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Poéticas

Hay algo paradójico en haberse entregado a la poesía una vida y luego preguntarse qué es la poesía

Es como decir "qué hice"

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Eduardo Milan
Eduardo Milan
(Leonardo Maine/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Poesía es lo que no se sabe por qué ahí.
Pero ¿por qué pedirle que sepa? ¿Por qué aquí el saber? Aquí es el lugar donde hablo del poema preguntando por el saber del poema y por el saber del poema y la poesía. Un perro sigue a la poesía desde el nacimiento a la vida de la criatura perro. Desde ahí. Su lealtad, hay que verla, la lealtad del perro. La poesía no es leal, no precisamente. Es el gran referente para los trágicos de hoy salvo que no sabemos los poetas que son los trágicos de hoy. Cómo cuesta ser uruguayo y decir “soy poeta”. Es algo así como un forzamiento ontológico, un encontrarse consigo mismo con cita marcada en un punto de la montaña que no se ve de la ciudad, ciudad de México, antes Montevideo. Ya era difícil allí, ya es difícil aquí. Este encuentro, lugar del imposible, existe por convicción. Hay que tener una supra convicción. Hay algo paradójico en haberse entregado a la poesía una vida y luego preguntarse qué es la poesía. Es como decir qué hice. Pero no es una entrega como quien entrega las armas. No es una entrega al enemigo luego de perder la guerra. No es la guerra: es la pérdida de la guerra. No hubo enfrentamiento. Hubo una falta de lugar (“la montaña es algo más que una inmensa estepa verde”, no) para la entrega. Entregarse era un diálogo entre la nada y los que poco a poco se esfumaban en la bruma y poco a poco volvían del humo a la solidez. Se vive una materialidad tan enredada que “Todo lo sólido se disuelve en el aire” ya está por confundirse con la voz cantante. Y es sólo la voz del dúo Marx y Engels.
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Una voz estilo supuesta diosa que sale al aire en lugar de madre dice: “hiciste lo que podías”. Pero eso, entrar en ese diálogo, supone pasar del hijo al trágico. Y no sé si se sabe qué es un trágico ahora en tiempos de un capitalismo tan estable, tan corrupto que parece puro. La pureza del capitalismo por haberse quedado solo, sentado en la vereda viendo pasar el cadáver del socialismo aquél, el socialismo aquel de yo soy aquel que ayer nomás decía, esa manera de las cosas de evitar su darío, no su poeta, su cosa darío, su caballo darío, su cuerpo pesado que un buen día levantó vuelo de la tierra cansado de Nicaragua —y eso que es un nombre, un apacible silencio apache a la orilla de un lago apache pero tangible.

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