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La escritura feroz, precisa, de Leila Guerriero

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Leila Guerriero

Nuevo libro de la gran cronista

Una selección de sus columnas de El País de Madrid llega en formato libro, cobrando vida propia en el nuevo formato, lo que merece también un repaso de toda la trayectoria de Leila Guerriero.

Todo lo que publica Leila Guerriero no se parece. Sin repetir formatos y temáticas es, a la vez, inclasificable. Pero quien la leyó una vez, y luego otra, y otra, sabe que hay una constante: su prosa sencilla, que golpea rítmica, directa, cuya musicalidad no se sabe si entra por los tímpanos o por los ojos, y cuya armonía se instala en el cerebro lector de forma natural, placentera, como si el universo, al fin, hubiese encontrado un orden, el ritmo preciso que lo aleja del caos.

En esa búsqueda llegó un día a otro formato, la columna periodística, una que publicó durante cinco años en El País de Madrid, y de la que ahora Libros del Asteroide de España publica una selección. Este último libro, Teoría de la gravedad, que contó con una cuidada selección de la propia Leila Guerriero, y con prólogo de Pedro Mairal, se desmarca de la clásica selección de artículos periodísticos publicados a instancias del prestigio de su autor, el habitual refrito. Los textos elegidos, su orden, su tono y el ritmo que imponen a medida que avanza la lectura hablan de un proyecto que, consciente o no, alguna vez iba a continuar en el formato libro. El lector, en su disfrute, olvidará que alguna vez fueron columnas de un diario, porque tiene todo lo que hay que tener.

En el fin del mundo

Leila Guerriero comenzó colaborando en Página/30 y, meses más tarde, en El País Cultural (octubre de 1994) a instancias de Elvio Gandolfo. Lo hizo con un texto sobre Cortázar de autoría compartida con Carla Castelo. Desde entonces y hasta el texto de tapa que le dedicó en 2009 al desaforado Fogwill, el escritor argentino cuya inteligencia felina lo alejaba de todo lo común, compartimos su don de buena compañera, generosa, exigente, que energizaba el entorno.

Mientras, su evolución profesional en Argentina venía de vértigo. Ingresó al diario La Nación y, dispuesta a llevar su crónica al reportaje largo, se vio atraída por la ola de suicidios que conmovió al pueblo patagónico de Las Heras, en la lejana provincia petrolera de Santa Cruz, Argentina, hacia fines de los años 90. Eran muchos suicidas, muy jóvenes, que nadie había contado ni explicado. La cronista, entonces, se sumergió en los largos viajes entre Buenos Aires y la lejana Las Heras y, una vez allí, preguntó y buscó entre parientes, padres, amigos, trabajadores y vecinos. Buscaba la verdad, esa que los suicidas se llevan para siempre, en decisiones acompañadas por la aridez patagónica y ese viento enloquecedor que nunca termina de golpear. De allí, tras mucha elaboración, nació Los suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2005), que este cronista tuvo el honor de presentar hace 15 años en el Teatro del Centro de Montevideo. Es una de las narraciones más lúcidas que se han escrito sobre el infierno, pero un infierno helado, con nieve y viento, que embrutece y enloquece, propio de un lugar donde se trabaja a la intemperie gracias al petróleo. “Había escuchado tantas teorías para explicarlo todo” cuenta sobre las razones de los suicidios. “Porque sí, porque no había nada para hacer, porque estaban aburridos, porque no se llevaban bien con sus padres, porque no tenían padres o porque tenían demasiados, porque les pegaban, porque los hacían abortar, porque tomaban tanto alcohol y tantas drogas, porque les habían hecho un daño, porque salían de noche, porque tenían traumas de infancia, traumas de adolescencia, traumas de juventud, porque hubieran querido nacer en otro lado, porque no los dejaban ver al padre, porque la madre los había abandonado, porque hubieran preferido que la madre los hubiera abandonado, porque los habían violado, porque eran solteros, porque tenían amores pero desgraciados, porque habían dejado de ir a misa, porque eran católicos, satánicos, evangelistas, aficionados al dibujo, punks, sentimentales, raros, estudiosos, coquetos, vagos, petroleros, porque tenían problemas, porque no los tenían en absoluto.
Teorías. Y las cosas, que se empeñaban en no tener respuesta.
Escuché un estruendo en la calle y supe que el viento había empezado otra vez”.

A modo de epílogo, la autora confiesa que en Buenos Aires, la urbe autorreferente, nadie tomó nota de estos suicidios. Los únicos suicidas que los diarios mencionaban eran unos de Japón, nueve, asfixiados por gas carbónico. Casi un año más tarde, en 2006, todo estalló en Las Heras por una larga huelga de petroleros, con manifestaciones y un policía muerto. Pocos sabían en Buenos Aires qué era Las Heras. Mientras, Leila llegaba a Montevideo invitada para brindar un curso. No tenía celular, se acercó a un locutorio del aeropuerto para revisar sus emails, y descubrió que la jefa de prensa de Tusquets le había mandado ocho mensajes desesperados con pedidos de medio mundo. Nunca pudo salir del aeropuerto de Carrasco. Estuvo horas y horas allí atendiendo los pedidos de diarios, radios y televisión de Buenos Aires. Era la única que sabía de verdad lo que ocurría en Las Heras.

Frutos extraños y más

Llegaron, entonces, las recopilaciones de sus crónicas, que repetirían algunas o agregarían nuevas. La primera, Frutos extraños, Crónicas reunidas 2001-2008, publicada por Aguilar en 2009, recopiló las mejores crónicas o perfiles o como se los quiera llamar, no importa, lo que sí vale es cómo Leila va tejiendo, con parsimonia, los hilos de un carácter, una personalidad, o situaciones que explican lo que nunca antes había sido explicado. Lo hace con Homero Alsina Thevenet o con Jorge Busetto, el hombre que quiso ser Freddie Mercury. Porque no solo ve lo que otros no ven, “también hace que los lectores miren —como si fuera la primera vez— lo que siempre estuvo ahí. Lo que bajo la apariencia de normalidad deja asomar los dientes de la extravagancia” escribió la escritora chilena Alejandra Costamagna.

La siguiente recopilación, quizá la más conocida entre los estudiantes de periodismo, es Plano americano, cuya primera edición de 2013, muy cuidada, corrió por cuenta de la chilena Ediciones Universidad Diego Portales, y luego llegó a todos los lectores hispanoamericanos en 2018 en la editorial Anagrama (es de lamentar que las ediciones de la Diego Portales no lleguen a Uruguay). Plano americano agregó nuevas piezas, como las tres que abren el volumen, la de Nicanor Parra, publicada en El País de Madrid, seguida por la de Fogwill, publicada en El País Cultural, y luego el texto sobre Idea Vilariño, que había visto la luz en la revista colombiana El malpensante. También reitera el texto sobre Homero Alsina Thevenet o publica por vez primera un inédito sobre el escritor argentino Roberto Arlt.

Va el comienzo del dedicado a Fogwill: “El piso del departamento donde vive Fogwill ha sufrido un accidente. Es, de todos modos, un accidente añejo en el que Fogwill no tuvo intervención: una pileta de lona, que se desbordó durante días desde la terraza, y produjo un hoyo profundo en el centro del living. Pero ese, dicho queda, es un accidente añejo en el que Fogwill no tuvo intervención. Él, sin embargo, es responsable de todo lo demás.
—¿Querés un té?”

Gauchos que no se reconocen

También en 2013 volvió al texto largo con Una historia sencilla (Anagrama). De apenas 146 páginas, el libro trata sobre un bailarín de malambo, Rodolfo González Alcántara, y sobre el Festival Nacional de Malambo que se desarrolla en el pueblo argentino de Laborde desde 1966. Un certamen tan épico como trágico, porque un pacto entre los concursantes establece que, una vez que ganan, ya no pueden volver a presentarse en otra competencia. El libro, que sumó a Mario Vargas Llosa entre los fans de Leila, tiene como protagonista a la propia cronista que mira, escucha, se sorprende y se pregunta por qué está ahí. “Por qué, si yo no era capaz de distinguir entre un bailarín muy bueno y uno mediocre. Pero ahí estaba él —Rodolfo González Alcántara, 28 años, aspirante de La Pampa, altísimo— y ahí estaba yo, sentada en el césped, muda. Cuando terminó de bailar, la voz opaca, impávida de la mujer, dictaminó:
—Tiempo empleado: cuatro minutos cincuenta y dos segundos.
Y ese fue el momento exacto en que esta historia empezó a ser definitivamente otra cosa. Una historia difícil. La historia de un hombre común”.

Entonces Leila se sumerge en la vorágine. “Esa noche de viernes, Rodolfo González Alcántara llegó hasta el centro del escenario como un viento malo o como un puma, como un ciervo o como un ladrón de almas, y se quedó plantado allí, por dos o tres compases, con el ceño fruncido y mirando alguna cosa que nadie podía ver. El primer movimiento de las piernas hizo que el cribo se agitara como una criatura blanda mecida bajo el agua. Después, durante cuatro minutos cincuenta y dos segundos, hizo crujir la noche bajo su puño.
Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la guerra, era lo contrario de la paz. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través de las capas del aire hojaldrado de la noche, cubierto de estrellas, todo fulgor. Y, sonriendo de costado —como un príncipe, como un rufián o como un diablo— se tocó el ala del sombrero. Y se fue.
Y así fue.
No sé si lo aplaudieron. No me acuerdo”.

Malos y malditos

La Diego Portales publicó dos libros de crónicas coordinadas y editadas por Leila, Los malditos (2011) y Los malos (2015), donde demostró su talento como editora de textos ajenos, algo que frecuenta hasta hoy. En esos volúmenes reunió a autores de la talla de Edmundo Paz Soldán, Alan Pauls, Juan Gabriel Vázquez, Marcela Turati, Javier Sinay o Mariana Enriquez escribiendo sobre personajes malditos o malos, malísimos, de este continente.

Los malditos tuvo ecos en esta comarca, pues consagró como un rock star continental al uruguayo Gustavo Escanlar. El texto, con la firma del chileno Alberto Fuguet, generó polémicas. Confiesa Fuguet: “Es desconcertante, absurdo: casi ninguna de las veinticuatro personas con las que hablé en Montevideo me permite dar su nombre. Hubo personas con las que estuve diez minutos y, después de haberme explicado que no tenían mucho para decir, comenzaron a enviarme mails con anécdotas, detalles, recuerdos, escaneos de cartas, insistiendo, una y otra vez: ‘no me podés citar’; ‘tengo familia’”. Fuguet luego dio a conocer la versión original del texto, mucho más largo, con mayor presencia suya, pero que perdía fuerza.

En 2019 llegó el trabajo más extenso de Leila Guerriero hasta la fecha, dedicado al pianista argentino Bruno Gelber titulado Opus Gelber(Anagrama). Hombre premiado en el mundo, que frecuentó castillos y princesas, que tocó más de cinco mil conciertos, que puede darte con un gesto sencillo su receta para hacer el mejor huevo frito. Cuenta en el libro que una vez, sentada frente a él en su apartamento, “... me preguntó a qué le tengo miedo. ‘A los murciélagos’, respondí. Y él: ‘No te hagas... No te estoy preguntando eso. Lo sabés.’ Entonces me miró como si me atravesara, como si después de todo lo que él me había contado a lo largo de meses yo le debiera, al menos, eso. Y le di una respuesta irresponsable. Le dije la verdad”.

Su último libro, Teoría de la gravedad, trata de eso, de la verdad, la propia, la íntima, esa que a veces preferiríamos no conocer, porque “... dentro de mí sólo había una bestia sorprendida por revelaciones horribles que todavía desconozco” (en “Mal día”). En los textos aparecen su padre, su madre, la infancia, la adolescencia, los amigos, su pareja, La Pampa que la vio crecer, como también la llegada a Buenos Aires, la gran ciudad. Una y otra vez recuerda sus lecturas, sus poetas, los que educaron su oído y le enseñaron el ritmo de las cosas, del universo. También explora su interior, por ejemplo en “Miserias”, donde trata “... de entender que nada desquicia más que no saber qué hacer con la desgracia ajena:_nada produce más violencia. Ante eso, todos podemos ser —y somos— monstruos. ¿Podrían jurar que nunca patearon a un caído? Todos lo hicimos. Todos lo volveremos a hacer”.

TEORÍA DE LA GRAVEDAD, de Leila Guerriero. Libros del Asteroide, 2019/2020. Segunda edición ampliada. Barcelona, 206 págs.

Leila Guerriero

Algo más que una teoría de la gravedad

Teoría de la gravedad, de Leila Guerriero, trae una selección de las columnas que viene publicando desde hace 5 años en el diario El País de Madrid. El conjunto no se comporta como es habitual con este tipo de recopilaciones; la cuidada elección de los textos le dan al conjunto vida propia, más allá de su origen.

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