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Gauchos en las Malvinas

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El caballo ha sido herido de muerte por un toro salvaje. Su jinete se prepara para enfrentarlo. (Acuarela de William Pownall, sobrino de Samuel Lafone, que llegó a las Islas Malvinas en 1852)

Recuperando un legado cultural

En el siglo XIX había tanto ganado salvaje e indómito en la islas que sólo los gauchos uruguayos y argentinos podían con él. La presencia de estos hombres todavía se percibe.

En el año 1982 muchos jóvenes argentinos y británicos murieron en las Islas Malvinas por culpa de una guerra. El lugar fue testigo de un despliegue bélico inaudito, de hombres y máquinas supersónicas, con estruendos y gritos de terror. Es un sitio desolado, sin árboles y casi sin referencias visuales –resulta difícil, en cualquier fotografía, estimar distancias a simple vista, lo que aumenta la sensación de soledad infinita.  Sus habitantes –pocos humanos, millares de ovejas, algunos caballos y muchos pingüinos- reaccionaron como pudieron. Los pilotos de caza argentinos o británicos recuerdan cuando pasaban en vuelo rasante por las playas llenas de pingüinos. Éstos elevaban la mirada y, tras verlos pasar, caían todos de espalda. Su anatomía no les permitía observar toda la trayectoria del ave mecánica sin perder el equilibrio.

Las islas recibieron a lo largo de cinco siglos a visitantes portugueses, españoles, franceses, argentinos y británicos que luego fueron dueños, administradores, ocupantes, trabajadores, capataces, ladrones o usurpadores. La mayoría con órdenes que se daban en lejanas capitales o centros urbanos. Desde que en 1520 el cosmógrafo Andrés de San Martín dibujó el primer mapa de las islas –era parte de la expedición de Magallanes, luego murió con él en Filipinas- los barcos dejaron allí vacunos, caballos, ovejas y cerdos que, con el tiempo, se reprodujeron y ocuparon la superficie sin control alguno. Era ganado salvaje que estaba a disposición, casi gratis. Durante siglos los barcos balleneros o loberos se abastecieron sin pedir permiso, mataban las vacas que precisaban, o robaban los cueros, y seguían viaje. Algo que las sucesivas administraciones de las islas intentaron controlar para beneficio propio.

Para lidiar con semejante masa de ganado salvaje y adaptado al terreno hacían faltan gauchos, hombres acostumbrados a trabajar a caballo en condiciones extremas con el lazo, la boleadora y el facón. El libro Gauchos de Malvinas de Marcelo Beccaceci rastrea la presencia de estos gauchos argentinos y uruguayos en la historia de las islas, cuyo legado cultural y material se percibe hasta hoy en el archipiélago.

Yeguas machonas.

Los primeros fueron franceses, que pasaron por Montevideo en el caluroso enero de 1764 a bordo de la fragata L’Aigle y la corbeta Le Sphinx y compraron bueyes, novillos, cabritos, caballos, levantando las sospechas del gobernador español local, José Joaquín de Viana. Éste, intuyendo el destino, se aseguró de que las yeguas “fuesen machonas de suerte que no procríen”. Una vez llegados a Malvinas se instalaron bajo el mando del joven oficial francés Louis Antoine de Bougainville, fundaron el asentamiento-fuerte Port Saint Louis, y tomaron posesión de las islas. 40 años más tarde, y ya bajo administración española, había 5.000 cabezas de ganado salvaje vagando por las islas. Las yeguas que de Viana le vendió a los franceses tenían, al parecer, una femineidad oculta y potente.

Los empresarios también tuvieron su hora. El más controvertido fue quizá Luis Vernet, quien llegó a las islas autorizado por el gobernador argentino de la Provincia de Buenos Aires para desarrollar su emprendimiento ganadero. En 1825 contrató a varios gauchos que debían permanecer un año en las islas, cuyas praderas abiertas ya tenían vagando a 20.000 vacunos, 3.000 caballos y 5.000 cerdos. Vernet llegó a emitir papel moneda propio para uso en las islas que circuló muchos años, incluso después de la ocupación británica. Los ingleses llegaron en 1833 con el navío de guerra Clio, pero luego se ausentaron durante un año. Los gauchos de Vernet, mientras tanto, enojados por la falta de una paga justa y por las enormes deudas que tenían con el empresario –los obligaba a comprar alimentos e insumos a precios elevados- atacaron a representantes de la administración Vernet y mataron a cinco. Fue la primera sublevación gauchesca de las islas. Mientras tanto merodeaba por la zona el Beagle, el barco que haría historia al mando del capitán Fitz Roy y con Charles Darwin a bordo.

La presencia de gauchos creció bajo administración británica con el emprendimiento de Samuel Lafone, comerciante de origen inglés radicado en Montevideo. Debía llevar colonos a las islas para explotar el ganado salvaje. Se le concedió un territorio importante al sur de Puerto Darwin -hoy conocido como Lafonia- a partir de un contrato firmado entre Lafone y la Reina Victoria en 1846. En las islas ya había entre 80.000 y 100.000 vacunos salvajes. La posterior explotación hizo disminuir el ganado hasta su exterminio. Cuando en 1867 se incentivó la explotación de ovejas, que con los años pasaría a ser el recurso económico dominante en las islas, quedaban solo algunos cientos de vacunos. La era del gaucho en Malvinas no llegaría al siglo XX.

Una tarea peligrosa.

El libro Gauchos de Malvinas cuenta la historia en sus detalles, siempre con el preciso contexto. Ofrece numerosas imágenes en formato grande y papel brilloso con reproducciones de cuadros, ilustraciones y pinturas de época que describen la actividad diaria de los gauchos, el reposo, sus viviendas o vestimenta. También despliega fotografías actuales tomadas por el propio autor donde aparecen los corrales de piedra construidos por los gauchos, y que aún permanecen intactos en esa inmensa y sobrecogedora soledad. Quienes conocen las mangas del norte del Uruguay –cercos para el ganado levantados con piedra del lugar- verán en estos corrales a sus hermanos mayores, de más altura (a veces hasta 2 metros) y construcción más sofisticada.

Corral de piedra en Darwin, Islas Malvinas, construido en 1874 (foto Marcelo Beccaceci)

El relato de Beccaceci zafa con elegancia de los discursos predominantes sobre la soberanía de las islas, pero pone todos los datos históricos disponibles, mapas y otras curiosidades, en manos del lector para que éste saque sus propias conclusiones. Tanto que la geopolítica queda subordinada al hombre, al gaucho, al tipo de trabajo que realizaban, las condiciones y sus riesgos. Era una tarea muy peligrosa de la que solo los hombres de campo uruguayos o argentinos podían salir airosos, porque los de otras latitudes no daban con la talla. El extracto del diario de viaje de Darwin que Gauchos de Malvinas reproduce –uno de los puntos más disfrutables del libro, que ocupa varias páginas- resulta ilustrativo. Charles Darwin acompañó a un par de gauchos al interior de las islas durante varios días, y no la pasaron bien.

GAUCHOS DE MALVINAS, de Marcelo Beccaceci. South World, 2017. Buenos Aires, 84 págs. Distribuye Gussi.

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