Novela de la escritora uruguaya

Carolina Bello escucha las rimas que hacen al mundo bailar

La autora explora los detalles, la letra chica, casi escondida y mínima, donde se encuentran las respuestas a tantas preguntas.

Carolina Bello
Carolina Bello
(foto Darwin Borrelli/Archivo El País)

La autora Carolina Bello hace un tiempo que viene marcando impronta en la literatura uruguaya con un estilo personal. Una carrera entre géneros variados, que antes de cumplidas las cuarenta sabe de premios y reconocimientos, y de haberse ganado un lugar en las preferencias de los lectores, incluso fuera de fronteras.

Mucho de todo eso le cabe a El resto del mundo rima, que lleva más de un año de publicada. Se trata de una novela que explora los nubarrones de la mente, con un par de voces marcadas. Por un lado la de Julia Bazin, potente, visual, ingobernable. Por otro está la voz más previsible y plana de Andrés Lavriaga, un hombre con sus circunstancias y los recuerdos a cuestas.

Ambos se ven afectados por el accidente fatal en la Ruta 1 con que se inicia la novela; el lector irá descubriendo mucho de lo que sucedió antes a medida que avanza en la lectura. Lo cierto es que en la triple y extraña colisión fallece una familia entera y tres delincuentes. El cuarto de la banda, Lavriaga, termina fracturado y enclenque, mientras que la última y solitaria involucrada, Julia, que venía manejando sola, resulta con heridas leves. Como sea, ambos son trasladados de urgencia al hospital de San José; más que hospital, es el mundo entero.

Por alguna razón que en principio no queda clara Julia se escapa de la cama para esconderse en un placar, usurpando de camino la túnica y los enseres de una doctora, y también su identidad. En adelante, Julia será la doctora Elzester. Ante ese panorama, toda su estadía en el hospital resulta vívida y secuencial. La autora recurre al tiempo presente para describir paso a paso el transcurrir de una mujer desesperada. Tanto que por momentos pareciera que fuera la propia Julia la que se está narrando a sí misma.

Es en el fondo un alma atormentada sobreviviendo a un ambiente hostil, pero que ella misma decidió. El salvoconducto de ser la doctora Elzester, aunque ayuda, no es garantía de nada; y Julia entonces permanece escondida. Saliendo lo justo y necesario, reptando los pasillos, robando comida, escuchando hablar a los demás. Y mientras, no deja de pensar y recordar, todo lo cual redunda en una fusión de tiempos frenético y sin aviso. Julia replantea su existencia en el mundo, se pierde en los más hondos vericuetos, se hace preguntas de todo tipo. Prefiere el encierro a la libertad, acaso porque a diferencia de Andrés, todavía no escucha “el sonido de todas las cosas, el que las vuelve invisibles cuando el resto del mundo rima”.

Perturbada mente. Al ver al prófugo convaleciente, y en especial al conocer los detalles del triple accidente, Julia siente una mezcla de sensaciones rara, indefinible; aun sabiendo el pasado oscuro de Andrés. No sabe si odiarlo o sentir lástima. Simplemente quiere ir a visitarlo cada día, arriesgarse a salir del placar a preguntar cómo está, si precisa algo. Mientras tanto se pregunta “¿Cómo es Andrés Lavriaga?, ¿Será un hijo de puta o será un pobre tipo?”.

Más allá de la respuesta, parece ser que Julia no es una mujer feliz; y que al conocer a Andrés encuentra una conexión perdida. “Julia se camina a sí misma. Arma frases que la conecten con el resto del mundo. Con todo aquello en lo que alguna vez creyó y aquello en lo que dejó de creer. Se siente distinta. Ahora es ella aquel protagonista de una novela que leyó o que leerá”.

La relación enfermo-falsa doctora no solo es a través de los diálogos, que de todos modos no profundizan ni se alargan. También hay una relación en el pensamiento, en la perturbada mente de Julia, avasallada por un mundo ajeno que ella quisiera tener. “Andrés tenía sentido. Lo odiaba, odiaba su vida de mierda, a su novia descalza, a su hermano asesino y puto. Sin embargo, estaba completamente obnubilada por todo aquello, porque en la vida de Andrés encontraba el sentido que no había encontrado jamás en la suya propia: Andrés se había conmovido, había sufrido, se había enamorado, había resistido”.

Mientras todo esto ocurre, las claves de ambientación con sus toques de poesía llevan al año 2003, a los coletazos de una crisis que apenas se nombra, el teléfono Movicom, el mp3, el Real Madrid de los galácticos.

Vidas opuestas. La novela, con sus relatos, está llena de imágenes punzantes. Son fragmentos que delatan las historias distantes de los protagonistas. Para Julia, son el erotismo pueril, las clases en la facultad, la fortuna de la familia al ganar en las carreras, la posterior mudanza al barrio Punta Gorda y el repentino cambio de vida. Para Andrés, por el contrario, son los recuerdos de una infancia dura en Melilla, la muerte prematura del padre y los azotes opresivos de la madre, las avionetas subiendo y bajando en la pista vecina, y el amor de Fátima todavía latente, pues es la única persona capaz de seguir interesada en él.

Ahora bien, hay capítulos enteros escarbando en las historias de Julia y Andrés. Lo que deberá descubrir el lector es cómo las historias se insertan en el contexto actual, en los diálogos de hospital, en el conocimiento mutuo y las sensaciones generadas. Buena parte de la conexión, en especial de Julia, es por la historia personal del otro; y ninguna mirada o conversación se le asemeja. Es una conexión extraña, atrapante, no correspondida, lastimosamente pausada por relatos que aunque dicen mucho, no atraviesan el tiempo presente.

Aun con todos sus desvíos colaterales y todas sus lagunas, la novela tiene la virtud de volver a ella una y otra vez, porque es en los detalles, en la letra chica, casi escondida y mínima, que se encuentran las respuestas a tantas preguntas, allí donde se escuchan esas rimas que hacen al mundo bailar.

EL RESTO DEL MUNDO RIMA, de Carolina Bello. Penguin Random House, 2021. Montevideo, 219 págs.

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