ANDREA BLANQUÉ
A VECES hay que felicitar a la literatura porque gracias a ella, gracias a algo relativamente pequeño y frágil como un libro, la Humanidad puede explicar las situaciones límite. En Uruguay hubo gente que estuvo años presa en condiciones extremas y que hoy escribe libros para contarlo. Cómo producir un libro bellísimo de tal experiencia nefasta es un misterio, pero lo logran. El libro emblemático que da cuenta del horror, la tortura, el sadismo y la soledad que sufrieron los presos durante la dictadura, y que sin embargo se lee con el corazón palpitante, es El furgón de los locos, de Carlos Liscano.
Ahora llega otro, no similar, pero hermano: Oblivion, de Edda Fabbri. Es un libro breve, de 101 páginas. Tiene mucho de prosa poética, pero básicamente es narrativa. Cuenta historias, o una historia, o la Historia. El lector puede decidir qué es verdaderamente lo que cuenta. Es un libro tan corto e intenso que produce la necesidad de leerlo por segunda vez. Ganó el Premio Casa de las Américas 2007 en la Categoría Literatura Testimonial.
Edda Fabbri militó en el MLN apenas unos meses. Tenía unos 20 años. Cayó presa por muchos años, desde el 71 hasta el 85. Su libro habla de recuerdos, desde que estuvo al comienzo en la cárcel Cabildo, pasando por los larguísimos años en Punta de Rieles, hasta el final, cuando desde Jefatura presiente la libertad.
No tiene un orden cronológico, sin embargo. No empieza por los años más duros, por las torturas. Del asunto cruel de la historia se habla poco. Se habla mucho del canto, por ejemplo. Cómo las presas cantaban, lavaban, fregaban, seguían el devenir de los pichones de gorrión que se habían introducido en un hueco de la ventana de la celda, e insólitamente usaban de nido una caja.
Se habla mucho del hablar, de lo que se contaban entre sí. De las siempre tan condenadas tareas domésticas (toda la vida símbolo de la represión patriarcal a las mujeres), pero que aquí son vistas como un verdadero bálsamo. Leer, tejer en el telar, limpiar tres veces por día el baño, plancharse el uniforme para la visita, cepillarse meticulosamente los dientes, eran tareas que salvaban, que unían.
La narradora utiliza muy conscientemente el "nosotras". Hay mucha dulzura en lo que se dice, mucho amor entre esas mujeres jóvenes recluidas entre barrotes. Cuántas veces se ha dicho y escuchado que la prisión fue más implacable para los presos hombres que para las presas mujeres, que las mujeres lograron un resistir colectivo que no alcanzaron sus colegas masculinos.
Leyendo este libro se entiende. Pero también hay caras aplastadas contra los barrotes, angostísimos calabozos, cornetazos de los soldados, ventanas opacas que no permiten mirar el exterior, quema de libros, prohibiciones de toda índole, como por ejemplo no dormir la siesta pero permanecer en silencio absoluto después de comer. Hay también una presa que aúlla en la noche, que despierta al sueño.
Edda Fabbri no se erige en reconstructora de la Historia: "Decíamos antes la historia la escriben los vencedores, tenemos que hacer otra, la nuestra, verdadera. Contar la verdad para que se sepa, para que no se repita. Transmitir antes de morirnos, dejar legado, dicen otros". A ella estas palabras le resultan huecas. No quiere ser portavoz de nada, mucho menos de la Historia. Dice en cambio que las palabras salen del cuerpo, como si fueran una plantita. Edda Fabbri reconoce que las palabras no son inocentes. Aprendió con su madre a no confiar en las palabras sino en "algo que está por atrás o enredado en ellas y no sabemos nombrar".
Oblivion es un testimonio redondo: explica las rutinas de la cárcel, la geografía, el más allá de la cárcel (los caballos, el campo, el atardecer, las luces de los autos en la carretera lejana), pero también es poesía, ensayo, novela que se construye con la memoria. En un pasaje, la narradora recuerda el silencio del campo que rodeaba a la cárcel, y dice: "Cuando el tiempo se detenía, junto con los caballos, yo podía escribir. Ahora necesito un silencio similar para escuchar aquella memoria pasando como un río".
OBLIVION, de Edda Fabbri, Ediciones del Caballo Perdido, Montevideo, 2007, Distribuye Gussi. 101 págs.