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Albores de nuevo pacto

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Esta semana de Carnaval ha sido tiempo de movimiento, de gente saliendo a las rutas, buscando cambiar de escenario, dispuesta a moverse y a gastar. Hay una sensación y un comportamiento como de Covid dejado atrás.

Durante mucho tiempo el Uruguay se caracterizó por un talante quejumbroso y pedigüeño. No siempre fue así, pero lo que los historiadores han llamado el Uruguay moderno (que es de Batlle y Ordoñez para acá) tuvo ese tono. Lo describió Real de Azúa cuando escribió que el batllismo había creado “un habilidoso arbitraje entre partido y estado que hacía a nuestra sociedad desdeñosa de todo cambio de estructura y de todo impulso radical y vigoroso, ya que todo reclamo tiene aparentemente el destino de ser oído y atendido”. Carlos Maggi, por su lado, escribió un libro de análisis nacional que tituló “Urucry”: país llorón o de llorones.

Lo que estos dos intelectuales describieron de la realidad uruguaya era verdad. Pero ese país está cambiando. Hubo un cambio de ayer y hay un cambio incipiente de hoy. A éste quiero referirme. Pero antes una palabra sobre el cambio de ayer. Ese cambio se dio porque las condiciones de la economía dejaron de permitir ningún habilidoso arbitraje y abrieron campo a que se desvaneciese la convicción de que todo reclamo contase con que iba a ser atendido. Entonces el país se desconoció a sí mismo, entró en pánico y en ira, llegó 1973 y todos sabemos lo que pasó.

El cambio de hoy, que merece atención y análisis, empezó en el 2020, con diferencia de quince días. Ese fue el lapso que medió entre la asunción del nuevo gobierno y el estallido de la pandemia. A partir de esa instancia se fue abriendo el terreno para un nuevo pacto, un entendimiento entre el gobierno nuevo, que se rebajó los propios sueldos, armó medidas económicas de emergencia, organizó la campaña vacunatoria, se negó a encerrar a la gente para cuidarla y dijo: muchachos ¡libertad responsable! Y en el momento más agudo de la amenaza ese gobierno (que es este gobierno) marcó una aprobación popular superior al 70%.

Al cierre de este febrero que acaba los indicadores macroeconómicos están mejor que en la prepandemia: la venta de los supermercados, la recaudación de impositiva, las exportaciones, los puestos de trabajo, el déficit fiscal. Uno de los sectores más castigados por la pandemia como fue el turismo está festejando una temporada récord. Hay otro estado de ánimo en la población. No se salvó el que lloró más sino el que enfrentó la tormenta, contó con apoyo estatal pero se sintió personalmente a cargo de su destino. La libertad responsable tuvo respuesta de parte de la gente. Sin mencionar la respuesta dada en el plebiscito contra LUC (que no se debe soslayar) el estado de ánimo de los uruguayos de hoy, su visión de sí mismos, de lo que son capaces, ha cambiado.

Las condiciones parecen estar; si hubiese un partido o un dirigente político capaz de ponerle letra a ese cambio, de crear un discurso basado en esa nueva gramática política, alguien capaz de interpretar la semilla de ese nuevo acuerdo social, el Uruguay daría un paso adelante. De lo contrario seguiremos en el aire y en la nostalgia, porque el viejo pacto caducó hace rato: lo saben hasta los frentistas que lo vocean. Existe hoy una base, incipiente pero real, para un pacto nuevo. Está en consideración (y desde ya en disputa electoral).

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