Álvaro Buela
HAY TONELADAS de mitos respecto al punk, pero ninguno de ellos está a la altura de lo que realmente fue", sentenciaba una revista inglesa a principios de los `80. Oficialmente, el efímero reinado del movimiento había terminado en 1978, con la gira de los Sex Pistols por Estados Unidos o, a lo sumo, con la muerte de Sid Vicious en 1979. Pero quedó flotando una vibración distorsionada, incombustible, que ni el sociologismo que todo lo explica ni el cinismo mercantil pudieron domesticar.
En la Inglaterra pre-Thatcher había ocurrido un fenómeno traumático, un desgarro colectivo. No se trataba sólo de una serie de bandas que, en plena vigencia del sinfónico, reivindicaban la fuerza primitiva del rock con canciones urgentes de tres acordes. Aquello trascendió lo musical para filtrarse también al cine, la literatura, el diseño, el periodismo, el cómic y los hábitos cotidianos. Tal como lo describe Greil Marcus en su imprescindible Rastros de carmín, el punk inglés fue vanguardia, grito primario, caos teatral. Fue el ensayo general de una remake de la Comuna de París y un pasaje al acto de la máxima de Bakunin: "La pasión por la destrucción es también una pasión creativa".
A diferencia de lo que ocurrió en los Estados Unidos, donde el punk orbitó en los zócalos del sistema pero no le movió un pelo, en Inglaterra (más provinciana, más endeble y más sanguínea) desafió cara a cara los paradigmas y los símbolos patrios, amenazando por un instante con la posibilidad cierta de construir una nación alternativa. Si no lo hizo fue porque se inmoló en el mismo impulso con el que entró en erosión, y tal vez por eso dejó en el aire la perplejidad propia de los arrebatos y el tembladeral de los ciclones.
Después, claro, vinieron los mitos. Y después la memorabilia, los libros, las recopilaciones, las retrospectivas de museo, las disecciones académicas: una confabulación que, en su mayor parte, derivó en la generación de un estereotipo, una romantización o un negocio que aplanaron su impronta. Si los mitos no habían estado a la altura, mucho menos lo estuvieron estos reduccionismos.
FUERA DE ÓRBITA. Una excepción a esas trampas es England`s Dreaming, el libro de Jon Savage publicado originalmente en 1991 y recién traducido al castellano en 2009, conservando el título en inglés. La espera valió la pena. Aunque el foco está en el devenir de "Los Sex Pistols y el Punk Rock"; el contundente volumen (814 páginas) se introduce al detalle en las múltiples facetas que asumió el punk británico, desde su mismo origen hasta la onda expansiva que sobrevino a su fin.
Savage arropa el trayecto con una vívida reconstrucción del momento político, social, económico y cultural que fue su contexto o, más bien, su pretexto. Así, el punk es percibido como un proceso evolutivo que se gestó dentro de (y contra) una compleja red de relaciones de clases e ideologías, de crisis económica y abatimiento insular: "En julio de 1975, Inglaterra estaba en recesión. La tasa de desempleo (…) fue la más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Entre los más vulnerables estaban aquellos que acababan de completar sus estudios." La mecha estaba lista para ser encendida.
Malcolm McLaren fue de los primeros en percatarse. Usó como un arma las ideas del Situacionismo que había adquirido en la academia de artes, y desde su tienda de ropa pergeñó escándalos con la misma frialdad con que un general elabora un ataque bélico. Ya venía experimentando con estrategias publicitarias cuando logró, con el único propósito de vender pantalones, formar una banda de veinteañeros disfuncionales. The Sex Pistols fue la fórmula idónea para sus ambiciones mercantiles, aunque no contó con el factor John Lydon, alias Johnny Rotten.
En buena medida, England`s Dreaming es el relato del vínculo conflictivo, casi depredador entre esas dos personalidades. Uno, el demiurgo inescrupuloso que juega a la revolución desde la retaguardia; el otro, el performer con ansias de catalizar la rabia acumulada durante generaciones por chicos como él: ingleses de clase media baja con escasez de proyección e inteligencia superior a la que a su ambiente está dispuesto a aceptar. Los dos años que duró el grupo bastaron para que ambos incrementaran el odio mutuo y, una vez disueltos, Lydon le hiciera (y ganara) un juicio a McLaren sobre los derechos de las canciones.
Por lo demás, el libro posee un nivel tan exhaustivo de anécdotas, testimonios, documentos y crónicas que, por momentos, se acerca al diario íntimo de un obsesivo. A lo largo de varias páginas desfilan, entre otros episodios, los arduos meses iniciales, el surgimiento de bandas cada semana, el pasaje de la simple hostilidad al nihilismo ideológico, los sucesivos y fallidos contratos con discográficas, la odisea que significó el rodaje del film The Great Rock`n`Roll Swindle y el legendario desmadre del grupo en el show televisivo de Bill Grundy (diciembre 1976).
Según Savage, este último episodio "no sólo dañó (…) la carrera de los Sex Pistols; también rompió para siempre la frágil unidad del movimiento punk (…). La ambición reemplazó a la camaradería, y la estupidez se impuso a la inteligencia, a la vez que los grupos hacían cola para adoptar las poses feroces y facilotas requeridas por los periodistas". Esa rendición a la estupidez y a la pose, manipulada por los medios, apuró la debacle de los Sex Pistols y, en consecuencia, del movimiento. Lydon, mente sagaz, fue el encargado de bajar la cortina con un brillante epitafio, lanzado al público del último concierto (San Francisco, enero 1978): "¿Han tenido alguna vez la sensación de sentirse estafados? Buenas noches."
A esa altura, quedan aún más de doscientas páginas de England`s Dreaming, en las que Savage persigue el minuto a minuto de una dolorosa resaca. Antes de arribar a una Bibliografía nutrida y de una Discografía completista y maniática (100 páginas), aún quedan la decadencia y muerte de Sid Vicious y su novia Nancy Spungen, los furibundos enfrentamientos legales y los destinos individuales de todos, incluyendo un autoparódico regreso en 1996 sin el patrocinio de McLaren. Más que una biografía, el libro es una odisea, profunda y bien documentada, cuyo triunfo moral y artístico corresponde inevitablemente a Lydon, ese Anticristo de pacotilla y extraordinario bufón.
FURIA CON CAUSA. Disueltos los Sex Pistols, la presión del punk -o lo que quedaba de él- se depositó en el otro grupo insignia, The Clash. Eran más articulados y mejores músicos, aunque también más terrenales y encasillables como grupo-de-rock. Tuvieron la responsabilidad involuntaria de timonear en lo musical y, sobre todo, en lo ideológico al punk británico, sacándolo del coqueteo con la iconografía nazi (marca McLaren) y de la violencia orientada al racismo, la misoginia y la homofobia.
En obra y actitud, esa sensibilidad social y política los desmarcaba de sus pares desde su formación, en 1976. Al decir de un crítico de Rolling Stone, fueron los únicos que "tomaron la rabia descarnada como un comienzo, no como un fin. Eran rebeldes con causa; en realidad, muchas causas: desde el anti-thatcherismo a la unidad racial y a los sandinistas". También ellos se han hecho merecedores de un reconocimiento editorial, con toda justicia.
El volumen se llama, simplemente, The Clash y cuenta con las dimensiones, material gráfico y diseño propios de un libro-objeto. No hay autor consignado; la exclusiva versión es la de los cuatro miembros del grupo. Cada uno a su tiempo, Strummer, Jones, Simonon y Headon reviven la historia personal y colectiva, mientras la edición realiza un funcional montaje con sus testimonios, a veces dejándolos discurrir a lo largo de las páginas, a veces intercalando las versiones. El texto, entonces, construye una biografía coral, polifónica, profusamente salpicada de fotografías. El rosado de la tapa no parece muy apropiado, sin embargo.
Dispuestos a relatar sus orígenes, Strummer se detiene en un punto que resultaría crucial: "En aquellos días, si te encontrabas en la misma posición que yo, sólo había una respuesta al interrogante de qué pensabas hacer al terminar el colegio, y era la escuela de arte, el último recurso para quienes fingían estar enfermos, para los fanfarrones y para la gente que básicamente no quería trabajar". Aunque provenientes de una clase social más baja, Jones y Simonon pensaron exactamente lo mismo.
Frecuentar las aulas artísticas los volvió alertas al aspecto, la indumentaria y la iconografía como constitutivos de un concepto. Era otro punto de contacto con los Pistols. Sólo que ellos no contaban con un sponsor que los vistiera, razón por la cual diseñaban sus propias ropas y se involucraban en la estética periférica, incluidas las tapas de los discos.
Al comienzo, ambas bandas habían acuñado una camaradería en giras, afinidades musicales y aventuras al borde de lo ilegal. El despegue de los Pistols, coincidente con su reputación pendenciera, inició la separación y a causa de sus respectivos managers evolucionaron hacia una rivalidad más o menos abierta. No es que Bernard "Bernie" Rhodes fuera trigo limpio, pero la ambición de McLaren desconocía cualquier cosa parecida a la lealtad.
"Bernie fue el mentor", reconocía Strummer. "Creó a los Clash y concentró nuestras energías, y nosotros lo recompensamos siendo muy buenos en lo que hacíamos". Por su parte, Simonon afirma: "Bernie era bastante listo. Metió a John en los Pistols y a mí en los Clash, y ninguno de los dos éramos músicos. Tenía esa habilidad para elegir a determinados personajes y ponerlos en situaciones que supusieran un desafío".
Ninguno recuerda haber firmado el famoso contrato que pretextó la frase "El punk rock murió el día en que los Clash firmaron con Columbia", pero cuando cayeron en la cuenta dejaron de tocar "Career Opportunities". Ya no era coherente. En 1978, tras dos años de convivencia, la relación entre Rhodes y la banda estaba francamente arruinada. Lo atestigua una entrevista colectiva, publicada en Record Mirror y transcripta en el libro, donde el manager se muestra como un incordio. Una semana después era despedido.
Los discos, las giras, el éxito, los cinco años sin descanso, el regreso de Rhodes, las fricciones internas, la adicción y el despido de Headon, el alejamiento de Jones: cada instancia merece en el libro un recuerdo, una reflexión, una imagen. En 1984 ya habían desaparecido, dejando atrás un puñado de discos excelentes (en especial los tres primeros), un riquísimo caleidoscopio sonoro y uno de los periplos más enérgicos que haya conocido la música del siglo XX. Jamás volvieron a reunirse. No fue necesario. Ya lo había dicho Strummer, el Gran Profeta Punk: "Hay algo positivo en el hecho de llegar, dejar tu granito de arena y marcharte".
ENGLAND`S DREAMING. LOS SEX PISTOLS Y EL PUNK ROCK, de John Savage. Reservoir Books, 2009. Barcelona, 814 págs. Distribuye Random House Mondadori.
THE CLASH. Global Rhythm. 2009. Barcelona, 384 págs. Distribuye Océano.
Subastadores
Jon Savage
TODOS LOS MOVIMIENTOS pop han empezado a partir de una élite - y ninguno de ellos, hasta la fecha, de manera más consciente que el punk- pero siempre llega el momento en que la élite pierde el control. Este momento llega cuando el gran mercado y los mass media se hacen con el control, lo cual es un proceso necesario si tal movimiento aspira a convertirse en un movimiento pop. En esta transacción es inevitable una simplicidad basada en fenómenos complejos, pero también conlleva un arranque de energía fresca que se desata con resultados impredecibles y liberadores.
El punk fue un vivo ejemplo del proceso subcultural: los desposeídos obtienen acceso a la cultura, pero hay que pagar un precio. La música pop es el sitio de la subasta, y las compañías de discos son los subastadores. La definición es una parte vital en el proceso, no sólo para delimitar el término "punk", sino para abrir las puertas del comercio. Tal como declaró la revista para profesionales Music Week, el punk "podría ser el GRAN FENÓMENO que tanto esperábamos". En los meses que siguieron [a la aparición de los Sex Pistols en el show de Grundy, diciembre 1978], cualquier grupo masculino de rock que cumpliera con los requisitos adecuados tenía asegurado el interés de las principales compañías de discos.
El impacto definitivo de la música punk tardó unos cuantos meses en producirse: toma cierto tiempo conseguir y elaborar un sonido coherente en directo, por no decir en un estudio de grabación. El impacto cultural más inmediato del punk se dio en los medios de comunicación.
(Extraído de England`s Dreaming, págs. 361-62).