Premio Anagrama de Crónica

Holocausto en Colombia: el conflicto armado que dejó un millón de muertos, el 90% de ellos civiles.

Juan Miguel Álvarez busca saber cuánta humanidad hay detrás de esa cifra, en el libro La guerra que perdimos

Juan Miguel Álvarez.jpg
Juan Miguel Álvarez
(foto Víctor Galeano, detalle)

por László Erdélyi
.
La guerra interna en Colombia dejó, entre los años 1985 y 2018, 450.664 muertos. Si a esto se suman los homicidios nunca registrados o denunciados, y los desaparecidos (210.000), la cifra se acerca al millón. El dato desglosado revela, además, algo terrible. Solo el 10% de ese millón era gente dispuesta a morir en combate (guerrilleros, paramilitares, fuerzas del orden), mientras que el resto, el 90%, no peleaban con nadie ni estaban entrenados para matar. Eran civiles.

El libro que aborda esto es La guerra que perdimos de Juan Miguel Álvarez, cronista colombiano que se apoya en el reportaje, la narrativa y la investigación para saber cuánta humanidad hay detrás de esas cifras. Porque cada ser es un mundo, y la complejidad de circunstancias que llevaron a sus muertes habla de una Colombia profunda, una que tiene un poderoso pacto secreto con la muerte, con el ejercicio brutal del poder, con el goce de someter al más débil, y con la delación. Explorar esos pasadizos sin nombre es una tarea que este cronista acometió con lucidez. Con las palabras justas.

Algo habrá hecho. Lo que Álvarez llama “un Holocausto de civiles” ocurrió en diversas etapas. Las once crónicas que trae el libro refieren al periodo entre 2014 y 2021, es decir, antes y después del Acuerdo de Paz de 2016 que buscó —y aun busca— instalar una paz duradera. Lo que ocupó los titulares fue la desmovilización de la guerrilla más fuerte, las FARC, pero otros aspectos, como el fortalecimiento de las autonomías locales de los indígenas y las comunidades negras, no tuvieron prensa. Y sin embargo son la simiente de una paz duradera, porque replantea la presencia del Estado en el campo, dándole el poder a los ciudadanos más expuestos. Gente que solo quiere vivir en paz, criar hijos y prosperar.

Álvarez trabaja sobre la palabra. Quiere que el lector construya en su mente una imagen real de los protagonistas de cada crónica. No lo puede hacer con eufemismos como “pacificación”, “masacre”, “enemigo de clase”, “impuesto revolucionario”, y tantos otros. “Semejante fraseología” dice el cronista, “se necesita cuando uno ha de llamar a las cosas de modo que no evoque una imagen mental de ellas”. Por eso busca la palabra de la víctima (si está viva) o de amigos y seres queridos.

Esos protagonistas están hartos del miedo. La crónica que abre el libro, “Paulina busca a su hija”, trata de la desaparición de Cristina, joven enfermera que se radicó en Calamar, un lejano pueblo amazónico. Fue secuestrada mientras viajaba en bus hacia el pueblo, lo que dispara la búsqueda en una zona dominada por las FARC, pero también amedrentada por los paramilitares y el silencio indiferente de la policía y el ejército. En modo detective Paulina sigue cada pista, busca apoyos, consigue testimonios, iniciando un descenso hacia el mismo infierno, uno que le estalla cuando se entera que a su hija la torturaron junto a su tumba recién abierta, la mataron, la decapitaron y jugaron al fútbol con su cabeza. La crónica reconstruye en modo coral la vida de Cristina, su dedicación a la gente del pueblo, el respeto que se ganó por su humanidad, sus traslados hacia puntos inaccesibles de la selva cuando el enfermo lo necesitaba. Como también los comentarios hirientes que debió soportar Paulina, el “algo habrá hecho”, hasta que un día, harta, enfrenta a una vecina: “¡¿Usted la vio?! ¡¿Usted vió a mi hija con el camuflado y el fusil?!

Otra crónica trata del efecto de las “minas antipersonal” en la vida de Nevardo Antonio Sánchez, 35 años, quien luego de sobrevivir a la explosión debió enfrentar una vida de sufrimiento y carencias, porque “las minas destruyen la vida en dos tiempos”. A su vez, la crónica “Asesinato de un pintor (Collage de voces que piden justicia)” trata la ejecución a manos de la policía de Jorge Luis Saldarriaga, profesor de artes de un colegio muerto bajo el eufemismo “limpieza social”;_el retrato coral es poderoso, porque Jorge Luis era, aun con sus carencias, un ser querido por su generosidad.

La crónica “Los positivos del Cabo Mora” habla del coraje cívico de un simple soldado denunciando la corrupción de sus mandos; el relato vibra, la tensión va de menos a más.

La fractura. Los Acuerdos de Paz fueron plebiscitados y ganó el “No”. Álvarez revisa el resultado. Los que “habían votado por el NO vivían en ciudades grandes, con oferta institucional, y su juicio sobre el conflicto armado estaba matizado por los privilegios. La gente que había votado por el SI, en cambio, era la que habitaba en las zonas rurales, la que debía sobrevivir a los combates, a las masacres, al reclutamiento de sus hijos”. Así, el plebiscito reveló “la profunda fractura de la nación” entre la Colombia urbana indolente ante la guerra y la gente del campo sufriéndola. Eso es lo que revelan las crónicas del libro sobre los pueblos negros del Pacífico, el Chocó, o los pueblos indígenas, como es el caso de los nasa. La historia de Nevaldo, la de Rosemary, o la de Elizabeth Moreno, líderes comunitarios. Desde hace unos años las disidencias guerrilleras o diversos grupos criminales los están asesinando para evitar que se fortalezca la trama social, que es la defensa del débil. Pero hay esperanza. Hace un tiempo le comenté a un amigo colombiano que la embajadora de su país en Uruguay era del Chocó. “¿Es negra?” me preguntó. Le contesté que sí. La sonrisa que se dibujó en su cara revelaba que todo estaba en el lugar correcto.

Si bien La guerra que perdimos es un libro esperanzador, el mismo desciende a los orígenes del mal y a los mecanismos que lo sostienen. Por ejemplo la delación, esa actitud tan miserable que suele soslayarse. No se sale inmune de ese viaje. El libro ganó el Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez 2022. El mismo Sergio confesó en las páginas de El_País Cultural que el principal motivo que lo llevaba a escribir era el mismo que esgrimió Kafka, “la vergüenza de ser un hombre”, de pertenecer a la raza humana. Esa vergüenza aparece nítida en la narrativa de Álvarez.

LA GUERRA QUE PERDIMOS, de Juan Miguel Álvarez. Anagrama, 2022. Barcelona, 272 págs.

NOTA: Las cifras de víctimas fueron tomadas del Informe Final de la Comisión de la Verdad, Colombia. www.comisiondelaverdad.co

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar