Elvio E. Gandolfo
LLEGA A SER un poco gracioso, y muy típico de Hollywood. El éxito arrollador de la trilogía de El señor de los anillos llevada al cine, provocó una avalancha hasta ahora imparable de películas de fantasía. La fórmula suele ser cierto respeto a los libros originales, más algunos condimentos típicos del cine de la época (sobre todo los efectos especiales). La trilogía de Peter Jackson reina poderosa en el centro de este nuevo género. A cierta distancia, van apareciendo las adaptaciones de los siete libros de J. K. Rowling y su inefable Harry Potter, el brujo adolescente. Un nuevo competidor en la pista son las así llamadas "crónicas de Narnia". En los tres casos, un escritor de perfil fuerte es el constructor de esos mundos paralelos al real: J. R. R. Tolkien, J. K. Rowling y C. S. Lewis. Gente adicta a las iniciales, como se ve. Como el buen H. P. Lovecraft, que comienza su carrera cinematográfica en serio, ahora que los derechos de sus libros han quedado libres. Pero ahí se trata del terror a secas, y ésa es otra historia.
EL HOMBRE DE OXFORD. Hay varias biografías del autor de Las crónicas de Narnia. Por lo menos dos se han traducido al castellano: C. S. Lewis. Biografía, de A. N. Wilson (Andrés Bello, 1993) y C. S. Lewis. El muchacho que contó Narnia de Michael White (cuya difusión anuncia Emecé). Ambos autores reconocen que la vida de Lewis no se diferenció a primera vista de la de otros muchos jóvenes que terminaban por entrar a Oxford a partir de orígenes relativamente humildes. Lo curioso es que durante esa vida, una vez que superó sus primeras etapas (la muerte temprana y demoledora de la madre, la mala relación con un padre depresivo, las heridas sufridas como soldado en la guerra) Lewis llegó a tener un éxito primero considerable, y después enorme. A partir de su conversión al cristianismo (que narra en su autobiografía Sorprendido por la alegría) se convirtió en un difusor popular, articulado y claro de su fe tanto en libros como en audiciones radiofónicas, donde su voz profunda y agradable constituía un valor agregado. De esa zona, su título más exitoso fue Cartas de un diablo a su sobrino. En el aspecto puramente académico hay dos libros ya clásicos sobre la Edad Media y parte del Renacimiento: La imagen del mundo (Península) y La alegoría del amor (Eudeba).
Según esos biógrafos, el salto inesperado a la literatura infantil por parte de un erudito entrenado en otros compromisos fue producto de una crisis. Lewis detestaba bastante el mundo moderno, el siglo XX (a tal punto que Michael White se siente obligado a aclarar que a él, en cambio, es una época que le gusta), y disfrutaba enormemente de una buena conversación, de un buen sermón, de la demostración inapelable de sus ideas.
En su momento fue elegido presidente del Club Socrático de debates. En ese lugar, y ante abundante público, Elizabeth Anscombe, una mujer con las mismas convicciones religiosas y experta en los mismos temas que él (pero a partir de un conocimiento minucioso del filósofo Ludwig Wittgenstein) discutió en detalle su libro Milagros. Lo batió en toda la línea, sobre todo en su debilidad filosófica: Lewis, un hombre honesto para reconocer las derrotas, se tuvo que tragar el orgullo, y casi no volvió a escribir libros sobre temas religiosos. Por otra parte su relación con Tolkien se iba enfriando, y la salud de Janie (la mujer mayor con quien tuvo una relación de décadas) desmejoraba.
COMIENZA NARNIA. Sobre todo White sostiene que ante esa serie de chubascos difíciles de soportar, Lewis retrocedió al niño que había sido en la infancia, cuando con su hermano Warren ("Warnie") habían inventado un mundo fantástico y paralelo a la dura vida familiar, llamado Boxen, que incluía animales parlantes. Un muy reciente libro de Michael Ward (ver recuadro) también reconoce ese origen de los libros en el debate demoledor del Club Socrático, pero además expone su convicción de un armado astronómico consciente.
Junto con otra serie de amigos y colegas, Tolkien y Lewis habían integrado un grupo, los "Inklings", que se reunía regularmente, en casas o tabernas, y donde bebían cerveza o whisky y se leían sus textos recientes. Tolkien detestó Narnia desde un principio, y se lo dijo claramente a su amigo. Es más: a partir de los primeros tramos, si sabía por adelantado que en la reunión Lewis iba a leer algo más de Narnia, no iba. Lo paradójico es que es reconocido ampliamente que fue el propio Lewis quien alentó a Tolkien (el entusiasmo, que él llamaba "alegría", era uno de sus rasgos esenciales) para que siguiera con su dificultoso Señor de los anillos, ansioso por leer el final. La progresiva falta de los dos a las reuniones terminó por disolver el grupo.
Uno de los datos que pueden haber fastidiado a Tolkien es la rapidez de escritura de Lewis, a diferencia del lento avance de su propia trilogía. Otro, que su amigo empezaba a tener un éxito demoledor con la "trilogía de Ransom", sobre todo en Estados Unidos. Además creyó ver también rastros de plagio, algo inevitable si se tiene en cuenta que ambos trabajaban con fuentes fantásticas antiguas y a veces parecidas. Una diferencia religiosa terminó por hacer estallar la tensión, momento que dejó pasmado de asombro a Lewis, como testimonió en una ansiosa carta a su amigo.
El león, la bruja y el armario (convertido en "el ropero" en el título del film) fue comenzado en 1948, y terminado a fin de año. La última batalla, el séptimo, en 1953. Los siete títulos fueron editados entre 1950 y 1956. Los propios editores no tenían la menor confianza en su éxito, considerando que era "un cruce de géneros" que probablemente le saldría mal a ese cincuentón erudito que de pronto probaba la literatura infantil.
Ocurrió exactamente todo lo contrario. Hubo un boca a boca de lectores infantiles o juveniles que creció como una bola de nieve. El libro empezó a venderse como pan caliente a ambos lados del océano, en Inglaterra y Estados Unidos. En su biografía de 2004, White calcula entre "cincuenta y cien millones de ejemplares" ya vendidos en una decena y media de idiomas. La "trilogía de Ransom" vendió por su parte "apenas" algunas decenas de millones. Muy, muy atrás iban las ventas de los otros libros de Lewis.
Unos años después conoció a Joy Gresham, una divorciada norteamericana con dos hijos, que lo admiraba desde hacía años. El amor que creció entre ambos distanció aún más a Lewis de Tolkien (hombre riguroso y moralista). Cuando un cáncer invadió a Joy y, después de una mejora, recrudeció y la mató, Lewis escribió el libro que tal vez sea el más intenso de su obra, una expresión casi violenta de su duelo y su conflicto religioso y existencial: Una pena en observación (Anagrama), que publicó primero sin su nombre en la tapa. La adaptación al cine se llamó Tierra de sombras, con Anthony Hopkins en el papel de C. S. Lewis.
El día que eligió el destino (o Dios, como gustéis) para su muerte tuvo algo de su estilo. Fue el 23 de noviembre de 1963, el mismo día en que asesinaron a John Fitzgerald Kennedy, y en que falleció Aldous Huxley. Imperturbables, millones de niños (o de padres que habían leído la serie en la infancia) siguieron comprando y leyendo los siete títulos ambientados en Narnia.
LAS CAUSAS DE UN ÉXITO. Al menos fuera del mundo anglosajón, cuando uno pregunta a boca de jarro por obras infantiles o adolescentes clásicas, se mencionan Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, el Mago de Oz de L. Frank Baum, o La isla del tesoro de Stevenson. Rara vez aparecen las crónicas de Lewis sobre Narnia. Curiosamente es posible que las razones de su éxito no solo arrollador sino también sostenido en el tiempo se deba justamente a lo que muchos toman por defecto. Entre los cinco y los diez años de edad, cuando ya se sabe lo que son las presiones escolares y las contradicciones de la vida familiar (padres en primera fila) Lewis no presenta ninguna presión insoportable o compleja. Que sus libros no sean obviamente "importantes" resulta un punto a favor. Narra con pluma suelta, y recurre libremente al stock en depósito dentro de ese género.
La Bruja Blanca del primer tomo (y la primera película) recuerda inevitablemente a la Reina de las Nieves de Andersen, basada a su vez en tradiciones con ese personaje. En el segundo tomo y la segunda película, el Príncipe Caspian es un personaje de trasfondo shakespeareano, pero un Shakespeare para niños: como si los paisajes y los personajes tuvieran el carácter aficionado (y la frescura) de una puesta escolar lineal, con decorados sencillos.
Un dato fuerte son los animales que hablan. Tanto la pareja de castores del primer libro como la pandilla de ratones caballeros y guerreros del segundo resultan inolvidables. Incluso un rasgo menor (que repitió Rowling en su serie de Harry Potter), se vuelve importante por su insistencia. Hay abundantes comilonas de manjares simples pero atractivos, un gusto por el placer compartido que obviamente existía en la vida de profesor y charlista de Lewis. Los niños suelen gozar de esos mismos momentos y alimentos.
En las últimas páginas de El príncipe Caspian el autor atiende a su personal humano: "se materializaba el banquete; lonjas de carne asada que llenaron la arboleda de un aroma delicioso, tortas de trigo y de avena, miel y azúcar de muchos colores, crema espesa como pudín y suave como el agua, y pirámides y cascadas de frutas". Lewis se deja llevar y también hay vino en abundancia. Pero luego piensa en los alimentos de los árboles vivientes que contribuyen en gran medida a la victoria de la batalla precedente. Como es lógico, comen distinto: "comprendió que los árboles iban a comer `tierra`, (y) le recorrió un escalofrío; sin embargo, cuando vio la clase de tierra que les llevaban sintió algo muy distinto. Empezaron con un sabroso mantillo que tenía el mismo aspecto que el chocolate; tan parecido al chocolate, en realidad, que Edmund probó un pedazo, aunque no lo encontró nada bueno. (...) En el apartado de quesos se les sirvió una tierra cretácea, y a continuación pasaron a delicados dulces de las piedras más exquisitas espolvoreadas con arena plateada de primera calidad".
En los cinco tomos siguientes, los hermanos siguen visitando un mundo curioso, de plena fantasía y muchos contactos con la realidad. Y una vez que lo han hecho y vuelven, encuentran su realidad renovada, aliviada. No puede dejar de hacerse notar que El príncipe Caspian empieza y termina en una estación de ferrocarril, como los libros de Harry Potter. Allí el cuarteto de niños siente las dos sensaciones a la vez: les resulta "un lugar un poco insulso y aburrido por un instante tras todo lo que habían vivido, pero también, inesperadamente, agradable a su modo, con el familiar aroma a ferrocarril, el cielo británico sobre sus cabezas y el trimestre de verano a punto de empezar".
EN PANTALLA GRANDE. Los herederos demoraron mucho tiempo en autorizar una versión en cine. Muchos niños ingleses habían descubierto Narnia en los libros. Pero muchos otros lo hicieron en las versiones teatrales o televisivas, en especial siete series (una por libro) hechas por la BBC en 1989. Consideraban incluso el fastidio en general que Lewis le tenía al cine, como un rasgo más del siglo XX, y a Walt Disney en particular. Es decir: más al sello que al origen humano de esa marca registrada. Parte de la aceptación final vino a través del éxito no solo económico sino también estético de Jackson con la trilogía El señor de los anillos. Al fin el sello productor Walden Media de Australia prometió respetar la esencia de los libros (no trasladarlos, por ejemplo, a la moderna California, con patinetas y PCs), y se asoció con Disney sobre esa base.
Los dos films realizados hasta ahora cumplieron con la promesa. De manera inevitable cambiaron algunos acentos respecto al texto original, o se saltearon momentos inolvidables (como las comilonas). Costaron cien millones de dólares cada uno. El león, la bruja y el ropero es más luminoso, y uno de los aportes esenciales es la actriz Tilda Swinton como Bruja Blanca. Pero la base, seguramente rastreada durante meses en sesiones de "casting", es el cuarteto de niños arquetípicamente ingleses: William Moseley, Skandar Keynes, Anna Popplewell y Georgie Henley, una inolvidable Lucy, de carisma infantil refulgente en el primer film, y con aspecto de actriz más fogueada en el segundo.
El príncipe Caspian usa una paleta más oscura en lo visual, e incluye un combate final que tiene semejanzas con datos de El señor de los anillos (los árboles móviles, el agua desencadenada como elemento definidor). Es destacable el modo en que funciona el grupo de "malos", parejamente morochos, en sus artimañas para conservar o disputar el poder, forcejeos que refuerzan el tono shakespeareano apenas sugerido en el libro.
Lo curioso, tanto en los libros como en las películas, es que el simbolismo religioso que Lewis impuso, sobre todo en el primer relato, nunca alcanza a tener un peso definitorio. Lo complica el hecho de que la figura "crística" sea un león, guerrero por otra parte. Eso viene del papel que cumplía el león en la heráldica de la Edad Media, donde estaba directamente relacionado con Cristo. Pero a pesar de la voz de Liam Neeson, y de la muy curiosa escena equivalente a la crucifixión y muerte, en el primer film, Aslan termina por ser más bien un adminstrador de Narnia, controlando el tráfico de humanos, telmarianos y animales parlantes con mano de demiurgo. Parte del motivo puede residir en el origen puramente digital de su imagen.
Faltan cinco films más. El amontonamiento de productos fantásticos lejos de disminuir aumenta. Con numerosos intentos menores, y con La brújula dorada, por ejemplo, basada en los libros complejos de la serie "La materia oscura", de Philip Pullman. Allí la bruja insidiosa es Nicole Kidman. En todo caso la película contó con la condena explícita de la Iglesia Católica ante la clara defensa que el autor original (y la película) hace del libre albedrío. No le vino nada mal como publicidad.
Pero seguramente la anécdota habría hecho sonreír, y hasta reír a C. S. Lewis, ese irlandés corpulento, lento, amante de algunos niños (no de los niños en general) y el buen beber. Y gozoso explorador de los mundos históricos sucesivos recorridos por la raza humana antes del mundo moderno, para él tan poco atractivo.
LAS CRÓNICAS DE NARNIA. El león, la bruja y el armario (vol. 2), y El príncipe Caspian (vol. 4), de C.S. Lewis. Destino. Madrid, 2005. Distribuye Planeta. 280 págs. cada uno.
El código Narnia
E. E. G.
EN LAS PRIMERAS líneas del prefacio de Planet Narnia (Oxford University Press, 2008) Michael Ward desea que su libro sobre la región inventada por C. S. Lewis "reafirme el valor de la comunicación implícita; no todo lo que necesita ser dicho necesita ser dicho de manera directa". A partir de allí, se dedica, con una minucia a la vez fascinante por su articulación y aplastante por su abundancia, a invertir la tendencia a considerar los siete libros como un conjunto bastante desordenado, a partir de una opinión de su amigo Tolkien, que desdeñaba la serie: la consideraba un "revoltijo" de mitologías cruzadas.
Todos están dispuestos a considerar la simbología cristiana del primer volumen. A partir de allí, en cambio, esa claridad supuestamente desaparece. A su vez Lewis no dejó expresada con claridad su intención organizadora. En la visión de Planet Narnia, en cambio, justamente la necesidad de cierto secreto en una mente y un espíritu de apariencia sencilla, pero de laberíntica complejidad como los de Lewis lo llevaron a ocultar el plan maestro de la serie.
Ese plan dependería del interés profundo que siempre tuvo su autor en las ideas de la Edad Media, y muy en especial en el ordenado cosmos pre-copernicano. En él, los planetas son siete (como los libros), incluyendo la luna y el sol. El cielo al que el hombre puede acceder con sus sentidos, por otra parte, se detiene en un punto más allá del cual el cielo solo es conocido por Dios.
Otra cita citable para su propósito figura en una carta de Lewis a su amigo Arthur Greeves, en 1916: "Como es adecuado en el relato de aventuras [o romance] el sentido interno está cuidadosamente oculto". El libro de Ward es resultado de una tesis universitaria, y está escrito a la vez con gran solidez de argumentos y fuentes (Ward conoce al dedillo los recovecos de la obra de Lewis) y con energía expresiva. Una ventaja es que su fecha de terminación sea tan reciente. Menciona por ejemplo el placer que le habría provocado a su autor enterarse de que Plutón dejó de ser considerado, hace muy poco, un planeta. Así el cielo se acerca un poco más a los números y la visión ptolomeica.
Un cimiento de la trama en que se basa la tesis es un poema de Lewis, titulado "Los planetas". Ward rastrea luego las bases para cada uno de los siete relatos en textos anteriores, en especial la famosa "trilogía de Ransom", de ciencia ficción. La correspondencia entre cada libro y un planeta es la siguiente: Júpiter para El león, la bruja y el armario; Marte para El príncipe Caspian; Sol para La travesía del Viajero del Alba; Luna para La silla de plata; Mercurio para El caballo y el muchacho; Venus para El sobrino del mago; y Saturno para La última batalla.
En la "Coda" final, Ward cuenta cómo tuvo la iluminación que lo llevó a su tesis en 2003, cerca del final de su entrenamiento como sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, para ordenarse. Un libro entre los tantos que escribió Lewis fue clave: La imagen del mundo (en el original, The Discarded Image o "La imagen descartada"). Además Ward reconoce quiénes lo precedieron en la intuición (no la explicitación) de la trama celeste oculta. Planet Narnia es un recorrido riquísimo de toda la obra de Lewis, a partir de los siete libros de Narnia, y sus respectivos planetas.
Querida Lucy
EL PRIMER LIBRO de la serie de Narnia, El león, la bruja y el armario, fue dedicado a su ahijada Lucy Barfield. En el texto, mezcló el tiempo de la vida y la literatura, y el humor con que iba recibiendo su propia edad:
"Mi querida Lucy:
Escribí esta historia para ti, pero cuando la empecé no había caído en la cuenta de que las muchachas crecen más rápidamente que los libros. Por lo tanto, ya eres mayor para los cuentos de hadas y, para cuando el relato esté impreso y encuadernado, serás aún mayor. Sin embargo, algún día serás lo bastante mayor para volver a leer cuentos de hadas, y entonces podrás sacarlo de la estantería superior, quitarle el polvo y decirme qué opinas de él. Probablemente, yo estaré tan sordo que no te oiré, y seré tan viejo que no comprenderé nada de lo que digas... A pesar de todo seguiré siendo...
tu afectuoso padrino,
C. S. LEWIS "