La cámara oscura

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SOLEDAD PLATERO

AUNQUE no es demasiado famosa por estas latitudes, Amélie Nothomb es, desde hace años, una estrella en el cielo de los escritores top. Lleva más de veinte libros publicados desde Hygiène de l`assassin, de 1992 hasta Journal d`Hirondelle, de 2006, y eso si, entre que esta nota se escribe y llega al lector, no sale otro. Porque Nothomb es una máquina productiva. Dice escribir tres novelas al año, de las cuales desecha dos y entrega solo una. Ácido sulfúrico es la decimocuarta.

Los suyos son libros breves, escritos con soltura y precisión, irónicos, agudos y llamativos. Son atractivos y, en la misma medida, son irritantes. Toda ella es así: breve, aguda, llamativa, de algún modo atractiva, inevitablemente irritante.

Cualquier lector que tome contacto, por ejemplo, con Ácido sulfúrico, puede enterarse de que la autora nació en Kobe (Japón) en 1967, que vivió en varios países de Asia y que "proviene de una antigua familia de Bruselas". Pero el que quiera ir más allá de la solapa del libro para hurgar en la biografía de Nothomb (ya se ha dicho muchas veces que el público muestra más avidez por la vida personal de los artistas que por sus obras) se encontrará con un banquete bien servido. Porque Amélie no pierde ocasión de hablar de sí misma. Lo hace en sus libros, y en cuanta tribuna se le ponga a tiro. Y en esa danza en la que se enredan lo biográfico, lo literario y lo mediático, se va armando un personaje que no puede discriminarse del todo de sus propias ficciones, de sus mitos y del apetito del público. Lo curioso es que ella juega siempre como sabiendo que es así, y en ese juego reproduce incesantemente su propia literatura.

La contraportada de Ácido sulfúrico cuenta toda la anécdota de la novela. Pero no hace solo eso: también explicita las instrucciones de lectura. No es nada raro; en casi todos los libros es esa la función del texto que aparece en la contraportada. Lo interesante de este caso en particular es que: a) la contraportada cuenta todo lo que cuenta el libro; b) la contraportada dice más que lo que dice el libro, en la medida en que la interpretación de quien la haya escrito supera ampliamente lo que la novela efectivamente dice.

LO QUE SE CUENTA. En una ciudad indeterminada de Europa acaba de comenzar un nuevo programa de televisión. Se llama "Concentración" y consiste en reproducir las condiciones de vida en los campos de concentración nazis, solo que con prisioneros elegidos aleatoriamente en las calles, y con kapos seleccionados entre miles de aspirantes, privilegiando a aquellos que muestran las mejores características para representar el papel de verdugo. (No deja de ser sorprendente que la única forma de lo ominoso que parecen concebir belgas y franceses sea el campo nazi. Como si las colonias francesas y belgas en África nunca hubieran existido.)

"Concentración" es televisado en directo. Las cámaras están siempre encendidas, y lo que ocurre en el juego no es simulado: los prisioneros son efectivamente prisioneros, y cuando son retirados del juego, se los conduce a la muerte. Al principio la elección de los que van a morir está a cargo de los kapos, que pueden decidir por el bien del juego (morirán los más débiles, los menos esforzados, los menos obedientes) o por su propio capricho. Hasta que un día la decisión pase al público, que tendrá en sus manos la posibilidad de salvar o matar a cualquier prisionero. Porque el objetivo del juego es lograr que los espectadores, en el mundo real, sean cada vez más, pero también que sean cada vez más fieles, más atentos, más comprometidos.

El relato tiene como protagonista a Pannonique, una joven estudiante de veinte años, dueña de una belleza "sublime". Pannonique tiene un doble antagónico: la kapo Zdena, una joven de su misma edad, violenta, ignorante, de poca inteligencia y rostro brutal. Previsiblemente, Zdena se obsesiona con Pannonique (a decir verdad, todos se obsesionan con Pannonique: los otros prisioneros, los organizadores, el público), y la novela es el crescendo de tensión entre esas dos figuras agonísticas, una buena y una mala. Y eso es todo.

LO QUE SE DICE. Según los entusiastas comentarios del autor de la contraportada, la novela es una "violenta sátira de la telerrealidad, el voyeurismo, la ignominia, la (fácil) buena conciencia, la denuncia moralizante." Por si no nos quedó claro, concluye diciendo que "A través de estas páginas terribles nos llega la metáfora de una sociedad en la que el sufrimiento se convierte en espectáculo."

Un viejo éxito de Les Luthiers nos hablaba de Ludovico, un personaje que trepaba, temía y temblaba al tratar de entrar por la ventana al cuarto de su amada. El narrador decía que percibíamos ese miedo por la intensidad de la música y porque "Ludovico dice: `trepo, temo, tiemblo`". El primer párrafo de Ácido sulfúrico dice "Llegó el momento en el que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo." A partir de allí, todo está dicho. Todo es explícito e inapelable. Un narrador omnisciente pone al lector en conocimiento de lo que piensan los personajes, de lo que sucede en el ámbito cerrado del juego, y de lo que ocurre simultáneamente en el mundo exterior. Como la novela es breve y la autora maneja un lenguaje de gran precisión, la información no deja lugar a dudas: "habían instalado cámaras por todas partes.", o "Poco a poco la tristeza dio paso al resentimiento.", o "En el exterior, los medios de comunicación vivían en plena convulsión.". Sin embargo, es inevitable encontrar las grietas por las cuales se escapa lo verosímil -ese ingrediente tan necesario para que una ficción esté bien lograda.

Por lo pronto, si las cámaras estuvieran todo el tiempo en todas partes, la mayoría de los sucesos que mueven el desarrollo de la acción serían imposibles. Pannonique no podría repartir chocolate por debajo de la mesa, ni encontrarse a solas con Zdena, amparada en la oscuridad de la noche.

Por otra parte, si los organizadores del juego tienen que salir a cazar prisioneros para armar un campo de concentración que funcionará como reality show, lo que sucede no es que el sufrimiento se transforma en espectáculo, sino que el sufrimiento se crea para el espectáculo.

En definitiva, al contrario de lo que propone la contraportada del libro, la anécdota de la novela no tiene nada que ver con el voyeurismo ni con la omnipotencia de los medios, sino con el mero tire y afloje entre dos figuras antagónicas, una de las cuales, como suele suceder en la narrativa de Nothomb, juega a ser Dios. Las cámaras, el juego y los medios de comunicación, son solo la excusa oportunista para volver a contar una historia breve en torno a una figura doble (algo que ya había ocurrido, por ejemplo, en Antichrista, publicada en el año 2003).

AMÉLIE Y LAS CÁMARAS. Menuda, frecuentemente vestida de negro, con una cara que recuerda un poco a la de Christina Ricci, Nothomb ha ofrecido generosamente su extravagante material biográfico a los medios. Ha contado que fue anoréxica, que le gustan las frutas y verduras pasadas, que es dueña de un "apetito absoluto", entre cientos de otros detalles que la hacen un ser único, exquisito e irrepetible. De sus muchos libros, al menos siete son autobiográficos o la incluyen en la trama. Su vida en Japón, su experiencia en este o aquel colegio, sus tempranas impresiones del mundo, todo es parte del personaje central de esa obra que se despliega tanto en el papel como ante los medios. Esa complicidad entre ella y la máquina publicitaria condiciona, inevitablemente, la lectura de Ácido sulfúrico. No deja de ser irónico que un personaje tan mediático desee ser leído como azote crítico de la tiranía de los medios.

Por ahora, las cuentas cierran bien. Sus libros se venden y ella tiene tiempo para seguir produciendo novelas compulsivamente -algo que favorece su salud, porque escribir es lo único que la distrae del llamado de su insaciable apetito, así como la anorexia la distrajo del alcoholismo cuando era niña- y lanzándolas a un mercado siempre hambriento, como ella, de historias breves, explícitas y con pretensiones alegóricas. De historias que se parecen a calorías huecas. Se consumen rápido, no alimentan, y no producen saciedad.

ÁCIDO SULFÚRICO, de Amélie Nothomb, Barcelona, Anagrama, 2007. Distribuye Gussi. 166 págs.

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