ALQUIMIA. Un factor de triunfo para encontrar el oro: pertenecer al staff del diario El País de Madrid, aun siendo latinoamericano. Mexicano exactamente. Otro: haber obtenido la beca Guggenheim. Cuenta también haber impartido clases en prestigiosas universidades norteamericanas. Y estudiar en frondosas bibliotecas, llenas de epistolarios y diarios íntimos, la vida de algún personaje que existió y fue medianamente famoso en su momento. Pero eso sí: nada que se haya agotado mucho. Si la historia descubierta es escabrosa, mejor. Adulterio perpetuo. Sexo contra la norma. Millonarios que cruzan una y otra vez el Atlántico a bordo de grandes barcos. Bebés abandonados abrazados a la nodriza. Europa en los años locos. Y si la protagonista es paciente de un psicoanalista como Jung, mejor. El oro reluce.
Conseguir un premio como el Planeta-Casamérica 2012, con sus miles de dólares y su promoción por todo el mundo, es una tarea de alquimista. Muchos años trabajando duro para ello. Pero un premio así tiene mucho de azar, porque son numerosos ya a esta altura los latinoamericanos que han hecho lobby en España, porque la competencia es mucha y porque hay unos cuantos escritores que conocen al dedillo lo que puede resultar premiable. Y escriben en consecuencia.
La tejedora de sombras, de Jorge Volpi, es un libro que le ha dado mucho trabajo a su autor. No el trabajo de la búsqueda en bibliotecas y en diarios íntimos de hojas amarillentas (que sí, lo ha hecho, tal como inevitablemente el autor expresa en su "Nota final", llena de agradecimientos). El suyo es el trabajo del día a día en el que se construye un profesional de la literatura. Los alquimistas no cejaban, y Jorge Volpi tampoco. Obtuvo también una condecoración como Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y la Orden de Isabel la Católica de España.
Pero a esta novela le falta imaginación, vuelo, talento. Su lenguaje recargado, que pretende imitar la conciencia de una mujer excepcional, Christiana Morgan, transida de pasiones, suena falso. La narradora/personaje no es creíble. Es excéntrica, pero no de un modo verosímil, ni tampoco un maravilloso ser inventado por la imaginación artística.
Morgan existió, fue paciente de Jung y éste utilizó el material de sus sesiones para explicar a sus discípulos sus teorías. Morgan también inventó el conocido test TAT junto a su amante y compañero intelectual Henry Murray, pero esta Christiana Morgan que aparece en La tejedora de sombras no se devela más que como pretensión, a través del discurso forzado de una mujer tremenda que todos sabemos que no existe ni existió.
El libro tal vez interese a los seguidores de la psicología y del psicoanálisis por los datos biográficos enfermizos que trasuntan las relaciones entre psicólogos, pacientes y profesores. Pero tal vez sea mejor para ellos acudir a las mismas biografías que Volpi cita al final del libro, que el autor reconoce con la manida frase "sin las cuales no habría sido posible".
LA TEJEDORA DE SOMBRAS, de Jorge Volpi. Planeta, 2012. Buenos Aires, 277 págs. Distribuye Planeta.