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El uruguayo inesperado, poeta vicioso y estafador

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Félix Peyrallo
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Félix Peyrallo Carbajal

Poco se sabía de Félix Peyrallo Carbajal, poeta vagabundo por el mundo que jugó al gato con la ficción, y al ratón con la realidad.

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"Él preguntó: ¿No va a vender poesía? Le dije: no, la poesía nunca se vende. Y cuando le dije así, me dio un beso”. Eso contó la poeta cubana Carilda Oliver Labra, famosa por un verso sencillo y verdadero que la convirtió en poeta popular de la ciudad de Matanzas y de toda Cuba: “me desordeno, amor, me desordeno”. El que preguntó fue Félix Peyrallo Carbajal, uruguayo nacido en 1913, que no fue poeta por negarse una obra, pero recorrió América con la poesía en los labios, ganándose la vida como conferencista vagabundo.

El episodio ocurrió en 1950 y es parte de una historia de amor. Carilda estaba comprometida con un novio que se recuperaba de la poliomielitis, y a poco de tratarlo, Félix le dijo: “Esa mujer no está enamorada de ti. Lo que tú tienes es un compromiso. Yo llegué después y tengo derecho a pelear por ella”. Y los dos se fueron a trompear a orillas del río Matanzas, con el previsible traspié de caer al agua. Salió Félix, y como el otro se ahogaba, volvió a tirarse al río para salvarle la vida. El novio quedó doblemente humillado, y aunque poco más tarde la pareja se casaría, desde Santiago de Cuba Félix no dejó de enviarle a Carilda cartas de amor. En los vagones de los trenes. Antes, le avisaba por teléfono: Esta tarde te acabo de escribir una carta en el vagón número cuatro que llega a las siete y quince. Y a la estación iba Carilda, muerta de vergüenza frente a los vecinos, a leer las palabras escritas con carbones: “Carildísima, mujerísima mía…”. A partir de entonces Félix no dejó de escribirle por correo durante muchos años desde los pueblos y ciudades que visitaba, ni de enviarle retratos suyos cortados o intervenidos a tijera, a sabiendas de que ella no tenía dónde responderle. La convirtió en su amor de confesión, y con la promesa de serle infiel, encabezaba sus cartas: “Carilda querida. Mi mocosa. Mi piba. Mi novia cubana. Mi novia de bolsillo. Carilda linda. Carilda buena. Carilda tantas cosas. Muchacha mía. Mi nena. Carilda mi vida. Carilda Canalla. Mulata rubia. Mi caribe. Mi arroz, mi tabaco para pipa de vejez. Mi milonguita. Carilda mi bien. Deida. Mi hombro herido. Mi Carilda del río Mayarí”.

Todas esas cartas las encontró Urbano Martínez, biógrafo de Carilda, debajo de un colchón, y a todas las tuvo en sus manos Ricardo Machado, doctor en Historia de la Universidad Federal Da Fronteira Sul, de la ciudad de Chapecó, Santa Catarina, quien dedicó diez años de su vida a perseguir el rastro de Félix Peyrallo Carbajal. Su investigación fue publicada por Editorial Humana (Chapecó, 2021) bajo el título Félix, un libro apasionante que comparte la intriga por el destino de este uruguayo felisberteano, capaz de dormir donde lo encontrase la noche, de adjudicarse improbables títulos académicos en Madrid, Stanford, La Sorbonne, cargos de profesor de filosofía en la Universidad de Sucre, de Literatura Castellana en la Universidad Pan-Americana de Panamá, de Estilística en la Universidad Católica de Valparaíso, y de seducir a públicos diversos con recitales y conferencias sobre Rubén Darío, Gabriela Mistral, García Lorca, Carilda Oliver Labra, Neruda, Rilke, Rimbaud, Cervantes, Pedro Garfias, además de presentar problemas matemáticos, astrales y filosóficos.

Se jactaba de viajar con una maleta y un cepillo de dientes, de su memoria y de su libertad, al extremo de interrumpir muchas conferencias para irse a beber unas cervezas y luego regresar a la sala. Entonces artistas y escritores competían con los entretenimientos del cine y el teatro, en ocasiones colmaban las localidades y a veces una solitaria fila de sillas, como más de una vez le pasó a Jorge Luis Borges en la provincia de Buenos Aires, o a Felisberto Hernández con sus conciertos de piano.

Félix Peyrallo dependía de los contactos que iba tejiendo con los Club de Leones o Rotary Club de las ciudades a las que llegaba, y confiaba en su capacidad de seducir a personajes notorios, alcaldes o gobernadores, que más de una vez lo ampararon y le organizaron presentaciones.

En 1957 el poeta brasileño Manuel Bandeira publicó un libro de crónicas titulado Flauta de Papel en el que incluyó una crónica de su encuentro con Félix. El uruguayo se presentó en la puerta de su casa en Rio de Janeiro con una reverencia, dijo ser un poeta de la América española que conocía su obra y deseaba conversar con él. Lo hicieron al día siguiente, y Félix le mostró un amplio conocimiento de su poética, le habló de Carilda, de Neruda, de León de Grieff y de Coronel Urtecho. Cuando Bandeira le preguntó de qué vivía, Félix le dijo que de la mendicidad: “cuando tengo hambre pido comida, cuando tengo sueño pido una cama y, si no encuentro un lugar donde dormir paso la noche entera caminando, porque soy capaz de andar veinticinco kilómetros sin cansarme. Comer y dormir no son problemas. Los problemas de la vida son otros”.

Itinerarios

Ricardo Machado logró confirmar conferencias y actividades de Peyrallo en muchos países del continente: en 1938 lo ubica en la ciudad de Salto, al año siguiente en Sucre; durante los años cuarenta en Stanford (USA), en varias ciudades de México, donde se hizo amigo y confidente del poeta español Pedro Garfias, también en Nicaragua, Costa Rica y Panamá; en 1950 recorrió con sus conferencias toda Cuba, y los años siguientes lo ubican en varias ciudades del norte argentino, de Chile, Perú y Ecuador; en los años sesenta hay registros de su paradero en Colombia y en Santiago de Chile, y en los años setenta, en muchas ciudades de Brasil.

El consulado de Uruguay en México y la embajada de Estados Unidos investigaron sus movimientos por el país, luego de que se presentara en varias ciudades como representante del consulado uruguayo y adeudara sumas en un hotel de Saltillo. El consulado uruguayo no logró probar la nacionalidad de Félix, pero lo describió como un individuo de conducta indecorosa y fraudulenta, insolente y viciosa (consecuencia de sus andanzas y borracheras con Garfias), aunque reconoció su cultura y erudición. La dictadura brasileña siguió sus pasos por Brasil en los años setenta, adjudicándole la difusión de mensajes de Fidel Castro y actividades subversivas, lo que lo obligó a retornar a Uruguay y regresar más tarde. Félix Peyrallo enloqueció los registros migratorios con sus continuos desplazamientos y declaraciones de improbable confirmación. Jugó al gato con la ficción y al ratón con la realidad, hasta convertir su vida en un enredo de fantasías y extravagancias inspiradas en la vida bohemia de Rubén Darío. ¿Pero qué pudo confirmar Ricardo Machado sobre el lado más oculto de Félix Peyrallo?

Su partida de nacimiento lo registra nacido en Montevideo el 23 de setiembre de 1913, hijo del músico Félix Peyrallo y América Carbajal (aunque en muchos documentos Félix declaró que su madre se llamaba Rosa, como la madre de Rubén Darío). El padre tuvo una destacada participación en la Sociedad Sinfónica de Cámara, el Centro Enciclopédico y la Sociedad Teosófica en Uruguay, pero la madre murió en fecha temprana, dejando huérfanos a Félix y dos hermanos mayores, Félix Orlando Carlos (1908) e Isis América (1912).

Al momento de morir el padre, Félix tenía veinte años y quedó bajo tutela de sus abuelos paternos, pero su formación intelectual dibuja un misterio porque las fechas de los títulos que se adjudicó denuncian incongruencias cronológicas y Machado no logró confirmarlos en los archivos académicos. Wilfredo Penco lo conoció en la mesa de Marosa Di Giorgio en el Café Sorocabana, cree que se habían hecho amigos en la ciudad de Salto, y recuerda que Félix se declaraba discípulo de Roberto Ibáñez. Machado añade que Eduardo Galeano lo conoció en años postreros y según el testimonio de amigos comunes, solían discutir sobre la jerarquía de Ibáñez.

Todo indica que, a la muerte del padre, Félix vivió un tiempo de la herencia y luego de sus conferencias y recitales. Machado halló rastros del destino de su hermana en Asunción del Paraguay, donde Isis ejerció como directora de coros y se casó con un hombre del partido Colorado que le escribía los discursos a Stroessner. Murió en el año 2000, y fuera de sus alusiones a un hermano que vivía en otro mundo y el recuerdo de uno de sus alumnos sobre un encuentro violento entre ambos, la referencia dibuja otro misterio porque unos amigos de Félix en Melo desconocían que fuera su hermana, dado que le escribía cartas de amor.

La intriga sobre el destino de Félix cobró un giro inesperado cuando la escritora cubana Claribel Terré Morell, radicada en Buenos Aires y empeñada en escribir una novela sobre la vida de Peyrallo, lo encontró en 2005 con más de noventa años, en un asilo de ancianos de la ciudad brasileña de Blumenau. Alcanzó a conversar con él antes de que muriera pocos meses después. Entonces Félix se adjudicaba haber nacido en 1905 —son las fechas que figuran en su tumba (1905-2005)—, y al año siguiente Terré Morell publicó La muerte está servida. Félix Peyrallo Carbajal.

Conversaciones al filo de los 100 años, (La Bohemia, Buenos Aires, 2006). Allí Félix narró sus encuentros en España con Antonio Machado y García Lorca, su vida en París, y afirma Terré Morell que le mostró una carta que le había escrito Bertrand Russel. El testimonio, sin embargo, está novelado, y a Machado le resultó imposible despejar la imaginación de la autora de la imaginación de Félix, y la imaginación de Félix de la realidad.

Artesano del tiempo

De lo que no caben dudas es que en sus últimas décadas Félix dio un giro existencial y se dedicó a construir relojes de sol. El primero lo diseñó en la ciudad de León, Nicaragua, y luego incorporó esa actividad de modo sistemático. Machado halló más de cuarenta cuadrantes solares construidos por Félix en decenas de ciudades de todo Brasil, y dentro del territorio uruguayo en las ciudades de Canelones, Carmelo, San Gregorio de Polanco, Paysandú y Salto. En parte atribuye el giro a la disolución del ímpetu de las vanguardias, en parte a su errancia por ciudades cada vez más pequeñas, donde las instituciones universitarias tenían menos presencia. El interés por las ciencias siempre estuvo presente en su vida, pero entonces encontró el modo de canalizarlo hacia una función práctica y reconsiderar su relación con la fugacidad del tiempo.

Afirma la profesora y periodista Roseméri Laurindo que cuando Félix terminó de reparar el reloj de sol que había construido frente a la Universidad Regional de Blumenau, explicó su preocupación por los vínculos entre ciencia y poesía: “observen esa obra —dijo a los estudiantes—, exige cálculos, exige todo un conocimiento matemático, de astronomía, pero al mismo tiempo en la estructura hay dos cuerpos”. Después de resaltar la importancia de la universidad y el conocimiento, añadió: “Pero la ciencia no va a explicar todo. Como no va a explicar el movimiento de esa escultura. Como no va a explicar el cuerpo de una mujer, de la misma forma que no conseguimos medir o calcular el balanceo de su cintura en los pasos de la danza”.

Murió el 3 de agosto de 2005, y desde entonces lo acompañan los versos de Antonio Machado grabados en su sepultura: “Caminante no hay camino/ se hace camino al andar”. Llevó una vida nómade, intensa, inesperada. Merecía los versos.

Dos cartas de Félix

Desde la ciudad cubana de Manzanillo:
Carilda mi vida = se me acercan más gentes con guitarras. Estaba yo comiendo como hombre rico y sano. Hace de esto media hora. Hoy es miércoles. Me miraron y creo que los comprendí. Ellos me equivocaron. Bueno. Toquen. Y tocaron y canturrearon. Uno —negrecito— era, es, ciego. Al camarero le ordené con gestos que le diera un peso. (Soy huésped del Liceo de todo a todo)— Carilda, mi hombro querido = siguieron tocando e canturreando para pagarme el peso a mí. Mendigo profesional; ellos a mí, Carilda vida; ellos, cubanos, a mí, caminito intruso. Algo marcha mal. Distorsiones inexplicables Carilda, ayúdame. Carilda, llámame. Carilda, te necesito. Mocosa, piba querida.

Desde la ciudad de Córdoba, Argentina:
Dormí en Cuevas, Argentina. Salí a las ocho. Llegué al Cristo a las once. Bajé hasta Portillo Chile a las 2. Llegué a Río Blanco a las nueve. Son las once de la noche. Tengo delante una botella de vino blanco Concha y Toro y cigarrillos Premier. He hecho doce horas la cordillera a pie. 2900, 3.200, 4.000 mts sobre el Pacífico. Llovió, me acompañó unos kilómetros un perro, me caí al tomar un atajo, bebí deshielos, canté, grité, dije poemas, vi colores, te declamé mi amor Carilda adorada única. ÚNI CARILDA. Qué me importa nada de nada. Mañana me voy a Viña del Mar a nadar. Mi peso disminuido. A hacer nada, Carilda querida.

Dos poemas de Carilda Oliver Labra a Félix

I

Ni palabra de amor para nombrarte
Ni siquiera ese gesto en el vacío
Por algo que se va, por algo mío
Abandonado al fin en cualquier parte.

Ni lágrima después ni sitio aparte
Donde acaso pensar que tienes frío;
Sólo la niebla ausente en que sonrío,
No me queda una flor para borrarte.

Vuelves a tu nivel de humo remoto
(la primavera es sucia. Dios se ha roto)
Y estás aquí aún tocando el centro;

Raíz de corazón que se asegura
Sobre mi propia soledad oscura
Firme contra la luz, llamando adentro

IV

No lo dice mi dedo sin diamante
Ni el cuento triste ya que nos separa,
No está escrito con firma letra clara
En el borde rosado de un secante;

Pero lo sabe el ruido delirante
Que en mi pecho pequeño se prepara,
Lo sabe este retrato de mi cara
En que yo misma estoy agonizante.

Resulta una sorpresa todavía
Esto de no querernos en el día
Para querernos al final por fin.

Tú, como el resto débil de la ola
Que apenas si se va… yo pobre y sola
Parada como un tétrico jardín

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