Dos hombres en la Historia

Milton Fornaro

DENTRO de la vasta e importante producción del argentino Andrés Rivera (1928), dos novelas históricas ocupan un lugar destacado. Al éxito alcanzado por La revolución es un sueño eterno (1987), le siguió, también con gran éxito de críticas y ventas, El farmer (1996).

En la primera el protagonista es Juan José Castelli (1764-1812), el orador de la revolución de Mayo, quien, impedido de hablar a causa de un tumor en la lengua, empieza a escribir sus recuerdos en una noche, en que "el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria". En la otra, el "farmer" aludido en el título es Juan Manuel de Rosas (1793-1877), quien hacia el final de su vida, desde el exilio en Inglaterra, repasa sus años de poder y de gloria. El relato también comienza una fría noche de invierno.

En Ese manco Paz, el protagonista es el general argentino José María Paz (1791-1854), que reflexiona acerca de su pasado, también en las postrimerías de su vida, y casualmente en una "noche del muy católico invierno de 1854".

La nocturnidad y el invierno crean la atmósfera donde se acomodan los cuerpos cansados de guerras y traiciones que recuerdan. Es cierto que no sucede así en toda la breve extensión de esta obra intensa. Aquí no todo es vejez y agonía, porque la novela está estructurada en capítulos alternativos, en base a dos voces principales, la de Paz y la de su enemigo Juan Manuel de Rosas. Los correspondientes a Rosas, en su mayoría ubican al gobernador, "rubio, alto, sano hermoso" en su casona de Palermo, mandando sobre hombres y haciendas en un país soñado como una estancia. Precisamente los capítulos centrados en el Restaurador llevan por título "La estancia", en tanto que los pertenecientes a Paz se distinguen como "La República".

Esos titulares, que no hacen más que evidenciar dos concepciones antagónicas del país naciente, se corresponden con los relatos de los protagonistas. El de Rosas muestra la soberbia y el envaramiento de quien piensa, actúa y escribe incansablemente para la Historia, con mayúsculas, donde, según su credo, sólo hay lugar para los poderosos, o sea él y sus amigos estancieros. Aunque Rivera lo humaniza, el propietario de "trescientos mil vacunos y cuatro millones de pesos plata" actúa como si ya fuera de bronce y estuviera sobre un pedestal. Paz, manco a partir de la batalla de Venta y Media cuando una bala española le inutilizó el brazo derecho, no tiene dónde caerse muerto. Fue el mejor alumno en las enseñanzas de tácticas del general San Martín, es el hombre honesto, el general de a pie, que decrépito, liviano como para ser impulsado por el viento —esa es la imagen que usa Manuelita para contarle a su padre que vio a Paz caminando por el bosque—, duda, se cuestiona, no olvida los nueve años que fue prisionero del rosista Estanislao López, llora por sus soldados muertos y vibra al recordar a su amante, Margarita Weild.

Dos frases definen claramente el contrapunto de esta novela. Paz dice: "Y creí... que yo podría construir un país de justos e iguales. Dios me hizo idiota. Yo me hice Paz". En otro lugar, Rosas define a su enemigo de esta manera: "No quería tierras el manco, y no había oro en tierra argentina que comprase al manco, y no había tributos ni homenajes que corrompiesen su voluntad." El Restaurador reflexiona, desde la perplejidad altiva, porque desconoce qué movía a su oponente. El manco, desde la humildad se cuestiona a sí mismo. Si Paz dice que Dios lo hizo idiota, en cambio Rosas afirma: "Yo soy Dios".

La figura del protagonista está construida desde sus dichos, y también por lo que de él dicen los otros: el antagonista Rosas, su hija Manuelita, el general Facundo Quiroga, y Salvador María del Carril, recordado por el propio Paz. Rivera ordena con destreza estas piezas, tejiendo una trama sugerente que trasciende el límite del centenar y pocas páginas más que tiene el libro.

Si bien se trata de una novela histórica, porque está referida a hombres y hechos que pueden rastrearse en cualquier manual de historia argentina, Ese manco Paz es ficción, pura literatura. Y así se lee, y de esa manera se disfruta. Quizás existan anacronismos, datos, o interpretaciones que no encajan perfectamente con lo que cuentan los historiadores, pero no hace demasiado a esta obra que es autónoma, resultado evidente del gozoso ejercicio de narrar. El mejor Andrés Rivera exuda en cada palabra e inclusive en los silencios.

ESE MANCO PAZ, de Andrés Rivera. Alfaguara, Buenos Aires, 2003. Distribuye Santillana. 127 págs.

*** *** ***

A HOMBROS DE GIGANTES. LAS GRANDES OBRAS DE LA FÍSICA Y LA ASTRONOMÍA, edición comentada de Stephen Hawking, editorial Crítica, Barcelona. Distribuye Planeta. 1136 páginas.

ES HABITUAL encontrar antologías de cuentos, de ensayos, de poesías, o recopilaciones de fragmentos de textos filosóficos, pero es completamente inusual que se reúnan obras maestras de la ciencia como las que aquí comenta el célebre Stephen Hawking.

El título enfatiza el carácter necesariamente acumulativo del trabajo científico, tal como lo sugiere la frase de Isaac Newton a Robert Hooke: "si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes".

A hombros de gigantes incluye Sobre las revoluciones de los orbes celestes de Nicolás Copérnico, Diálogo sobre dos nuevas ciencias de Galileo Galilei, el Libro V de Las armonías del mundo de Johannes Kepler, Los principios matemáticos de la filosofía natural de Isaac Newton, y siete ensayos de Albert Einstein bajo el título de El principio de la relatividad. Cada obra está precedida por un breve ensayo de Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos teóricos de la actualidad y autor de textos de divulgación seria como Historia del tiempo y El universo en una cáscara de nuez.

La aridez de estos originales —excepción hecha del potable y hasta agradable estilo expositivo de Galileo—, espantará a más de un lector común pero el sacrificio valdrá la pena para los interesados en filosofía e historia de la ciencia, y permitirá sospechar cuántas distorsiones y simplificaciones introducen la pedagogía y los manuales. La moraleja es que si de todos modos hay que hacer un esfuerzo, lo mejor será tener como obra de referencia este libro, que más allá de su densa manera de expresarse, nos planta frente a los creadores originales —lo cual siempre supone alguna recompensa—.

Un consejo fundamental es no saltearse nunca las introducciones de Hawking a cada una de las obras. Siempre deja algún apunte orientador en lo técnico, e incluso a veces en lo filosófico, que será de mucha utilidad para el lector —y después de todo, el conjunto queda balanceado con amenos comentarios biográficos de los científicos involucrados—.

También la introducción general aporta algunas declaraciones asombrosas por parte del compilador: "Mucha gente (incluido yo mismo) cree que la aparición de un universo tan complejo y estructurado requiere invocar el llamado principio antrópico, que nos vuelve a situar en la posición central que hemos tenido la modestia de rechazar después de Copérnico". Vale la pena leer la explicación de Hawking sobre ese principio, al igual que su corrección del criterio de Newton: "nuestra comprensión no avanza tan solo edificando lenta y continuamente a partir de los trabajos anteriores. Algunas veces tenemos que hacer un salto intelectual a una nueva visión del mundo. Quizá Newton debería haber dicho ‘usé hombros de gigantes como trampolín’ ".

A. C.

Ensayo

TEORÍA CRÍTICA DE LA LITERATURA, de Costanzo Di Girolamo, Barcelona, Crítica, 2002, Distribuye Planeta. 157 págs.

ESTE ES un libro de teoría literaria escrito por un italiano en EEUU a mediados de la década del 70 del siglo pasado y publicado en Milán en 1978. Un prólogo del autor fechado en enero de 2001 afirma que no ha renunciado a aquellas ideas.

Costanzo Di Girolamo recoge aquí los problemas que habían desvelado desde principios de siglo a los formalistas rusos, en particular la búsqueda afanosa de la "literariedad" que encabezó el lingüista Roman Jakobson. Se intentaba descubrir qué cosas hacían que un texto fuese literario.

Di Girolamo discute las tesis básicas del formalismo; atiende al desarrollo que hizo Jakobson de las funciones del lenguaje y a la importancia que otorgó a la "función poética". El punto de partida del crítico italiano es también una teoría del lenguaje, la desarrollada por el danés Louis Hjemslev en su libro Prolegómenos a una teoría del lenguaje (1943). La rigurosa teoría de Hjemslev, llamada glosemática, le permite a Di Girolamo deshacerse de las diferencias entre lengua estándar y lengua literaria. No hay, afirman Di Girolamo-Hjemslev, un empleo transparente del lenguaje sino que cualquier uso implica una estrategia retórica.

Al mismo tiempo los propios formalistas rusos le habían dado a Di Girolamo pistas para escaparse de una crítica cerrada al propio texto. Los formalistas no solo habían planteado el texto como un fin en sí mismo (autotélico) sino que habían ido más allá: por un lado proponiendo una primitiva teoría de la lectura que tuvo un concepto de larga duración, "ostranenie", extrañamiento o distanciamiento (Shklovski); por otro, vinculando la serie literaria con otras series sociales (Tynianov).

Nada de todo esto tiene importancia si no se llega al fatigadísimo problema de la referencialidad del texto. A Virginia Woolf se le atribuye esta frase: "El arte no es una copia del mundo real. Con este dichoso mundo tenemos ya bastante". Sobre si el texto literario se define por su relación referencial con el mundo se han pronunciado todos los teóricos del siglo XX. El tema tiene que ver con la autonomía del arte y se remonta por lo tanto al siglo anterior: está relacionado con el romanticismo alemán y tuvo en Baudelaire su más preclaro difusor. Di Girolamo se enfrenta al tema de la referencialidad. Para dirimir ese punto recurre a Una teoría freudiana de la literatura de Francesco Orlando. Es el momento más original del libro ya que Orlando postula la capacidad subversiva de la literatura a partir de la liberación ejercida por las figuras de retórica.

Di Girolamo afirma que su libro fue un escándalo en su época. Las conclusiones no confirman tal aserto. Di Girolamo llega al final del libro recostándose en la tesis institucional del hecho artístico: es arte aquello que en determinado momento histórico es considerado arte. Esa posición no era nueva y no resolvía el problema. También plantea la posibilidad de que todo sea literatura o nada lo sea. Sobre esa base y regresando a las funciones de la comunicación Di Girolamo da partida de deceso a la que Jakobson había elevado al estrellato: la "función poética". Esta ya no es necesaria si la definición de literatura depende del funcionamiento social del texto.

El libro es un excelente repaso de todas las interrogantes elaboradas alrededor de la literatura y su crítica en buena parte del siglo XX. Sin embargo las preguntas que promete contestar están todavía lo más campantes.

O. B.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar