por Darío Jaramillo
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Se acaba de reeditar un libro de cuentos de la irlandesa Claire Keegan, Recorre los campos azules, cuya primera edición es de 2008. Es una gran escritora que me lleva a la sección de profecías: algún día se va a ganar el premio Nobel de literatura.
Silvina Friera, periodista del diario argentino Página/12, entrevistó a Keegan hace años cuando apareció Recorre los campos azules y resumió así su vida: “la historia de Claire Keegan podría parecer un cuento de su admirado Chéjov, donde la protagonista lucha contra las circunstancias de su ambiente. La escritora irlandesa, que nació en 1968 en County Wicklow (en la costa oriental de Irlanda), en el seno de una familia católica”, cuenta que su padre “nunca leyó un libro” y su madre, “sólo algunos”. Cuando era chica, en esa atmósfera de la granja familiar donde pasó su infancia y adolescencia, ella captaba lo que no se decía pero se respiraba: su familia no era feliz. A los 17 años viajó a Estados Unidos para estudiar inglés y ciencia política en la Universidad de Loyola. Decidió regresar a Irlanda en 1992 para realizar un máster de escritura creativa en la Universidad de Gales, quizás en el peor momento: cuando el país comenzaba a padecer la tasa de desocupación más alta de Europa. “Nunca había escrito nada ni me imaginaba que podía ser escritora”. Se puso a escribir después de ser rechazada 300 veces por aquellos a quienes les pidió un empleo.
El lector más atento. Sus cuentos reflejan con dureza, despiadadamente, esa Irlanda rural de familias que no eran felices; como la suya. Y ella no guarda compasión.
Jorge Fondebrider, traductor de los libros que hay en castellano de Claire Keegan, cuatro hasta ahora (Tres luces, Pequeñas cosas como esas, Antártida, Bien tarde en el día), declaró hace poco a Daniel Gigena del diario La Nación que “si se considera que un traductor es un lector más atento que la media de los lectores, uno que desmonta el texto escrito en otra lengua para armarlo en la propia, casi como un relojero que después de desarmar el reloj tiene que armarlo para que siga funcionado, se comprenderá que es relativamente fácil detectar dónde están las costuras de un texto. Sin embargo, con Claire Keegan es distinto porque las costuras prácticamente no se ven. Siempre me pasa lo mismo: te va llevando, sin que te des cuenta, te obliga a seguirla y llegás a donde ella quiere que llegues casi sin haberlo advertido. Es algo del todo excepcional y solo les pasa a los lectores cuando se topan con un escritor de los buenos, que no son tantos (…). El gran maestro de Claire fue John McGahern, a quien ella le rinde homenaje en al menos tres cuentos de sus libros anteriores. Por otra parte, pensaría que tiene algo de Carson McCullers o Flannery O’Connor, narradoras estadounidenses que muchas veces están en un registro similar”.
Por lo general, la literatura europea actual es urbana, burguesa, clasemediera, seguidora de la moda, convencional. Cuando hay disentimientos, suelen ser en ese contexto, muy siglo XX, muy asimilados a la tecnología. Y los campesinos de Claire Keegan parecen de otro lugar más subdesarrollado, más sometido a los dogmatismos sociales, que en el caso de Irlanda proceden de un catolicismo que no sólo es la religión que los llevará a cielo sino también la religión que los mantiene en su infierno en la tierra y los somete a las mentiras oficiales, a la hipocresía sexual, a la infelicidad. El campesino personaje del cuento magistral “La hija del guardabosques” dice “Dios es un invento creado por los hombres para mantener a su mujer y a la tierra a una distancia segura de otro hombre”. Luego se refiere a Judge, un perro que también es personaje central en la narración: “Judge está contento de no poder hablar. Nunca entendió la compulsión humana por la conversación: cuando habla, la gente dice cosas inútiles que rara vez mejoran sus vidas. Sus palabras los entristecen. ¿Por qué no dejan de hablar y se abrazan?”
Por qué se juntan. Refiriéndose a este libro, Keegan declaró para Página/12: “La mayoría de mis historias no son autobiográficas, pero me gusta mucho que la gente lea los cuentos pensando que me pudo haber pasado a mí. Un consejo muy común que se les da a los escritores es que escriban sobre lo que conocen, pero a mí me interesa más escribir sobre lo que no conozco”. Por eso mismo, admite que “escribo muy despacio, hago como treinta borradores de una historia, me lleva mucho tiempo convertir una historia en cuento”. Para lograrlo “hay que sacarle muchas cosas de modo que parezca que el cuento se desmorona, pero sigue ahí. Una buena historia es la que está casi incompleta y parece frágil. Es como la diferencia entre sentarse al lado de alguien que no para de hablar, y que sabés que no va a decir nada importante, o sentarte al lado de alguien que está muy callado y probablemente te va a decir algo. Nos pasamos la vida hablando, pero la mayoría del tiempo no decimos nada. Un cuento revela lo que no se dice”.
Puesta en la tarea de definir este libro, dijo: “es una crítica sobre por qué la gente se junta, por qué se forman las parejas. Es una crítica al matrimonio en sí mismo, al hecho de que en un momento de la vida te vas a casar y vas a tener hijos. En mi experiencia, la mayoría de las familias que conocí, incluso mi familia, no era feliz. Nunca creí en el matrimonio como un camino hacia la felicidad. Para mí es más valiente estar solo que estar en una relación. Casarse por imposición no resuelve el problema de la soledad. Lo que yo cuestiono es el matrimonio como una respuesta a la soledad, pero la soledad afecta tanto a los hombres como a las mujeres. Las emociones no son sexistas. Los pensamientos sí.”
RECORRE LOS CAMPOS AZULES, de Claire Keegan. Eterna Cadencia, octava reed. 2024. Buenos Aires, 208 págs. Traducción de Jorge Fondebrider.