Bogotá es una ciudad repleta de energía, historia y, sobre todo, una interesante gastronomía. En tan solo dos días, logré acercarme a lo mejor de sus sabores tradicionales, combinando recorridas a sitios emblemáticos y, por supuesto, visitas a mercados que reflejan la autenticidad de esta tierra.
En esta nota, les cuento cómo hacer rendir el tiempo y disfrutar al máximo 48 horas en esta capital llena de contrastes.
Levantarse temprano es clave, algo que para el visitante puede no ser corriente, pero sí para los locales: los colombianos madrugan, y mucho.
Mi primera parada fue en La Puerta Falsa, un lugar histórico que lleva más de 200 años sirviendo platos típicos de Colombia como, por ejemplo, el clásico chocolate santafereño.

Esta bebida se toma con una tradición muy particular: sumergir trocitos de queso en el chocolate. Puede ser extraño para quienes no lo han probado, pero la mezcla de sabores es muy buena y empezar el día con esta experiencia ya es buen augurio de lo que vendrá.
A pocos pasos del chocolate satafereño, el Centro Histórico de Bogotá invita a perderse por sus calles adoquinadas. La Plaza de Bolívar y el Chorro de Quevedo son destinos imperdibles para quienes disfrutan de la arquitectura colonial y la historia que emana de cada rincón.

En las cercanías del Chorro del Quevedo me tomé una pausa para saborear una chicha, bebida fermentada de maíz que tiene raíces precolombinas. Hay muchísimos puestos callejeros que la venden e incluso también allí funciona el Museo de la Chicha.

Sobre el mediodía, emprendí viaje a otros de los lugares que tenía en mi lista. No podía dejar de visitar el Mercado La Perseverancia, famoso por su ambiente y auténtica comida colombiana. Queda a unos 15 minutos en auto del Centro Histórico.
Entre las opciones del día, elegí la tradicional bandeja paisa, un plato icónico que incluye arroz, porotos, chicharrón, chorizo, plátano frito, huevo y palta en una porción generosa. Cada bocado fue una explosión de sabor y texturas, que conectó con la riqueza de la gastronomía local.

En el mismo mercado, probé un tamal en La Esquina de Mary, otra preparación típica que no puede dejarse de probar al visitar Bogotá. Envueltos en hojas de plátano, los tamales tienen una base de masa de maíz —suave y dulzona— y pollo. Me quedé con ganas de probar otro renombrado plato de Mary: el “rompe colchón”, una sopa de pescado y leche de coco. Quedará para la próxima.
Dos infaltables —y que por suerte me los sirvieron en porciones más pequeñas— para poder seguir probando: el ajiaco y el mote de queso. Son dos especies de sopas, el primero a base de pollo y diferentes tipos de papas y, el segundo, a base de ñame y queso.

Para relajarme y caminar un poco después de tanta comida, visité el Museo Botero (otra vez, volví al Centro Histórico), donde, además de disfrutar de las famosas pinturas y esculturas del artista Fernando Botero, recorrí su hermoso jardín interior.
En este rincón el arte y la tranquilidad se fusionan…una pausa perfecta en el ajetreo de la ciudad que, avanzadas las horas, se llena cada vez más de locales y turistas.

Otro de los sitios que tenía agendado conocer era el Mercado de Paloquemao, conocido por su increíble variedad de frutas, verduras y flores. Un paraíso para los sentidos, donde los aromas y colores atrapan.

Allí disfruté de una sencilla pero deliciosa arepa de queso, acompañada de un típico tinto (café negro colombiano), ideal para arrancar el día o hacer una pausa y recargarse de energía.
La joya de Bogotá es, sin dudas, el Cerro de Monserrate. Subí en funicular (también hay teleférico y quienes son muy deportistas, pueden ascender caminando). La experiencia regala vistas espectaculares de la ciudad. Una vez en la cima, no solo me encontré con la gran iglesia, sino también con pequeños puestos de artesanías y comida que invitaban a pasar un buen rato admirando el paisaje.
La recomendación es ir temprano y con paciencia, ya que se llena de gente, sobre todo en fines de semana. Las entradas para subir pueden comprarse anticipadamente vía web o en el lugar.
Para cerrar el día, pasé por la Zona Rosa, uno de los tantos rincones famosos por su vida nocturna y la variedad de bares y restaurantes en la ciudad.
Después de un día de recorrido intenso, sentarse allí y disfrutar de un trago es la mejor forma de despedirse de Bogotá.
La música en vivo y el ambiente festivo de la zona la convierten en un sitio en un ideal para disfrutar de la noche. Hay opciones para quienes tengan energía suficiente como para quedarse a bailar.
A pesar de que dos días pueden parecer insuficientes para explorar una ciudad tan rica y diversa, con una buena planificación es posible vivir una experiencia completa. Desde su gastronomía hasta sus paisajes, esta capital ofrece saborear cada momento al máximo.
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