Publicidad

Música que no se olvida

Fernando Cabrera, un álbum y sus secretos

Quince canciones, su génesis e historia, en un libro de Ignacio Martínez.

Compartir esta noticia
Fernando Cabrera
Fernando Cabrera
(foto Darwin Borrelli/Archivo El País)

Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
.
por Luis Fernando Iglesias
.
Al comienzo de su camino Fernando Cabrera quiso ser arreglador de temas de otros. Estudió guitarra desde la niñez, pero la opción de trabajar obras ajenas, campo en el que había en los setenta un buen panorama laboral en Uruguay, lo seducía. De 1975 a 1978 estudió composición en el Conservatorio Universitario de Música. En 1977 orquestación y arreglos con Federico García Vigil y de 1979 a 1981 composición con Coriún Aharonián e instrumentación y música del Siglo XX con Graciela Paraskevaídis. En una reunión con otros músicos, donde estaba Jorge “Choncho” Lazaroff, se animó a tocar dos canciones propias. El “Choncho” lo incitó a que se dedicara a componer y cantar olvidando su destino de arreglador. Conoció a Gustavo “Pacho” Martínez y junto a Daniel Magnone, conformaron MonTRESvideo. Fueron parte del álbum 5 del 78 (1979) grabado en vivo en la Alianza Francesa, donde estaban Estela Magnone, Rubén Olivera, Cecilia Prato y Leo Maslíah. En 1981 graban su único álbum en solitario. Baldío se llamó su segunda banda, con una formación con instrumentos eléctricos que visitó varios estilos y sacó un excelente disco en 1983. Siguen tres álbumes solistas y a mediados de 1987, luego de grabar un álbum en vivo en el Notariado con Eduardo Mateo, resuelve irse a vivir a Bolivia. Cabrera sentía, luego de una década de trabajo profesional, que no había logrado que su audiencia creciera. Era reconocido como un inclasificable creador, tenía un público fiel que lo seguía, pero no había llegado a la popularidad que esperaba.

Durante el año y medio que vivió en Bolivia, hizo arreglos para otros músicos —algo que ya había hecho con colegas uruguayos— y tuvo tiempo para pensar hacia dónde quería dirigir su carrera. El músico resalta un álbum de la cantante Emma Junaro en el que interpreta temas de Matilde Casazola, Mi corazón en la ciudad. Lidió con instrumentos de viento andinos, charangos y percusiones en un trabajo del que se siente orgulloso. Volvió a Montevideo en diciembre de 1988 con una cantidad de canciones terminadas o a medio componer y al final de la década saca uno de sus trabajos más elogiados, El tiempo está después (1989).

Su primer álbum de los noventa es Fines (1993) donde tiene protagonismo su trabajo como arreglador. Es un álbum con canciones ricas tanto en letra como en música, a las que resuelve agregarle una serie de instrumentos (oboe, flauta, violonchelo, fagot, corno francés, vibráfono, entre otros) a los que suma guitarras, batería, bajo y teclados. Según Ignacio Martínez, autor del libro Fines/Fernando Cabrera, todos esos instrumentos cumplirían un rol, “no eran un mero capricho snob”. Cabrera escribió los arreglos de cada instrumento y dio instrucciones a cada músico. Todo pasó por su cernidor. El lugar de grabación fue El Estudio de Washington Carrasco y Cristina Fernández, que habían traído a Uruguay un grabador multipista novedoso. Era un sistema digital que utilizaba cartuchos, parecidos a los VHS y que contaba con dieciséis canales de grabación. Oscar Pessano fue el ingeniero de sonido de aquellas sesiones. Años después, junto a Cabrera, realizaron una nueva mezcla para reeditar el álbum en vinilo, cosa que ocurrió en marzo de 2022.

Sin tiempo ni hora ni reloj. En el comienzo de su libro Martínez cuenta, en forma breve y precisa, el camino que llevó a Cabrera a este disco. Un álbum que desde el nombre anuncia el final de una etapa pero también los objetivos que buscaría de ahí en más. Una flauta y un oboe es lo primero que se escucha en “La casa de al lado”, canción que abre el disco. Luego el arpegiado de una guitarra criolla —que aparece y rápido se retira— y de una eléctrica que permanece. La voz de Cabrera cuenta una historia subyugante y oscura acerca de los juegos del tiempo sobre una melodía que remite a la música barroca. Si se escucha de forma atenta, o con la ayuda del libro de Martínez, se aprecia un ritmo lento de candombe por detrás. Una canción, y una letra que le llevó un buen tiempo terminar y que tiene la frase “A nadie espera, la casa de al lado”, de la que el autor no sabe su significado pero que agrega belleza y misterio al texto. Ese tema, que aparece en forma embrionaria en el documental Tahití y en forma acabada en el final de la película El Dirigible, ambas de Pablo Dotta, es una de las mejores y más famosas canciones de Cabrera y es a la que Martínez presta mayor atención. No rehuye el estudio técnico. En forma clara y sencilla explica el contrapunto entre el arpegiado armónico barroco y la melodía de candombe, la nostalgia en la letra, de cómo Cabrera le dio precisas instrucciones a cada músico acerca de lo que tenían que tocar. Concluye que “…no hay con qué comparar “La casa de al lado” ni en la extensa obra de Cabrera… ni aun en la inmensidad de la música uruguaya”.

Pero Fines es mucho más. La breve “Señora”, con su mezcla de tres géneros identificables, o “Tuve”, donde en tres minutos hilvana tres pequeñas canciones con una gran letra y una frase desoladora, “envejecer sin ti fue mucha muerte”. “Los inmigrantes bajan de memoria en los puertos…”. dice al comienzo de “La balada de Astor Piazzolla” que escribió de un tirón cuando se enteró que el músico había sufrido un ACV en París en un intento por mandarle fuerza a la distancia. Con ese fraseo tanguero en el cantar y una música que se acerca al folk norteamericano, es un bellísimo tema que se transformaría en un clásico de su repertorio. Cada canción es un mundo diferente, en algunos casos mínima y hermosa como “Mudar” cantada por Gustavo Nocetti.

A la profundidad del análisis, Martínez agrega toques de humor y mantiene la amenidad del relato. Incluye varias notas al pie que complementan sin distraer de lo principal. Cuenta con el testimonio de Fernando Cabrera y su visión a casi treinta años de que saliera este disco. Un álbum que tiene tantos ritmos e influencias como canciones. Donde se mezcla música barroca, candombe, Beatles, décimas, marcha camión, bossa nova, folk, tango, pop y que termina con un blues. Todo pasa a través de Cabrera quien lo transforma en algo propio e inconfundible.

Fines merecía un estudio serio como el que realiza Martínez, un admirador que no deja que su condición de fan lo aleje del rigor y que pone en su justo lugar a la excelente voz del músico para interpretar, como ningún otro, sus canciones. Para los que consideramos a Fernando Cabrera el músico uruguayo más original de los últimos cuarenta y cinco años, es una suerte que uno de los mejores libros de la colección Discos de Estuario ayude a descubrir secretos y maravillas de estas quince canciones que conforman una obra maestra.

FINES/FERNANDO CABRERA, de Ignacio Martínez. Estuario Editora, 2022. Montevideo, 178 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad