El joven llamado Cuervo

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ROY BEROCAY

HARUKI MURAKAMI es el mejor escritor del mundo. Esa aseveración puede sonar un tanto exagerada, pero seguramente no lo es para los millares de seguidores de este reconocido autor japonés, que devoran sus libros con devoción y aguardan pacientes o impacientes la aparición de algún nuevo título suyo, mientras releen los anteriores para matar el tiempo. Es que este novelista, nacido en Tokio en 1949, tiene una manera de contar, una forma de narrar sus historias, que a muchas personas les genera una especie de adicción. Para ellos sus libros son, en muchos casos, de esos que no quieren que terminen; novelas que podrían seguir leyendo durante cien, doscientas o quinientas páginas más. Es más, esas personas desearían que la historia continuara de manera indefinida.

LAS MISMAS CLAVES. Entender a los adictos a Murakami puede no ser sencillo. No hay en ellos un patrón. Pueden ser personas muy jóvenes, casi adolescentes. Pueden ser también adultos jóvenes, adultos mayores, viejos. Puede tratarse de lectores roqueros o señoras de taller literario, cuarentones amantes del jazz… y a todos les sucede lo mismo: los libros de Murakami quedan ahí, grabados en la memoria. Generan distintas capas de sedimentación que terminan por alcanzar un sentido profundo, incluso mucho tiempo después de leídos.

Su última novela, Kafka en la orilla, se puede colocar perfectamente en el mismo estante de sus mejores obras, aunque quizá en un escalón levemente por debajo de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, esa portentosa mirada a la vida moderna, la guerra, la política, el amor y numerosos temas que se entretejen en sus palabras.

Kafka… contiene muchas de las claves que el autor ya ha desarrollado en libros anteriores. Y esas claves, esas señales que apuntan a un mundo interior intenso y hasta obsesivo, conforman un grupo de símbolos, un código que se desarrolla no en un solo texto, sino a lo largo de toda su obra. Ernesto Sábato afirmaba que algunos autores en realidad escriben siempre la misma historia, sólo que cada vez la acometen con nuevos elementos, con otras herramientas. De alguna manera se podría considerar que parte del secreto de Murakami para generar adicción lectora, tiene que ver con la reiteración de claves. Así como el niño pequeño siente seguridad cuando se le vuelve a leer una y otra vez la misma historia, es posible que el adulto sienta que esas resonancias familiares le transmiten una sensación de confianza, reaseguran valores.

Las claves de Murakami pueden ser simples a primera vista: siempre hay gatos. Siempre hay un hombre, joven o adulto, que entabla relación con una mujer, joven o adulta, misteriosa o con posibles alteraciones mentales. Aparecen por ahí personajes mayores que tienen una cierta sabiduría y personajes secundarios que ofician de guías o de ayuda al protagonista. Muchas veces la Segunda Guerra Mundial juega un papel importante. La música también es clave; suele ir desde la clásica hasta el jazz, pasando por los Beatles o Radiohead. También hay bastante sexo, pero las secuencias eróticas, en muchos casos orales, no son contadas con pasión, sino como momentos naturales de la historia narrada. En Murakami siempre se trata de la búsqueda. Del partir de un elemento en apariencia simple para profundizar de a poco en una trama que se vuelve más y más compleja a medida que se avanza.

UNA BÚSQUEDA. En sus entrevistas, el autor ha señalado que no planifica sus obras, sino que parte de un elemento simple y comienza a escribir para descubrir la historia. En el caso de Crónica del pájaro… se trata de un hombre que está cocinando en su casa, cuando de pronto suena el teléfono.

En Kafka en la orilla, su última novela, el personaje adolescente que adopta el nombre del famoso autor checo, decide abandonar el hogar paterno y partir en un viaje iniciático y de búsqueda. De entrada se muestra que este joven es inteligente por encima del promedio, muy lector, pero también que, a la manera de un antiguo monje budista, se ha preparado durante mucho tiempo para su viaje. Entrenó en artes marciales, se obligó a soportar dolor, frío, hambre. También se lo muestra como un ser muy meticuloso que acumuló dinero y pasó un buen tiempo pensando exactamente qué objetos debería llevar en su mochila. Kafka viaja para alejarse de su padre, un viudo y famoso escultor con el que siente que no tiene nada en común.

En este caso y ya desde el comienzo, el autor plantea algunos parámetros interesantes: el joven Kafka tiene una suerte de alter ego real o imaginario mencionado como "El joven llamado cuervo" y también se entreteje allí la fantástica historia de un evento ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial.

De a poco, el viaje de Kafka adquiere un sentido preciso, y pese a que todo le sucede de una manera que podría parecer arbitraria, el viaje cobra sentido a medida que avanza, cuando comienza a vislumbrar el verdadero objeto de todo.

Hay también otros personajes poderosos. Una enigmática y bellísima mujer que dirige una biblioteca privada. Un joven andrógino y brillante que ayuda a Kafka en momentos complicados, un conductor de camiones y un viejo que puede hablar con gatos, que a él le contestan.

A medida que la novela avanza, la trama adquiere un estilo onírico, una lógica que parece confusa, pero que, como un sueño, sigue sus propias reglas de lógica interna. Aparece entonces el Mal, así, con mayúscula, encarnado en Johnnie Walken, mezcla extraña del personaje de la marca de whisky y el actor Christopher Walken, un maestro en el arte de encarnar personajes malignos y bizarros. Está también Colonel Sanders, que satiriza al sureño coronel de traje blanco de una famosa cadena estadounidense de comida rápida (Kentucky Fried Chicken). Sanders es una entidad opuesta a Walken y llega en un momento para ayudar a dilucidar la trama, a esa altura ya pasada de sueño a pesadilla.

IMPACTO EMOCIONAL. Lo curioso de la novela es que hay muchas cosas extrañas, fantásticas, por momentos difíciles de comprender, y aún así su lectura cautiva, obliga a continuar con la intensidad de una buena historia policial. Y otro rasgo también llamativo es que incluso cuando el argumento se torna extraño y complicado, se tiene la sensación de que no importa, que no es necesario comprender cabalmente todo lo que sucede. De alguna manera todo lo que ocurre parece apuntar al inconsciente de quien lee. Y es allí donde alcanza un sentido profundo, por momentos conmovedor o hasta aterrador, sin que se pueda terminar de comprender exactamente qué es lo que generó esos sentimientos. Cuando el malvado Walken se come el alma de los gatos, la intensidad y el horror se vuelven casi intolerables, en una demostración del notable poderío literario, del manejo de imágenes y emociones que es capaz el autor.

Murakami, hombre algo parco, serio y reflexivo, mezcla en sus historias mucho de su filosofía de vida, a la manera del Hermann Hesse menos complaciente, el de El Lobo Estepario. El hecho de que una persona se integre o no a la liga de fanáticos de Murakami no depende en sí de sus libros, sino de las concordancias que estos generan en cada uno. Como esos objetos que vibran ante determinada nota musical, hay personas que responden con devoción y fanatismo a las obras de Murakami y otros que permanecen indiferentes. Es que no se trata de un bestseller, sino de un autor complejo que, como escribió el filósofo Henry David Thoreau en el siglo XIX, parece marchar siempre al compás de un tambor diferente. Quizá el mismo tambor que oyen quienes están dispuestos a leerlo, releerlo y molestar todo el tiempo a amigos y familiares recomendándolo, diciendo, por ejemplo, que Haruki Murakami es el mejor escritor del mundo.

KAFKA EN LA ORILLA, de Haruki Murakami, Tusquets Editores, Barcelona 2006. Distribuye Urano. 584 págs.

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