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Chori-plan

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Una columna del diario La Nación -y el comentario que generó de una dirigente kirchnerista- dan una idea cabal del conflicto ideológico que tensiona a la política argentina.

Marcelo Gioffré titula su nota “La discordia histórica entre la clase media y la ‘patria choriplanera’”, donde vincula con agudeza la grieta profunda que denunciaba en 1962 el escritor Germán Rozenmacher en su cuento “Cabecita negra”, con la que hoy divide a la clase media laburante de los destinatarios del asistencialismo kirchnerista.

Los personajes que dan título al cuento son víctimas del prejuicio racista con que los estigmatizan las clases acomodadas argentinas: “la desilusión de esos ciudadanos que llegaron a Buenos Aires con muchas ganas de trabajar, imantados por una oferta que, tan pronto quebraron todas las industrias de invernadero que se habían abierto durante el peronismo, se disipó y los dejó a la intemperie. No sin razón, esas personas se sienten humilladas, racializadas”, apunta Gioffré. A medida que se los ha estigmatizado como “negros o chusma, fueron fermentado resentimientos y odios recíprocos, que constituyen la materia prima sobre la que operan los populismos. Son masas en disponibilidad, porosas a cualquier propuesta disparatada”. El autor advierte que “en las dos décadas que van de este siglo, el kirchnerismo produjo un salto de escala: alimentó el fuego del resentimiento y multiplicó de modo simétrico esas capas de sumergidos. De la perversa sindicalización de los desocupados al discurso antiempresa, el plan siniestro fue que la política parasitara y blindara esas grandes masas de marginados, convirtiéndolas en rígidas clientelas partidarias”.

De este lado del río, esa visión puede parecernos exageradamente apocalíptica… Pero basta hablar con un tachero porteño para comprobar hasta qué punto muchos de sus compatriotas están hartos de esa especie de desocupados profesionales que viven de planes sociales, a los que definen como su “trabajo”, que cortan calles y rutas, protestan por los ajustes inevitables y militan un hondo rencor antisistema.

Vea el lector el breve tuit con que la vocera del presidente Fernández, Gabriela Cerruti, intenta demoler la argumentación de ese artículo: “para La Nación, la Argentina se divide entre blancos que comen sushi y negros que comen choripán. Desde Civilización o barbarie que no veía algo así”.

La tergiversación que hace ella es reveladora de la misma avanzada populista que denuncia la nota.

Parece que advertir el contrasentido de que un país como ese, riquísimo en recursos naturales, exhiba un índice de pobreza que afecta ya al 50% de la población, fuera para ella una comprobación sobradora de ricachones y no una vergüenza nacional que debería combatirse desde el gobierno. Esa demagogia burda puede rendir dividendos en épocas de vacas gordas, pero en el actual estado de desaliento del argentino de clase media, resulta particularmente insultante.

Quienes todavía abrevan en el catecismo intelectual de los años 60 deberían analizar la realidad antes de armar sus pobres tinglados retóricos. La fórmula de seguir fomentando el odio de una masa mendicante, inculta y belicosa puede rendir en cantidad de votos, pero a corto plazo termina en un callejón sin salida.

Si bien Uruguay vive una realidad diferente, a nivel de enfrentamientos ideológicos se respira el mismo aire. La izquierda de esta orilla, siempre tan empática con sus colegas kirchneristas y tan afín a caricaturizar al adversario, debería empezar a considerarlo.

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Álvaro Ahunchain

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