Poéticas de Milán

El lugar del poeta no es sistémico, techado, palaciego, asegurado, sino el más puro descampado espiritual

Porque su eterno sitio es el afuera

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Eduardo Milán
(foto Leonardo Mainé/ Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Yo puedo decir la siguiente frase: “Maduro es un criminal”. Y la respuesta de quien lee sería: “¿Y eso que tiene que ver con una columna como Poéticas?” Probablemente nada. Pero puede tener que ver con quien escribe, yo mismo, reconocido como poeta y ensayista crítico. Podría también haber otra resonancia de mi afirmación (en la que creo totalmente: acaba de ocurrir el pasado 28 de julio un fraude monstruoso en el proceso electoral de Venezuela que escapa a esos pudores a-críticos de ciertos blogs de pensamiento latinoamericano que insisten en afirmar que el verdadero asunto es entre “la izquierda y la extrema derecha”. Claro que no un Boric ni un Petro, creo, son capaces de afirmar ese tipo de cinismo. Pero hay otros). La distinta resonancia a mi afirmación es la historia de la poesía en el siglo XIX, una retro-resonancia, ese extenso siglo de pensamiento real y vivo que arranca en el Romanticismo y termina desbordando el siglo XIX en las vanguardias de las dos primeras décadas del siglo XX. Hölderlin podría haber afirmado eso sin que negara su compromiso lírico. O Baudelaire o Rimbaud. O incluso Mallarmé a quien conocemos más por la Nada textual que por el Lleno Utópico. O sea, hemos vuelto, en el abordaje de la cuestión poética teórica o práctica, a una especie de ensimismamiento mítico autocentrado que no se atreve a salirse del ámbito de lo estrictamente poético-lírico. Pero si Maurice Blanchot repetía una y otra vez: “el lugar del poeta es el afuera”. Habría que considerar hoy en día, por una especie de horror al viento o al demasiado sol, cuál es el alcance de ese “afuera blanchotiano”. Pero lo que quería decir Blanchot es que el lugar del poeta no es sistémico, techado, palaciego, asegurado con todas las veletas sino el más puro descampado espiritual. Porque, ¿cuál es hoy en día la “casa” del poeta en un sentido, por ejemplo, de Heidegger, quien hablaba de “la casa de la palabra”? La palabra se degradó mucho más a nivel civil o político que poético. En poesía se sigue teniendo miedo a “quedarse afuera” aún sin olvidar que su lugar es ahí. Y ahora pienso que el único error palmario de Neruda, el “Mago de las Residencias”, fue haber sido candidato a la presidencia de su Chile tan querido.

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