El mal enmascarado

Iñaki Piñuel aconseja sobre cómo sobrevivir a los psicópatas integrados que están entre nosotros

Frente a la ley no son criminales, aunque destruyen la vida psíquica, emocional y económica de las víctimas que depredan.

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Iñaki Piñuel

por Mercedes Estramil
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Hablar de psicópatas se puso de moda, quizá porque abundan. Pero el alcance de esa denominación está lejos de ser comprendido. Muchos aún asocian el vocablo con Hannibal Lecter o Patrick Bateman en la ficción, y con Ted Bundy o Jeffrey Dahmer en la realidad. Ese nivel —el de los psicópatas criminales— es una minoría estadística y suelen acabar en prisión. El dato alarmante proviene del número de los que, sin infringir las leyes de los hombres, destruyen la vida psíquica, emocional y económica de las víctimas que depredan. Esos son los psicópatas integrados y a prevenir sobre ellos se dedica un doctor español que hace furor en YouTube.

Nacido en Madrid en 1965, el psicólogo y profesor universitario Iñaki Piñuel y Zabala lleva años escribiendo libros, dando conferencias y formando coaches para alertar a las que denomina las víctimas más vulnerables del planeta, las que nadie identifica. Con más de trescientos cuarenta mil suscriptores y dos emisiones semanales en directo, Piñuel es percibido por sus seguidores como un gurú, maestro, guía, salvador, casi mesías. Ayuda su innegable carisma y su dicción de locutor, pero hay que decir que su trabajo no es un compendio de autoayuda sui generis apoyada en el sentido común, ni una expresión de vivencias personales, sino que está ligado a un respaldo teórico y a la solvencia profesional de años de clínica.

Piñuel comenzó investigando procesos de mobbing laboral y bullying estudiantil, de ahí sus libros Mobbing: Cómo sobrevivir al acoso psicológico en el trabajo (2001), Mobbing escolar: Violencia y acoso psicológico contra los niños (2007), o Mi jefe es un psicópata: por qué la gente normal se vuelve perversa al alcanzar el poder (2008). Pronto advirtió que esos patrones de conducta abusiva no eran privativos del afuera, sino que estaban muy presentes en el ámbito intrafamiliar y de pareja. De ahí nacieron los libros “Z” que le dieron difusión: Amor Zero. Cómo sobrevivir a los amores psicopáticos (2015) y Familia Zero. Cómo sobrevivir a los psicópatas en familia (2020). Libertad Zero da un paso más al hablar de procesos de victimización a escala planetaria, llevados a cabo por líderes políticos y elites dirigentes paranoicas y violentas, a través de campañas de inoculación de miedo, sobre sociedades agotadas en lo espiritual y dominadas tecnológicamente.

Violación del alma. Piñuel acuña un término bien gráfico para esas depredaciones emocionales que ocasionan —por su constancia y su accionar en entornos familiares inescapables— traumas relacionales. Lo llama “violación del alma”. En cualquiera de esos procesos de victimización hay dos componentes: un victimario que aplica en parte o en todo a la definición de la tríada oscura de la personalidad (maquiavelismo, narcisismo, psicopatía), y una víctima que aplica a la de chivo expiatorio. Cuando esos procesos se dan en el ámbito familiar el daño a futuro está asegurado. Antes de seguir, surgen preguntas: ¿existen seres tan perversos? ¿cualquiera puede convertirse en una víctima? ¿hay modos de escapar? Para esas preguntas la respuesta es Sí. ¿Tiene rehabilitación un psicópata? ¿Cura el tiempo a las víctimas? ¿Tienen culpa? Para esas, la respuesta es No.

En una familia Zero no se cumple la premisa del amor incondicional que todo niño debe recibir de sus progenitores. En vez de eso, es sometido de forma repetida y prolongada a ninguneo, destrato emocional, negligencia o sobreprotección en el cuidado, humillaciones, vejaciones, etc. En este contexto, lo habitual es que el niño pequeño no pueda escapar. Generará un apego tóxico y crecerá asimilando la idea de que ese trato que recibió fue normal, o no fue tan malo o fue el modo en que lo pudieron amar. Tal vez en la adultez ni siquiera sea consciente de esa herida psíquica, pero lo sea o no, querrá camuflarla a través del desarrollo (involuntario) de guiones de vida tóxicos, que no son sino respuestas al trauma.

Piñuel señala cuatro reacciones básicas de respuesta adulta a la condición de “niños perdidos” (es decir, traicionados por sus figuras de apego): up, la del individuo que huye hacia adelante por la senda del narcisismo buscando a través del éxito y la validación externa llenar el vacío existencial que esa infancia le dejó; down, la del individuo que deja la partida antes de pelearla y se refugia en la introversión, la depresión, la sumisión, productos de una indefensión aprendida en la infancia; in, la de aquel que renuncia a sus propios derechos y necesidades y se convierte en cuidador de sus progenitores y del prójimo en general, un codependiente o pagafantas carente de autoestima; out, la del que se apega al obstáculo, al vínculo imposible, a la relación inalcanzable, en la creencia de que su amor y entrega vencerán. Por supuesto, lo único que estas reacciones consiguen es atraer a personajes nefastos que se presentan como salvadores, portadores de promesas de redención, almas gemelas.

Ya sea que sigan uno u otro de esos guiones, o que los combinen, los ex niños perdidos tienen pronóstico reservado en el trámite de la emocionalidad adulta y dificultad para articular relaciones de pareja sanas. Con frecuencia son candidatos perfectos al amor Zero, es decir, a ser engañados por narcisistas y psicópatas. Lo curioso es la logística siempre igual de estos personajes: primero un bombardeo de amor (love bombing), luego una etapa de devaluación intermitente que provoca en la víctima una disonancia cognitiva (¿me quiere, no me quiere? ¿es bueno, es malo?), por fin un descarte impiadoso, y con frecuencia un intento de volver (hoovering) para seguir lastimando. ¿Por qué la víctima no logra ver este manejo, en esencia burdo? Una explicación es la condición de su vulnerabilidad previa. Otra tiene que ver con lo que el antropólogo y filósofo René Girad denominó “teoría mimética” por la cual solo deseamos lo que ya ha sido deseado por otro.

Fin de los tiempos. Libertad Zero amplía el zoom respecto de esos entrampamientos. Aquí Piñuel ya no está hablando de acoso laboral ni de familias y amores tóxicos, ni siquiera de la psicopatía espiritual de sectas o falsos mesías, sino de una ingeniería social global, puesta al servicio de un modelo de sumisión siglo XXI. Piñuel diferencia entre individuos que mantienen el trance colectivo (guardianes) e individuos que lo cuestionan y desafían (rompedores). Los primeros llaman conspiranoicos a los segundos. ¿Habla de la pandemia de COVID 19? Sí, pero no solo. Piñuel menciona, como obvio rompedor del trance que es, ese evento en el que millones de humanos vieron recortados sus derechos por la vía de una imposición que no permitió disidencia, pero su planteo es extensible a eventos pasados y a los que vendrán.

¿Cómo se implementa desde la autoridad ese trance por el que millones de personas obedecen sin cuestionar? Piñuel señala, entre otros factores: presentando un “estado de alarma” que justifique una parálisis, alegando una obligación moral o contractual, haciendo sentir a los ejecutores que su trabajo es valioso, proponiendo reglas de aclimatación progresiva, distorsionando la comunicación por la vía de la propaganda, las medias verdades o las mentiras, manteniendo alto el costo de la disidencia, pronosticando futuras catástrofes, etc.

Pero además se implementa fácil porque actúa sobre una sociedad que ha perdido el norte. Que alienta el pensamiento único, el relativismo moral, los pactos de mutua indiferencia y el buenismo bienpensante. Que sucumbe ante la seducción narcisista. Que se afana buscando chivos expiatorios para tapar la dimisión de su propia ética interior. Que vive en estado de hipervigilancia y bajo el imperio del miedo, sufriendo las somatizaciones propias del mismo (estrés, depresión, drogodependencia, alcoholismo, cardiopatías, afecciones gástricas y dermatológicas, etc.). Que adopta una moral teleológica, resultadista: el fin justifica los medios. En ese panorama, es fácil para algunos caer en la espiral del mal, haciendo daño a otros y sintiendo placer al hacerlo. Entre los rasgos de la psicopatía figuran la ausencia de empatía, solidaridad, autocrítica y culpa (aunque sí los pueden simular para quedar bien), y el exceso de egoísmo, soberbia y sentido de derecho. Ante la pregunta de si el psicópata nace o se hace, no hay una posición científica al respecto, pero sí existe la eventualidad de una socialización en el mal, un pasaje al lado oscuro progresivo e irreversible. Cualquier reducto de poder (gobiernos, organizaciones criminales, sectas, logias, empresas) es pasto fértil para el crecimiento de estos individuos. Como demostraron los experimentos Milgram, la expectativa del “rol” puesta sobre una persona puede llevarla a hacer el mal. En 1961 un psicólogo de la Universidad de Yale, Stanley Milgram, comenzó una serie de experimentos que demostraron que en situaciones de “obediencia debida” el ser humano es capaz de infligir un daño inconmensurable a otro.

Luz en las tinieblas. Los libros de Piñuel, sus emisiones y todo su planteo se proponen como un shock liberador, una revelación de la verdad técnica de los procesos traumáticos. Primero, para mostrarle al lector/espectador/paciente la parte de abajo de las cosas, lo que no le dijeron, la agenda oculta. Luego, para invitarlo a salir de una zona de confort tóxica, romper las cadenas que lo atan a la Matrix, tomarse la píldora roja y convertirse en la mejor versión de sí mismo, separándose de la manada. Para quienes ya han sido víctimas traumatizadas, esa salida no solo no es fácil ni la habilita el paso del tiempo, sino que requiere ayuda especializada. ¿De quién? De terapeutas especializados en traumas de estrés postraumático, y de terapias específicas como el EMDR ((Eye Movement Desensitization and Reprocessing), cuyas siglas en inglés hacen referencia a la desensibilización y reprocesamiento del trauma mediante movimientos oculares. La técnica no es nueva, fue descubierta en 1987 por la psicóloga estadounidense Francine Shapiro que la puso en práctica en ex combatientes de Vietnam y en víctimas de abuso sexual.

En cuanto a las experiencias colectivas de victimización, no es una técnica específica la que permitiría despertar del trance sino un accionar de la voluntad, renunciando a participar del mecanismo social del chivo expiatorio, reconociendo que la indiferencia es parte de la violencia y que identificar a cualquier integrante de esa “tríada oscura” es la primera barrera de protección.
Cada capítulo de Libertad Zero inicia con epígrafes literarios (y las citas literarias en las disertaciones del autor no son pocas), la mayoría bíblicas. La referencia religiosa asoma entre los ropajes científicos de Piñuel, pero no exige un lector creyente. Solo exige que quien tiene ojos vea, y quien tiene oídos oiga. Y que quien fue víctima pueda sostener, citando a Teresa de Jesús, que aquello solo fue una mala noche en una mala posada. Porque “todo se pasa”.

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