El fin de la geografía

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JUAN E. FERNÁNDEZ ROMAR

LUEGO DE LA desaparición física de Foucault, Deleuze, Guattari, y Baudrillard, el filósofo y urbanista Paul Virilio ha quedado bastante solo como exponente de una generación rebelde, crítica e iconoclasta, capaz de embestir contra todo lo instituido y animarse a cuestionar aquello que nadie interroga. Se trata de un profesional de la objeción y de una de las figuras más emblemáticas de la intelectualidad francesa posestructuralista.

Este polifacético pensador con aires de profeta exaltado y tremendista, parece responder a un sincero impulso neurótico con ribetes paranoides antes que a una intención mercadológica. Virilio se ha empeñado en explicar el mundo contemporáneo en clave apocalíptica haciendo un gran acopio de información sobre desastres, accidentes, atentados y guerras. De ese modo ha logrado difundir en todo el orbe ciertas advertencias y recelos, e imponer un nuevo orden conceptual de temores sobre la vida en las grandes ciudades, las reacciones en cadena, las ciberbombas y otras catástrofes en curso o inminentes.

En los años 90, mientras Baudrillard revisitaba una y otra vez las enseñanzas de la Guerra del Golfo, Virilio, desde la segunda fila del escaparate filosófico francés, rumiaba sus inelaborables obsesiones: Chernobyl, la insoportable aceleración de los procesos de la comunicación, la guerra de Kosovo, el terrorismo urbano, la desaparición de la geografía, el totalitarismo del progreso tecnológico, o el pánico en las megalópolis como Nueva York, Hong Kong, el DF mexicano, o San Pablo.

UN NIÑO DE LA GUERRA. Nacido en 1932, fue, según sus propias palabras, un war-baby, un auténtico niño de la guerra. Hijo de madre bretona y padre italiano y comunista (que había conseguido la residencia pero no la ciudadanía francesa), creció en Nantes, donde a los ocho años presenció la llegada de los alemanes, y a los once la destrucción de la ciudad bajo una lluvia de bombas de los aliados.

Al finalizar la guerra descubrió el mar al mismo tiempo que la paz, ya que la costa era zona de exclusión. En las playas Virilio se fascinó con los bunkers dejados por los combatientes, enigmas de una arquitectura bélica que comenzaba a ser reciclada por la población civil con otros fines.

Con una cámara Leica realizó un extenso inventario fotográfico, iniciando lo que treinta años después se convertiría en un ensayo arqueológico sobre las tecnologías de la guerra (Bunker Archéologie, 1975). Las crónicas posteriores de Auschwitz e Hiroshima y el descubrimiento de esos bunkers definirían su trayectoria filosófica posterior, marcada por una constante preocupación por el potencial destructivo de las nuevas tecnologías.

A diferencia de la mayoría de sus amigos -que luego de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a militar en organizaciones marxistas- y como buen hijo rebelde de padres comunistas, Virilio se inclinó por el cristianismo. Mientras su generación leía El Capital de Marx, él decidió bautizarse y optó por el estudio de la Biblia, siguiendo los consejos de un cura obrero que trabajaba en la fábrica Renault y que vivía en una buhardilla en Saint Denis.

A los 18 años, aceptando una sugerencia de su mentor se abocó a la pintura, iniciando así lo que hoy denomina su "época Montparnasse". Para ganarse la vida pintó muros de cuatro por doce con afiches propagandísticos de los estrenos cinematográficos del momento. Actividad que terminó odiando por su contribución a la "polución del campo visual" y su complicidad con la industria publicitaria "ese gran bluff, violador de conciencias".

Para zafar de esa desagradable tarea, se volvió rápidamente maestro vidriero, dedicándose al vitraux y fundamentalmente al arte sacro, actividad que lo convirtió en un cotizado vitralista cristiano.

Fuera del horario de trabajo estudiaba a Merleau Ponty, asistía a los cursos de Vladimir Jankelevich y Raymond Aron, e invertía vacaciones y días libres en completar pacientemente su colección de fotos de los bunkers del muro Atlántico. Estos fueron siempre una de las grandes obsesiones de Virilio y actualmente es considerado el mayor especialista en ese tipo de fortificaciones.

Curiosamente, en 1966 ganó un concurso de diseño para construir la catedral de Nevers (la única construida durante el siglo XX en Francia) con un proyecto inspirado justamente en esas formas inquietantes de cemento. Esta extraña construcción, mitad gruta, mitad bunker, desató una amplia polémica y despertó una fuerte oposición eclesiástica.

Virilio suele recordar que en la liturgia de consagración de esa catedral, el obispo a cargo repitió tantas veces que esa iglesia era un horror. El novel párroco del lugar terminó interrumpiéndolo para recordarle que aquella era "una ceremonia de consagración y no un exorcismo".

MUSEO DE LAS CATÁSTROFES. En 1963 Virilio fundó junto con Claude Parent, su socio intelectual durante muchos años, la influyente revista Architecture Principe, publicación analítica de la modernidad arquitectónica y urbanística.

Años más tarde, durante el Mayo francés, Virilio tuvo una activa participación en todas las movilizaciones llegando a ocupar el célebre teatro Odéon y resistiendo la represión que sobrevino después. Durante esa ocupación planificó junto con otros rebeldes, la creación de la Escuela Especial de Arquitectura, de la que se volvió su máximo responsable hasta 1998.

A comienzos de los años 70 comenzó a difundir sus ideas sobre las transformaciones del arte y la percepción moderna, colaborando con las revistas Esprit y Cause Commune, y especialmente en Tomate, radio alternativa fundada por él junto a Félix Guattari, donde Virilio delineó sus obsesiones personales: la relación entre la guerra, la ciudad y la política; y en especial su preocupación por la velocidad.

En 1973, cuando ya era un reconocido ensayista del urbanismo contemporáneo, aceptó la dirección de la colección Espacio Crítico, de la editorial francesa Galilée, y quince años después le fue concedido el Gran Premio Nacional Crítica de la Arquitectura, ganándose un lugar muy original en la reflexión filosófica.

En 1990, cuando Jacques Derrida asume la dirección del Collège International de Philosophie, Virilio es elegido como coordinador de los programas académicos, al tiempo que despliega en forma paralela una intensa actividad como curador de numerosas exposiciones de arte de la Fundación Cartier.

Más recientemente, justo en el cambio de siglo, inauguró en Japón el Museo de las Catástrofes, construcción realizada bajo su dirección y proyecto.

CLAUSTROFÓBICO Y ASMÁTICO. Lo que más sorprende de la obra de Virilio es esa indefinición intrínseca. Por momentos parece configurar una necesaria ampliación del universo reflexivo de un urbanista, y por otros, la de un filósofo atípico cuyo acervo principal proviene de la arquitectura, la plástica, y fundamentalmente de la historia de las ciudades europeas y sus grandes guerras. También llama la atención la discontinuidad de su pensamiento y una cierta desprolijidad argumental, balbuceando ideas potentes con una premura más propia de un periodista que debe entregar su nota, que la de un pensador que debe interrogar concienzudamente sus hipótesis. Rasgo de estilo que compartió con Baudrillard, aunque el lenguaje de Virilio está más cerca del patentado por Deleuze y Guattari, la dupla esquizoanalítica francesa, con la que mantuvo una larga amistad.

De hecho, ningún otro pensador contemporáneo -aparte de ellos tres- ha revelado un interés semejante por pasar de un uso metafórico a un uso instrumental de categorías propias de la geografía política y de la arquitectura.

Hay un uso intensivo de conceptos muy alejados del arsenal conceptual de la filosofía clásica, tales como: territorialidad, mesetas de intensidades, poblaciones, nómadas y sedentarios, planos de consistencia, y líneas de fuga. Ese lenguaje popularizado por Gilles Deleuze y Félix Guattari para pensar la subjetividad contemporánea, sólo encuentra resonancia y similitud en las preocupaciones teóricas de Virilio, siendo muy clara la influencia recíproca entre los tres.

No obstante, Virilio no se detiene en la deriva del deseo humano sino en el impacto político y subjetivo de la velocidad, los motores, las pantallas, y la digitalización del mundo.

Autodefinido como claustrofóbico, asmático y resistente frente al desarrollo descontrolado de la tecnología, Virilio parece estar siempre vaticinando catástrofes.

LA TIRANÍA DEL MIEDO. Hace ya 24 años un camarógrafo registró cómo los tuaregs, esa tribu nómada del desierto del Sahara, detuvieron su migración anual durante diez días para poder seguir los últimos capítulos de la serie Dallas por televisión. Acontecimiento luego revisitado por numerosos ensayistas para ejemplificar la globalización.

Desde hace más de quince años, los niños de China continental disfrutan a diario de Mickey Mouse y el Pato Donald, en una versión doblada al mandarín; al tiempo que los árabes de Marruecos siguen en el canal Retro las viejas películas mexicanas de Cantinflas, y los japoneses celebran la Navidad aunque los cristianos sean menos del 1% de la población.

La globalización se aparece como el hogar inevitable, una gran residencia donde todos habitan. La nueva cultura mundializada impulsa una redefinición de lo universal y lo particular bajo un proceso indetenible de intensificación de las comunicaciones y de aceleración del flujo entre lo local y lo global.

Mientras muchos pensadores celebran el vértigo tecnológico de las últimas décadas, Virilio no deja de alertar al mundo sobre los peligros inminentes que subyacen a los procesos de globalización.

Desde su primer libro "filosófico", La inseguridad del territorio (1976) hasta su último trabajo, Ciudad pánico. El afuera comienza aquí (2004), Virilio ha rondado los mismos temas aportándoles nuevos colores y perspectivas.

Fiel a su formación profesional, en más de una ocasión se ha presentado como un pensador del espacio-tiempo, afianzando un discurso negativo del progreso técnico aunque de fondo siempre parece revelar una suerte de fascinación tecnológica, comentando a cada paso algún detalle poco conocido de las nanotecnologías informáticas o del último tren de alta velocidad chino.

En cada uno de sus libros Virilio no deja de señalar que la eficacia del progreso acarrea como contrapartida una fragilización, un nuevo peligro, una propensión al accidente y por la misma razón, al atentado.

La racionalidad instrumental de la tecnología siempre está en cuestión en sus reflexiones. Virilio busca ese punto de inflexión en que deja de ser una construcción dominada por el ser humano para convertirse en una amenaza inesperada. Su posición remite a la búsqueda de nuevas formas de emancipación de la tiranía del progreso cuando éste se vuelve un fin en sí mismo.

A nivel académico se suele asociar el nombre de Virilio con la novel dromología, disciplina propuesta por él para el estudio de la lógica de la velocidad, y más en particular, del impacto subjetivo de la conquista de la velocidad mediante nuevos desarrollos técnicos. Algo así como una nueva economía política de la velocidad, estudio que se impone a partir de la revolución de los transportes durante el pasado siglo y del protagonismo adquirido por las telecomunicaciones instantáneas.

En perspectiva, tanto El arte del motor, La velocidad de la liberación o El cibermundo, la política de lo peor hablan básicamente de ese tipo de problemas y riesgos. Con los transportes ultra-rápidos y las telecomunicaciones todo puede ser hecho "sin tener que partir ni viajar obligatoriamente. Es la era de la llegada generalizada...". La velocidad es poder y las sociedades se reordenan en torno a ese nuevo vector. No obstante, la velocidad genera una nueva forma de polución y exige una nueva ecología. Se acerca el día en que "el espacio-tiempo del mundo habrá dejado de existir porque habremos perdido la extensión y la duración del mundo por culpa de la velocidad".

Mientras se discute el fin de la historia Virilio advierte sobre el fin de la geografía. La modernidad se caracterizó por un encadenamiento secuenciado del pasado, presente y futuro. Pero eso ha dejado de verificarse. Las experiencias y enseñanzas del pasado han perdido gran parte de su utilidad y no hay formas confiables de prever el futuro. Hemos ingresado a un presente permanente que todo lo succiona.

Siguiendo los planteos formulados por Einstein poco antes de morir, la humanidad enfrenta el peligro de tres bombas que amenazan su porvenir. La bomba atómica, es decir la tecnología bélica, que ya ha estallado de múltiples formas; la bomba de la información, que Virilio reformula como la bomba informática; y por último, la bomba demográfica. Bomba que debería ser pensada también desde el biopoder enunciado por Foucault y la tecnología genética.

Virilio no cesa de advertir sobre los inminentes estallidos de las fantasías redentoras de la mundialización y sobre las catástrofes en ciernes. Flujos migratorios descontrolados hacia las ciudades ricas; un posible crack económico debido a la liberación del mundo bursátil y comercial de las restricciones y controles estatales; la implosión de Internet por saturación de sus ramificaciones; las ciudades blindadas mediante televigilancia convertidas en guetos de lujo, asfixiantes y frágiles, debido a una babelización creciente, una incontenible concentración demográfica y una excesiva dependencia tecnológica y energética. O ciudades gobernadas por un virtual Ministerio del Miedo que tomó el reemplazo de los viejos Ministerios de Guerra, al reconocerlas y proponerlas como blanco predilecto de todas las agresiones militares posibles.

EL AFUERA COMIENZA AQUÍ. El libro Ciudad pánico tiene ya tres años, aunque sólo uno de su traducción al español, y refleja esa visión paranoide del futuro que Virilio ha sabido cultivar.

Aunque a lo largo de 140 páginas parece esbozar y prometer una nueva teoría política para entender mejor el actual estado de las cosas, no llega a redondear ni una tesis canónica ni un ensayo exhaustivo sobre el miedo contemporáneo en las grandes ciudades. No obstante, Virilio desgaja permanentemente ideas fértiles y provocativas que demandan un tratamiento más detenido y un abordaje más minucioso.

Sus argumentos no son sencillos de reconstruir. Frases cortas casi aforísticas que se encadenan ritmando el hilo de sus asociaciones mentales y esbozando un collage temático matizado con sus omnipresentes temores. Además de un estilo muy singular siempre anegado de prefijos (trans-, mega-, geo-, híper-, etc.) y con múltiples detalles de edición -palabras en itálicas, mayúsculas o versalitas que jalonan y destacan la importancia de lo que quiere transmitir- Virilio ha salido a defender en numerosas ocasiones estas predilecciones. Aduce la influencia que ejercieron sobre él por vía paterna los poetas futuristas italianos, con quienes compartió el interés por la tecnología, la velocidad y los recursos gráficos de imprenta.

Pese a todo, una idea central recorre Ciudad pánico: el paulatino abandono de los Estados nacionales como unidad de medida política en beneficio de los intereses concentrados en las grandes ciudades; esas "ciudades del bienestar" (a las que las masas sueñan con emigrar) comienzan a importar más desde cualquier punto de vista que el territorio de un país.

Hasta el pasado siglo, tanto la política como la guerra giraron en torno a los intereses del territorio extenso de los Estados nacionales, caracterizados por poblaciones mucho más distribuidas, con un ejército protector de sus fronteras y una policía que cuidaba de la seguridad interna. Siguiendo esta lógica, los ejércitos daban batallas territoriales procurando su conquista, enfrentándose en campo abierto y dejando a las ciudades como el último escenario bélico posible. Desde la Segunda Guerra Mundial, las ciudades dejaron de ser el trofeo del invasor para convertirse en el blanco preferido de los bombardeos y la victoria a dirimirse mediante el daño y el miedo infligido a poblaciones de civiles. Las grandes ciudades contemporáneas con sus poblaciones nómades multiétnicas pautan ahora los ritmos económicos, las estrategias de seguridad, y los flujos de inversiones. Allí comienzan a verificarse fenómenos nuevos, el ejército y la policía comienzan a indiferenciarse en sus tecnologías y funciones; los ciudadanos también deben adecuarse a desconfiar y vigilar a sus vecinos y estar preparados para todo, en un estado de alerta permanente frente a dos situaciones análogas: el atentado y el accidente. Los dos ingredientes cotidianos de la vida en las metrópolis gobernadas por la inseguridad y el pánico.

Pese a su extrema banalidad y puerilidad hollywoodense, la película Duro de Matar 4 (2007), es la que mejor refleja los terrores urbanos analizados por Virilio. El atentado multiplicándose en accidentes cuando los terroristas toman el control de los semáforos y por consiguiente de la velocidad de desplazamiento vehicular; el complejo militar atacando objetivos civiles por comunicaciones interceptadas; hackers diseminando virus que desestabilizan la economía mundial; mercenarios ubicuos controlando todo desde laptops; multitudes secuestradas por la falta de electricidad y una gran ciudad convertida en una gigantesca ratonera de la que no es posible salir.

Según Virilio, el pánico actual post 11/ 9 anula las posibilidades de reflexión colectiva y clausura la democracia debido a la instauración de un estado de emergencia permanente, en el que la información clasificada es administrada por unos pocos y los medios masivos de comunicación dejan de "estandarizar a la opinión pública" para procurar una "sincronización emocional" de las masas bajo el signo paranoico del terror. El mundo de las pantallas abandona el rol de sustituto de la política deliberativa y uniformizador de la reflexión común, para gobernar sobre los afectos, marcando el ritmo sincopado de los corazones de las teleaudiencias. Un estado de paranoia y desconfianza permanente pauta el estado subjetivo de las grandes urbes, expuestas tentadoramente como blanco del terrorismo global y como espacios propiciatorios de accidentes en cadena.

Sin embargo, cabe aclarar que el relevamiento obsesivo de los peligros contemporáneos no es usado por Virilio para multiplicar lo que denuncia sino para reclamar que el progreso se autocritique, en el entendido que la crítica es el único fundamento ético admisible de la ciencia.

CIUDAD PÁNICO. El afuera comienza aquí. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2006. Distribuye Gussi. 140 págs.

Virilio en castellano

Estética de la desaparición, Anagrama, Barcelona, 1988.

La máquina de visión, Cátedra, Madrid, 1989.

El arte del motor, Manantial, Buenos Aires, 1993.

La velocidad de la liberación, Manantial,

Buenos Aires, 1995.

Un paisaje de acontecimientos, Paidós,

Buenos Aires, 1997.

El cibermundo, la política de lo peor, Cátedra,

Madrid, 1997.

La inercia polar, Trama, Madrid, 1999.

La bomba informática, Cátedra, Madrid, 1999.

La inseguridad del territorio, La Marca,

Buenos Aires, 2000.

El procedimiento silencio, Paidós, Buenos Aires, 2001.

Ciudad pánico. El afuera comienza aquí. Ed. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2006.

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