"Escribo por placer"

Nelson Díaz

(desde Buenos Aires)

"EN NUESTRO PAÍS, todos los proyectos de cambio han sido derrotados, cualquiera haya sido el signo con que se pusieron de pie ante la sociedad. En lo que a mí me toca, eso es lo que me atrae verdaderamente de la Historia: tratar de exponer, al menos, los entresijos, los pliegues de la derrota. Y a sus protagonistas, los vencedores y los vencidos". La frase, impresa en la solapa de Cuentos escogidos (Alfaguara, 2000), representa una exacta definición del universo narrativo del autor de En esta dulce tierra (1984), El amigo de Baudelaire (1991), La revolución es un sueño eterno (Premio Nacional de Literatura 1992) y El farmer (1996), entre otras novelas. Editorial Alfaguara publicó Para ellos, el paraíso y otras novelas (Ver País Cultural N‚ 641) volumen que, junto a Cuentos escogidos, reúne cuatro décadas de labor literaria de uno de los más importantes escritores argentinos.

Andrés Rivera (Buenos Aires, 1928) habla como escribe: con frases cortas, lacónicas, tajantes. Es parco pero jovial. No es difícil adivinar que no le gustan las entrevistas. Por si quedaran dudas, y ante la excusa, por enésima vez, de "la última pregunta", señala irónico "Cuando publique esta biblia, hágamela llegar por favor".

LA SUIZA DE AMERICA.

—¿Qué reflexión le merece haber reunido cuarenta años de escritura en estos dos volúmenes?

—Habla de una persistencia. ¿Qué nos queda para aquellos que escribimos, sino persistir? En estos tiempos, diría que es el único consuelo. De lo contrario, nos queda el recurso del conde Leon Tolstoi: la huida.

—Algunos críticos han definido sus novelas, (me refiero especialmente a El amigo de Baudelaire, La revolución es un sueño eterno y El farmer) como "novelas históricas", definición que a usted no le agrada demasiado.

—Es cierto; rechazo bastante eso. Estas son novelas con las cuales el lector, y hablo principalmente del lector argentino, puede identificarse sin necesidad de apelar a sus conocimientos, escasos en verdad, que le brindó la escuela primaria o la secundaria. Pensemos en un lector brasileño que no está tan lejos si lo ubico geográficamente: ¿qué sabe de Castelli? Nada. Lo que valdrá para ese lector, sea brasileño, venezolano o norteamericano, el que usted prefiera, será el drama de esa vida. Siempre y cuando ese drama esté bien expuesto en las páginas del libro.

—En La revolución es un sueño eterno, el disparador de la historia es el cáncer de lengua que padeció Juan José Castelli, paradójicamente conocido como "el orador de la Revolución de Mayo". El farmer narra la historia de Juan Manuel de Rosas exiliado en Inglaterra. Sin embargo, tanto Castelli como Rosas hablan en presente. Parece que, basándose en protagonistas de la historia argentina, usted escribe sobre el presente de su país.

—Efectivamente. Es obvio que ese pasado tiene sus matices, pero no es muy distinto al de Uruguay. Se terminó el mito del paisito, de la Suiza de América. Estoy hablando de un Uruguay que aprecio muchísimo. Por cierto, sigo sosteniendo que el desarrollo político y social del Uruguay sigue distinguiéndolo aún del resto de los países de América Latina. Y ésa, quizás, es una de las tareas que le incumben a los partidos de avanzada de su país: preservar eso, ensancharlo y llevarlo hasta los límites más extremos que se pueda.

LECTURA DE LA HISTORIA.

Marcos Ribak —tal es el nombre que figura en su D.N.I.—, nació en 1928 en Villa Crespo, en Buenos Aires. Proveniente de una familia obrera, —su padre fue dirigente del sindicato textil y militante comunista—, abandonó la secundaria para comenzar a trabajar en una fábrica donde aprendió el oficio de tejedor de seda. "Fui obrero porque se estableció una incompatibilidad entre la química y yo. Cursaba química industrial cuando, faltando dos años para finalizar el secundario, descubrí esa incompatibilidad".

A partir de ese descubrimiento, según palabras del propio Rivera, decidió hacerse "la rabona" durante un año, período que invirtió en recorrer Buenos Aires. "Conocí muchos bares, librerías y después, como provenía de un hogar obrero, tuve que salir a trabajar", agrega.

En 1945, con 17 años, Rivera se afilia al Partido Comunista argentino, donde, aclara, nunca aceptó cargos de dirección "porque tuve como un instinto frente a eso. El destino de un dirigente, por lo menos en el partido comunista argentino que fue el que yo conocí, era el destino de un burócrata". La decisión, asegura, fue parte de las enseñanzas que le dejó su padre. "El fue obrero toda su vida. Nunca quiso ser un burócrata, ni siquiera un burócrata modesto en las filas del Partido Comunista argentino. Trabajaba sus ocho horas en el taller y luego se iba al local de su sindicato. Esa fue una enseñanza sin palabras, realizada con el cuerpo y con una militancia cotidiana".

En 1958, junto a Juan Gelman, el dramaturgo Roberto "Tito" Cossa y Juan Carlos Portantiero, funda la revista Nueva expresión. Seis años después, él y Gelman son expulsados del Partido Comunista. "Tuvieron la prudencia de echarme", señala, y agrega: "Me había convertido en alguien incómodo. Era apenas una piedra en el zapato. Molestaba. Entonces, veinte años después, me pusieron en la calle. Tuvieron, en ese momento, la certeza de que yo no iba a comulgar con lo que hoy es un geriátrico político. Hicieron bien", dispara sarcástico.

BUSH EL SUREO.

—Teniendo en cuenta su militancia sindical y política, ¿cuál cree que es el rol del escritor en estos tiempos?

—El papel del escritor ha retrocedido como influencia social. Ha retrocedido mucho desde la década del 70 del siglo pasado. No es que no tenemos más a un Sartre. El estado burgués, aquí, y en cualquier parte del mundo, tiene modos de taparse los oídos. Los escritores en Estados Unidos son, por lo general, inconformistas pero trabajan en las universidades. Las editoriales norteamericanas, aún las más pequeñas, les rinden derechos de autor, no diría suculentos pero sí lo suficiente para vivir. Hay, para muchos de ellos, adaptaciones cinematográficas. Esto no quiere decir que le compren el alma, pero es un modo de cercar. Y, además, los más avezados de ellos, pensemos en Norman Mailer, están cercados por una sociedad que se puso de pie y aclamó a George Bush después del atentado del 11 de setiembre. Bush es tan torpe —y además sureño— (esto subráyelo por favor) que comete una gaffe tras otra.

—Ya que nombra a Sartre, usted alguna vez dijo justamente que la noción de compromiso y la ilusión de una literatura que incida en la realidad murieron con él...

—Sí, pero quiero reducir el ámbito de esa afirmación. Si pensamos en el Río de la Plata, si pensamos en América Latina, me pregunto qué alternativas hay a los partidos del establishment. En este país ¿cuál es la alternativa a los justicialistas y a los radicales, a los grandes coimeros, a los grandes ladrones y a los ladrones de gallinas? El trámite electoral, por limpio que sea, no arregla nada.

—¿Y cuál sería el camino alternativo?

—¿Usted quiere saberlo, verdad? Yo también, pero me atengo a algo que hoy es una palabra anacrónica: revolución. Hay que cambiar este sistema de arriba a abajo. Este es un sistema atroz e inhumano. Nosotros, latinoamericanos, sabemos que hay proyectos para liquidar la Amazonia. Ese desastre que no tiene calificativo alguno lo lleva adelante este sistema porque es un sistema inhumano.

INSENSATEZ Y REVOLUCION.

—Usted ha dicho que escribe sobre los vencedores y, por ende, sobre los derrotados. Sus personajes son seres solitarios, decadentes, por momentos violentos...

—No hay nada que agregar a eso. Sólo los triunfadores escriben la historia. Nosotros, si queremos, la leemos. Todavía los niños, los adolescentes y los universitarios, leen la historia que los vencedores escriben día a día. Hay otra historia que los derrotados escriben por fragmentos, donde hablan de sus propias vidas, de vidas ajenas y tienen poco eco. Eso es todo por ahora.

—En "Tránsitos", relato que integra Mitteleuropa, el protagonista dice "ningún libro, ni la Odisea, ni la Biblia, ni El Quijote, evitó Auschwitz" y, en otro tramo del relato, agrega "Quien escribe vive en un estado de insensatez. Quien hace la revolución también". Hay algo de fatalismo o de derrota anticipada...

—No es fatalismo, es un hecho. Borges dijo que los argentinos son escritores olvidables. Si esto es cierto ¿no es insensato escribir para el olvido? ¿Qué quiere decir cambiar el mundo? Podemos aludir a Prometeo, a tarea de cíclopes... Porque no se trata sólo de derribar el sistema. Después hay que cambiar a los hombres...

—El manejo del tempo narrativo y el poder de sintaxis son dos características de su obra. ¿Cómo influyó en este sentido su trabajo como periodista?

—Hemingway tiene algunas páginas ejemplares en torno a eso. Cuando a uno le dicen en un diario "mira, tenés veinte líneas para poner una historia que reclamaría un libro", uno tiene que ponerlo en ese espacio. El trabajo de periodista contribuyó a que yo aprendiera una cierta economía en la descripción de un episodio.

—Otra característica de su obra es la estructura poética en la construcción de sus relatos y novelas. Me baso en ese monólogo, si me permite feroz, de Rosas y la frase final cuando escribe "Es triste todo". ¿Qué piensa al respecto?

—Agradezco la apreciación, pero corre por su cuenta. Tengo demasiado respeto por la poesía como para opinar sobre mí mismo en relación a ella.

—En El amigo de Baudelaire, el disparador es un crimen que pone a Saúl Bedoya en el centro de la escena narrativa. ¿Cómo surgió esta historia?

—Cuando se me dio el elemento al que usted hace referencia, es decir el crimen que pone a Bedoya como juez, pude elaborar la novela. Bedoya, gran burgués argentino de fines del siglo XIX, era natural que viviera algunos meses o años en París. Se me ocurrió que podía ser probable que visitara a Baudelaire.

TIERRA DE EXILIO.

Rivera dejó Buenos Aires en 1989 y se trasladó junto a su compañera Susana Fiorito a Bella Vista, uno de los barrios más pobres de la ciudad de Córdoba, donde adquirieron un viejo galpón y crearon una biblioteca popular. Los primeros cuatrocientos ejemplares fueron donados por el propio escritor. Hoy, la Biblioteca Popular de Bella Vista cuenta con doce mil volúmenes. Fiorito también preside la Fundación "Pedro Milesi" —nombre que remite a un militante sindical cordobés de comienzos del siglo pasado—, donde funciona un centro cultural y se imparten clases de computación, teatro, apoyo escolar y trabajos en la huerta orgánica. Cuando Rivera —encargado de coordinar todos los viernes el ciclo de cine en el centro cultural—, habla de la experiencia se ubica en un prudente segundo plano, cediéndole el papel protagónico a su mujer.

—¿Cómo es la labor social desarrollada en Bella Vista?

—Mi esposa ha emprendido, hace ya muchos años, un trabajo muy importante al frente de una biblioteca que además tiene muchas otras áreas desde gimnasia, atención a ancianas, computación... Trabajo que ha trascendido las fronteras de la provincia y tiene como sesenta docentes a los que se les paga con becas muy reducidas que viene, a su vez, de dinero donado desde el exterior. Así subsiste la biblioteca. Yo me ocupo nada más que de la función de cine, los viernes a la noche. Concurren vecinos del barrio, lo que me da mucha satisfacción. Además, como soy un amante del cine, al primero que le da satisfacción que se meta el video en la máquina, se baje el telón, se haga silencio, y se apaguen las luces, es a mí.

—Volviendo a El farmer. Es el 27 de diciembre de 1871; Rosas, convertido en un solitario anciano, dialoga consigo mismo frente a un brasero, rodeado por la nieve y el exilio. En Tierra de exilio, el protagonista también es un hombre solitario que dialoga con su madre, la enfermedad y la muerte. ¿Su decisión de vivir en Córdoba obedece a una suerte de autoexilio?

—(Se ríe) Yo estoy exiliado de Argentina, que es distinto.

LA GRASA DE LA ESCRITURA.

—Ajustes de cuenta, publicada en 1972, es considerada por usted como un punto de inflexión en su escritura. Sin embargo, luego de su publicación, sobreviene un silencio que dura diez años hasta la aparición, casi simultánea, de Una lectura de la historia y Nada que perder. ¿A qué se debió ese silencio de una década?

—Ajustes de cuenta la considero como un campo de ensayo de lo que vendría después. En cuanto a ese silencio de diez años es muy simple: después de ese libro vino el golpe y ninguna editorial me iba aceptar texto alguno. Hice algún intento, pero fue en vano. Por azar salvé la vida y me dediqué a trabajar, leer, escribir y, como tantos argentinos, a vivir ese genocidio que, treinta años después, ocupa páginas y páginas de los diarios más importantes de mi país.

—¿Qué le produce más placer: escribir o leer?

—Ya lo dijo Borges: uno llega a un momento de su vida que la lectura da más placer que escribir. Eso me hizo pensar, porque me estoy acercando a ese momento. Piense en Rulfo. El tiempo que le quedó de vida después de escribir esas dos formidables obras (se refiere a Pedro Páramo y El llano en llamas) ¿qué hizo? ¿Solo trabajó o también leyó? Por ahora comparto esos dos placeres, pero va a llegar un momento en que el placer de la lectura va a ocupar todo el escenario. Mientras tanto, escribo por placer. Sin duda alguna. Los escritores que dicen que sufren cuando escriben, mienten. No necesito despertar la compasión del lector. Tampoco necesito mentirle en cuanto a mi estado de ánimo cuando escribo.

—¿Qué está leyendo en estos momentos?

—Cuando escribo no leo. Y ahora estoy terminando un cuento que integrará un nuevo libro de relatos. Eso ocupa todo mi tiempo.

—¿Ya tiene el título?

—Sí; Cría de asesinos.

—Usted empezó escribiendo novelas (El precio, 1957), después derivó al cuento y, finalmente, a la ‘nouvelle’. Es decir, transitó el camino inverso a la mayoría de los escritores. Una posible lectura de esto sería que, para usted, escribir se ha transformado en una economía de lengua y de género.

—Aprendí, sigo aprendiendo, que lo que se puede decir en dos líneas no hay que decirlo en diez. La grasa, lo que sobra, en una escritura es detestable. Por lo menos, para mí.

—¿Cómo es el proceso a la hora de escribir?

—Necesito tres elementos: título, las primeras cinco líneas y el final. Después, lo que dé la historia. Lo que sí puede ocurrir es que la propia historia modifique esas primeras cinco líneas y modifique, tal vez, la escritura y el propio final. Pero necesito esos tres elementos antes de lanzarme a la aventura de escribir.

—¿Cuándo y cómo escribe?

—Escribo a mano, por las mañanas, tres o cuatro horas. No escribo en computadora. Todavía me atengo a estos cuadernos grandes, anillados. Utilizo una lapicera roja con la que subrayo, con la que anoto algunas cosas, y después una vieja máquina de escribir donde hago copias provisorias de lo que escribí en el cuaderno.

—¿Qué valor tienen para usted como escritor los premios literarios?

—Desde el punto de vista económico (se refiere al Premio Nacional de Literatura 1992), me permitió dedicarme las veinticuatro horas del día a la escritura. Me otorgó cierta independencia. Los premios sólo sirven de estímulo para eso. Nada más que para eso.

—¿Y a nivel de crítica?

—Esa es la otra historia. Una vez que usted recibe un premio y lo publica un sello editorial como Alfaguara, los medios le dan un lugar destacado en sus páginas culturales y, normalmente, lo elogian. Si usted quiere encontrar una crítica más certera, aún aquellas que más le disgusten, tiene que buscar en el underground. En las revistas que sacan los jóvenes, que las editan, como suele decirse, a pulmón. Allí no juegan ciertos intereses y ciertas fatigas.

Los Onetti

—EN VARIAS oportunidades, usted ha confesado su admiración por Onetti. También fue amigo de su hijo Jorge. Incluso, éste le dedicó un cuento, "El capital", incluido es su último libro antes de su muerte. ¿Qué recuerdos tiene de los Onetti?

—Es muy posible que Jorge haya sido tan generoso como para dedicarme un cuento. De Onetti padre, los recuerdos que tengo son como lector de su obra, a excepción de una vez que Jorge me llevó a la casa de Juan Carlos. Lo encontramos tendido sobre un colchón tirado en el suelo, todo vestido de negro, con una camisa blanca, y una larga hilera de botellas, algunas de ellas vacías, de cerveza Norteña. Después volvimos en la moto de Jorge e hicimos un comentario, que yo recuerde muy lacónico, acerca de cómo encontramos a Juan Carlos. Ese fue mi único contacto con Onetti padre. Con Jorge fue mucho más frecuente. El vivía en Pocitos y yo iba una vez por mes a visitarlo. Después emigró a España y nos carteábamos. Le prometí conseguir los dólares necesarios para ir a visitarlo cuando me sorprendió su muerte.

—¿Y de Onetti padre?

—Como siempre ocurre acá, sobre él ha caído un olvido al igual que ocurrió con Cortázar. Un olvido que, en algún momento, habrá que rever. Porque ¿a quién se va a apelar para aprender a escribir, sino a Juan Carlos Onetti? Onetti es un gigante que puede medirse con cualquiera de los mejores escritores americanos.

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