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por Laura Chalar
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“Todos somos hijos del mismo padre pero todos tenemos un padre distinto”. De los ocho hijos que Porfirio Murillo abandonó en la infancia, sólo cuatro —entre los que está Alma Delia, la escritora— emprenden, junto a su madre, ese road trip del abandono que forma la columna vertebral de la crónica autobiográfica La cabeza de mi padre.
La búsqueda del padre y marido desertor nace en una premonición de Alma, la hija menor y la más obsesionada con ese fantasma sin rostro que evade preguntas, formularios, interpelaciones, y que ahora podría estar a punto de desaparecer. De allí la urgencia por hallarlo. “¿Quién eres? ¿Cómo fue tu vida? ¿Cómo es ahora? ¿Qué te gusta comer? ¿Cantas? ¿Cuáles canciones? ¿Te gusta el café tan caliente como a mis hermanos y a mí? ¿Tomas la sopa hirviendo hasta quemarte la lengua? ¿Eres como nosotros?”
La crónica de ese viaje trágico y a la vez esperanzado por el desierto se entrelaza con el relato de una vida signada por la miseria y el abuso, así como por el sacrificio de la madre, cuya dignidad y resiliencia emergen, inmensas, en medio de un paisaje desolado. “No sé de qué está hecha mi madre que lo resistió todo”.
“Todo” es no sólo la deserción del marido y la desesperación de criar ocho niños en la pobreza, sino también la muerte de un hijo pequeño y el horrible accidente de otra a quien, a los seis años, “le explotó en la cara una estufa de petróleo provocándole quemaduras feroces, casi mortales”. También los posteriores fracasos sentimentales, cuando casi parecía que esa mujer sufrida podía tener una oportunidad de ser feliz. “Se puso más hermosa que nunca, más brillante, lúbrica. Y un poquito loca. Le dio por untarse polvos de colibrí y renovó su escasa lencería”. Pero, aunque tampoco ese amor por un “vecino soltero empedernido y menor que ella” llegue a buen puerto, la madre seguirá adelante, siempre con la cabeza en alto.
Pese a ciertas incursiones en un discurso proselitista que obra en detrimento de su relato, Murillo sostiene a lo largo del libro una voz genuina y cálida. Para el momento en que la búsqueda de Porfirio llega a su punto culminante, su viaje es también el nuestro. “Los hijos no duelen, los hijos queman, me había dicho (mi madre) alguna vez. (…) Pienso ahora que también los padres queman, que la misma sangre arde con el mismo fuego”.
LA CABEZA DE MI PADRE, de Alma Delia Murillo. Alfaguara, 2023. Buenos Aires, 207 págs.