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La mecha que aún humea

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El 23 de febrero el politólogo Adolfo Garcé publicó en Búsqueda una página titulada “Mujica, la guerra y la paz”. En estos tiempos políticos que corren no deja de ser importante referirse a lo que bien podrían llamarse las necesidades básicas del Uruguay, tal como es la recuperación de lo que Jorge Batlle llamó estado del alma.

De eso se ocupa la página de Garcé cuando sigue los pasos de Mujica en su apoyo a la paz, tanto en el extranjero (Colombia) como en el Uruguay. Algunos se han enojado porque, en su opinión, este conocido politólogo concede con excesiva generosidad rasgos de desinterés en los integrantes de aquellos movimientos guerrilleros que sembraron dolor y muerte de forma tan desaprensiva en nuestro pasado. Es evidente que ha funcionado con éxito un proceso de alquimia histórico-política para transformar a los atacantes en atacados y víctimas. También esto es enfrentado por Garcé cuando agrega: “la gran mayoría de los míos, intelectuales y universitarios, echaron leña en la hoguera”. Pero la página de Garcé se sostiene en las palabras de Mujica que cita: “cuando somos jóvenes construimos entuertos y cuando somos viejos desfacemos entuertos”.

En estos tiempos que corren el guerrillero Mujica ha dado pasos por generar reconciliación y paz: su renuncia al senado en un abrazo con Sanguinetti y su aceptación al convite del presidente Lacalle Pou para integrar la comitiva oficial a la asunción de Lula son gestos simbólicos eficientes, es decir, construyen lo que simbolizan. Hacen bien al Uruguay los gestos de Mujica. Él es un viejo pícaro, que un día va para un lado y al siguiente va para el otro, pero dejó plantado un antecedente.

También hay que tener en cuenta otra cosa: la izquierda de hoy, -en todo el mundo y acá también- no es la de antes. Ahora se ha quedado sin sus sustentos ideológicos tradicionales: la denuncia y la lucha contra el capitalismo. La casa matriz, Rusia, pasó a ser una sociedad burguesa y China es archicapitalista. Solo queda Cuba, pero de eso mejor ni hablar. El viento de la historia se llevó todo aquello y lo único que hoy le da identidad a la izquierda es su identificación como lo otro. De allí proviene su permanente postura negativa: decir no, estar contra, es hoy su identidad. Se está mostrando todos los días: llegaron a incluir entre los artículos rechazables en el plebiscito de la LUC algunos que habían votado afirmativamente en el parlamento y a ponerse en contra de las medidas sanitarias del gobierno durante la pandemia. No es por obstinación: se encuentran con que eso es lo que son.

Los uruguayos hemos sido siempre muy prodiálogo pero, habida cuenta de lo recién expuesto, no es lógico esperar posibilidad de diálogo con F. Pereira, con Sánchez, Carrera, Bergara el de la pseudoronrisa o el boca Andrade. En cambio, sí la hay con Mujica. Ergo, como dijo Mateo: no apagar el pabilo que aún humea. Dado que el país necesita diálogo defendamos lo que ayuda y no insistamos con lo que se define a sí mismo por el no.

En ese mismo sentido hay que reconocer que la academia en general ha jugado (y sigue jugando) un papel miserable en los centros de estudio. Pero hay excepciones, casos insignes de responsabilidad profesional y de resistencia a la presión del ambiente. Es claramente más útil reconocer a estos que maldecir a los otros. En uno y otro caso resulta contraproducente a lo que queremos para el Uruguay descalificar a los que algo construyen para mostrar rechazo hacia los que todo destruyen.

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