Música en los márgenes

En Uruguay “el rap era identidad y supervivencia”: entrevista con el investigador Diego Rocha.

“El rap no sonaba en las radios, era censurado”

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Diego Rocha
Diego Rocha, curador musical y escritor uruguayo
(Francisco Flores/Archivo El País)

por Gera Ferreira
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Uruguayan locos, de Diego Rocha (Montevideo, 1976) es un libro sobre los comienzos del rap en Uruguay. Un recorrido sobre los pioneros que eligieron el rap como opción artística (y de vida) en los 90, entre ellos, Jazzy Mel, con el que muchos crecieron escuchando, o mejor, bailando. Es, acaso y también, un homenaje de época.

Melómano e inquieto, Rocha forma parte del jurado estable de los Premio Graffiti y es autor de Amanecer Búho (2019), libro basado en el disco homónimo de Buenos Muchachos. También es parte de un proyecto de archivo musical de escala abrumadora.

En una entrevista mencionaste que el proyecto Archivo de la Música Uruguaya (AMU) es más complejo de lo que parece.
—Es que aun explicándolo no se capta su magnitud. Es esquizofrénico, porque el archivo actualmente abarca a cada uruguayo que haya participado en una grabación.

—El criterio de reunión es amplísimo. ¿Cómo lo organizan?
—Cuando un investigador busca información tiene que recorrer decenas de lugares y muchas veces no encuentra nada y pierde tiempo. Nosotros la concentramos en un solo sitio. No vamos a tener todo, es imposible, pero sí una gran parte.

—A su vez, consideran materiales en los que participaron uruguayos, aunque no sean los protagonistas.
—Claro. Por ejemplo, siete de cada diez discos de tango editados en el mundo tienen algún vínculo con Uruguay. Nuestra colección de tango es una monstruosidad.

—Me sorprende que también archiven las copias que encuentran de los discos... por excesivo.
—¿Cómo te das cuenta que un disco es distinto a otro? Comparándolos. La música es la misma, pero el disco no: la portada puede ser diferente, el diseñador gráfico, la fabricación. Eso lo vuelve exquisito.

—¿En un futuro próximo cualquier persona podría acceder a esta colección? De momento es privada.
—Sería increíble. Pero te sumo más locura: el archivo no solo se compone de discos, tenemos libros, revistas, recortes, todo lo que encontramos sobre música uruguaya: la revista Mundo Uruguayo, Rock de Primera, páginas de Sábado Show...

—Es un trabajo inmenso y genial, con lo que implica esa palabra, entre locura y cordura.
—Solo un loco puede hacer esto.
—O dos, porque Rocha trabaja junto a Roberto Domínguez, dueño del proyecto: un empresario argentino al que le gusta el anonimato y se dedica “a otra cosa”.
—Sí. Viene de otro palo. Tenemos dos bases de operaciones. En Uruguay trabajo con una planilla Excel donde cargo la información y en Argentina usamos un programa, que no es el mejor, pero es lo más funcional que encontramos. Del procesamiento y la búsqueda me encargo yo.

—Esto es digno de Tiranos Temblad. Alguien que se dedica exclusivamente a buscar en el mundo lo uruguayo dentro de la música.
—Tenés que estar todo el tiempo leyendo, mirando, escuchando. Si alguien te dice que un uruguayo participó en cierto disco, hay que rastrearlo. A veces me avisan: “Vi un lote de discos, hay quince que pueden servir y cuatrocientos que no sé”. Me los traigo todos.

—El auge de lo vintage ayudó a revalorizar los vinilos.
—Sí, pero nosotros protegemos los materiales. No vendemos, ni dejamos que nada salga del archivo, ¿entendés? Porque hay más gente haciendo esto pero para efectos personales, o para sacar rédito económico.

—¿Y qué pasa con la calidad? Capaz que tenés una pepita de oro pero la mitad del disco se escucha mal. ¿La descartan?
Queda todo, en el estado que esté. No sabés qué va a pasar.
—¿Y hace cuánto que empezaste?
De forma intensa, dejando mi trabajo en Palacio de la Música, desde 2016.

—Casi 10 años. Te escuché decir que en algún momento habían tenido conversaciones con el Estado sobre este archivo y que les habían ofrecido un depósito. Leí que ustedes veían esto con recelo.
En algún momento el Estado va a tener que participar. Pero por ahora nosotros tenemos forma de existir aislados.

El legado del rap.
Uruguayan locos es un libro que nace en pandemia, ¿no?
—Sí, lo escribí en 2020, lo entregué en 2023 y salió en 2024. Siempre estuve esperando que alguien lo escribiera. Alguien rapero de verdad, alguno de los integrantes de las bandas que aparecen ahí, alguien que contara ese Uruguay. Y dije bueno, si no lo escribe nadie voy yo.

—El título refleja bien un tipo de actitud en esa época.
—Sí, define lo que eran esos raperos en aquel momento. Imaginate, cuando subían a un escenario, sin instrumentos, sin una computadora, los miraban de abajo y les decían, ¿bo, qué hacen? Cuando salía la música, ahí, ¡opa!, qué es esto. Estaba bueno, porque era denso, pesado, con letras muy interesantes, pero tenías que estar loco para hacerlo. Los vanguardistas siempre fueron mal entendidos.

—El subtítulo, “Los comienzos del rap en UY”, también cumple una función aclaratoria.
—Era necesario, porque hay una confusión entre rap y hip-hop. Este no es un libro sobre hip-hop, sino sobre rap. No aborda el graffiti, el breakdance, ni DJs, solo el aspecto musical.

—¿Cómo delimitaste la cronología? Solo llega hasta el 2000.
Lo que pasa es que ahí ya se abre otra cosa. Me concentré en los pioneros, hasta 1998, porque ese año se hizo el Montevideo Hip-Hop y fue la excusa perfecta para cerrar el relato. En aquel momento no había una ruptura clara con el rock, al revés: El Peyote Asesino, Plátano Macho, los que usaban solo computadoras, todos hibridaban géneros.

—Creo que lo escribiste con tus reseñas musicales, que hiciste muchas.
Cuando leo un libro de música me gusta que tenga un equilibrio entre el dato y la anécdota, y no me interesa tanto la experiencia tuya con la música. Acá aparezco en el principio, te explico más o menos todo.

—Uno de los grandes desafíos de los raperos en los 90 era conseguir la música. Dependían de que alguien viajara y trajera discos o casetes. Era la forma de conocer a Coolio, a LL Cool J, a Vanilla Ice, hasta que llegaron los CDs.
—Exacto. El rap no sonaba en las radios, era censurado. Se preferían las mezclas de Rage Against the Machine, por ejemplo. El rap era un nicho muy cerrado y creo que sigue siéndolo.

—¿Sentís que la historia de la música uruguaya los tenía olvidados?
—Siempre me interesaron los pioneros, y sí, han quedado en apenas un pie de página.

—En Uruguay además falta la cultura del reconocimiento, desde El príncipe hasta Jazzy Mel. A propósito: ¿alguien ya había contado la historia de Jazzy Mel?
Muy acotada y en algunas entrevistas. Pero cuando empecé a revisarlas me di cuenta de que Jazzy Mel es prácticamente la persona que crea el movimiento hip-hop en Argentina.

—Más allá de que en tu libro le dedicás un capítulo destacado, ¿cómo te cayó él?
Bárbaro, es un crá. Era un estudioso de la cultura, por ejemplo, las camperas que usaba se inspiraban de los trajes de carnaval.

—Y también impuso el uso de la bandana en la cabeza, al menos por el Río de la Plata.. ¿Está en Uruguay?
No, en Buenos Aires. Estuvo mucho tiempo afuera de la música, pero aparece para las fiestas bizarras, como las que se hacen en La noche de Nostalgia. Allá se juntan él, Machito Ponce, King África y otros a hacer shows.

—¿Cómo fue el trabajo de campo?
Primero tracé una línea, que se interrumpe cuando llegan Plátano Macho y El Peyote, que los separé del resto. Porque acá en Uruguay estos dos grupos te llevan toda la historia del rap, junto con La Teja Pride.
—Cierto.
Entonces los quería dejar un poco más separado de la primera camada. Y ahí me planteé prácticamente una línea de tiempo, casi novelesca, del 90 al 95.

—Por lo que se da a entender en tu libro la movida rapera acá se diluyó naturalmente.
Sí, pero ahí entra otro factor importante, principalmente en Plátano Macho y Peyote Asesino, que se disuelven en la cresta de la ola. El tema de los asuntos personales. Uno de ellos dice: pah, tenemos la oportunidad de romperla en Argentina, con el respaldo de la MTV, vamos, vamos. Y otro le responde: ¿y yo qué hago con mi laburo? ¿Y mi pareja que está embarazada? No puedo irme dos meses a estar subido en bondi a tocar.

—Claro, había que tirar todo y jugársela. En el libro ponderás el trabajo de Rap Attack, que hicieron el primer disco de grupo de rap.
Sí, esa es otra historia que venía a reivindicar, porque cada informe de rap, cada documento que encontré no mencionaban a Rap Attack, y yo tenía en la discoteca un casete de 1992. Le preguntaba a todos los investigadores pero me decían que eran una copia del dúo Milli Vanilli y que no hacían rap auténtico. Hacían rap bailable, pero es rap, y no figuraban en la historia. En esa época, principios de los 90, hubo como un destape “a la uruguaya”, y ya empezaban a verse porros en la calle, más libertad, entonces subían los raperos que no tenían ningún pandillero, no había negros, no había nada: eran skaters, punkies, algunos curiosos, que te decían no tomes alcohol, no comas carne, hare krishna.
—Algo bizarro, y rarísimo.
Tal cual, había dos grupos consolidados, Víctimas del Sistema (VDS) y Fun You Stupid! (FYS).

—Cuando lo empecé fue necesario escuchar de nuevo algunas canciones, porque realmente hay que conectar con esa época.
Claro, lo extraño es que no esté casi nada accesible.
—Exacto. Cuando fui a buscar a Jazzy Mel en Spotify está solo su primer disco, MC Rapper (1991) y nada más.
Sí, de VDS nada, de FYS! casi nada...

—¿Te pasó de no poder incluir datos y gente porque no tenías forma de comprobar lo que te decían?
Sí, muchos me decían “yo estaba antes de aquel o del otro”, y no era tan así… Dicho con mucho respeto, obvio. Se daba una disputa por la famosa autenticidad del rap, que es muy importante para ellos (no para Fun You Stupid!), pero si para VDS, principalmente para Nan, el cantante, y además el teórico del rap de Uruguay.
—Es un territorio complicado.
Pero sabés qué noté, que ellos querían que sus historias fueran contadas.
—¿Tuviste sus devoluciones?
—Todas positivas. Pero me gustaría que sirviera para preguntarnos más cosas: ¿qué pasó con Fun You Stupid!? ¿Qué quedó de esa forma de hacer rap? Aquella escena tenía una densidad y una violencia verbal que ya no existen. Hoy, el objetivo es hacer plata y pegarla, pero para aquellos raperos el rap era identidad y supervivencia.

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