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Juegos de guerra

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Diego Lascano

LOS SOLDADITOS de juguete están luchando hoy la más dura de las batallas. Los enemigos son los psicólogos y pedagogos del mundo entero, quienes llevan adelante una vasta campaña en contra de los juguetes bélicos.

Sin embargo esa polémica soslaya algo clave: los soldaditos estuvieron presentes en casi toda la historia del hombre, en su vida cotidiana, en el arte, y también en la guerra. Como tales, son objetos de valor histórico y arqueológico inestimable.

Las primeras representaciones del universo militar en escala que se conocen son dos formaciones egipcias halladas en Asiut, en la tumba del príncipe Mesehti, de la 11ª dinastía (2135-1994 a.C.). Realizados en madera policromada, ambos grupos escultóricos están compuestos por cuarenta soldados cada uno: una compañía de infantería egipcia, con lanzas y escudos, y otra de arqueros nubios. Estas figuras funerarias de 60cm. de altura, que se conservan en el Museo Egipcio de El Cairo, pertenecen a un tipo popular utilizado en dicho período para reproducir las actividades relacionadas con el difunto y acompañarlo así en su viaje a la otra vida.

De Grecia se sabe de la existencia de miniaturas del caballo de Troya fabricadas en madera, en cuyo interior podían introducirse pequeños soldados, imitando el ingenioso ardid narrado probablemente en el siglo VIII a. C. por Homero en la Odisea.

Es posible que de la misma época sean unas figuritas de plomo modeladas en ambas caras, que representan guerreros con casco, coraza, escudo y espada, halladas en Ameria (hoy Amelia, en Umbría). Si bien podrían ser los ancestros de los soldados de juguete, se cree que fueron concebidas con carácter votivo durante el período de ocupación etrusca de la Península Itálica. Esta tipificación también es aplicable a figuras similares encontradas en diversos sitios de Esparta.

En tanto, en la Península Ibérica ha aparecido una vastísima y rica serie de pequeños soldados y jinetes íberos de bronce en santuarios y necrópolis del siglo IV a.C., como la de El Cigarralejo, en Murcia. En la mayoría de los casos se trataría una vez más de ofrendas o exvotos. Sin embargo, algunas de las estatuillas ecuestres poseen cuatro rueditas y anilla para ser arrastradas con un cordel. Esta característica singular llevó al arqueólogo español José Ramón Mélida a postular, en 1929, la hipótesis de que eran juguetes.

Asimismo, en excavaciones en yacimientos romanos se han hallado diversas figuras militares de terracota. No obstante, fue en Maguncia, fundada como fortaleza en el siglo I a.C. y actual capital del estado alemán de Renania-Palatinado, donde apareció el primer soldado de estaño que se conoce. Este legionario romano del siglo III, de 60mm. de altura, armado con escudo y espada y en posición de ataque, se exhibe en el Museo Británico de Londres, pero su verdadera función se desconoce. Podría haber sido un elemento de uso militar, acaso para señalar la posición de las tropas en los mapas, pero los expertos prefieren considerarlo como objeto votivo. Ambas teorías tienen asidero, dadas las características castrenses del sitio.

A ese mismo período pertenecen dos estatuillas de guerreros de la cultura Moche, establecida en los Andes centrales (norte del actual Perú). Estas piezas fundidas en bronce, de 59 y 78 mm., integran la colección del Museo Chileno de Arte Precolombino.

Ya en la Edad Media, entre los siglos XIII y XIV, se manufacturaban pequeños caballeros fundidos en estaño. Estas figuras planas, conservadas en el Museo Cluny de París y en la Colección Meyers de Bruselas, están sostenidas por una base (zócalo) y fueron halladas entre 1858 y 1863 durante el dragado del río Sena. Quizá cayeron desde los negocios que ocupaban los puentes que conectaban ambas riberas de la ciudad. Por formato y estética representan la esencia de los soldados de juguete de los siglos posteriores.

la coleccion del delfin. Al parecer, durante el Renacimiento se produjo un compás de espera en la elaboración de pequeñas figuras militares, que se extendió hasta comienzos del siglo XVII.

De la época de Enrique IV de Francia, existe un soldado fundido en plomo, con casco y coraza con escarcelas. También rescatado del barro del Sena, un arcabucero, del mismo metal y de 100mm. de altura, fue datado dentro del período de su sucesor, Luis XIII. Siendo éste Delfín, recibió de su madre una colección de 300 "hombres de plomo" que enriqueció con figuras de cerámica, madera y cartón de varias formas y tamaños. Luego de su muerte en 1643, Luis XIV, su hijo, heredó e incrementó la colección con infantería, caballería y "máquinas de guerra" fundidas en plata.

Un siglo después, en las ciudades bávaras de Nuremberg y Furth, destacadas por sus artesanías en metal, comenzó la producción en serie de soldados de juguete destinados al público en general, con precios módicos. La Guerra de los Siete Años (1756-1763) fue el factor que desencadenó la preferencia de los niños por estas miniaturas para sus juegos.

En 1760, Johann Gottfried Hilpert, orfebre de Coburgo instalado en Nuremberg, creó una serie de soldaditos planos del ejército de Federico el Grande, que también era coleccionista, a partir de moldes de pizarra tallados. El estaño existía en abundancia cerca de la ciudad por lo que Hilpert decidió fundirlos en este material, del que tomaron su denominación: zinnsoldaten.

Entretanto, en la América hispana, desde 1528 ya no regía la Real Cédula que prohibía el trabajo de oficiales plateros en esos dominios. De este modo, los talleres de orfebrería españoles se establecieron con sus artistas, enseñando las técnicas europeas a los aprendices criollos y aborígenes. Por ello, la tradición militar de la Península quedó plasmada, entre otras, en dos figuras planas de alpaca burilada que representan "piqueros" -soldados provistos de una pica o lanza de grandes dimensiones-. Estas piezas, con rasgos arquetípicos de la platería del Virreinato del Perú, fueron halladas entre un conjunto de objetos litúrgicos, conservados en una caja fuerte que permaneciera cerrada por más de un siglo en la ciudad de Colonia del Sacramento.

PEQUEÑOS CAMPOS DE BATALLA. Paradójicamente, las campañas napoleónicas en el continente europeo combinaron el horror de la guerra con la fascinación por la pompa y el colorido de los uniformes de los ejércitos contendientes. Los fabricantes de soldaditos masificaron sus productos.

Las figuras de estaño planas de 25 a 30mm. de Heinrichsen, Allgeyer y Ammon eran las más populares. Se ofrecían con una pintura más detallada y se vendían por peso en decoradas cajitas de cartón con decenas o centenas de piezas. La "fiebre" también se extendió a Francia con la firma Blondel, Gerbeau y Lucotte. Por otro lado, en 1830, el orfebre italiano Carlo Ortelli y Dotti instaló su taller en Barcelona y retrató las Guerras Carlistas con sus creaciones.

Si bien el "mercado" estaba monopolizado por los soldaditos de estaño y plomo, sus pares de papel no se quedaban atrás. Impresas con la técnica xilográfica, las hojas repletas de estampas militares para recortar comenzaron a hacerse notar en la segunda mitad del siglo XVIII. Con el advenimiento de la litografía, método de impresión inventado en Alemania e importado en Francia durante el Primer Imperio, se multiplicó la elaboración de las coloridas planchas. Los "imagineros" franceses como Isnard, Striedbeck, Barthel y Pellerin, se encargaron de recrear en papel la Gran Armada napoleónica y los ejércitos rivales.

En Montevideo, la casa editora La Nacional se hizo eco de esta tradición medio siglo después y publicó, entre otras, una lámina con un oficial y guardias nacionales del Batallón de Marina que hoy se encuentra en la Biblioteca Americanista de la Casa de Giró.

El universo de los soldados de juguete recién sufriría grandes cambios con el fin de la Guerra Franco-Prusiana (1870). Luego de la derrota, en Francia nació un espíritu de revancha y militarismo que se manifestó hasta en las miniaturas. Por ello, Sosthène Gerbeau, fundidor parisino, presentó un vasto y colorido Ejército Francés con figuras de bulto, tridimensionales, macizas, manufacturadas en plomo (más económico que el estaño), en escalas de 48 y 65mm. El concepto "tridimensional" para la producción en serie fue rápidamente replicado por Georg Heyde en Dresden, Alemania.

Por su lado, herederos de una rica tradición orfebre y con minas de estaño por doquier, algunos artesanos bolivianos produjeron soldados planos con uniformes contemporáneos a la Guerra del Pacífico (1879-1881), como los hallados en un antiguo basurero de la oficina salitrera La Noria, en Iquique, antes provincia peruana y actual región del norte de Chile.

Sobre el final del siglo, en 1893, el inglés William Britain revolucionó la industria con sus figuras de plomo hueco, más livianas y baratas que las de bulto macizas. Con esta novedad, se erigió en un competidor de cuidado para alemanes y franceses.

MILITARISMO DE MODA. El siglo comenzó coronado por conflictos bélicos en diferentes regiones del planeta: la segunda guerra Anglo-Bóer (1899-1902) en Sudáfrica, la de los Bóxers (1899-1901) en China, y la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905). Fue un verdadero festín para los fabricantes de juguetes ingleses y franceses como Britain, Johillco y C.B.G., que no paraban de manufacturar todo tipo de "maquinitas" bélicas y soldaditos de sus tropas coloniales. Los alemanes, que habían perdido el dominio desde la aparición masiva de las figuras de bulto, tampoco se quedaban atrás con sus creaciones de pasta o composición (aserrín, aceite de linaza y caolín) confeccionadas en diversas escalas por Lineol y Elastolin. El estallido de la Primera Guerra Mundial propagó esta tendencia, acrecentando la industria del juguete bélico hasta que, de forma paradójica, la escasez de materiales interrumpió la producción.

La paz establecida por el Tratado de Versalles no modificó el aire enrarecido en una Europa destruida. De hecho, en Alemania, más militarista que nunca con la llegada al poder de Adolf Hitler, los soldaditos fueron una herramienta en la difusión de esta cultura entre niños y adolescentes. No sólo se reproducían las tropas regulares sino también las formaciones de las Juventudes Hitlerianas, y las de las tropas de asalto SA y SS. Hasta las personalidades del Tercer Reich fueron miniaturizadas en 75mm.: Hitler se vendía en siete versiones diferentes, Hermann Goering venía en tres versiones, el Dr. Goebbels en dos, y Rudolf Hess en una. Al menos un modelo de cada una de las figuras de estos líderes nazis se fabricaba con cabeza de porcelana y el brazo derecho movible. Franco y Mussolini tampoco faltaron.

Con las diferencias del caso, a comienzos de la década de 1950 la firma argentina Magnífico produciría, en material compuesto, al general Juan Domingo Perón montado en su caballo pinto, como complemento de una variada gama de soldados argentinos.

La Segunda Guerra Mundial llevó a esta industria a su máxima expresión, no sólo en Alemania sino en todos los países que participaron de la contienda. Una vez más, la falta de materia prima reconvirtió la manufactura de soldaditos hacia materiales como la madera, el papel y el cartón.

Finalizado el conflicto, los alemanes desnazificaron sus matrices y, al igual que otros fabricantes, comenzaron su éxodo hacia el plástico. Solamente unos pocos, como Britain, continuaron con la elaboración en plomo hasta que les llegó el golpe mortal en 1966, cuando se estableció paulatinamente en el mundo la prohibición del uso de dicho metal en la industria del juguete.

En Montevideo, Humberto Castagnola, en el ramo desde 1953, seguiría utilizando este material para sus blandengues, entre otros, hasta 1980. Por su parte, Jaime Hiriart pasaría de tallar sus prusianos en madera a una producción más vasta en plomo, tardíamente, pero con gran maestría.

A pesar de la masividad dada por el plástico, los soldaditos continuaron su retirada debido a la aparición de las "figuras de acción", en la década de 1970, evento que los dejó relegados del patio de juegos.

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