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El retorno victorioso del disco de vinilo

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Vinilos

Formatos de música

En 2020 se vendieron más discos de vinilo que compact-disc, y el enfrentamiento de los fanáticos entre uno y otro bando, el del vinilo y el CD, se agudiza.

Si allá por 1990 alguien hubiera dicho que el futuro soporte de éxito para la música grabada sería el disco de vinilo, seguro habría provocado risas. Aquellos eran los años iniciales del reinado del nuevo prodigio tecnológico, el compact-disc, con sus archivos digitales, sus nuevas funciones prácticas y futuristas, y la promesa de un sonido perfecto e inalterable con el paso del tiempo. Se ignoraba, claro, que el futuro traería no pocos desengaños respecto a esos discos leídos por un haz de láser.

El futuro consumidor de música redescubriría un formato que entonces parecía destinado a juntar polvo en el desván de la historia, abriendo un debate respecto a las bondades del viejo disco de vinilo en relación al compact-disc.

El tiempo demostraría que el compact -disc no era tan perfecto desde el punto de vista sonoro, tan práctico, ni tan indestructible e inalterable como habían prometido quienes lo desarrollaron en 1974, para luego lanzarlo al mercado a fines de la década de los 80. El vinilo recuperaría su lozanía, su prestigio y su seducción para los melómanos de todo el mundo al punto que en el presente año 2020, por primera vez, se han vendido más ejemplares de discos de vinilo que discos compact-disc.

Treinta y tres revoluciones

La ácida controversia entre un formato y otro era inimaginable cuando Thomas Alva Edison patentó su nueva invención, el gramófono, en 1877. Registró una voz cantando “Mary Had a Little Lamb”, una añeja canción infantil inglesa que resultó ser la primera pieza musical grabada. El gramófono era un curioso aparato metálico capaz de grabar y reproducir sonidos con un sistema de cilindros que aún no dejaba adivinar la aparición del disco. Éste llegaría años después de la mano del inventor alemán radicado en los Estados Unidos, Emil Berliner.

Tras esta invención surgiría el disco de goma laca y 78 revoluciones-giros-por minuto (78 RPM), que con su única pieza por lado sería el formato universalmente aceptado hasta que el disco de cloruro de polivinilo, de 30,5 centímetros de diámetro, fuera desarrollado en 1948 por la empresa Columbia Records. El disco flexible y por tanto irrompible, con su microsurco capaz de albergar información que las placas 78 RPM no podían almacenar, apuntaló la aparición de la estereofonía en 1954. El "panorama" sonoro pasaba a ocupar un espacio tridimensional, capaz de ofrecer al usuario sonidos diferentes desde la izquierda, la derecha y el centro. Un formato revolucionario que sería lanzado al mercado a partir de 1958.

Los álbumes microsurco estreofónicos de larga duración reinarían sin pausa hasta bien entrada la década de los 80 del siglo XX, pese a la temible amenaza que representó la aparición del casete de audio, desarrollado en paralelo por las firmas Philips y Sony en 1963. El simple aficionado podía grabar su propia música. A pesar de las mejoras que fueron experimentando, como la utilización de cintas de dióxido de cromo de mayor calidad de registro y reproducción, el casete no pudo derrotar al histórico vinilo, aunque fuera un soporte sonoro degradable con el paso de la púa y el tiempo, pero notoriamente superior desde el punto de vista de la calidad sonora.

Los casete de audio pre-grabado que se comercializaron en Uruguay eran deplorables. La baja calidad de la cinta utilizada no aseguraba una duración mínima satisfactoria. Tampoco el vinilo fabricado en Uruguay era un dechado de virtudes. El prensado de las placas era muy pobre y las tapas estaban a años luz en términos gráficos, como en información, de las lujosas presentaciones de otros mercados. Los fabricantes y distribuidores locales abatían costos con tapas blandas enfundadas en toscas bolsas de nylon que simplificaban el diseño de origen, anulando láminas, obviando fotos, letras de canciones y otros elementos complementarios.

Los melómanos locales no daban crédito a lo que veían cuando alguien traía algún disco no sólo desde Europa o los Estados Unidos, sino también desde países vecinos como Argentina o Brasil. La era del auge original del vinilo no fue para los uruguayos lo mismo que para los países cuya potencia de mercado aseguraba respeto para los artistas, para su sonido y el diseño de sus productos, como también para el consumidor.

Ni siquiera la aparición del walkman, lector portátil de casete de audio desarrollado por la Sony a partir de 1979, fue capaz de derogar la vigencia del disco de vinilo. Nadie sospechaba aún la aparición del compact-disc. Sería lanzado a la venta en el hemisferio norte en 1982, y llegaría a Uruguay con la fuerza de un huracán en los años finales de esa década.
Palacio de la Música fue la primera firma comercial en ofrecer reproductores de disco compacto. Allí destacó la marca Philips con un modelo pequeño y otro del tamaño de un lector de video casete VHS.

Los amantes de la música, tras un esfuerzo económico considerable, compraron su lector de compact-disc con la convicción de estar alcanzando el futuro. El pequeño disco brillante era imbatible: incorruptible por el paso del tiempo, y no sujeto a sufrir rayaduras como el vinilo. Ya no estaba la púa frotando un surco sino un limpio y puro rayo láser leyendo datos, lo cual aseguraba un sonido perfecto, sin distorsiones.

El tiempo se encargaría de relativizar y aún desmentir varias de las promesas del nuevo formato. El compact-disc no era eterno, también se rayaba y, ¡oh sorpresa!, ni siquiera tenía un sonido perfecto.

180 gramos de resurrección

En 1992, el reino del compact-disc era una monarquía absoluta. Aún la aparición tan fulgurante como fugaz del mini-disc —un mini disco compacto de 64 mm de diámetro, regrabable— fue inútil como eventual amenaza al formato preferido a nivel mundial. El mini-disc permanecería como una rareza hasta ser discontinuado en su fabricación a comienzos de la segunda década del nuevo milenio.

Lo que finalmente pondría al compact -disc bajo una amenaza mortal sería Internet con el amplio espectro de posibilidades para disfrutar de la música a través del streaming en plataformas como Spotify, del crecimiento exponencial de los archivos MP3 y el reciente surgimiento de los archivos FLAC-Free Lossless Audio Codec, con calidad 24 bits que permiten comprimir archivos pero sin pérdida de calidad. Spotify utiliza el formato OGG vorbis en 320 kbps, lo que significa que la calidad que ofrece es muy superior a la de los archivos MP3 convencionales, y se encuentra casi a la par de la que traen los nuevos vinilos de 180 gramos, o los archivos de audio en 24 bits de los compact-disc de calidad superior. Pero el atractivo de Spotify y otras alternativas de streaming no radica solo en el bitrate (cantidad de datos consumidos en un tiempo determinado), sino en elementos como la amplitud del catálogo musical, el precio de la membresía y la facilidad de uso.

Estas innovaciones resultaron una amenaza cargada de lógica: era lo nuevo que llegaba. Sin embargo otra amenaza mortal se cernía sobre el compact-disc, desde el lugar más inesperado: el resurgimiento del viejo vinilo como arma cargada, aunque no de pasado sino de futuro. Porque a veces las paralelas se tocan y lo más viejo puede convertirse en lo más nuevo. El vinilo, entonces, desplazó al compact-disc. Y ha sabido renovarse. Apareció un vinilo de 180 gramos de peso, más apto para la alta fidelidad, pues evita las vibraciones producidas por el motor de la bandeja lectora de discos.

Los melómanos de todo el mundo empezaron a inscribirse en dos bandos irreconciliables: los amantes del vinilo y los del compact-disc, argumentando sin descanso sobre las bondades de su disco preferido, el chiquito, brillante, digital de 12 cm de diámetro, o el viejo long-play de 30,5 cm elaborado con cloruro de polivinilo, entrañablemente analógico. La polémica, al parecer, no tiene solución.

Los defensores acérrimos del compact-disc hablan de su perfección sonora, su practicidad al poder programar su audición en el orden que el usuario desee, su duración supuestamente ilimitada y la ausencia de una púa que degrade el disco por fricción. Los amantes del vinilo hablan de su sonido más cálido y real, de la ausencia de frecuencias comprimidas, de la existencia de un amplio abanico de armónicos idénticos a la música en vivo, de la vigencia de un formato incomparable para apreciar el diseño gráfico de tapas y contratapas, y de una relación mucho más personal con el disco, donde se ve la placa girando, se coloca la púa sobre el surco a mano y una vez leída la cara uno el usuario da vuelta el disco, completando una ceremonia única e intransferible.

A su vez, la palabra de los expertos en audio es inapelable: el sonido digital es absolutamente superior al analógico del vinilo. Pero aun conociendo esa opinión, no dan el brazo a torcer y defienden su formato preferido a capa y espada.

Es cierto que una púa que roza un surco degrada el material en forma creciente —lo gasta—, que los surcos más cercanos al centro del vinilo suenan peor que los más alejados de ese centro, y que por flamante y bien cuidado que esté el disco, siempre aparece el clásico sonido “de fritura” imposible de ser evitado.

Pero la hinchada del vinilo es, como toda hinchada, fanática hasta lo irracional. Vale tomar como referencia la experiencia de este cronista.

Utilizando un sintoamplificador Yamaha RX V 385, parlantes Yamaha de tres vías NS 50, un subwoofer para graves NS SW050 de esa misma marca, un reproductor de discos compactos Marantz CD 5005 y una bandeja de vinilos Pioneer DJ PLX 500, hice la prueba de escuchar el mismo fonograma tanto en compact-disc como en vinilo 180 gramos. Para ello utilicé los discos de The Traveling Wilburys (1988, Warner Brothers), el disco solista de Tom Petty Full Moon Fever (1989, MCA Records), y el disco de Charly García Piano Bar (1984, Universal Music Group).

Jamás podría decir que el vinilo suena mejor que el compact-disc. Pero sí afirmo, rotundamente, que prefiero el sonido del vinilo. Me resulta más cálido, más redondo, más disfrutable. Debería agregar que, además, ese sonido me lleva a un tiempo donde vivían mis padres, mi inolvidable abuelo italiano, dos primos mayores que me formaron como persona y algunos amigos que he perdido por el camino, como Jorge Galemire y Eduardo Darnauchans. Lo emocional pesa.

También hay un público muy joven para el vinilo, ya que el formato está de moda. Y tiene un peso decisivo el hecho de que la industria, a través del vinilo, recobra el control de la venta de música sin perder un sólo paso en el camino que va del estudio de grabación a la tienda de discos. Un elemento en el que en general no se piensa, el de la distribución, el de las ganancias, que permite al artista cobrar por concepto de derechos de autor y vivir de su creación.

Aquí está su disco

Montevideo ofrece hoy una amplia variedad de lugares donde comprar vinilos, tanto de ocasión como nuevos y sin abrir. En primer lugar están los métodos online como Mercado Libre o similares, que registran la mayor venta de ejemplares.

En segundo lugar las disquerías de discos de segunda mano, como es el caso de los numerosos puestos de venta que hay en la feria dominical de Tristán Narvaja o lugares emblemáticos como “El Astro de los Discos”, histórica casa fundada hace muchas décadas por David Bercovici y hoy atendida por su hijo Luis, ubicada en su clásica dirección de Uruguay 1789 casi Tristán Narvaja.

En cuanto al vinilo 180 gramos, las opciones comienzan en las cadenas comerciales más importantes como Palacio de la Música y Todomúsica. En tal sentido el local del Palacio de la Música ubicado frente a la Intendencia Municipal de Montevideo posee una de las selecciones de discos más amplias y multitemáticas, incluyendo reediciones de clásicos de la música uruguaya de artistas como Alfredo Zitarrosa, Fernando Cabrera, Diane Denoir o Los Shakers.

Ahora, si el lector forma parte de la hinchada del compact-disc, todas las disquerías anteriormente citadas —salvo “El Astro de los Discos”— ofrecen una importante selección. Los usados suelen esperar comprador en las casas de discos de ocasión y puestos de feria. Hay que recordar que los compact-disc, digan lo que digan los descreídos, suenan muy bien en general y tienen un costo mucho menor que el de los vinilos 180 gramos, cuyo precio es astronómico. La venta de reproductores de compactos —y de los propios discos— está bajando de forma acelerada, por lo que el formato podría tener un futuro incierto.

Buscando vinilos en Montevideo

Hay pequeños lugares donde charlar mano a mano con los encargados y llevar vinilos de altísimo interés. “Alta Fidelidad” en Galería City Hall, “Cucú Disquería” en 25 de Mayo 258, y sobre todo “Little Butterfly”, un clásico, en Tristán Narvaja 1614.

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