¿Y si las mismas células que impulsan el envejecimiento pudieran ser la clave para frenarlo… e incluso poner contra las cuerdas al cáncer? Este es el nuevo reto de un nuevo campo de investigación que plantea usar células senescentes –las que han dejado de dividirse y se acumulan con la edad– como base para desarrollar vacunas. El objetivo es activar el sistema inmunológico para combatir enfermedades crónicas.
El envejecimiento es uno de los principales factores de riesgo para enfermedades como el alzhéimer, la diabetes tipo dos, la hipertensión, la aterosclerosis, la osteoartritis, la fibrosis y varios tipos de cáncer. A medida que vivimos más, también aumenta la necesidad de encontrar estrategias para prevenir o tratar esas afecciones.
En este contexto, la vacunación –hasta ahora usada sobre todo para prevenir infecciones– se perfila sin duda como una herramienta innovadora.
¿Qué son las células senescentes?
A lo largo de la vida, las células se dividen muchas veces, proceso que permite reparar tejidos y mantener el cuerpo en funcionamiento. Pero con el tiempo, algunas dejan de dividirse de forma permanente: es lo que se conoce como senescencia celular.
Las células senescentes no mueren ni se eliminan. Permanecen en el organismo en una especie de “pausa” indefinida. Al principio, esto tiene un efecto positivo: al dejar de dividirse, evitan que mutaciones peligrosas se conviertan en cáncer. Pero con los años, se acumulan en los tejidos, liberando sustancias que causan inflamación, alteran el entorno celular y dañan el funcionamiento del cuerpo.
La acumulación de estas células es una de las causas del envejecimiento. Se relaciona con el deterioro de órganos y enfermedades como la osteoporosis, la fibrosis, la diabetes tipo dos y varios tipos de cáncer, así como con el debilitamiento del sistema inmunológico.
En pocas palabras, son como “testigos del tiempo” en nuestro cuerpo: al principio protegen, pero con los años se convierten en una carga que acelera el envejecimiento y sus efectos.
Una nueva propuesta: vacunas senolíticas
Hasta ahora, los tratamientos llamados senolíticos –que eliminan específicamente células senescentes– se basan en fármacos. Estos medicamentos bloquean ciertos mecanismos de defensa celular, pero pueden afectar también a células sanas, lo que plantea dudas sobre su seguridad.
En un estudio de 2021, los investigadores descubrieron una estrategia más precisa: en lugar de usar fármacos, desarrollaron una vacuna que entrena al sistema inmunológico para reconocer y eliminar las células senescentes. El secreto está en una proteína llamada GPNMB, presente en la superficie de estas células envejecidas. Al actuar como un “marcador de envejecimiento”, permite que el sistema inmune las detecte y las destruya.
Los resultados primarios fueron notables. Al eliminar las células que expresaban GPNMB, se notó una reducción de la inflamación en el tejido adiposo. También se observó una mejora general en el metabolismo y menos acumulación de placas en las arterias.
Otro grupo de científicos ha utilizado recientemente la vacuna BCG –una forma debilitada de una bacteria usada desde hace décadas contra la tuberculosis– para “entrenar” al sistema inmunológico innato y revertir algunos efectos del envejecimiento en el cerebro.
Esta inmunización logró reprogramar la microglía, las células inmunitarias del cerebro. Así mejoró la capacidad para eliminar los restos de mielina, un tipo de desecho que con la edad puede acumularse y dificultar la reparación del tejido cerebral dañado. Gracias a esta intervención, se observó una mejor recuperación en las zonas cerebrales dañadas.
Todos estos resultados ofrecen nuevas pistas sobre cómo el envejecimiento afecta al sistema inmunológico y abren la puerta a posibles estrategias para revertir el deterioro mediante la reprogramación del sistema inmunitario.
Retos y precauciones
Aunque las vacunas senolíticas abren nuevas posibilidades terapéuticas, aún existen desafíos importantes que deben resolverse antes de aplicarlas en humanos.
Uno de los aspectos clave es entender con precisión cómo actúan. El problema es que las proteínas a las que atacan también pueden encontrarse, en menor cantidad, en otras células no envejecidas. Por eso es importante saber si los beneficios se deben solo a la eliminación de células senescentes o si también están siendo eliminadas células sanas con esos mismos marcadores.
Además, es necesario controlar cuidadosamente la respuesta inmunológica. Si el sistema inmune se activa de forma exagerada, puede producir efectos no deseados como inflamación aguda o incluso un síndrome de liberación de citocinas, una reacción peligrosa que puede dañar tejidos sanos.
En caso de que estas vacunas lleguen a la fase clínica, será indispensable definir varios factores: la dosis adecuada, la frecuencia de administración y cuánto tiempo permanecen los anticuerpos activos en el organismo. Solo así podrá garantizarse que estas vacunas sean no solo efectivas, sino también seguras para su uso en personas.
Aunque aún queda camino por recorrer, las investigaciones marcan un cambio de paradigma: utilizar vacunas no solo para prevenir infecciones, sino para frenar el envejecimiento y sus enfermedades asociadas. Una medicina del futuro que podría estar más cerca de lo que imaginamos.
The Conversation
Estefanía Díaz del Cerro
Postdoctoral research associate. Colaboradora del grupo de investigación de Envejecimiento, Psiconeuroinmunoendocrinología y Nutrición, Universidad Complutense de Madrid
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