El inglés John Keegan, siempre removedor y audaz, da en este nuevo libro su visión no siempre compartida sobre la guerra, y discute a los clásicos como Clausewitz.
John Keegan (Inglaterra, 1934-2012) fue hijo de un hombre marcado por la Primera Guerra Mundial, y vivió su infancia en la región en la que se acuartelarían los ejércitos del “Día D”. No apto para el servicio, estudió Historia, con la rama militar como materia optativa. Se convirtió en su especialidad al ingresar como profesor en la academia militar de Sandhurst, donde convivió con oficiales veteranos. Por esto Keegan combinaba, al abordar la mentalidad militar, el rigor del historiador con el respeto y la simpatía por ese tipo humano especial. De ahí que este libro pueda leerse como un ensayo de psicología social y antropología de la guerra.
El libro se inicia discutiendo la famosa aserción de Clausewitz, general y teórico militar prusiano del S. XIX, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. En primer lugar, porque Keegan entiende la guerra como ruptura, no como continuación de las relaciones políticas.
En segundo lugar, porque al estudiar la guerra en distintos períodos y culturas, no es tan fácil entenderla como algo único. Pueblos antiguos hubo que, atacados por extranjeros, fueron derrotados simplemente porque la táctica de los agresores no les entraba en la cabeza: eso no era guerrear sino otra cosa.
Keegan también discute también dos consecuencias que Clausewitz extrajo de su definición: que se debía reunir la mayor masa posible de soldados entrenados y armados y que el objetivo era infligir al enemigo daños masivos en una batalla campal. Esta filosofía de guerra total llevó a que las potencias europeas, acostumbrando a sus pueblos a la conscripción (en la que todos, y no una minoría especial, pueden ser soldados), desembocaran en la Primera Guerra Mundial, con ejércitos atascados en las trincheras, sin que ninguno pudiera vencer en la lid campal. La derrota le cupo a las potencias centrales por agotamiento material: si los EE.UU. no hubieran entrado a combatir por los aliados, estos hubieran perdido. Alemania fue, por poco, la nación humillada. De una guerra surgió otra peor. Hitler, en su testamento político, cita a Clausewitz.
Además de las diferencias en el modo de pelear entre las distintas culturas y épocas, Keegan estudia las constantes a largo plazo, sobre todo en lo psicológico y cultural. Señala que a la hora de guerrear, los pueblos primitivos, aunque pueden llegar a extremos de crueldad, tienden a mitigarlos con ritos que limitan la intensidad y duración del combate. Si bien la mejora de los medios técnicos para matar ha ido acercando a los hombres al concepto de guerra total que se formaliza en Clausewitz, no es menos cierto que en ninguna época se ha renunciado del todo al intento de humanizar la guerra mediante reglas. Conciente del peligro nuclear, Keegan hace una tenaz apuesta por el regreso a la guerra con límites, primitiva pero sabia.
En una entrevista, Keegan se definió como “95% pacifista”. No es raro que sobre el fin del libro escribiese al mismo tiempo que “la política ha de continuar, la guerra no” pero también que no concebía un mundo sin guerreros. Apostaba, claro, a unos militares subordinados a la autoridad “…protectores y no enemigos de la civilización”.
Afean a este excelente trabajo algunos errores de edición o traducción, pocos, pero de peso. Sirvan para ejemplo las dos referencias al maíz como forraje en Medio Oriente, antes de 1492, cuando este cereal es de origen americano.
HISTORIA DE LA GUERRA, de John Keegan. Turner Noema, 2014. Madrid, 534 págs. Distribuye Océano.

ultimo libro de john keeganJuan de Marsilio