R. ERNESTO BLANCO
EL 16 DE ENERO de 2008, la revista científica británica Proceedings of the Royal Society publicó un artículo que describe el hallazgo realizado en Uruguay de una nueva especie que sería el roedor más grande encontrado hasta el momento. Los dos días siguientes fueron muy inusuales para sus autores: el joven paleontólogo a cargo de la colección del Museo Nacional de Historia Natural y Antropología (MUNHINA) Andrés Rinderknecht, junto al cronista de esta nota. Medios de prensa como la BBC, CNN, The Times, Der Spiegel, National Geographic News, por nombrar sólo algunos, eran los principales interesados. A medida que transcurría el día se pasaba de los contactos para radio, televisión o medios escritos de Australia, a los de Europa y Estados Unidos.
A los dos días de la publicación, 900 páginas en Internet trataban el tema y una semana después, eran más de 35.000. De modo un tanto exagerado, algunos académicos consideraron el hallazgo como el descubrimiento paleontológico más importante realizado en Sudamérica desde que Darwin describió megaterios, toxodontes y gliptodontes encontrados en este continente. Sin embargo, esa afirmación tuvo suficiente impacto como para que, en marzo de 2008, National Geographic enviara a Uruguay un equipo de filmación para mostrar el caso de Josephoartigasia monesi en un documental aniversario a estrenarse mundialmente (en más de 60 idiomas y 150 países) en febrero de 2009.
La idea es celebrar el cumpleaños número 200 de Charles Darwin. El espíritu de la inclusión de Uruguay en ese documental es ilustrar la continuidad de las ideas originales de Darwin, mostrando que hallazgos similares a los realizados por el gran naturalista británico se siguen haciendo hoy en día en Sudamérica.
El modo de presentación de la noticia da algunas claves para entender las sensibilidades que se pusieron en juego. La referencia al hallazgo de una rata gigante fue de las más frecuentes, en algunos casos haciendo alusión directa al efecto que tendría en personas fóbicas.
FOBIAS E IMAGINARIO. En su Libro de los seres imaginarios Borges incluye las siguientes palabras: "Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres y así el dragón surge en distintas latitudes y edades". Palabras similares podrían aventurarse para el interés por las ratas y ratones. Se completa la analogía si se agrega el misterio de lo fósil y del inusual tamaño.
Para algunas culturas, las ratas pueden tener una connotación muy respetable. La tradición hindú coloca a una rata como la cabalgadura del gran dios Ganesha, y en el caso del templo de Karni Mata, al noroeste de la India, se mantienen unas veinte mil ratas por considerárselas reencarnaciones de hombres santos. También en algunas versiones del origen del horóscopo chino la rata tuvo un importante papel de liderazgo sobre las otras bestias (la revelación del hallazgo de nuestra "rata gigante" prácticamente coincidió con el advenimiento del año chino de la rata). Pero, en general, las asociaciones más frecuentes en el mundo occidental son su capacidad de transmitir terribles enfermedades y el temor que produce su exitosa vida a la sombra de las actividades humanas. La idea de un roedor gigante es suficiente para generar preocupación.
conquistadores accidentales. El escritor Howard P. Lovecraft, como epígrafe a su cuento "La llamada de Chtulhu" eligió las siguientes palabras de Algernon Blackwood: "Es concebible que tales potencias o seres hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde (...) la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendente humanidad (...) formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie", que parecen hablar directamente de este tipo de criaturas y sus terribles connotaciones.
Pero la historia reciente de este hallazgo es sólo el último pequeño eslabón de una historia casi fantástica, protagonizada por uno de los grupos más exitosos de mamíferos que hayan existido: los roedores. Los orígenes de este grupo, como el de muchos grupos de mamíferos, se dieron hace más de 60 millones de años, a la sombra de los últimos grandes dinosaurios. Los roedores son actualmente el grupo más diverso de mamíferos, al que pertenece el 40% de las especies que habitan el planeta. Sin embargo, el tamaño de casi todas las especies de roedores no supera un kilogramo. Una de las características de este grupo es su alta tasa reproductiva sumada a una adaptabilidad que le ha permitido conquistar prácticamente todos los ambientes de la Tierra. Un inquietante parecido con los seres humanos.
Ratas y ratones pueden habitar exitosamente en los rincones más oscuros de los paisajes creados por el ser humano y han sido capaces de recorrer el mundo como polizontes a bordo de navíos donde hasta los seres humanos tuvieron dificultades para sobrevivir. El propio Patrick O`Brian en su obra Hombres de mar y guerra: La armada en los tiempos de Nelson reserva un espacio a este asunto: "cuando podían atraparlas los marineros comían ratas, o polillas blancas, tal como las llamaban en la Armada, mote que se debía al sabor polvoriento que tenían mezcladas con harina y guisantes secos. Las despellejaban y limpiaban para la venta: los guardiamarinas hambrientos no les hacían ascos, y el almirante Raigersfeld dijo en una ocasión, al recordar sus primeros años en la Armada: `Eran tan carnosas y suculentas como el conejo, aunque no tan grandes`".
Pero el viaje más increíble, y que los llevaría a ser gigantescos reyes sudamericanos, comenzó hace unos 35 millones de años en una costa africana. En los registros fósiles de esa época aparece evidencia de los primeros roedores sudamericanos que tenían un gran parecido con un grupo de roedores que sólo existía en África. En aquel tiempo los continentes africano y americano ya estaban separados por el océano Atlántico, lo cual deja como única posibilidad que un pequeño grupo de roedores africanos haya realizado una épica travesía oceánica a bordo de balsas naturales como las que pueden observarse en la actualidad durante la crecida de ríos.
Esos roedores sudamericanos han recibido el nombre de caviomorfos (que casi literalmente significa "con forma de conejillo de india") y son todos descendientes de aquel grupo de intrépidos navegantes accidentales. Las ratas y ratones actuales no pertenecen a ese grupo y llegaron a América del Sur desde el norte, algunos millones de años después. Los roedores navegantes encontraron en Sudamérica oportunidades muy superiores a las que tuvieron en cualquier otro lugar del planeta y en varios millones de años lograron conquistar varios ecosistemas y alcanzar un reinado formidable.
El propio Darwin, además de maravillarse con fósiles sudamericanos como el megaterio y el toxodonte, notó que los roedores sudamericanos tuvieron un pasado glorioso. En su diario del Beagle con fecha de agosto de 1833 describe algunos hallazgos en unas barrancas cercanas al Río de la Plata: "...encontré varios fragmentos de huesos. Entre ellos estaban los dientes de un roedor, más estrechos, pero aún mayores que los del [carpincho o capibara]." Ese tipo de roedores fósiles podría haber alcanzado el doble de masa de un carpincho actual. El carpincho que habita en Uruguay y otros países de Sudamérica es hoy el heredero de aquel reino de gigantes: es el mayor roedor que vive en la actualidad con una masa de unos 60 kg.
RATONES TERRIBLES. Pero el grupo de roedores descendientes de aquellos balseros africanos que alcanzó los mayores tamaños corporales es el de los dinómidos (literalmente "ratones terribles"). Aún hoy en día vive, en la misteriosa selva del Amazonas, un representante de ese grupo. Su descubrimiento fue sorprendente.
Desde entonces más restos fósiles de roedores gigantes sudamericanos fueron desenterrados sin pausa y muchos de ellos parecían tener una relación estrecha con la pacarana: eran dinómidos. Algunas de esas especies sólo son conocidas por restos de mandíbulas, dientes o fragmentos de huesos largos. Varios de esos restos se guardan en el Museo Nacional de Historia Natural y Antropología de Montevideo.
Uno de esos descendientes estaba llamado a ser el rey de los roedores. Éste habitó hace 4 millones de años en un bosque irrigado por el delta de un río prehistórico ubicado en donde actualmente está el departamento de San José. Su tamaño era cercano al de dos caballos de carrera juntos. Sus dientes incisivos eran extraordinariamente grandes. En las cercanías merodeaban los más terribles carnívoros que Sudamérica hubiera visto desde la extinción de los dinosaurios: las aves del terror. Algunas de esas aves medían más de 3 metros de altura y su masa era de unos 300 kg. Eran incapaces de volar, pero seguramente corrían a altas velocidades.
En el año 2005, en los Proceedings of the Royal Society, publicamos junto al biólogo uruguayo Washington W. Jones, un análisis biomecánico que muestra que dichas aves, además de ser muy rápidas, habrían sido capaces de golpear a sus presas con una fuerza capaz de romper huesos. Poseían garras similares a las de los extintos dinosaurios carnívoros, y afilados picos gigantescos. El rey de los roedores debió enfrentar a esas aves. Tal vez, nuestro roedor al llegar a adulto, gracias a su gran tamaño (su cráneo medía más de medio metro de longitud) y sus potentes incisivos, pudiera convencer a las "aves del terror" de que buscaran otras presas.
También merodeaban "comadrejas" del tamaño de jaguares equipadas con dientes de sable. Algunos paleontólogos piensan que ese tipo de dientes eran especiales para atacar a presas de gran tamaño, pero nuestro dinómido adulto tal vez fuera demasiado incluso para esos sables.
VIEJOS TESTIGOS. En algún momento, hace 4 millones de años, un espécimen adulto y de gran tamaño de ese roedor gigante murió. Sus restos fueron tapados por los gruesos sedimentos que un turbulento río llevó a su delta. En su tumba de gruesa arenisca en el departamento de San José el cráneo de ese animal vio florecer y desaparecer a mastodontes, tigres dientes de sable, perezosos gigantes y gliptodontes.
Siguieron los primeros pasos humanos en América, los años de la conquista europea, la historia entera del Uruguay, sin revelar su forma. Hasta que a fines de la década del ochenta ocurrió el milagro: Sergio Viera, un paleontólogo aficionado, descubrió en una playa del departamento de San José un bloque que se había desprendido de las formidables barrancas que él solía explorar en busca de fósiles. Dentro de ese bloque estaba el cráneo del rey de los roedores: el mayor dinómido que haya existido. En un gesto valioso, Viera decidió mantener dicho cráneo al alcance de los científicos profesionales donándolo a un museo.
El paleontólogo uruguayo Álvaro Mones reconoció el valor de esa pieza y se encargó de asegurar su presencia en el Uruguay, concretamente en la colección del Museo Nacional de Historia Natural y Antropología. Cuando se retiró, Mones alentó al joven paleontólogo Andrés Rinderknecht a realizar el estudio detallado de ese gigante.
Así este cronista tuvo la oportunidad de colaborar en el estudio y difusión de este hallazgo a través de medios académicos. El camino que quedaba era aún largo (a escala humana): era necesario estudiar los detalles anatómicos para establecer la clasificación zoológica del animal. Se debía para eso estudiar en detalle los restos de roedores fósiles gigantes encontrados anteriormente. El resultado del trabajo mostró una nueva especie de la que nadie había encontrado restos anteriormente.
El experto uruguayo en reconstrucciones paleontológicas Gustavo Lecuona aportó sus imágenes y esculturas para ilustrar el aspecto que Josephoartigasia habría tenido en vida. Pero quedaba una sorpresa más. En el 2006, el roedor más grande que se conocía era el venezolano Phoberomys con una masa corporal estimada de entre 400 y 700 kg. El tamaño del cráneo de este roedor venezolano era claramente más pequeño que el del roedor que estábamos estudiando en Uruguay. Había que estimar su masa para poder disputar el trono del roedor más grande del mundo. Para eso utilizamos la colección de roedores sudamericanos actuales del Museo Nacional de Historia Natural y Antropológica, que sorprendentemente incluye un par de ejemplares de la inusual pacarana. A partir de los datos de esa colección se desarrolló un método matemático que permite estimar la masa corporal a partir de medidas del cráneo. El resultado fue sorprendente: la masa más probable de la nueva especie era de unos 1200 kg. Dicho valor es casi el doble que la del roedor fósil más grande que se conocía y unas 20 veces más grande que el de la masa del mayor roedor vivo (el carpincho).
Luego restaba pasar por el riguroso proceso de validación al que las revistas científicas internacionales someten a los artículos que se les envía. Y entonces el mundo pudo conocer el secreto enterrado durante 4 millones de años.
HERBERT WENDT
Pacaranas resistentes
LA HISTORIA EMPIEZA en Polonia en las posesiones del acaudalado conde Branicki (...). Este conde, propulsor y mecenas del museo de Varsovia, formó allí una serie de personas (...) y los envió a ultramar para completar los tesoros zoológicos de Polonia. En 1873, un día, uno de los coleccionistas, llamado Constantin Jelski, vio en el patio de la hacienda Amablo Maria, cerca de Vitoc, en Perú, merodeando entre las personas sin el menor temor y a plena luz del día, un singular animal del tamaño de un foxterrier, de un oscuro color marrón-negro con rayas de manchas blancas y un colosal bigote. Nadie conocía al enigmático ser. Jelski se le acercó, desenvainó el sable y lo mató dándole dos golpes en la cabeza. Luego envió la piel y el cráneo a Taczanowski, conservador del Museo de Varsovia, con una nota en la que explicaba que se trataba de una paca con cola aún desconocida, de una «paca falsa», por así decirlo, de una «pacarana», como se dice en español (...).
Pasaron varias décadas. La pacarana de Jelski seguía siendo la única que llegó a manos de la ciencia. Ya se creía que este animal estaba extinguido, ya se pensaba que, con sus sablazos, el coleccionista polaco había dado muerte al último superviviente de una forma zoológica de tiempos remotos, cuando en 1904 el zoólogo suizo Goeldi, director del museo de Pará, en Brasil, recibió una caja con dos animales vivos. Goeldi no daba crédito a sus ojos: era una pacarana madre con un cachorro semiadulto... pudo cuidar y estudiar durante varias décadas a las dos pacaranas vivas y comprobó que la Dinomys branickü, el «ratón terrible» del conde Branicki, como se llamó al animal, sólo se parecía a la auténtica paca «por su piel», pero que anatómicamente representa una familia de roedores completamente nueva. Los representantes fósiles de las pacaranas (...) podían ser tan grandes como un oso negro norteamericano. El «ratón terrible» volvió a desaparecer del campo visual de los zoólogos y se incluyó de nuevo en la lista de los animales extinguidos. Pero precisamente en el momento en que se había decidido calificar la especie de extinguida, algunos indígenas encontraron en los más diversos lugares -en los bosques de la montaña peruana, en el alto Amazonas, en la región de los ríos Acre y Juruá- una gran cantidad de pacaranas, en total, más o menos, cuarenta ejemplares, que fueron a parar en su mayor parte al parque zoológico de Pará. Tres pacaranas llegaron incluso a Nueva York y una viajó a Londres y a Hamburgo. El extraño roedor volvió a tacharse de la lista de los animales en vías de extinción... pero a partir de 1930 volvió a reinar el silencio. Y en 1942 se colocó una nueva cruz de defunción -ya por tercera vez- detrás del nombre Dinomys branickü. Pero tampoco en esta ocasión fue para siempre. Después de la Segunda Guerra Mundial llegaron de nuevo varias pacaranas a los zoológicos americanos y europeos. El futuro dirá cuántas pacaranas viven aún en libertad.
(Tomado de El descubrimiento de los animales)