Henry Trujillo
"PLANTADOS al borde de la pista, formando una masa oscura, un grupo de hombres algo mayores observan en silencio; todos rondan los treinta años, llevan boina y visten traje oscuro, pasado de moda. Como impulsados por la tentación de participar en el baile, avanzan a veces y estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan (...) Los solteros no bailan nunca, y ese día no es una excepción".
Así comienza El baile de los solteros, la edición póstuma de tres largos artículos que Pierre Bourdieu escribió entre 1960 y 1989, y que finalmente reunió en este libro que no llegó a ver publicado. Una especie de Tristes trópicos al revés, según lo define el autor sin explicar demasiado el porqué de esa comparación con la gran obra de Claude Leví-Strauss. Llama la atención la profundidad que logran estos trabajos, dotados por momentos de la fascinación que suele caracterizar a las buenas obras literarias, sin perder por eso su carácter científico. De hecho, esta relación inesperada entre arte y ciencia puede no ser tan casual como podría parecer en un primer momento.
CASARSE CON LA TIERRA. Esos hombres jóvenes, "algo mayores" a lo sumo, que se han quedado solteros, son campesinos, habitantes de los caseríos que rodean el poblado bearnés de Lesquire (el nombre, en realidad, es ficticio). Están en el baile de Navidad de la asociación local de agricultores y ganaderos. Frente a ellos, quizás munido de una cámara fotográfica y de un bloc de notas, se ha ubicado el hijo del cartero, un tal Pierre Bourdieu. No hace mucho, un amigo le ha hablado de esos campesinos, compañeros de colegio de ambos, al repasar las fotos de los años escolares. La mayoría, ha dicho ese amigo, son incasables.
Ese fue el disparador que llevó al joven Pierre a interesarse en el tema. El trabajo de recopilación de testimonios y datos estadísticos, que se prolongó entre 1959 y 1960, culminó con la publicación hacia 1962 de Celibato y condición campesina. Este artículo, imprescindible para entender el tránsito de su autor desde el estructuralismo al enfoque centrado en el habitus, aborda la descripción de los intercambios matrimoniales en términos de un sistema regido por unas pocas reglas de transformación.
El punto de partida es entender que en la sociedad agraria tradicional el matrimonio es una estrategia de consolidación económica del patrimonio familiar, antes que una elección personal. Cuando se da un casamiento, son dos familias las que se casan, y los individuos casados, en el mejor de los casos, se amoldan a este hecho. Los casamientos (y las alianzas familiares que implican) están regidos, explica el joven Bourdieu, por dos reglas que funcionan sobre la base de oposiciones. La primera se basa en la oposición entre primogénito y segundón. Es decir, entre el hijo mayor, heredero de la tierra, y sus hermanos menores, que en realidad no tienen derecho a heredar tierra, sino sólo a una compensación por ella en caso de abandonarla.
La segunda oposición se establece entre los matrimonios de "abajo arriba" o "arriba abajo", (es decir, entre un hombre que se casa con una mujer de una familia socialmente superior, o al revés). Así, el objetivo de la familia es mantener el linaje (y el prestigio social inherente a él, expresado en la honorabilidad del apellido) sin comprometer la integridad del patrimonio a través de los casamientos. En general, el modelo lleva a propiciar ciertos tipos de matrimonios y a excluir otros. Entre éstos, los matrimonios entre segundones. Hasta bien entrado el siglo XX, el destino de los segundones era permanecer en la tierra de los padres (en realidad, como empleados del hermano mayor) o renunciar a ella y marcharse. En ese primer momento, eran ellos los hombres condenados al celibato.
Pero la situación cambió en las siguientes generaciones, y para la época en que Bourdieu abordó el tema, eran los primogénitos los condenados a la soltería. Ese cambio sólo puede entenderse como la consecuencia de la devaluación del universo campesino en el contexto de la modernización.
LA CONVERSIÓN. Lo que cambió no fue el mundo campesino en sí mismo. Al contrario, su problema ha sido permanecer igual. Lo que cambió fue, sencillamente, que las regiones rurales francesas se integraron poco a poco al conjunto del país, ya por vía del mercado o por vía de la educación. Una de las consecuencias fue la migración hacia la ciudad, especialmente de las mujeres.
El proceso nada tiene de mecánico. Para que los jóvenes (y especialmente las jóvenes) comenzaran a emigrar sistemáticamente hacia las zonas urbanas, fue necesario que el mundo campesino cerrado y finito se abriera. "La atracción del modo de vida urbano sólo puede ejercerse sobre mentes previamente convertidas a sus atractivos", explica Bourdieu. O lo que es lo mismo: la migración a la ciudad es producto de una conversión. "Conversión" debe entenderse en un sentido similar al religioso: se trata de la transformación radical —y muchas veces abrupta— de creencias sobre el mundo. En este caso, la devaluación abrupta de los valores que sustentan el modo de vida campesino (el trabajo, el sometimiento de la mujer al hombre y de éste al linaje) acompañada de la valoración de lo moderno, de la vida urbana, de la educación y, por último pero no menos, la posibilidad de elegir la propia pareja.
Quienes protagonizan la huida están llevando adelante una revolución contra sus padres y contra un sistema social que los condenaba, en mayor o menor medida, al sometimiento: son los segundones y las mujeres. A medida que se hace posible zafar del yugo paterno con la aparición de oportunidades urbanas, las mujeres jóvenes abandonan las granjas y buscan su futuro en la ciudad. Dentro de ese futuro, claro, están incluidos los esposos. Los segundones, sin otro horizonte que servir a sus hermanos, optan por abandonar la hacienda familiar. Los que quedan atados a la tierra, y muriendo con ésta, son los primogénitos. Aquellos que el sistema privilegia para reproducirse, son los condenados a la soledad cuando el sistema entra en crisis.
Pero esta explicación "desde la estructura", valga la expresión, se complementa con una explicación desde la subjetividad: educados para vivir en una cultura donde la búsqueda de pareja estaba mediada por las familias, los jóvenes campesinos no tienen el dominio práctico necesario para seducir. Torpes, hoscos, mal hablados, devaluados económicamente, no tienen forma de competir con los avispados citadinos. Esta ausencia de destreza en el juego de la seducción encuentra su raíz en esquemas corporales inapropiados para las nuevas condiciones: los jóvenes campesinos no saben encarar a una chica. De hecho, ni siquiera saben bailar.
LA REFLEXIVIDAD. Bourdieu presenta los tres artículos que componen El baile de los solteros como un resumen de su alejamiento del estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, pero no parece ser por esto que se menciona a Tristes trópicos. En realidad, con esa afirmación algo oscura, Bourdieu está subrayando una concepción reflexiva del conocimiento. Es decir, una concepción para la cual el mundo social no puede ser conocido desde un punto de vista privilegiado, como el del biólogo que contempla una bacteria. Se conoce desde un punto de vista que es formado, igual que todos los otros, en una relación de fuerzas. La objetividad no es el producto de esa mirada superior, sino el resultado de la confrontación entre puntos de vista distintos, donde el científico social sólo puede obtener la ventaja de que comprende su visión —y la arbitrariedad de su visión— al distinguirla de la de los otros. En este caso al menos, al distinguirla de la de aquellos que formaron el mundo de su infancia.
Es que este libro no es sólo una investigación sobre la sociedad rural del sur de Francia, sino también una reflexión sobre el investigador que la hizo. La soledad de esos campesinos solteros representa, como un espejo, el destino al que el propio Bourdieu escapó al integrarse a la vida de la más rancia de las élites académicas. "Pienso en aquel antiguo compañero de escuela", escribe narrando por qué se le ocurrió la idea de realizar ese estudio, "que retirado con su madre (...), había inscrito en la puerta del establo las fechas de nacimiento de cada una de sus terneras y los nombres de mujer que les había puesto". Quizás sea la emoción que dejan traslucir esos fragmentos lo que explique lo penetrante de la obra y, al mismo tiempo, el tono trágico que la recorre.
EL BAILE DE LOS SOLTEROS: LA CRISIS DE LA SOCIEDAD CAMPESINA EN EL BEARNE, de Pierre Bourdieu. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004. Distribuye Gussi. 268 págs.