El paisano oriental

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Guillermo Pellegrino

EN EL COMIENZO de la presentación del CD Guitarra, dímelo tú, donde hay composiciones de Atahualpa Yupanqui grabadas en Montevideo, aparentemente a fines de los años 40, en el sello Antar Telefunken, su hijo Roberto escribió: "Si algún lugar, a través de sus escritores, de su paisaje y de su pueblo marcó la vida y el pensamiento de Yupanqui, este lugar, sin dudas, fue Uruguay". Si bien ese texto no lo dice, debe apuntarse que el creador nacido en Pergamino (provincia de Buenos Aires) vivió en Uruguay en diferentes períodos.

La primera vez que pisó suelo oriental fue en 1932. En ese año y durante el anterior, el joven y desconocido cantor Roberto Chavero (aún no había adoptado el seudónimo con el que adquiriría fama mundial) andaba, con su pobreza a cuestas, por la provincia de Entre Ríos. Allí recaló en Rosario del Tala y Urdinarrain, donde en junio de 1931 nació su primera hija, Alma Alicia, fruto de su relación con su prima hermana, María Alicia Martínez.

Con frecuencia, en el tiempo que estuvo en Entre Ríos, Roberto montaba a caballo y aprovechaba su llana geografía -cuyo mayor obstáculo era la gran crecida de algunos ríos- para recorrer los campos, los pueblos, los parajes. En sus Memorias, publicadas recién en 2008, cuenta que esas cabalgatas lo llevaron hasta Basavilbaso, Escriña, Gilbert, Rocamora, Altamirano y Lucas González; y también a otras localidades más alejadas, como Villaguay, Victoria, Crespo, La Paz, Feliciano y la frontera con la provincia de Corrientes. El ansia de andar caminos, aspecto fundamental para su creatividad en años posteriores, ya había anidado en su espíritu.

Posiblemente en esas andanzas fue que Roberto se vinculó con unos hacendados de origen irlandés, los hermanos Mario, Eduardo y Roberto Kennedy. Éstos, desde tiempo atrás, planeaban instalar un foco revolucionario en La Paz -donde residían- contra el gobierno presidido por el general golpista José Félix Uriburu, a quien pronto sucedería el general entrerriano Agustín Pedro Justo, que en noviembre de 1931 había ganado las elecciones bajo sospecha de fraude.

La sublevación empieza finalmente el 3 de enero de 1932 cuando los Kennedy y otros once hombres toman la Jefatura de Policía de La Paz. Pero a las pocas horas advierten que están solos: en ningún otro lugar se hacen efectivos los levantamientos planeados. Así, las fuerzas policiales y militares de la provincia apuntan a La Paz; el cerco empieza a cerrárseles y terminan huyendo hacia el Uruguay.

Roberto dice haber participado de esa fallida revolución. Pero al no existir registros documentales, no puede saberse a ciencia cierta en qué consistió su participación y a cuál de las facciones se había incorporado. Años después, ya como Atahualpa Yupanqui, recordó que para evitar la casi segura prisión se refugió en el monte junto con un compañero. Tras varios días de aislamiento volvieron a la "civilización", y en el otoño de 1932, en cuestión de horas, tomó la decisión de exiliarse en Uruguay.

EN TIERRA ORIENTAL. Tras un breve periplo por el litoral uruguayo del que no existen referencias, Roberto llegó a Montevideo, donde se encontró -según sostiene Sergio Pujol en la biografía En nombre del folclore- con Raúl Oyhanarte. Este diputado radical, que había tratado de resistir contra Uriburu en Buenos Aires, se ocupaba ahora de recibir a los exiliados para ayudarlos a instalarse. Pero el joven Chavero no era un militante decidido, sino apenas un desconocido cantor con simpatías políticas radicales. Eso era demasiado poco para ganarse el interés del aparato partidario en la diáspora, por lo que como tantas otras veces, debió arreglárselas por su cuenta.

No permaneció mucho tiempo en la capital. Como Buenos Aires, Montevideo le había parecido una ciudad con demasiados prejuicios como para detenerse a escuchar el canto de un paisano que contaba cosas humildes de su tierra. Eran otras voces, desde su perspectiva menos profundas y auténticas, las que gozaban por esos días del gusto popular de la gente. Años después, en su libro autobiográfico El canto del viento, escribió: "Escucho a jóvenes cantores de hermosa voz y simpática apariencia que andan por ahí, entonando cantares de Brasil, de Argentina, de México, de Chile. No está mal, pero está mal. Es que no se han hecho amigos del viento. Es que no han aprendido la gran lección de los desvelados... Y son uruguayos. Y aman a su tierra. Pero la urgencia de vivir les va acortando la vida. Y han de pasar por la tierra, sin haberla traducido". Para él, que se preocupaba tanto por palpar la esencia y el espíritu del terreno que pisaba, era casi una afrenta que los cantores no hicieran caso de este detalle.

Algo desencantado, dejó Montevideo con la idea de seguir viaje hasta el sur del Brasil. Pero lejos de la indiferencia que había sentido en las dos capitales del Plata, los pueblos del interior de aquel Uruguay de principios de los años 30 lo recibieron con calidez y le dieron la posibilidad de mostrar su arte.

Mientras desanda caminos repara en la existencia de otro Uruguay, que se asemejaba a su propia tierra, esa pampa entonces lejana y añorada. También reconocerá paisajes y hombres en Ñandubay, libro del poeta uruguayo Romildo Risso, editado poco tiempo atrás. La misma casualidad que depositó en sus manos aquella obra -cuyos versos le produjeron gran impacto- lo haría cruzarse muy pronto con su autor.

Pero lo que terminó de "maravillarlo" fue la estrecha comunión entre el paisano oriental y su entorno. "Allí felizmente sí quedan y perduran los traductores del paisaje, del hombre y su tiempo. Quedan, como las piedras moras emergiendo de la tierra, como raíces de ñandubay, como dentada resistencia telúrica capaz de romper la reja de los arados, como lanza tenaz de guerrilleros de cualquier divisa, como espuela sin trabas (…). Quedan los Morosoli y los Ipuche, los De Viana y los Macedo. Quedan los Silva y los Espínola, los Herrera y los Zorrilla, los García, los Risso. Queda la vieja sombra generosa del Viejo Pancho, con su angustia no superada, pero con un aporte de cabal gauchería. Ellos sí, conocían y sentían la Leyenda del Viento", escribió en El Canto del viento. Esa leyenda -que fascinó a Roberto desde pequeño- cuenta que el viento, en su incesante trajinar, recoge en una enorme e invisible bolsa los rumores, sonidos y palabras de la tierra. Pero, como la carga es demasiado grande, a veces su alforja infinita cede y deja caer sobre la hierba la hilacha de una melodía, el aire de una copla, un refrán, la breve gracia de un silbido… Y así, mientras el viento avanza sin detenerse ni mirar atrás, quedan a su paso las "yapitas" caídas, que soportan el paso del tiempo y los avatares del clima hasta que las encuentran los juglares, los hombres de la tierra. Por eso, dice Yupanqui, hay que hacerse amigo del viento. Escucharlo, entenderlo, amarlo. Seguirlo y soñarlo.

LA GUITARRA DE MORALES. En el comienzo del capítulo "Los pagos charrúas", de El canto del viento, el principal protagonista es el guitarrista uruguayo Telémaco Morales, a quien había conocido en Argentina, unos años antes. "Esa guitarra guardaba en su noble cuenca muchas hilachitas que el viento había sembrado en su pasar: la sombra de una leyenda, la mitad de una copla, la trunca historia de un amor en los ceibales, algo que narraba temas de heroísmo, lucha y muerte, derrota y sacrificio en las cuchillas, donde las divisas blancas y coloradas fijaban las cribas de sus fervores. Esa guitarra vibraba junto al corazón de un hombre uruguayo: Telémaco Morales.

Llegó a mi tierra, a mi amado país argentino, en un tiempo de sombras para su pago. Decía que la libertad era sólo una palabra declamada en boca de caporales (…). Yo era un muchacho entonces. Un caminador intrépido pero sin madurez. Vagaba por ahí, por los campos y las aldeas, juntando en las esquinas de la tarde el necesario silencio para entender los misterios que rodeaban a la vida, al tiempo, a la música, al hombre, al camino… Por eso me llamó -distante y profunda- , la guitarra de Morales".

Este músico, hoy olvidado, tenía a los ojos de Yupanqui varias condiciones que lo hacían digno de admiración: "Morales era fuerte, con un rostro de campesino intelectual. Generalmente serio, de gran prudencia. Armaba su cigarrillo con ademán de rito. Y no tenía prisa para encenderlo. Hablaba, mirando más allá, como buscando el nidal de sus saudades en un rincón de la noche".

En otra parte de El canto del viento Atahualpa menciona que estuvo en Treinta y Tres, "los pagos de Telémaco". Vale aclarar que aunque Morales anduvo por ese y otros departamentos, su lugar de nacimiento fue El Tala, en Canelones.

Aunque estaba siempre muy pendiente del acontecer político argentino, parecía sentirse muy a gusto en ese Uruguay "de adentro". No sólo con el paisaje, sino en especial con la gente, siempre atenta y respetuosa de su canto. Roberto era, por esos días, poco menos que un desconocido, pero se sintió valorado como artista a niveles nuevos para él. No en vano, años más tarde, en una entrevista para la revista argentina Aquí está, aseguró que el público uruguayo era el mejor de los que había conocido hasta entonces.

Pero, pese a todo ese afecto, el exilio empezaba a pesarle. Una cosa es la soledad como decisión soberana -tal como la experimentó en su viaje al norte argentino unos años antes- y otra bien distinta el ostracismo. Además, una carta fechada en Junín le había avisado que el 11 de enero de 1933 había nacido su segundo hijo, Atahualpa Roberto.

Así las cosas, la decisión de regresar empezó a cobrar cada vez más fuerza y el clima político en Argentina parecía favorecerla. Cuando poco tiempo después se dictó la amnistía para los radicales que luchaban contra el régimen conservador de Agustín P. Justo, Chavero retornó a su país.

DE REGRESO. Al poco tiempo, ya con el nombre que lo haría famoso dentro y fuera de la Argentina, logra un contrato con radio El Mundo de Buenos Aires. "Atahualpa Yupanqui trasunta el alma de una raza. La guitarra mana de este maravilloso intérprete, y cobra matices y sonoridades nuevas. Sus yaravíes vertidos con maestría extraña en nuestro medio y la música indígena que Atahualpa difunde por LR1 (El Mundo) parecen el trémolo angustioso de una raza perdida en el tiempo (…) Atahualpa Yupanqui constituye una admirable expresión de la música autóctona argentina", decía un breve artículo del 7 de marzo de 1936 publicado por la entonces popular revista La canción moderna.

En este segundo lustro de la década del 30 y en los primeros años 40, Yupanqui acumula muy variadas experiencias. Se separa de María Alicia poco después de ser padre por tercera vez; graba discos, se presenta en escenarios diversos y su arte comienza a cosechar cada vez más elogios. Recorre cientos de caminos del norte argentino y descubre su amado Cerro Colorado; entabla una relación con la tucumana Lía Valdéz, de la que nace Quena del Valle, su cuarta hija. Y finalmente conoce a la pianista canadiense Antoinette Pepin Fitzpatrick, "Nenette", que será la madre de Roberto, su quinto hijo, y "socia" creativa, con el seudónimo de Pablo del Cerro, de varias de sus composiciones.

Entre todas esas experiencias, el cantor no dejó de buscar una definición política que se adecuara al contexto. Pensante como era desde su primera juventud, encuentra en todas las tendencias algún detalle que le desagrada. Incluso el devenir del radicalismo, partido que lo contaba entre sus adeptos, lo desilusiona. Quizás por eso se afianza su simpatía hacia la izquierda, que busca diferenciarse del fascismo imperante en la Argentina bajo el gobierno de facto del general Edelmiro J. Farell, expuesto claramente en la indefinición para fijar, durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, una posición contraria al Eje.

Así Atahualpa empieza a cantar en mitines organizados por el Partido Comunista, lo que lo convierte en un blanco fácil para las críticas y prohibiciones del régimen, que intenta silenciar todo tipo de oposición.

En Uruguay halla el oxígeno que no encuentra en Argentina. Por esa época puede ubicárselo en Montevideo en dos instancias. Una en 1943, cuando en la editorial Letras publica su libro Aires Indios; y la otra en 1944, cuando en oportunidad de la liberación de París -según su recuerdo- entonó La Marsellesa, primera vez y acaso la única, que cantó en otro idioma que no fuese el español.

En la Argentina, en tanto, la figura de Perón crecía día a día. En junio de 1946 gana las elecciones y accede al sillón presidencial. Dueño de una habilidad política considerable, se gana rápidamente a las masas trabajadoras, entonces postergadas y con sus derechos clausurados. Igual que muchos otros, Yupanqui ve los manejos del nuevo líder como artimañas demagógicas, y le fastidian sobremanera sus contradicciones, como el hecho de darle albergue en Argentina a muchos criminales de guerra nazis, cuando poco tiempo antes el gobierno del que formaba parte le había declarado la guerra al Eje.

Con Perón en el poder, y como figura pública afiliada al Partido Comunista, Atahualpa sabe que lo esperan tiempos difíciles, pero no reniega de sus convicciones: su firma aparece en artículos del periódico Orientación, órgano de prensa del partido.

El gobierno peronista lo pone en la mira. A fines de 1946, luego de algunas declaraciones a un medio de prensa, Yupanqui es encarcelado en Devoto. Allí sufre torturas que le afectan la mano derecha. "En tiempos de Perón estuve varios años sin poder trabajar. Me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado. Una vez pusieron sobre mi extremidad una máquina de escribir y luego se sentaron arriba, otros saltaban. Buscaban deshacérmela pero no se percataron de un detalle: me dañaron la derecha y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo".

En abril de 1948 la policía lo sorprende en casa de un camarada y lo llevan detenido a la Sección Especial, un "agujero negro" de la fuerza pública, especializado en el arresto y tortura de militantes comunistas. El encierro le deja marcas más profundas en el alma que en el cuerpo.

Para entonces, el cerco a su alrededor ya se había cerrado por completo. Imposibilitado de actuar en público, con sus grabaciones proscriptas, intenta buscar algo de paz en Cerro Colorado, en el norte de Córdoba. Pero no tarda en advertir que es una paz "ficticia", que sigue siendo un perseguido del régimen.

POEMA PARA UN NOMBRE. Como otras veces, vuelve a pensar en Uruguay. Pero antes necesita conseguir alguna documentación, ya que la policía le había retenido el pasaporte luego de una de sus detenciones. Sus camaradas del Partido Comunista lo asisten y en 1949 vuelve a refugiarse en Montevideo. Poco después partirá por primera vez a Europa.

Seguramente marcado por la hospitalidad uruguaya en momentos difíciles que le tocó atravesar, Yupanqui escribió el "Poema para un dulce nombre". "Qué bello nombre es tu nombre, Uruguay./ Sonoro como una fruta salvaje/ de áspera piel, apretada de jugos,/ sol y carne, con sangre azucarada./ Voz de paisajes, de escondidos ríos./ Voz para que la digan/ los hombres en la noche/ como una consigna,/ una sola divisa desplegada./ Uruguay (...)".

En ese paso por Uruguay conoció en profundidad la figura de José Artigas. "Siempre admiré una frase que me hubiera gustado que fuera nacida de este lado, pero nació enfrente, en el Uruguay. Es algo que una vez dijo Artigas: `Con libertad, no ofendo ni temo`. Todos sus discursos tenían la inspiración de un paisano, por eso no me extraña esa hermosa frase", escribió. A la vuelta de los años, incluiría las palabras de Artigas en un texto suyo: "Si alguno quiere saber/ dónde está la libertad/ la respuesta es muy sencilla/ adentro de uno, quizás... / `libre no ofendo ni temo`/ dijo un caudillo oriental,/ hombre de valor probado/ en la guerra y en la paz (…)".

Con el tiempo, Yupanqui volvió siempre al Uruguay. A veces a mostrar su arte; otras a visitar al pintor Emin Fernández o a Noel Sapiro Jones (más conocido por su seudónimo Justiniano Reyes Dávila), antes de que éste se radicara definitivamente en la ciudad de Tandil. También cultivó amistad con uruguayos vinculados a la música como Osiris Rodríguez Castillos, Aníbal Sampayo y el guitarrista clásico Oscar Cáceres, con quien en los 70 recorrió Europa -en compañía también del español Pedro Soler- con un espectáculo llamado Tres guitarras, tres amigos.

Pero tal vez la mejor definición de lo que sentía hacia la gente del Uruguay se la hizo en París al escritor Enrique Estrázulas cuando éste, al verlo en un restaurant de la Rue Moustard, y antes de saludarlo le preguntó si lo recordaba. Con su particular estilo Atahualpa le contestó: "Un argentino no es tal, sin un amigo oriental".

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