El ojo negro

PRIMERO EN forma inconsciente y después muy conscientemente, desde que empecé a leer con una pasión que los años no apagaron, frente a una obra de ficción siempre me hago la misma pregunta. Una pregunta informe, claro, pero que podría traducirse como: ¿qué cosa necesita, vida o muerte, expresar o descubrir o hacer vivir o hacer morir, etc., este chiflado que se dedica a llenar páginas de letritas en un cuartito de dos por dos? Hasta que no llego a una respuesta, y demasiado a menudo no existe, me revuelvo de impaciencia y/o malhumor. Sí. Pasa que a la mayoría de los así llamados escritores nada les interesa demasiado, excepto ser Escritores. Cierto que a veces son admirables, soberbios, maravillosos artesanos y además, cumplen una agradable función social: entretienen, informan, alarman sobre algún problema más o menos importante, etc. Son Escritores.

Los escritores, los artistas, buscan otra cosa muy distinta: tal vez algo tan complejo como crear un mundo donde aquello que los atormenta ocupe un lugar central. Michel Bataille lo dijo mejor que yo: "No soy un filósofo sino un santo, tal vez un loco". Porque, en el fondo, no estoy hablando de otra cosa que de la abismal distancia entre los "filósofos" y los "locos", entre los poseedores de su obra y los poseídos por ella o, más tajantemente, entre los burócratas y los endemoniados.

Las obsesiones de Bataille (y aquí reformulo la pregunta del principio: ¿qué cosas obsesionan a este loco?), las obsesiones de ese loco, que fue toda la vida un bibliotecario puntual y ejemplar, nos llevan a extraños mundos donde el erotismo y la muerte son el rey y la reina, las dos caras de la moneda de sus hiperlúgubres novelas. Entre los primeros citemos a El verdadero Barba-Azul. (La tragedia de Gilles de Reis), publicado por Tusquets con un brillante prólogo de Vargas Llosa, obra maestra del horror donde Bataille con una "inteligencia luciferina" describe la vida del temible Mariscal de Francia que luchó junto a Juana de Arco y que también violaba y torturaba niños por docenas en las profundidades de sus castillos. Entre sus novelas citemos a Historia del ojo; obra breve, a veces enigmática, escrita en un arranque de furor (con las "torpezas" que conlleva y que Bataille consideraba ineludibles) donde el erotismo y la muerte forman la pareja perfecta. Se trata, además, de una de esas novelas misteriosas a las que el tiempo no hace más que favorecer. Cada vez que me acuerdo de ella, es más única e importante, más verdadera y más profunda. Aquí debería hablar de mi futura y célebre teoría (la llamada Gran Teoría del Lejos) que seguramente Bataille aplaudiría porque, como el erotismo, es absolutamente mortal.

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