WASHINGTON | DANIEL HERRERA
LUSSICH, CORRESPONSAL PERMANENTE
Hace algo más de cuatro años, Barack Hussein Obama, en la intimidad de su casa en Illinois, le hizo una confesión, casi en un susurro, a una de las amigas predilectas de su familia y consejera política de máxima confianza, Valerie Jarret.
"Ambiciono ser presidente, creo que tengo condiciones especiales y sería una pena desperdiciarlas", le dijo Obama. Jarret, una ca- tedrática en la Universidad de Chicago y alta ejecutiva inmobiliaria, nacida en Irán hace 52 años, acaba de hacer pública aquella premonición. Esta mujer tiene en estos momentos las valijas prontas para entrar en la Casa Blanca como asesora presidencial principal, cargo similar al que ocupó el polémico Karl Rove con George W. Bush. Y tiene una opinión contundente: "Confío ciegamente en Barack, tengo fe plena en el éxito de su gobierno".
Como ella, ahora son millones los estadounidenses, poseídos por un magnetismo especial hacia quien asume hoy la Presidencia del país, los que no conocían ni su nombre hace algo menos de un año, y que hoy se sienten atraídos por su convincente y mesurada palabra, por su "carisma", ese don que parece haberlo "tocado" para estar en la Casa Blanca en uno de los momentos más difíciles de la historia de EE.UU.
No fue aquel solo un sueño personal de una figura política joven con ambiciones. Hoy es el sueño de la mayoría de los estadounidenses, que frente a cada aparición suya en un estrado, en la calle o en un ámbito universitario, vocea con sentida espontaneidad: "¡Sí, podemos!"
Barack Obama, de 47 años, es una figura pragmática, reflexiva, ordenada, de gran imaginación y de atrapante elocuencia. Los periodistas estadounidenses y los corresponsales extranjeros, entre los que se cuenta El País, que han seguido desde enero del 2007 su fulgurante y vertiginosa carrera presidencial por el Partido Demócrata, han vivido su meteórico ascenso en la opinión de una enorme masa ciudadana, absolutamente descreída y sin fe en un futuro mejor, luego de los ocho años catastróficos de la Administración de Bush.
Obama atrapa al oyente, sea el más indiferente o el más afectado por la crisis. Lo atrae, lo captura con su discurso, con su brillantez literaria o con sus ignotos poemas.
En sus dos libros escritos ("Sueños de mi padre" y "La audacia de la esperanza") hace un relato conmovedor de su vida compleja, sus angustias vitales, ya que por largo tiempo su origen racial y familiar lo desacomodó. Inició luego una férrea lucha contra sus fantasmas; los enfrentó, tuvo duros tropiezos y se sumergió temporalmente en la droga. Pero su sólida educación, empujada por su madre y sus abuelos más la admiración por un padre que los abandonó cuando tenía dos años de edad, su inteligencia, una natural disciplina y la reflexión a fondo de lo que quería en su futuro, lo hizo vencer todos los obstáculos.
Y en cada oportunidad que se presenta Barack confiesa con autoridad: "No hay un Estados Unidos liberal o un Estados Unidos conservador; no existe un Estados Unidos negro o blanco o un Estados Unidos latino o asiático. Existe un Estados Unidos de América. Y si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible… me paro aquí, hoy, agradecido por la diversidad de mi herencia".
Todos los periodistas que lo hemos visto de cerca, nunca notamos que perdiera la calma. O, por lo menos, es un maestro para dominar cualquier arrebato. Jamás en once meses dejó escapar cualquier exceso en la palabra o exhibió un brusco viraje en el tono de voz. Siempre ha mantenido la mesura, no sube los decibeles, ni le observamos gestos de ira o el ceño fruncido.
Hemos visto en sus cercanías ingresar al cuartel de campaña electoral gente con la idea de convencerlo por intereses más personales que colectivos. El ¡No! ha sido rotundo. Uno de sus principales asesores, en una charla informal con los corresponsales, fue bien expresivo: "Es un hombre rápido en sus decisiones y en las respuestas. Rara vez se desconcierta. Siempre sabe hacer la pausa para retomar el tema con seguridad".
Y la realidad es que esa figura carismática ha despertado la fiebre de la "Obamanía". En una ciudad burocrática, fría, alejada de los ruidos como Washington, hoy son pocas las personas que no hayan reaccionado o avivado sus viejas pasiones políticas y no luzcan la insignia con la cara del presidente electo y la frase "¡Sí, podemos!" O que hagan flamear las banderas con la foto oficial y la de EE.UU. colgada en los balcones o clavada en el césped de los jardines.
Ni que hablar de los miles y miles de estadounidenses, llegados desde los más remotos Estados para la gran fiesta de la toma de mando, en su mayoría jóvenes, entre 15 y 30 años, y especialmente, personas de raza negra de todas las edades, dominadas por rara excitación y alegría, que con cánticos recorren las calles de la capital a la espera de la "histórica hora señalada": las 12.00 de hoy en las escaleras del Congreso.
A poco tiempo del juramento y de la marcha triunfal por la Avenida Pennsylvania hacia la Casa Blanca, en medio de una delirante multitud que tendrá que desafiar los gélidos días que castigan esta parte del país , la interrogante surge en la prensa, en mucha gente y en los observadores o asesores más calmos: ¿el hombre seguro y sereno que ha llegado a la presidencia de la primera potencia del mundo podrá superar la pesada carga de decenas de gravísimos problemas que van desde la economía a la guerra y a un desánimo general?
La mayoría piensa que sí, que la marcha hacia una salida, lenta, pero firme, se ha iniciado. Otros plantean serias dudas. ¿Argumentos? La innegable falta de experiencia de gobierno y trajín político, y la terrible magnitud de la crisis interna y externa.
Pero Obama cuenta, sin duda, con una amplia y poderosa confianza de la gente. Una encuesta finalizada hace pocas horas, establece que dos tercios de la población cree en el nuevo presidente y está dispuesta a "ajustarse sus cinturones, disminuir su fiebre consumista, y esperar hasta dos años, para ver un alza de la economía".
Indudablemente van a surgir en el camino los desilusionados, los que empiezan a presionar con malestar. Pero el pueblo de EE.UU. da toda la pauta de que está dispuesto a sacrificarse y esperar. Ese mismo sondeo marca que hay mayoritariamente opiniones que trazan un paralelo de Barack Obama con tres grandes de la historia: John F. Kennedy (a Obama lo llaman el "Kennedy negro"), Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt, que supo superar la "Gran Recesión", iniciada en 1929 bajo la presidencia de Herbert Hoover.
Una montaña de problemas nada fáciles se levanta frente a Obama al llegar a la Casa Blanca. Muchos dicen que su talento, fe y firmeza moverán montañas. Una anécdota menor sobre la repercusión de todas las actitudes de Obama da la razón a la esperanza sobre su influencia: es una persona que disfruta y utiliza permanentemente el celular Blackberry, al que tendrá que renunciar por razones de seguridad. La firma ha señalado que esa casi infantil polémica le ha significado como inversión publicitaria el equivalente a 25 millones de dólares.
Crisis, guerras, conflictos y más
¿Cuáles son los desafíos prioritarios que retan a Barack Obama? Sin duda, la primera preocupación del nuevo presidente y su equipo de asesores al llegar hoy, poco después de las 15.00 horas al Salón Oval de la Casa Blanca, está dirigida a lo que para los estadounidenses requiere mayor urgencia: la crisis económica que sufre el país luego del colapso financiero que comenzó con la caída de los créditos inmobiliarios.
La actual coyuntura económica puede levantar serias barreras a los planes trazados por Obama durante la campaña electoral y mismo una vez desatada la crisis. El propio mandatario electo acaba de reconocer que algunas propuestas deberán aplazarse y dar atención fundamental a dos problemas: la caída del empleo y las ejecuciones hipotecarias de viviendas de la clase media y de menores recursos.
Las inquietudes en el campo internacional apuntarán a Irak y Afganistán y a reafirmar la paz en la Franja de Gaza. No olvidará tampoco Obama las tensiones por el programa nuclear iraní, las diferencias con Rusia por el tema del gas con Ucrania, y el reciente conflicto bélico con Georgia.
Se dice que firmará de inmediato la clausura de la prisión de Guantánamo, aunque se podría efectivizar recién en un plazo de un año. Buscaría dar firmeza a las Naciones Unidas y se podría concretar un primer paso en las relaciones con Cuba flexibilizando los envíos de remesas hacia La Habana y luego el viaje de los cubanos afincados en Estados Unidos. corresponsal
De hawai al salón oval
Barack Hussein Obama nació en Honolulu, Hawai, el 4 de agosto de 1961. Su padre era un estudiante universitario keniata, de quien tomó el nombre, y su madre una mujer blanca de Kansas, Ann Dunham. El matrimonio duró dos años. Obama vio a su padre -que murió en 1982- una vez más en 1971, fue la última.
En 1967, Ann Dunham se casó en segundas nupcias con un indonesio, Lolo Soetoro. El pequeño Obama pasó buena parte de su infancia en Yakarta.
Se recibió de abogado en 1983, luego de haber cursado gracias a becas en las universidades de Columbia y Harvard. Sus abuelos fueron fundamentales en su crianza. Su madre falleció en 1995 de un cáncer de ovario. Su abuela, Madelyn Dunham, murió de esa misma enfermedad el 3 de noviembre pasado, un día antes de que su nieto alcanzara la Presidencia.
Fue activista comunitario en los barrios pobres de Chicago entre 1985 y 1988. Como abogado, patrocinó varios casos de derechos civiles en el bufete Miner, Barnhill & Galland.
En 1992 se casó con Michelle Robinson. Con ella tiene dos hijas: Sasha y Malia, de 7 y 10 años, respectivamente.
Entre 1997 y 2004 fue senador estatal en Illinois. En 2005 llegó al Congreso, como senador por Illinois. En febrero de 2007 anunció sus intenciones de ser candidato a la Presidencia por el Partido Demócrata. Hoy cumple con ese objetivo.