Crónica de una larga amistad

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Eduardo Roland

RAFAEL PEREZ Giménez Barradas (1890-1929), hijo de un pintor extremeño y de madre andaluza, fue el primer amigo rioplatense de Federico García Lorca (1898-1936). Ambos artistas no sólo compartieron afectos durante muchos años, sino que también tuvieron en común la pasión por el arte, la feliz posesión de ese don llamado ‘genio’ y la trágica suerte de morir en plena juventud.

Cuando por finales de abril o principios de mayo de 1919 Lorca vivía sus primeros días madrileños, alojándose en la pensión céntrica donde se hospedaba su amigo granadino José Mora Guarnido, Barradas hacía ya ocho meses que residía en la capital —venía de Barcelona— y se movía como pez en el agua en el ambiente nocturno y efervescente de las tertulias artísticas congregadas en torno a las mesas de los cafés. Según precisa Antonina Rodrigo: "Barradas y su familia llegan a Madrid en agosto de 1918 y se instalan en un piso de la calle León, que concluye con la del Prado, donde se encuentra el Ateneo. La vivienda es el epicentro de lo que van a ser sus escenarios madrileños: la tertulia del café del Prado, frente al Ateneo, integrada en su mayoría por ultraístas, los colaboradores de la revista Ultra, con Cansinos-Asséns; el café de la Glorieta de Atocha, sede de los alfareros, los colaboradores de la revista Alfar, de la Coruña, que dirige el poeta uruguayo Julio J. Casal; y el café de Pombo, con su influyente tertulia literaria que anima Ramón Gómez de la Serna".

Se supone que fue en uno de esos cafés literarios que los dos jóvenes artistas se vieron por primera vez, aunque el dato exacto se ha perdido en el tiempo. Ahora bien, el documento más gráfico a la hora de acreditar la relación entre Lorca y Barradas es una foto en la que Federico pasa la mano sobre el hombro a Rafael —ambos sentados— junto a Buñuel y otros dos amigos en el Café de Oriente, contiguo a la Glorieta de Atocha, es decir a pocos pasos del piso adonde se habían mudado los Barradas por 1920. Esta instantánea debe ubicarse temporalmente en torno a los primeros años de la década; esto es, cuando Barradas ya trabajaba para la editorial y la compañía teatral del escritor y empresario Gregorio Martínez Sierra.

"Rafael Barradas tiene su nombre vinculado para siempre, a pesar de la brevedad de su colaboración, a la empresa teatral, gestionada por Gregorio Martínez Sierra, que llevó el nombre de Teatro del Arte, y que tuvo casi permanentemente su sede en el desaliñado Teatro Eslava, de Madrid, entre los años de 1916 a 1925" señala Andrés Peláez Martín. "Rafael Barradas junto a Manuel Fontanals y Sigfredo Burman, entre otros pintores y escenógrafos, fue uno de los causantes de la revolución estética, en el campo de la escenografía y de la indumentaria, que el Teatro del Arte impuso con estos artistas en los años en que desarrolló su actividad".

En el marco de esta nueva ocupación fue que el pintor uruguayo proyectó la escenografía para la primera pieza dramática de Lorca, que al comienzo se denominó ‘La ínfima comedia’, luego se la anunció como ‘La estrella del prado’, y finalmente se tituló El maleficio de la mariposa. Cerca del estreno Lorca desaprobó la escenografía bocetada por el plástico uruguayo, aceptando sólo sus ideas para la confección de los vestuarios. Aunque existe otra versión de este episodio a partir del testimonio que la actriz Cándida Lozada —partícipe de aquel estreno— brindó a Peláez Martín en una entrevista de 1985. Allí, la actriz asegura que no fue García Lorca quien rechazó los decorados de Barradas sino Encarnación López, "La Argentinita", que le pidió a Federico que los sustituyera por otros encargados a Mignoni.

Después de muchas idas y venidas, el debut teatral de Lorca, como es bien conocido, sólo gustó a los íntimos y quedó en la memoria cultural madrileña como un auténtico fracaso. A pesar de este desencuentro de trabajo entre Lorca y Barradas, o quizás por causa del mismo, la amistad entre los dos artistas se fue ahondando: en los cinco años que el pintor vivió en Madrid los encuentros fueron permanentes, entre otras cosas porque los conocidos y amigos en común eran muchísimos.

VIDA DE CAFES. Entre los numerosos testimonios literarios que evocan la religiosa presencia de Barradas en las tertulias de los cafés madrileños por aquellos años fermentales, está el escrito por el entonces poeta "ultraísta" Guillermo de Torre en La Gaceta Literaria. Este destacado hombre de letras que en 1938 —exiliado en Buenos Aires— se convertiría en el editor de las primeras Obras Completas de Lorca, describe así a su amigo Barradas afirmando que "vivía en perpetua ebullición proyectista. Imaginaba por la pura fruición de imaginar. (...) Barradas realizaba la magia de hablar seductoramente. Uno quedaba envuelto en la onda brillante de sus piruetismos verbales, de sus arquitecturas aéreas. De ahí que en las tertulias Barradas tuviese frecuentemente un círculo adicto de auditores y aún de antagonistas".

Como ya acostumbraba hacer en los cafés montevideanos del 900, Barradas también dibujaba y pintaba en las mesas de los pintorescos bares madrileños, que eran como su propia casa. Un notable producto de su actividad en aquellas tertulias fue el retrato ‘clownista’ de Lorca, seguramente el primer retrato destinado a perdurar que pintor alguno hiciera del poeta andaluz, por entonces un talentoso muchacho poco conocido y casi sin obra publicada. Se trata de un dibujo hecho con trazos rápidos y precisos, casi un boceto que el artista realizó con un lápiz negro y coloreó apenas con acuarela.

Que en la base de la hoja figuren además de la firma de Barradas la del propio Federico, las de José Ciria y Escalante, Gabriel García Maroto y Juan Gutiérrez Gili abonan la suposición de que este retrato —que hoy se conserva en el Museo Nacional de Artes Plásticas y Visuales de Montevideo— haya sido confeccionado durante alguna reunión en el Café del Prado o en el de la Glorieta de Atocha.

En aquel Madrid de los primeros años veinte, Barradas fue un verdadero pionero en materia de vanguardismo pictórico, un entusiasta difusor de las nuevas tendencias abstractas que a partir de 1909 los pintores italianos acólitos de Marinetti lanzaron como balas cargadas de futuro sobre la "arcaica" y "decadente" pintura postromántica europea. Desde las trincheras literarias, sólo Ramón Gómez de la Serna y los creadores del Ultraísmo —Guillermo de Torre y Cansinos-Asséns— competían con él en militancia avant-garde: el primero desde su inefable púlpito emplazado en el Café de Pombo, y los segundos desde su propio cenáculo del Café del Prado y desde la revista Ultra (1921-1922) que nucleara, entre otros, a poetas como Pedro Garfías, Gerardo Diego, Gutiérrez Gili, Ciria y Escalante, Adriano del Valle y el argentino Jorge Luis Borges, quien mientras vivió en Madrid —entre 1920 y 1921— colaboró intensamente con la causa ultraísta y fue gran amigo de Cansinos-Asséns.

En una entrevista que Ian Gibson le hizo a Buñuel en 1980, el famoso director recuerda aquel período fermental: "Entonces nacía el ultraísmo, era el año 19, si no recuerdo mal. Con Guillermo de Torre, Humberto Rivas... Borges estaba allá en esa época y era ultraísta. También Barradas, Chabás, Pedro Garfias. Nos interesaba todo, y particularmente la cuestión social. Una vez participamos en una manifestación contra la pena de muerte, a la puerta de la cárcel".

Tanto el Ultraísmo literario como los "ismos" pictóricos inventados por Barradas en Barcelona (inspirados por el Cubismo y por su contacto directo con los pintores futuristas cuando residió en Milán) sólo hicieron efecto al principio, como sucede siempre, entre unos pocos artistas e intelectuales jóvenes que a la postre se convertirían en protagonistas de parte importante de la historia del arte contemporáneo. En su etapa madrileña Barradas ya había agotado el ‘Vibracionismo’ presentado públicamente en la histórica exposición compartida con Joaquín Torres García en las Galerías Dalmau de Barcelona, en diciembre de 1917. Ahora Barradas desarrollaba y defendía su polémico ‘Clownismo’: una de las obras emblemáticas de este período (c.1922) es un óleo sobre madera en el que aparecen retratados Lorca y Gabriel García Maroto, quien editara en su modesto taller de impresión el primer poemario de Federico, Libro de Poemas (1921).

BARRADAS SE CONSAGRA. La influencia de Barradas en esos últimos años madrileños, previos de su regreso a Barcelona, fue de primera magnitud, como lo reconocen hoy varios de los más calificados críticos e historiadores del arte españoles. El propio Rafael Santos Torroella (máxima autoridad en la obra de Dalí) lo deja patente en su artículo "Barradas-Lorca-Dalí: temas compartidos", cuando afirma que la influencia de Barradas en el García Lorca dibujante es evidente e indiscutible.

Por otra parte no hay que olvidar que entre los años 20 y 25 los dibujos y viñetas de Barradas gozaron de una difusión permanente en las principales revistas culturales de Madrid, sobre todo en aquellas que recogían y divulgaban la nueva sensibilidad vanguardista. Baste como prueba recordar la presencia del artista uruguayo en las revistas Grecia, Tableros, Ultra, Reflector, Alfar y Revista de Occidente, esta última la más famosa de todas, fundada y dirigida por Ortega y Gasset, en cuya gacetilla editorial se destaca: "Ornamentación de Rafael Barradas".

En sus últimos días en la capital española se produce lo que Raquel Pereda —autora de la mejor biografía del pintor uruguayo— llama "la consagración" de Barradas, cuando una treintena de obras suyas conforman el conjunto más numeroso del primer Salón de los Artistas Ibéricos inaugurado el 28 de mayo de 1925 en el Palacio del Retiro de Madrid. Esta histórica exposición colectiva que reunió unas 500 obras de medio centenar de autores fue la primera gran muestra del arte de vanguardia realizada en Madrid, que congregó —además de algunos pintores tradicionalistas— a los artistas más innovadores y experimentales de la época, entre ellos José Moreno Villa, Angel Ferrant, Norah Borges (hermana de Jorge Luis Borges), Salvador Dalí, Gabriel García Moroto, Benjamín Palencia y el legendario Alberto Sánchez. Lo cierto es que nunca como hasta entonces el pintor uruguayo había recibido tan buena acogida por parte de la crítica y tanta profusión de reseñas periodísticas.

Aquella exposición del Palacio de Velázquez había sido organizada por la Sociedad de Artistas Ibéricos, cuyo manifiesto se publicó dos meses después de la muestra en la revista Alfar que dirige el Julio J. Casal, cónsul uruguayo en La Coruña, una de las amistades más fieles e incondicionales que tuvo Barradas. Entre los firmantes del "Manifiesto" —e impulsores de la exposición— que abogan para que "la capital española pueda estar al tanto del movimiento plástico del mundo" figuran los nombres de Federico García Lorca y Rafael Barradas, unidos una vez más a través de la acción artística.

EN BARCELONA. A finales de setiembre del año 1925 el pintor uruguayo —ya con la salud bastante disminuida por la tuberculosis— volvería a instalarse con su familia en Barcelona, luego que Martínez Sierra prescindiera abruptamente de sus servicios como escenógrafo de su compañía teatral e ilustrador de sus ediciones Estrella; actividad, esta última, que hasta el momento le había asegurado una entrada mensual que le permitía sobrevivir con dignidad, manteniendo a las tres mujeres que vivían con él: su esposa, su madre y su hermana Carmen, pianista competente y destacada compositora de obras muy adelantadas para la época.

En realidad "el uruguayo" —como le decían con frecuencia— se había instalado esta vez en L‘Hospitalet de Llobregat, a la sazón un pueblo de unos 6.000 habitantes ubicado algunos kilómetros al sur de la Ciudad Condal, un sitio más acorde a su precaria economía.

En Cataluña, Barradas jugaría un papel muy importante en la difusión de García Lorca, dando muestras —una vez más— de su generosidad sin límites, atributo que lo hermanaba con Federico. En efecto, fue Barradas quien en la primavera de 1925 transmitió a Lorca —que pasaba unos días en Figueras y Cadaqués junto a la familia Dalí— una invitación oficial a fin de que leyera sus textos en el Ateneo de Barcelona. Así lo confirma el inicio de la carta que Salvador Dalí envía al poeta Josep Maria de Sagarra durante la Semana Santa de ese año, entre el 5 y 11 de abril.

Aquella lectura en el Ateneo barcelonés, propiciada por Barradas y apoyada con entusiasmo por Dalí, se constituyó en una suerte de presentación en sociedad del poeta andaluz ante la intelectualidad de una ciudad con relevante vida cultural, en la cual Federico nunca antes había estado. El poeta granadino leyó frente a una reducida pero selecta audiencia fragmentos de Mariana Pineda y algunos poemas de su Romancero gitano, que aún estaba inédito.

El poeta y periodista Juan Gutiérrez Gili —amigo íntimo de Barradas— dejó constancia del evento en un breve artículo titulado "Intercambio espiritual", publicado en El Correo Catalán, el 25 de abril de 1925: "Nos ha visitado estos días un poeta andaluz. Ha leído poesías en el Ateneo Barcelonés. (...) Alegrías y amarguras —florida agonía española— han llenado de colores dramáticos la poesía eminentemente lírica de Federico García Lorca. Él ha venido para hacernos sentir el desgarro del puñal gigantesco bruñido a la luna, para hacernos aspirar el aliento de los naranjos y los olivos del Sur, para evocarnos con el rumor de la copla andaluza una insondable maravilla de siglos".

Dos años después, cuando viajó por segunda vez a Cataluña para preparar el estreno de Mariana Pineda junto a Margarita Xirgu —a quien había conocido muy poco antes en Madrid—, "una de las primeras visitas que hizo Federico García Lorca en Barcelona fue para Rafael Barradas" , según consigna Antonina Rodrigo en su notable libro García Lorca en Cataluña.

Durante esta provechosa temporada catalana que duró tres meses y medio, todos los domingos que pudo, García Lorca se trasladó hasta L’Hospitalet para asistir a las reuniones de "El Ateneillo", nombre con que se conocía al cenáculo que Barradas presidía en la planta alta de la humilde vivienda que compartía con su familia.

Además de Lorca, pasaron por aquella pequeña habitación-atelier (donde siempre había cuadros del pintor colgados) varios de los nombres claves para comprender las vanguardias artísticas del siglo XX. Desde el inventor del Futurismo, el italiano Filippo Tomaso Marinetti, hasta Salvador Dalí; sin olvidar al poeta José María de Sucre, al escultor Angel Ferrant, al guitarrista Regino Sainz de la Maza, al crítico de arte Sebastiá Gasch, al historiador literario Guillermo Díaz-Plaja y al gran amigo de Torres García, el inefable Salvat-Papasseit, "padre de los vanguardistas catalanes", entre tantos otros.

CONTRASTES VITALES. No obstante el reconocimiento artístico del que Barradas gozó durante su segundo período catalán, nunca le fue posible tener una situación económica diferente al de una dura subsistencia. En este sentido, su realidad contrastaba fuertemente con la de Lorca, Dalí, y tantos otros hijos de familias acomodadas dedicados con igual pasión al arte.

El joven crítico de arte Sebastián Gasch dejó un crudo testimonio —recogido por Gibson— a propósito de la realidad material de la familia Barradas en L’Hospitalet: "Nunca hemos visto una miseria tan atroz y soportada con tanta fortaleza de ánimo, con tanto estoicismo, con tanto heroísmo, y, sobre todo, de un modo tan discreto y callado".

Durante aquella estancia catalana de García Lorca se conjugaron tres logros artísticos importantísimos, vitales para la consolidación de su nombre. Cada uno de esos triunfos correspondió a una disciplina diferente: poesía, teatro y plástica. El 17 de mayo se terminó de imprimir Canciones, su segundo libro de poemas; el 24 de junio se estrenó Mariana Pineda en el teatro Goya, segunda puesta en escena en su incipiente carrera de dramaturgo; y un día después, también en Barcelona, se inauguraba en las prestigiosas Galerías Dalmau su primera muestra individual compuesta por 24 dibujos originales.

Rafael Barradas aparece ligado a estas dos últimas concreciones lorquianas. De forma misteriosa, en lo referente al estreno teatral; y de manera elocuente, respecto a la exposición. El adjetivo ‘misterioso’ se ajusta al primer caso, porque ha quedado sólo una referencia de la participación del pintor uruguayo en los preparativos para la puesta en escena de Mariana Pineda. Se trata de una tarjeta postal que Lorca envió desde Barcelona a su amigo Melchor Fernández Almagro, relatando "aquí estoy en pleno ensayo. Barradas se ha encargado de realizar el decorado de Dalí".

Lo cierto es que los decorados diseñados por Salvador Dalí fueron realizados finalmente por "los escenógrafos Brunet y Pous y no, como se había proyectado en un primer momento (por) Rafael Barradas", según apunta Gibson en su famosa biografía sobre Lorca. Ninguna otra mención acerca de este punto se ha podido rastrear en documento o ensayo alguno, por lo que el episodio parece haber quedado definitivamente en la oscuridad. A siete años de los preparativos del fallido estreno teatral de García Lorca en el Eslava de Madrid, la historia vuelve a repetirse, quedando relegado una vez más, por una razón u otra, el nombre de Barradas.

También como en aquella oportunidad, el eventual desencuentro no operó negativamente en la relación entre ambos artistas; al contrario, Barradas fue pieza fundamental para la concreción de la primera muestra individual de Lorca como artista plástico. Como quedó documentado en una esquela que sobrevivió al paso del tiempo, Barradas se encargó de contactar a Lorca con el joven e influyente crítico de arte Sebastià Gasch.

A su vez, parece evidente que Gasch fue el principal impulsor de la exposición de Lorca, luego de que unos días más tarde quedara asombrado al ver la colección de dibujos que el granadino le mostrara durante otro encuentro, esta vez con la presencia de Dalí, recién llegado de Figueras. Una selección de aquellos dibujos no tardó en llegar a las manos de Josep Dalmau, una verdadera institución en Barcelona, propietario de la galería de arte más importante de la ciudad, donde en 1912 se había realizado la primera exposición de pintura cubista en España. Además de la calidad intrínseca de los dibujos lorquianos, contaba mucho el aval de Gasch, de Dalí y de Barradas, los tres muy respetados por el galerista. Aquella cadena de contactos dio frutos con rapidez: al otro día del auspicioso estreno de Mariana Pineda se inauguraba la exposición con 24 dibujos en tinta china y lápices de colores. El nombre del pintor uruguayo quedaría grabado junto al de Lorca en la portada del sencillo catálogo-invitación de la muestra.

Este documento cobra mayor relevancia si se piensa que, a la postre, fue ésta la única exposición individual llevada a cabo en vida este polifacético artista que bien podría catalogarse como músico-poeta-dramaturgo-dibujante.

Si bien Lorca estaba naturalmente encantado con el reconocimiento que significaba su primera muestra plástica, días después le escribe a Don Manuel de Falla: "Hice una exposición obligado por todos", frase que minimiza el hecho pero se ajusta a la verdad. Aunque claro, entre quienes lo ‘obligaron’ están dos pintores de la talla de Dalí y de Barradas. Cabe recordar que el emisor del mensaje llegaría a ser el escritor español de mayor reconocimiento mundial después de Cervantes, mientras que el destinatario es unánimemente considerado el compositor español más importante del siglo XX.

El 2 de julio —día que se cerraba la exposición— los amigos catalanes de Federico organizan una cena para festejar sus logros, y simultáneamente, para despedirse, en virtud de su próximo retiro a Cadaqués, donde pasará casi todo el resto del mes veraneando junto a los Dalí.

La última vez que un documento o crónica personal los recuerda juntos es un artículo publicado en La Gaceta Literaria de Madrid, titulada "García Lorca se ausenta de Barcelona": "Para celebrar el éxito que tuvo García Lorca con su Mariana Pineda y su postcubista exposición de dibujos en Galerías Dalmau, se le despidió antes de partir para Cadaqués —la soleada y maravillosa playa aún no trivializada por el turista— con una cena íntima (...).

A la izquierda (de Lorca, en la cabecera) se sentaron el formidable Rafael Barradas, el dibujante Fresno, los actores de la compañía Xirgu, el guitarrista Regino Sáenz de la Maza, Rysikoff el músico, el pintor Néstor, el escultor Angel Ferrant, el poeta Luis de Góngora, Martínez Sancho y el patriarca del vanguardismo artístico, Josep Dalmau".

En el lapso de dieciséis meses transcurrido entre esta cena descripta por el anónimo periodista de La Gaceta Literaria y la partida definitiva de Barradas hacia Uruguay, lo más trascendente en relación a la amistad entre ambos artistas es el cruce de correspondencia. Han sobrevivido tres cartas —casi con seguridad las únicas que se escribieron—: dos de Lorca a Barradas y una de éste al autor de Poeta en Nueva York. Son todas, evidentemente, un eco de la extensa estadía de Lorca en Cataluña, como lo indica el hecho de que las tres fueron enviadas durante agosto de 1927.

La primera de las cartas la envía Federico, y si bien no está fechada, Andrew Anderson y Christopher Maurer —autores del Epistolario completo de Lorca— conjeturan que debe ubicarse en la segunda semana de agosto. En ella, como en todas las que envía en este período a Sebastià Gasch y a Ana María Dalí —hermana del pintor—, Lorca incluye un dibujo suyo dedicado al destinatario de la correspondencia. En este caso se trata de "Herido en el alba", título que figura en el ángulo inferior derecho de la hoja, acompañado de la firma, el año y la dedicatoria "A Barradas". La misiva hacia el final dice, respetando las líneas del original:

"Espero que seguirás vadeando el río

hecho un San Cristóbal

a fuerza de valiente y austero.

Saluda a tu familia cariñosamente. Saluda

a los amigos.

Y recibe un abrazo de un amigo

Federico"

(Este Federico te indicará claramente el calor que paso.) Este Federico parece una gallina con la boca abierta bajo el sol.

DESPEDIDA EN MONTEVIDEO. El 25 de noviembre de 1928, muy enfermo y luego de haber pedido reiteradas veces a las autoridades uruguayas que lo ayudaran a regresar a su patria, Barradas volvió a pisar la tierra que lo vio nacer, donde morirá tres meses después. Lo ocurrido aquel 12 de febrero de 1929 no dejó de impactar a quienes fueron sus amigos y admiradores de ultramar. La noticia del fallecimiento del pintor llegó unas 48 horas después a Barcelona, siendo difundida inmediatamente por los principales periódicos locales. De hecho, le tocó en suerte a su amigo Gutiérrez Gili ser el primero en enterarse del insuceso, cuando en la noche del 14 de febrero —mientras trabajaba en la redacción del diario La Vanguardia— recogió la noticia confundida con la información de la agencia United Press.

Los sentidos y sinceros homenajes no se hicieron esperar en la Ciudad Condal, donde se llegó a realizar una exposición póstuma con parte de la obra que el malogrado pintor había dejado dispersa entre sus conocidos. Según han recordado en varias oportunidades sus amigos catalanes más cercanos, el acto más conmovedor se realizó el 17 de febrero en el muelle del puerto barcelonés en el que Barradas había abrazado a todos por última vez antes de embarcarse rumbo a Montevideo.

Nada se sabe acerca de la forma en que García Lorca recibió la noticia del fallecimiento de Rafael Barradas. Por aquellos días el poeta de Granada —ahora más popular por el éxito de su Romancero Gitano— estaba viviendo el momento de mayor depresión anímica que se le recuerde, causada por el distanciamiento afectivo con el escultor Emilio Aladrén, un personaje unánimemente poco querido entre las amistades más cercanas de Federico. Precisamente fue este nudo afectivo el que propició el primer viaje de Lorca a América, quien a finales de junio llegaría a Nueva York, una ciudad que cambió su poesía para siempre.

Cuatro años más tarde el autor de Bodas de Sangre llegó al Río de la Plata en su segundo y último periplo americano. No es casualidad que las primeras palabras que Lorca expresó a la prensa, cuando el transatlántico que lo traía rumbo a Buenos Aires hizo escala en el puerto de Montevideo, fueran para recordar a Barradas. Así quedó consignado en el reportaje que el periodista y crítico teatral argentino Pablo Suero le hiciera a Lorca para la revista Noticias Gráficas a bordo del majestuoso "Conte Grande" durante la travesía entre Montevideo y Buenos Aires, el 13 de octubre de 1933: "¿Sabe usted lo que pensaba en Montevideo mientras los fotógrafos me enfocaban y los periodistas me hacían preguntas? Pues en Barradas, el gran pintor uruguayo a quien uruguayos y españoles hemos dejado morir de hambre. Me dio una gran tristeza el contraste. Lo he de decir en una conferencia en Montevideo. Me lo impuse. Todo lo que me daban a mí se lo negaban a él".

Cuando García Lorca pasó una breve temporada en Montevideo (desde el 30 de enero al 16 de febrero del 34), quiso visitar la tumba de su amigo, obligación íntima que cumplió acompañado de un grupo de artistas e intelectuales. José Mora Guarnido —según Ian Gibson "uno de los primeros y mejores biógrafos de Lorca"— dejó en su libro Federico García Lorca y su mundo la estampa más lograda de lo acontecido aquella tarde del 15 de febrero de 1934: "Fue un día triste y lluvioso, como previamente elegido para tal circunstancia: un grupo de amigos (...) acompañamos a Federico al Cementerio del Buceo; formamos círculo en torno al trozo de tierra que era la tumba de Barradas, y el poeta en silencio fue arrojando un puñado de humildes florecillas (...). Cada cual en su fe —o en su triste falta de fe—, guardamos durante unos breves minutos reverente quietud, y cada cual tuvo la ocasión de pensar cómo liga la amistad a las almas y las mantiene trabadas por encima de la muerte".

En su momento, un anónimo cronista del diario El Pueblo calificó la jornada como "una tarde oprimida por el tremendo gris de un cielo deshecho en lluvias". La comparecencia de Lorca y los artistas uruguayos está documentada, además, en una fotografía hasta ahora sólo publicada en ese matutino, junto al siguiente texto: "Acompañaron al notable poeta andaluz en el significativo y bello homenaje a Barradas, en el 5 aniversario de su muerte, la señorita Sarah Bollo, el Ministro de España, don Enrique Díez Canedo, Julio J. Casal, Dr. Emilio Oribe, Carlos Sabat Ercasty, José Pedro Heguy Velazco, Enrique M. Amorim, Alfredo Mario Ferreiro, Vicente Basso Maglio, José María y Marino Mora Guarnido y (Luis) Gil Salguero. Asistió en representación de la familia el hermano del pintor, Antonio de Ignacios".

Al caer la misma tarde en que se realizó el homenaje, quizá en la mesa de algún café próximo, Lorca escribió una "Canción" cuyo original dedicó y obsequió al poeta Alfredo Mario Ferreiro (1899-1959), sin que tomara la precaución de guardar una copia para sí:

"Sobre el pianísimo

del oro,

mi chopo

solo.

Sin un pájaro

loco.

Sobre el pianísimo

del oro.

El río a mis pies

corre grave y hondo,

bajo el pianísimo

del oro.

Y yo con la tarde

sobre los hombros

como un corderito

muerto por el lobo

bajo el pianísimo

del oro.

(Inédita) para siempre.

Montevideo, 1934.

Día del homenaje a Barradas".

El texto ubicado al pie de esta composición —hace mucho incluida en las Obras Completas de Aguilar— aporta otra posibilidad de lectura a ciertos pasajes de un poema que, a pesar de su tono juguetón, no oculta las imágenes de la soledad, la muerte y la melancolía. En efecto, éstas adquieren otra dimensión si se piensa que "la tarde" cargada "sobre los hombros" es aquella que el poeta vivió en el cementerio del Buceo con un "río a mis pies", "grave y hondo". Se trata del Río de la Plata, cuyas aguas se divisan con claridad desde la elevada parte posterior de este cementerio en donde descansan en paz los restos de Rafael Barradas, y donde Federico García Lorca le dio al amigo muerto su adiós definitivo.

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