Hace una semana un grupo de personas vestidas con uniformes policiales ingresaron en la mezquita de Samara, cerca de Bagdad, uno de los santuarios más sagrados para la secta chiita del Islam y que todos los años atrae a miles de peregrinos. Los intrusos instalaron varias bombas que, al explotar, destruyeron buena parte del edificio construido en el siglo XVIII, incluyendo su cúpula dorada. Aún no se han identificado a los autores del atentado. Se sospecha que fueron miembros de algún grupo extremista sunita, la otra secta islámica mayoritaria. Estas organizaciones han librado una violenta campaña de atentados contra la mayoría chiita en los últimos meses con bombas instaladas en automóviles o explotadas por suicidas.
El anuncio realizado por el gobierno de Bagdad, de que se habían arrestado varios sospechosos, no sirvió para contener la ola de represalias y contrarrepresalias. Miles de chiítas salieron a las calles a protestar. En varias ciudades de Irak se produjeron atentados contra santuarios suníes, incluyendo la tumba de uno de los compañeros de Mahoma, situada en los arrabales de la ciudad sureña de Basrah. Las víctimas se cuentan en decenas y la violencia no parece amainar.
Las autoridades iraquíes, junto con representantes de los Estados Unidos y del Reino Unido, han hecho llamados a la calma y a la unidad nacional. Uno de los principales líderes de los chiitas y el presidente de aquel país advirtieron que Irak se encontraba al borde de la guerra civil y el desmembramiento político. Queda por ver si su convocatoria a los ciudadanos, de trabajar de común acuerdo con el fin de preservar la unidad nacional, tiene algún efecto.
El presidente Bush y el primer ministro Blair condenaron el atentado y prometieron ayuda para reconstruir el santuario. También advirtieron que el objetivo de los autores del atentado era enfrentar entre sí a las dos comunidades, con el propósito de provocar una guerra civil. De cualquier forma, restaurar la mezquita será una tarea sencilla; mucho más difícil será construir un Irak unido. Este país se está fracturando en sus tres grandes componentes: la comunidad chiita (mayoritaria), la sunita (minoritaria, pero que detentó el poder por décadas) y los kurdos (en el norte).
Una guerra civil abierta en Irak sería la frustración final para el presidente Bush y el del Primer Ministro Blair. Los Estados Unidos y el Reino Unido enfrentan una misión casi imposible. La mayoría de la población parecería desear que las tropas extranjeras dejen su territorio. Al mismo tiempo, los chiitas le reprochan a los Estados Unidos que no hayan sido capaces de neutralizar a los grupos extremistas suníes y evitar el atentado en Samara. Entretanto, los esfuerzos para reconstruir el país, que están costando miles de millones de dólares, aún no han dado fruto (para no mencionar las acusaciones de corrupción y las violaciones de los derechos humanos).
La invasión de Irak fue un éxito militar pero un fracaso político. La posguerra ha demostrado ser un verdadero pantano estratégico, donde han quedado atrapadas las buenas intenciones y altos propósitos declarados por los agresores. Además de las decenas de miles de muertos, la principal baja en este conflicto es la política impulsada por el presidente Bush. Irónicamente, por ahora, el principal ganador en este trágico escenario parecería ser Irán.