La mente de un neurólogo

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Gabriel Sosa

MIENTRAS SOBRE EUROPA ruge la Segunda Guerra Mundial, dos hechos muy diferentes pero destinados a combinarse tienen lugar en extremos opuestos del conflicto. En Londres, un niño que en 1939 tenía seis años descubría fascinado el mundo complejo de la química. En Moscú un neurólogo, Aleksandr R. Luria, daba a luz una nueva manera de estudiar la mente humana, una combinación de fisiología y estudio de la personalidad.

Mientras formaba su nueva ciencia, Luria estudió y escribió sendos libros sobre dos casos sorprendentes. El primero era el de Sherashevsky, un hombre que como el Funes de Borges (quien pudo haber leído a Luria) tenía una memoria perfecta y recordaba literalmente todo. En 1936 Luria le recitó una sola vez una serie de sílabas sin sentido, en 1944 Sherashevsky podía repetirlas sin vacilar. Su memoria almacenaba todo sin distinguir importancia o calidad. Luego de estudiar el caso durante más de 25 años, Luria publica La mente de un mnemonista, donde en lugar de analizar los límites de la capacidad al parecer inagotable de Sherashevsky, se centra en los trastornos de personalidad que esa memoria perfecta le produce a un hombre para quien los recuerdos vívidos y detallados de su primera infancia son más reales que la familia, esposa e hijos, con quienes convive.

Más asombroso resultó otro libro posterior de Luria, El hombre con un mundo destrozado. El sujeto de este estudio, Zasetsky, fue un soldado soviético que recibió una herida en la cabeza en 1943, que le destrozó el hemisferio cerebral derecho. Como resultado de ese terrible daño físico la mente de Zasetsky colapsó. Al hablar con el paciente Luria pudo notar que simplemente no podía reunir los fragmentos de su propia identidad. Era casi imposible comunicarse con él, a pesar de que su personalidad seguía flotando en el caos de su cerebro destrozado, aflorando esporádicamente. Luria y sus ayudantes trataron sin éxito de enseñarle de nuevo a leer y escribir, hasta que en un rapto de inspiración el neurólogo le sugirió a Zasetsky que probara la escritura automática, sin intentar "prepensar" lo que iba a escribir.

La mano del paciente se puso en movimiento lentamente, escribiendo a un ritmo de media página por día un relato de su vida interior. Esta forma de comunicación dio como resultado un manuscrito de 3000 páginas, que Luria depuró y utilizó como base para su libro, intercalando a los textos del paciente sus observaciones. Zasetsky escribía con la esperanza de que "tal vez algún día alguien con suficientes conocimientos del cerebro humano pueda entender mi enfermedad", Luria, él mismo uno de los neurofisiólogos principales de su tiempo, lo apoyaba con el convencimiento de que "recuperar la historia de uno mismo es una forma de curación". Esta afirmación, junto con la "ciencia romántica" que Luria estaba desarrollando, años después impactaron profundamente en Oliver Sacks, un joven neurólogo que ya había superado, pero no olvidado del todo, su pasión infantil por la química casera.

DROGAS Y MILAGROS. Sacks nació en Londres en 1933, hijo de padres médicos. Su familia por ambas partes tenía una larga historia de vínculos con diversas ciencias. Varios de sus tíos y parientes fueron personalidades en campos como la química, la botánica o la ingeniería. Además de la típica educación de un niño inglés de su época (provenir de familia judía no hizo diferencia en sus años escolares), Sacks tuvo a su disposición una amplia variedad de mentores científicos y una casi disparatada gama de posibilidades de experimentación e investigación. Fue la química la que capturó la imaginación del solitario y poco comunicativo niño. En ella se sumergió casi obsesivamente, para escapar tanto de las tragedias familiares como de la guerra.

Pasada la adolescencia el amor de Sacks por la química se enfrió, y comenzó a estudiar medicina, la carrera familiar, en el Queen’s College. A principios de los años 60 se mudó a Estados Unidos, y completó sus estudios en San Francisco. El período entre su primera adolescencia y su inicio profesional fue bastante agitado, e incluyó varios viajes en motocicleta por Europa, una escapada a Canadá para trabajar como bombero forestal y otros devaneos antes de llegar a San Francisco, siguiendo a Thomas Gunn, un poeta inglés surgido en la década de los 50 a quien Sacks idolatraba. La vida en San Francisco mientras terminaba sus estudios fue igualmente movida, incluyendo una temporada como médico de los Hell’s Angels, experiencias con LSD (que fueron capitales para sus posteriores estudios de las alucinaciones producidas por la migraña) y la escritura de miles de páginas luego desechadas. Gunn recuerda que ya en aquella época Sacks tenía la ilusión de convertirse en un gran escritor científico, en la tradición de Darwin y Freud.

En 1965 se afinca en Nueva York, y al año siguiente comienza a trabajar como consultor de neurología en el hospital Beth Abraham del Bronx, un centro de internación para pacientes crónicos. Allí, entre la habitual mezcla de patologías de pacientes "institucionalizados", Sacks se encontró con un grupo notable de personas que llevaban décadas inmóviles, incapaces de iniciar un movimiento por propia voluntad o de expresar cualquier forma de comunicación. Eran sobrevivientes de la pandemia de la "enfermedad del sueño" (encefalitis letárgica) que recorrió el mundo entre 1916 y 1927. En general descendían de familias pobres y poco a poco habían sido abandonados en el hospital. No habían expresado una muestra de voluntad propia en 40 o 50 años. Sacks decidió tratarlos con una droga experimental, la L-Dopa, y obtuvo resultados increíbles, volviendo a la vida a sus pacientes. También les trajo varias complicaciones, tanto físicas como emotivas. Si la historia parece conocida es porque dio lugar a una película, Despertares (Penny Marshall, 1990) donde Robin Williams realiza una de las pocas actuaciones reales de su carrera, interpretando a un doctor Sacks muy similar al original (aunque con otro nombre).

El "milagro" del hospital Beth Abraham, fue parcial y discutible: Sacks realizó varias transgresiones a los protocolos de investigación médica, entusiasmado por los resultados positivos, entre ellos abandonar el concepto de "grupo de control" y suministrar L-Dopa indiscriminadamente a todos los pacientes, antes de conocer las posibles contraindicaciones. Pero se trató del primer acto de fe del nuevo credo de Sacks. Influenciado por los libros de Luria, que había descubierto recientemente, y sensibilizado por las historias y tragedias que veía diariamente en los internos del hospital, Sacks decidió que para acercarse a un paciente, sin hablar de curarlo, era necesario sumergirse en su vida personal, comprender su propia historia y analizar la manera en que la patología interactuaba con lo cotidiano. Argumentaba que, al ser los problemas de sus pacientes tan radicales y bordear los límites de la estructura de la personalidad, en muchos casos era imposible referirse a su problemática como una enfermedad. Los pacientes de Sacks vivían en mundos individuales totalmente distintos al de las personas que mantenían una estructura cerebral normal. No tenía sentido, como ya lo había dicho Luria, analizar la causa de esas diferencias sin superponerlas a sus consecuencias.

EL PACIENTE Y SU MUNDO. Así como Luria se basó en la obra de L.S. Vygotsky (le produjo una impresión tan fuerte que para él todo su trabajo era sólo la continuación de la obra de su maestro), Sacks rinde un incansable homenaje al ruso. Aprovechando la feliz conjunción de una innegable empatía para con sus pacientes y de un gran talento literario, Sacks produjo entre 1973 y 1985 una serie de obras basadas en casos neurológicos con los que tuvo contacto directo. Siguiendo las enseñanzas de Luria los enfocó desde un punto de vista humano y clínico a la vez. Despertares, recapitulación de sus experiencias con los enfermos de encefalitis letárgica, es el primer intento en esa dirección, escrito en el arrebato de entusiasmo que le provocó el descubrimiento de La mente de un mnemonista, que en una primera lectura confundió con una novela. El éxito del libro y su difusión internacional le depararon la satisfacción de recibir una elogiosa carta de Luria, con quien continuó carteándose hasta su muerte en 1977.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de 1984, es el libro más célebre de Sacks, y el más asombroso. En él se relatan una veintena de casos clínicos de trastornos neurológicos severos, a partir del descrito en el capítulo que da nombre al libro: un músico talentoso que pierde la capacidad de reconocer lo que ve. De alguna manera se las arregla sin embargo para funcionar bien en un mundo de "abstracciones sin vida" e incluso para no darse cuenta de que tiene un problema tan serio: al mejor estilo de Mr. Magoo, le da palmaditas a una bomba de agua creyendo que es un niño, o le habla a un sombrero creyendo que es su esposa.

Todo el libro se balancea entre dos polos, ejemplificados por dos breves capítulos. Uno se refiere a las visiones místicas medievales de Hildegard von Bingen, explicándolas como síntomas (llevados a la trascendencia), de un caso fuerte de migraña. Otro capítulo cuenta la historia de una muchacha india de 19 años a quien un tumor maligno le ejerce presión progresiva en el cerebro. Eso le desencadena oleadas de recuerdos felices de su infancia en la India, recuerdos cada vez más frecuentes y detallados que la llevan a hundirse en sopores oníricos, casi un trance, donde cada vez más se siente de vuelta en su tierra natal y en el mundo de su niñez. Esos trances o ensueños son hermosos y serenos, y progresivamente la paciente se encierra en su mundo privado. En determinado momento le dice a Sacks "Estoy muriendo. Me voy a casa. Regreso al lugar del que vine...". Al poco tiempo entra en un estado de ensueño permanente, manteniendo la sonrisa y un rostro en paz. Tres días después muere o, dice Sacks, completa su viaje a la India. Tanto para explicar las causas científicas de los arrebatos místicos como para iluminar un hecho médico (una enfermedad terminal) con un aura de trascendencia espiritual, el método narrativo de Sacks es la obra de un humanista completo.

Más personal es Un antropólogo en Marte. El libro recoge siete casos extremos de trastornos neurológicos. El común denominador en los siete es que quienes los sufren logran, a pesar de todo, crearse una vida y mantener unida una personalidad. Un médico sufre de tics involuntarios constantes y grotescos, que no le impiden ser un cirujano respetado. Una autista logra reconocimiento profesional y éxito laboral, a pesar de estar totalmente impedida de reconocer ningún afecto o sentimiento humano como tal. Otro autista, aislado del mundo de las relaciones humanas, es reconocido como artista gracias a la facultad de dibujar detalladamente y con talento, aunque parece que el hecho de ser un artista famoso no llega ni a arañarle la conciencia. También hay dramas en el libro, como el del ciego de nacimiento, a quien se le devuelve quirúrgicamente la vista. Este hombre tiene que recorrer un camino largo y complicado para aprender qué es lo que está viendo y para relacionarlo con su propia experiencia de toda la vida... sólo para volver a quedar ciego por una enfermedad degenerativa.

En todos los casos Sacks es más que un observador clínico: es parte de la historia. Los capítulos incluyen tanto la descripción de los sujetos y de sus peculiares vidas como las reflexiones y reacciones del autor. Se desplaza a los lugares donde viven, los acompaña en sus rutinas e incluso desarrolla con algunos de ellos largas y fructíferas amistades. Sacks ya no es el médico que recibe pacientes en su consultorio y los analiza con las herramientas de su oficio, sino el viajero que se maravilla con la adaptabilidad humana en terrenos hostiles.

LAS DOS CARAS DEL DR. SACKS. Veo una voz, de 1989, tiene un registro diferente, externo. El libro se ocupa del mundo de los sordos de nacimiento y en particular de las implicancias del lenguaje por señas, tema mucho más complejo y fascinante de lo que puede parecer a primera vista. Para Sacks los sordos forman una comunidad independiente, una sociedad paralela a la que se aproxima con respeto y curiosidad, que tiene su propia cultura y sus propios códigos. Gran parte de esta "cultura sorda" proviene del lenguaje de señas, que como Sacks explica no se trata de la traducción de un idioma a otro código, sino de un lenguaje particular y diferente a todos, con su propia sintaxis y gramática. Son varios lenguajes en realidad, diferentes entre sí aunque, igual que las lenguas habladas, los principales tengan parentescos y raíces comunes. Aparte de la existencia de este idioma y de las consecuencias de su aplicación (o no) en casos de sordera de nacimiento, Sacks plantea cuestiones que implican a los conceptos aceptados de educación, identidad y hasta de la maleabilidad del sistema nervioso. En gran parte el libro también es una especie de "historia natural de la sordera", recorriendo el desarrollo de la comunidad sorda desde el siglo XVIII hasta la actualidad.

Ése es Sacks exponiendo brillantemente un tema, como lo hizo en su primer libro Migraña (1970) y parcialmente en El hombre... Pero una década después de Veo una voz, deja el papel de observador. Ya en Un antropólogo en Marte el narrador es un personaje secundario, que interactúa con el paciente (aunque esta definición aplicada a las personas retratadas en el libro es muy deficiente). En La isla de los ciegos al color Sacks es el centro del relato, al narrar dos viajes de investigación a la Polinesia. En uno de ellos, visita una isla donde gran parte de los habitantes sufre acromatopsia, ceguera total al color. En otro visita Guam, donde una epidemia de una variante del mal de Parkinson azota la población desde hace décadas, sin que sus causas puedan descubrirse. En ambos casos la reseña del viaje deja muy atrás lo simplemente científico o clínico para entrar de lleno en lo narrativo y reflexivo, pasando la experiencia por el tamiz de la curiosidad y la cultura de Sacks. La neurología, la botánica y la digresión constante (Sacks es un apasionado del arte de la nota a pie de página) se aúnan con el talento narrativo para lograr un espléndido libro de viajes, una mirada franca, abierta y apasionante de una "tierra exótica". Si con sus obras anteriores Sacks había cumplido parte de su sueño de escribir literatura científica como Freud, ahora con este libro se vuelve un Darwin de sus tiempos.

DE LA QUÍMICA A LA QUÍMICA. La metamorfosis se completa cuando Sacks escribe sus memorias de la infancia. Como si fuera la magdalena de Proust, manipular una barrita de tungsteno que le envía un amigo desencadena una oleada de recuerdos que terminan convirtiéndose en el borrador de El tío Tungsteno. Como Sacks es un escritor compulsivo ese fue un borrador de dos millones de palabras, de las que sólo el cinco por ciento llegó a la versión definitiva.

La infancia de Sacks en el Londres bélico fue por igual envidiable y trágica. Sus padres, médicos de profesión y personas cultas e interesantes, le permitieron el acceso casi ilimitado a cualquier disciplina que le interesara. Cuando descubre la química a los seis años, más que un interés el niño Oliver llega a una verdadera obsesión. Esa obsesión lo lleva, en los ocho años siguientes, a recapitular en el laboratorio que instaló en su casa toda la historia de la ciencia de sus amores, desde los compuestos más básicos hasta las complejidades de la teoría cuántica. La piedra de toque es la tabla periódica, que durante el resto de su vida sería una presencia constante en su casa. El Virgilio de su viaje es su tío Dave, el "Tío Tungsteno", personaje particular, propietario de una fábrica de lámparas eléctricas en sociedad con su hermano Abe, con quien mantiene una disputa interminable por preferir las lámparas incandescentes en contra de la "luz fría" (fluorescente), favorita de Abe. Dave es también un químico avezado, con varias patentes en su haber.

Mientras Sacks descubre la química, la guerra avanza. Por los bombardeos él y su hermano Michael son evacuados de Londres y enviados a un internado del campo, donde son maltratados por profesores brutales. A pesar de que las peores penurias del conflicto no lo alcanzaron (su hermosa casa victoriana fue respetada por las bombas), Sacks se refugia en su afición cada vez más. Se va familiarizando con los elementos, a los que llega a imbuir de personalidades y a considerar "compañeros y amigos", particularmente al grupo de los metales de transición (que incluye al tungsteno). Se embarca en experimentos cada vez más complicados y a veces peligrosos, y visita regularmente la gran tabla periódica del museo de ciencias de Londres, que tiene muestras de cada uno de los elementos conocidos hasta aquel momento. Mientras explora el mundo de los elementos y va comprendiendo su complejidad, busca información cada vez más detallada sobre el desarrollo de la ciencia química y sobre las personalidades que la llevaron adelante, desde los filósofos griegos a los Curie y a Bohr y los cuantos.

Esta pasión obsesiva termina abruptamente cuando Sacks cumple 14 años, de manera nada casual al llegar la adolescencia. Otros intereses ocupan el lugar de la química, que parece abandonarlo. Pero en realidad es una pasión latente, que resurge casi cincuenta años más tarde por una barrita de tungsteno similar a la que su tío le regaló a los seis años. Sacks, ahora un autor célebre, vuelve a caer en los brazos de su antiguo entusiasmo, y como muestra de amor le dedica este libro de memorias, que a la vez trata de la historia de la química, de la vida durante la guerra y de la peculiar y genial familia del autor.

Con El tío Tungsteno, Sacks termina de liquidar cualquier encasillamiento de su obra. Al leer El hombre... o alguno de sus libros primeros, se podía tener la sensación de que la habilidad de Sacks era la de descubrir rarezas, crear una especie de circo de curiosidades sensible y piadoso. De hecho, muchas críticas a sus libros vienen de campeones de la "corrección", que lo acusan de exhibir a sus pacientes como fenómenos de la naturaleza. Incluso una valoración entusiasta de sus primeras obras destacaría la habilidad de Sacks para sacar a la luz las tragedias y las victorias de los sujetos que presenta, su sensibilidad para retratar los conflictos de esas personalidades puestas en jaque por trastornos neurológicos.

Pero al recorrer toda su obra puede notarse algo más, y es que incluso en la parte "clínica" de sus escritos, incluso en la descripción de los casos más extraños y radicales, es la propia personalidad del autor la que da sentido a lo narrado. Una persona sin memoria, un autista, un ciego al color, un atolón de la Polinesia, la tabla periódica, el propio autor, son elementos de un panorama general que Sacks va brindando al lector a veces a medida que él mismo los descubre. Son parte de la panorámica de la propia mente, de sus recursos ilimitados, de su capacidad de análisis y de asombro, de las paradojas de su memoria y de lo vulnerable y preciado de poder utilizarla.

La obra

Migraña (Migraine, 1970, ampliado en 1992) es un estudio amplio y exhaustivo sobre una dolencia frecuente y compleja, que incluye múltiples alucinaciones y distorsiones del espacio, el tiempo y la conciencia del propio ser, basado en las investigaciones que Sacks realizó a un millar de pacientes que la sufrían. Uno de los grandes momentos del libro es el análisis de las visiones de Hildegard von Bingen, una de las místicas más célebres y prolíficas de la Edad Media, que eran producto de un caso severo de migraña. El poeta W.H. Auden (que no se sabe si alguna vez sufrió de migraña), luego amigo personal de Sacks, elogió el libro como una "obra maestra".

Despertares (Awakenings, 1973, ampliado en 1992), recapitulación de sus experiencias con enfermos de encefalitis letárgica que dio lugar a una película del mismo nombre. El film podría haber vuelto a Sacks mucho más célebre de lo que es, de no mediar el hecho de que el personaje basado en él (hasta tiene una gran tabla periódica de los elementos como decoración en su casa) es nombrado como doctor Sayer.

En una pierna (A leg to Stand On, 1984). Se trata de la primera transformación de Sacks en sujeto de su obra. Reseña las consecuencias de un accidente de montañismo que le dañó una pierna, a la que dejó de sentir como perteneciente a su propio cuerpo. Sacks aprovecha la experiencia para analizar las bases físicas de la identidad personal.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (The Man who Mistook his Wife for a Hat, 1985). El más célebre de los libros de Sacks, recopilación de casos clínicos que asombran tanto por su extrañeza intrínseca como por la empatía con que son descritos. Por ejemplo el de los gemelos retrasados mentales, incapaces de casi cualquier tarea mental, que sin saber sumar o restar pueden calcular al instante qué día de la semana cae cualquier fecha en los próximos o pasados 40.000 años y que se comunican entre sí mediante números primos de once cifras).

Veo una voz (Seeing Voices, 1989). Sacks estudia con asombro y respeto el mundo de los sordos de nacimiento y su lenguaje de señas, que define, más que una forma de comunicación, una cultura propia e independiente.

Un antropólogo en Marte (An Anthropologist on Mars, 1995). Como en El hombre..., Sacks analiza siete casos extremos de desarreglos neurológicos. Van del autismo a la ceguera al color, pero de un modo personal e inmersivo, siguiendo las enseñanzas de Luria al máximo, conviviendo con los sujetos presentados y centrándose en su vida cotidiana.

La isla de los ciegos al color (The Island of the Colorblind, 1996) es el gran salto en la obra de Sacks. La neurología deja paso o, mejor dicho, se complementa con el relato de viajes y la crónica. La visita a dos islas del Pacífico, una con una comunidad en la que la ceguera al color es congénita y otra en la que una forma de parálisis neurodegenerativa, el lytico-bodig, es endémica desde generaciones atrás, son el arranque de una obra notable. Las habilidades narrativas de Sacks afloran tanto en la parte "clínica" del libro como en los apuntes casuales, las notas al pie de página y las descripciones de paisajes y costumbres.

El tío Tungsteno. Recuerdos de un químico precoz (Uncle Tungsten: Memories of a Chemical Boyhood, 2001).

Diario de Oaxaca (Oaxaca Journal, 2002). Nuevo libro de viajes, esta vez a América Central, centrado en el naturalismo, otra de sus aficiones.

Todos los libros de Sacks están traducidos al castellano. Se pueden conseguir con facilidad El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Migraña, Un antropólogo en Marte y La isla de los ciegos al color además de El tío Tungsteno, y recientemente se distribuyó una nueva edición de Veo una voz, todos de la editorial Anagrama. Algunos títulos tienen ediciones anteriores en Muchnik, en Alianza o en Norma. También se consigue Historias de la ciencia y del olvido (Siruela), una recopilación de artículos sobre aspectos omitidos de la historia científica en el que Sacks, además de ser el impulsor del libro, escribe el ensayo central. La lista de colaboradores incluye a Stephen Jay Gould, otro de los grandes divulgadores científicos del siglo.

En su momento se distribuyeron en Montevideo Despertares y En una pierna, pero ahora son inencontrables. La edición en español de Oaxaca Journal, publicada por National Geographic, es justamente eso, española, y allá se quedó.

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