte y para convivir con el mundo.
—¿Cómo impacta la literatura indígena mexicana en tu obra?
—Más que la literatura, el pensamiento que sigue vivo me interesa muchísimo. La cosmovisión originaria, que no es una, sino varias. No tengo mucho contacto de manera directa con las comunidades, pero siempre me ha interesado saber cómo es ese tipo de pensamiento. Y desde el punto de vista teórico, académico, también me parece muy interesante. Y he aprendido que la gente de las comunidades originarias vive su vida cotidiana en algo que podríamos llamar realismo mágico, en el sentido de que están muy instalados en el presente. Y como el mestizaje fue muy pronunciado, muchas de las maneras en las que pensamos obviamente vienen de ahí.
—¿Cómo ves la literatura latinoamericana actual?
—Me parece que hay mucha calidad literaria, pero además creo que lo que hay es una nueva generación de lectores y lectoras que está muy interesado en voces nuevas, en temas actuales como el feminismo. Que están regresando al libro impreso, que tienen el aprecio por el esfuerzo artesanal. Y articulando todo esto con las redes sociales. Yo creo que hay como un nuevo mercado, un nuevo público. Creo que esa sería la característica más notable de la actualidad literaria. No tanto las plumas, sino la gente que lee. Esto es lo que más me entusiasma.