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¿Cuál es la siesta más saludable, según Harvard? Corta, temprano y en el sofá

La siesta tiene efectos positivos pero también negativos sobre la salud. Un nuevo estudio aporta para seguir separando la paja del trigo en este tema.

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Dormir poco, temprano y en un sofá: lo mejor

Por Jessica Mouzo — El País España/OGlobo (GDA)."Hubo un tiempo en el que nos íbamos a la cama por la noche y despertábamos con el cantar de los gallos", recuerda el neurocientífico Matthew Walker en su libro "Por qué dormimos". Ahora, lamenta, el despertador sigue sonando al canto del gallo, pero cuando cae la noche, la jornada laboral apenas ha terminado y aún queda mucho tiempo despiertos por delante. La sociedad moderna, argumenta Walker, ha alejado a los seres humanos del patrón de sueño para el que fueron genéticamente programados: el sueño bifásico, un largo período nocturno y un breve período durante el día.

Todos los seres humanos, independientemente de su cultura o ubicación geográfica, experimentan un declive genéticamente codificado en su estado de alerta en la mitad de la tarde, sostiene.

Y la siesta es la respuesta natural a este fenómeno. El neurocientífico asegura que las sociedades que han incorporado las siestas a sus hábitos han sido descritas como lugares donde las personas olvidan morir. La práctica del sueño bifásico natural y una alimentación saludable parecen ser las claves para una vida larga, afirma el especialista.

La siesta impacta en la salud, de manera positiva y negativa.

La comunidad científica aún no tiene claridad sobre el alcance de su influencia o hasta qué punto el hábito puede moldear la salud, pero los datos proporcionados por la investigación médica en este sentido apuntan en dos direcciones: cuánto las personas disfrutan de las siestas y cuánto las enferma. Un estudio publicado hace unos días en la revista Obesity señaló precisamente que el riesgo de obesidad aumenta en un 23% cuando las siestas son largas; en cambio, las personas que hacen siestas por un corto período de tiempo tienen un menor riesgo de presión arterial alta. Los expertos consultados coinciden en que una siesta corta (menos de 30 minutos), en el sofá y no en la cama, al mediodía o a primera hora de la tarde, puede ser reconfortante y ayuda a mejorar la atención.

Cada siesta es un mundo

En la comunidad científica, donde hay mucha controversia sobre este tema, a menudo con estudios a favor y en contra de la misma variable, los investigadores han aprendido a ajustar la interpretación en función de la duración de la siesta y del grupo poblacional específico bajo estudio: una siesta en el sofá no es lo mismo que varias horas de sueño en la cama por la tarde; tampoco una siesta en una persona con antecedentes de obesidad es igual que en un individuo sano, ni en un adulto joven que en una persona mayor.

"Llamamos siesta cuando la persona duerme períodos cortos durante el día. Por ejemplo, recomendamos siestas preventivas de 10 minutos para una persona con narcolepsia y los pacientes con apnea del sueño también necesitan tomar una siesta para estar activos; los insomnes están desesperados por echarse una siesta, pero no pueden", explica Francesca Cañellas, miembro del grupo de trabajo sobre insomnio de la Sociedad Española del Sueño.

Cada etapa de la vida tiene su propio ciclo de sueño: por ejemplo, los adolescentes necesitan más horas de sueño, mientras que los ancianos tienen un patrón de sueño nocturno más fragmentado. Una revisión científica afirma que en adultos jóvenes, una siesta de aproximadamente 20 minutos tiene efectos positivos inmediatos en el estado de alerta y no afecta el sueño nocturno. En las personas mayores, las siestas de media hora tampoco tienen consecuencias para dormir por la noche, pero las siestas largas sí las tienen.

Por eso, se recomienda en la vejez que, si se hacen siestas, sean cortas y refuercen los ciclos circadianos, explica Cañellas. Es decir, respetar los ritmos del reloj biológico y exponerse al sol durante el día para que el cuerpo sepa que debe estar activo.

Un estudio publicado en Obesity, realizado con 3.300 españoles, investigó la influencia de las siestas en la salud metabólica y encontró una asociación entre la duración de estos momentos de descanso y algunos indicadores metabólicos: aquellos que dormían la siesta mucho, más de 30 minutos, tenían un índice de masa corporal (IMC) un 2% mayor que aquellos que no dormían, y el riesgo de obesidad aumentaba en un 23%. En contraste, aquellos que tomaban siestas cortas, menos de media hora, tenían un riesgo un 21% menor de tener presión arterial sistólica alta.

"La asociación con la obesidad solo ocurre si la siesta es larga: el riesgo de obesidad aumenta en un 23% y el síndrome metabólico en un 40%", aclara Marta Garaulet, autora del estudio y profesora de Fisiología en la Universidad de Murcia.

Mejor en el sofá que en la cama

La investigadora y su equipo también analizaron otros hábitos de vida que están relacionados con la asociación entre siestas largas y peor salud metabólica, y descubrieron que aquellos que tomaban siestas más largas también fumaban más, posponían las comidas, el ejercicio y el sueño. Además, aquellos que tomaban siestas largas tendían a hacerlo en la cama en lugar del sofá o el sillón.

"Si duermes en la cama, hay una asociación con una mayor hipertensión en comparación con si te quedas en el sofá. Parece que tiene que ver con cambios posturales, pero no estamos seguros", señala la investigadora, quien también es profesora visitante en la Universidad de Harvard.

Garaulet también descubrió, como se relata en un estudio publicado en Nature Communications, que existen 123 genes específicos asociados con la siesta, lo que ayudaría a explicar por qué algunas personas no pueden tomar una siesta y otras sí.

Garaulet ofrece varias explicaciones fisiológicas como sustento de los resultados de su estudio sobre la siesta y el impacto de esta en la salud. La investigadora agrega que cuando las siestas son prolongadas, puede haber una alteración en el ritmo del cortisol, que está asociado al estrés.

En consonancia con los hallazgos de Garaulet, otros estudios también se centran en el impacto de la siesta según la duración de estos episodios de sueño: un estudio en mujeres en la posmenopausia descubrió que dormir la siesta durante más de 30 minutos se asoció con un riesgo 74% mayor de desarrollar diabetes en comparación con aquellas que no durmieron. Una investigación de la Academia Americana de Neurología, por su parte, identificó una asociación entre siestas largas, de más de una hora, y siestas no planificadas con un mayor riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular: el riesgo fue un 88% mayor que en las personas que no tomaban esos descansos. Otra revisión científica sobre los efectos de la siesta también enfatizó, como mencionó Garaulet, que uno de los riesgos de las siestas largas es que alteran la latencia del sueño y la calidad y cantidad del sueño nocturno posterior.

"Con una siesta corta, obtienes ese poder restaurador, pero no tienes la profundidad que te deja atontado", insiste.

Entre las ventajas de la siesta, un estudio chino publicado en el BMJ descubrió que las siestas, por la tarde, en personas mayores están asociadas con una mejor función cognitiva. Otro grupo de investigadores chinos también encontró una asociación entre las siestas y "niveles reducidos de presión arterial sistólica y menor hipertensión en adultos mayores". Además, se ha descrito una asociación con un menor riesgo de enfermedad coronaria en adultos jóvenes que toman siestas cortas, aunque no está claro si este efecto se mantiene en la población mayor: varios estudios asocian las siestas largas, precisamente, en personas mayores de 65 años con un mayor riesgo cardiovascular.

Siestas energizantes

Desde el lado positivo, los expertos consultados refuerzan el papel de las siestas cortas como elemento restaurador que aumenta la productividad y el nivel cognitivo.

En el lado bueno de la balanza, los expertos consultados apuntalan el papel de las siestas cortas como un elemento restaurador, que aumenta la productividad y el nivel cognitivo. “La siesta corta es reparadora, no profunda. Las siestas largas se acompañan en gente que tiene alterados los ritmos de sueño y vigilia y eso es un mal hábito”, apunta Cañellas. Mercé Mayos, responsable de la Unidad del Sueño del Hospital Sant Pau de Barcelona, admite que quedan “muchas preguntas por responder sobre la siesta” y hay informaciones contradictorias, “pero un porcentaje elevado de la literatura señala que la siesta [corta] tiene ciertos beneficios”. Y los enumera: uno está más relajado, con mayor estado de alerta, menor tiempo de reacción y mejora el humor. “Las siestas prolongadas, de más de una hora, en la cama, están asociadas a problemas de salud, como la obesidad o el síndrome metabólico, como dice el estudio de Garaulet”, defiende Mayos.

Con todo, las investigaciones sobre el papel de la siesta en la salud y en la enfermedad suelen apuntar a una asociación, no a una relación de causa-efecto. Mayos señala, de hecho, la duda que plantean “los factores confusores”: “Hasta qué punto es una relación causal o casual. Puede haber otros factores de estilo de vida que pueden mediar en esta siesta u otros problemas de salud”, concede. En su caso, Garaulet ha encontrado hábitos de vida que tienen un papel en esa asociación entre siesta y obesidad, por ejemplo, pero no se sabe si es antes el huevo o la gallina: “No se sabe si porque comes más, duermes la siesta o es al revés”, admite.

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