Felipe Polleri
IGNORO por qué Horace McCoy (1897-1955) es considerado uno de los maestros de la novela negra, y no uno de los maestros de la literatura estadounidense. Si lo comparo con Pynchon, Salinger, Bellow, etc., con esa colección de autores mimados por la Crítica, los Lectores y la Academia, me escandaliza el humilde, por no decir inexistente lugar que ocupa McCoy en la constelación de estrellas. Ajeno al experimentalismo de Pynchon, al misticismo de Salinger, al "interés humano" de Bellow y tantos otros... Pero ahora, a las 5 de la mañana vengo a descubrir que tal vez el tan llevado y traído "interés humano", un interés que yo de ninguna manera tengo, bien puede ser la causa de la mala fama, o la infamia, de McCoy. El "interés humano", si no me equivoco, y es fácil equivocarse hablando de algo tan inasible, presupone un interés común y sobre todo amoroso hacia nuestros semejantes que nos permite identificarnos con las penas y alegrías, siempre tan humanas, etc.
McCoy no presupone semejante cosa, y nadie que haya visto el amor que habitualmente nos profesamos lo presupone, y yo tampoco lo presupongo; si me apuran, afirmo sin titubear que el "interés humano" no es más que una impostura berreta fabricada para halagar a todo el mundo demostrándole (con una madre o una huérfana) su "buen corazón", su "interés humano" en los problemas humanos, claro, su "indomable humanismo": ejercido desde un cómodo sillón lejano, no sea que algo salpique.
McCoy no permite imposturas, berretas o no; al contrario: puede decirse que presentar la desnuda brutalidad de los hechos es uno de los pilares de su arte; en la contratapa de Luces de Hollywood (ETC) se cita un juicio que aprovechamos: "La escritura de McCoy tiene la eficacia de un mazazo o de una descarga eléctrica: no hay descanso para el lector. Sin embargo, su total falta de compasión hacia el género humano le otorga la luminosidad de un santo". ¿Acaso no matan a los caballos?, su novela famosa (gracias al film Baile de ilusiones, de Pollack) trata de un par de jóvenes desempleados —Robert, el narrador, y su amiga Gloria— que para no morirse de hambre intervienen en una maratón de baile de un sadismo ejemplar y que, al parecer, hizo escuela en la TV de hoy en día. Digamos, por ejemplo, que entre las atracciones de la maratón se encuentra el "derby": como animales, como caballos derrengados, los participantes tienen que correr alrededor de la pista; los últimos son inmediatamente expulsados de la maratón y la comida. Más o menos, lo que ocurre en todas partes porque McCoy no hizo ni más ni menos que encontrar la perfecta metáfora del Sistema o el capitalismo salvaje o el neoliberalismo o la flexibilización o como quieran llamar ustedes a la masacre. Su prosa despojada, en la mejor tradición de la novela negra, se "limita" a tomar la voz desolada de los perdedores, de los indefensos, de las víctimas en trance de agonía que se regodean con la idea de la muerte. Porque ¿cuando ya no pueden correr o simplemente andar, acaso no matan a los caballos?